Te he cambiado de nombre tantas veces. No sé si llamarte por las ideas y pasiones que me provocas, por alguna de tus partes, o por el apelativo que hace que voltees a verme y revuelve toda mi existencia.

Quisiera tener la inspiración de quién nombró el infinito y creó su símbolo —maravilloso—, porque yo también siento que podría perderme entre tus prominentes cuevas, en tus maravillosos pares —tan suaves y poderosos— que encierran todos los males del mundo, y al final le regalan la vida al mismo universo.

Y si lo vuelves a ver parece dos cuerpos unidos.

Nosotros.