Capítulo 1
NI ES BROMA, NI ES MENTIRA.
Vamos allá. Ocupo mi lugar en los jardines del salón de celebraciones, frente al hombre que oficiará la ceremonia de la boda. Me hubiera dado igual que fuese en la iglesia, pero no siendo el novio católico había que escuchar su opinión al respecto. No voy a decir que en mi casa hayamos practicado alguna vez la religión en sí, de hecho me importa muy poco, y confesarnos ahora no hará que mi madre o yo dejemos de ser madres solteras. A mis veinticuatro años y perteneciendo al siglo veintiuno, una boda, me da lo mismo civil que no, no es algo que me quite el sueño, pero entiendo que a mi madre sí le ilusione. Con ese papel firmado encuentra el equilibrio, orden y justicia que no tuvo nunca con mi padre, más que nada, porque él ya lo había firmado con otra cuando la conoció y nunca quiso darle uno a ella.
Desde esta posición se ve a todos los invitados y es muy jodido mantenerles la sonrisa cuando llega tarde. Los cinco minutos de toda novia se están convirtiendo en veinte.
Cuando ya temo darle la cara al novio, aquí a mi lado, y hacerle entender que mi madre no se ha fugado y que estará mirando un reloj para calcular la mejor aparición estelar, la música suena por los altavoces. La vemos acercarse a nosotros. Mientras avanza por el pasillo que las sillas blancas, unidas con flores secas, delimitan, solo puedo pensar en los únicos que, de seguir vivos, le darían una hostia a mi padre por imbécil y dejarla escapar. Mis abuelos.
No quiero que ella adivine lo que pienso cuando llegue a mí y procuro ocultarlo tras una falsa sonrisa. Total, me salen de Oscar.
Ya casi está. Se la ve radiante, y solo por eso me alegro por ella, aunque Billy, el novio, en cuestión, no termine de caerme muy bien del todo. Él no podría haber vivido en España, como nosotras, para qué. No, el maravilloso Billy tenía que ser inglés, vivir y trabajar en la próspera Inglaterra, y además querer envejecer en su nublada y fría casa inglesa. ¡Cuánto daño me ha hecho Benidorm!
«No había playas más cerca de casa y con menos guiris borrachos, tan guapos y gentleman, ¿verdad, mamá?»
Porque a ver, eso significa que mi madre vivirá a partir de hoy, y para siempre, a miles de kilómetros de mí. Ahora tendré que llamarla por teléfono cada vez que quiera comprarme un par de zapatos y necesite de su consejo, o siempre que eche a patadas a mi "nuevo mejor" novio de casa, a las tres de la mañana, y necesite que me consuele. Antes me valía con tomarnos un café, o un cubata, fuese a la hora que fuese, ahora tendré que mirar el reloj antes de molestarla en su estricta y sosa agenda inglesa.
Lo asumo, soy adulta, no voy a hacer un drama, y mucho menos hoy. Ella ya es mayor para saber lo que le conviene, y yo, siendo una enamoradiza y viéndola tan feliz con Billy, admiro su valentía por haber hecho su propia elección. Casarse por primera vez a los cincuenta y tres años no debe de ser fácil para nadie. Con más razón hoy tiene todo mi apoyo incondicional.
Porque siempre me he considerado una defensora de las segundas oportunidades en el amor, no tienes más que mírame a mí que sigo esperando a la mía, y creo firmemente que para alcanzarla no se necesita edad.
Obviamente no me refiero con segundas oportunidades a volver con la persona desgraciada que quiere que cambies de personalidad, porque jamás te querrá siendo tú mismo, o la que con ese humor rancio y ofensivo te condena a una vida vacía de risas y diversiones. No lo recomiendo. Y ya no digamos si esa persona no levanta un solo vello de tu nuca cada vez que te sonríe, te acaricia o te besa ¿lo más triste de todo? que tu libido se adapte y no quiera despertar nunca a sensaciones nuevas porque tiene bastante con las migajas de ese amor. A mi juicio, esas segundas oportunidades son las peores y las dejo para los débiles, los que incapaces de buscar una alternativa a semejante mierda de relación, y creyéndola acertada, caen en lo mismo una y otra vez. Yo hablo de segundas oportunidades distintas, con personas distintas y a edades distintas. Y por supuesto me refiero a segundas, a terceras, a sextas, a décimas, o a las que cada uno necesite.
Soy lo que se dice una soñadora, y me repongo de las decepciones con otra ilusión. Lo que muchos también, de manera despectiva, catalogarían como romanticona, boba e ilusa por no conformarme con cualquiera. Me importa poco, no voy a dejar de buscar una relación perfecta por muchas imperfectas que haya tenido. Algún día encontraré al hombre que me acepte tal como soy, con el que me ría hasta que me duela la barriga y el que me haga el amor cada noche hasta que no pueda andar porque me duela también el mismísimo...
—Elena, cariño, tienes mala cara ¿estás bien? —me pregunta mi madre mientras me da un beso, ha llegado a mi lado. Soy algo así como su madrina en esta ceremonia inglesa.
—Sí, mamá. —La beso en la mejilla—. Estás preciosa.
¡Qué mala hija soy! Le he mentido.
Y ojo, que ella sí está preciosa, radiante con su pelo moreno suelto al más puro estilo hippie, pero yo no estoy lo que se dice bien, bien, del todo.
Cuando estaba pensando en el hombre capaz de hacer que el cielo se desplome sobre mi cama al darme un orgasmo —de piernas temblando—, un hombre joven, si tenemos en cuenta la media de edad de los amigos de Billy y mi madre, y que él no supera en los treinta años, no ha dejado de mirarme desde la primera fila. Con sus ojos oscuros ha penetrado en mi subconsciente, y estoy segura que se ha identificado con el hombre de mis fantasías. De ahí que me sonría como lo hace, como si estuviese encima de mí, desnudo y recuperándose de su propia excitación conmigo. ¿Me estoy mordiendo el labio?
No estoy nada bien.
Siento que me acaloro, que la tela fina de este vestido largo me sobra, de cintura para abajo, y que me oprime demasiado en los pechos, de cintura para arriba.
Esto no me está pasando. No puedo coquetear a distancia con un desconocido cuando mi madre está a punto de casarse, y mucho menos cuando mi hija me coge de la mano para que nos sentemos junto a su abuela. Natalia me pregunta si estoy bien, pero bueno ¿es que no puedo ni disimular ante una niña de siete años que no tendría que ver a su madre así de hormonada? Vuelvo a mentir, que para algo se me da tan bien, y le digo a mi hija que sí, que no me pasa nada.
Mejor me centro en la ceremonia. Me doy la vuelta e intento prestar atención a lo que dice el oficiante. Y a no pensar que en cuanto esto acabe volveré a ver esos ojos, que ahora siento cómo abrasan la piel desnuda de mi espalda. La boda ya podría haber sido en diciembre, y no en octubre, y haberme pillado con cuello vuelto que aleje esas miradas de mí.
Tras media hora de votos matrimoniales y canciones en directo de un par de invitados, todo termina con el típico aplauso, las primeras felicitaciones y los besos de enhorabuena a los novios.
Natalia quiere ser la primera en besar a la novia y yo la aúpo para que llegue a la cara de su abuela. Cuando la dejo en el suelo y me vuelvo para felicitar a Billy —él sí que ha tenido suerte con mi madre, aunque no se lo diga en la vida—, ese hombre está junto a nosotros. No deja de mirarme. Yo, avergonzada, me quiero evaporar de aquí, cosas que no veo improbable debido al calor que siento bajo sus ojos.
No es excesivamente guapo, pero si es de mi tipo de guapos, con su perfecta simetría de rasgos y proporción en el rostro. Tiene el pelo claro peinado hacia arriba, alborotado y a un lado. Es alto y de cuerpo recto, en el que estoy segura que no encontraría un gramo de grasa en sus fibras. Y lo más sugerente de todo es que me mira de manera atrevida, directa y muy caliente. Todo un prototipo de rebeldía. Con más razón si hoy lleva un impecable esmoquin negro, del que ha pasado de combinar con el corbatín gris, y una camisa blanca a la que le faltan los dos primeros botones abrochados en el cuello. Eso sí, con un fajín del mismo color oscuro. Es además de esos hombres que saben sonreír cuando los miras porque adivinan que te está poniendo en un aprieto, o como es mi caso, poniendo cachonda.
—Elena, te quiero presentar a mi hijo Andrew.
Billy no me suele gastar bromas, será porque nunca le sonrío al pobre, así que me ha dicho la verdad. ¿Su hijo?
Pues no, no tiene gracia. No es posible que yo me sobresalte de esta manera por las miradas ardientes del hijo de Billy. Sabía de su existencia sí, y que hoy lo tendría que conocer, también, pero ¿por qué no me hice antes una idea de su atractivo, conociendo el potencial de su puñetero padre?
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Hola a todo@s los aterrizados por aquí.
Para ser la primera historia con la que me atrevo a publicar en Wattpad, estoy muy contenta con el resultado y la acogida beta que tuvo.
Solo deciros que la historia está acabada, pero que me paso a corregir, y a contestaros los comentarios, educados, constructivos y divertidos, siempre que queráis, (esto es lo que más gusta de esta APP, la relación escritor@/lector@, no creo que yo conozca nunca a mis referentes de género Chick-lit)
Sin más que deciros: Gracias y un saludo para todos mis nuev@s amig@s/desconocid@s.💝
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