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2. Una caja

—Entonces me dijo que hoy debía ir hasta su casa para que me contara la historia— Jeongin le explicaba a su mejor amigo la situación del día anterior. Este lo miró por un momento antes de responder

—¿Qué crees que sea?— El chico negó. No tenía idea de que se podría tratar todo el misterio.

—No lo sé. Es la primera vez que veo esas cosas— Hyunjin lo miró sin creer mucho en sus palabras.

—¿Hace cuánto es tu niñero?— Jeongin ya sabía hacia donde se dirigía su amigo con esa pregunta. Simplemente lo miró con cansancio.

—Ya se lo que estás pensando. Y te dije mil veces que nunca me permitió entrar a esa habitación— El niño arrugó su frente. No entendía por qué ahora sí podía entrar y no se había enfadado por lo sucedido.

—Te conozco. Eres curioso y te sales con la tuya muchas veces— Ambos rieron, a sabiendas de lo que era capaz.

—Al señor Bang lo respeto. No podía simplemente invadir su privacidad— Aseguró. Hyunjin no le creyó

—No te detuvo ayer mientras te llevabas escondida la caja— el más alto recibió un golpe de su parte.

—Como sea. Debo ir a su casa—

Los dos muchachos se despidieron cuando sus caminos se separaron y cada uno debía tomar su propio rumbo. Jeongin camino con muchas dudas en su cabeza, lleno de expectativas sobre la historia detrás de todo el misterio que escondía el señor Bang. ¿Podría imaginarlo sin su bastón? ¿Sin el cabello totalmente blanco? Desde que tenía memoria, siempre fue el amable anciano.

—Buenas tardes pequeño— Fue lo primero que Bang le dijo cuando lo recibió en la puerta del hogar de este. Le regreso el saludo al hombre con cordialidad

No entendía el porque de su extraña y repentina timidez.

Lo invito a tomar asiento en la mesa mientras el anciano preparaba unas tazas con un té caliente, para frenar un poco el frío del exterior. El ambiente era hogareño y en el aire se sentía el olor a las galletas que solía hacer el hombre mayor. Jeongin olfateo el aire y sonrió, está acción no pasó desapercibido para Bang quien también sonrió.

—Eran las favoritas de Minho— Jeongin llevo su vista al dueño de casa.

—¿Disculpe?—

—Las galletas que suelo cocinar. Eran las favoritas del dueño de la caja—

—¡Oh claro!— Fue la primera vez que vio a su niñero mirar hacia algún lugar en su mente. Tal vez recordando los momentos.

—¿Recuerdas que una vez me preguntaste por la receta?— El niño rió. Había sido hace mucho, pensando que el hombre mayor tenía una receta secreta y por eso había algo especial en ellas.

Pero le había dicho que eran simples galletas que aprendió una vez.

—Si. Lo recuerdo— Bang siguió sonriendo. Dejando al descubierto un hoyuelo.

—Durante años le hice creer a Minho que era una receta secreta de mi abuela y no dejaba que se acercara mientras cocinaba— Fue cuando vio por primera vez al hombre reír. Una pequeña carcajada sincera —De hecho, todo empezó por una galleta—

Bang comenzó a relatar la historia de la misteriosa caja;

«Era un sábado cuando del horno salía una bandeja con galletas en ella. Una receta sencilla, pero muy deliciosa. Minho se ponía ansioso, en esos días era mi compañero de apartamento.

Mi mejor amigo y confidente. El primer semestre de universidad éramos vecinos en el edificio, pero para mí mala suerte no tenía como seguir manteniendo dicho departamento y como provengo de otro país, era difícil conseguir otro lugar para vivir. Regresar con mis padres no era opción.

Fue cuando Minho me ofreció mudarme con él y repartir los gastos.

En fin, ese día comíamos galletas caseras y preparamos unas tazas de té para estudiar juntos como hacíamos seguido. Era costumbre nuestra, aunque la mayor parte de las veces terminabamos hablando sobre otros temas y esa vez no fue la excepción.

—Estuve pensando— había dicho mientras miraba una galleta en su mano.

—¿Que locuras tienes en tu mente?—

Era mi mejor amigo, pero a veces me preguntaba porqué seguía aceptando cada una de sus ideas. No eran comunes, pero me divertía con ellas.

—¿Que hubiera sucedido si tu abuela nunca le enseñaba la receta a tu madre?— Ahogue una risa, aún creía en esa tonta historia de una receta que pasaba de generación en generación.

—No lo sé— Me puse a pensar un poco más —La receta de hubiera extinguido cuando ella murió— Dije seguro. Es lo más evidente.

—Exacto— Por fin se comió la galleta en su mano. Espere a que terminara de comerla antes de escuchar su punto —¿Que tal si perdía la memoria?— Dijo casi asustado por algo como eso.

—¿Por qué perdería la memoria?— El rodó los ojos y luego los abrió. Hacía eso cada vez que quería toda mi atención.

—Existen enfermedades que causan pérdida de memoria— Asentí. No estaba seguro de cuáles eran, pero el era el estudiante de medicina en la casa. —Imaginate que un día te despiertes y no sepas lo que hiciste el día de ayer. Sería triste— Su mirada se puso oscura, preocupado por la perdida de memoria.

—No podemos adivinar el futuro. Si sucede, sucederá— Sus labios se curvaron para abajo y era la señal para decirle algo más y animarlo
—No debes preocuparte ¿Cuántas posibilidades hay de que eso nos suceda?— mis palabras no funcionaron. —Minho—

—No quiero olvidarte— Me dijo mirando mis ojos. Directamente en ellos, como si quisiera grabar cada parte de mi rostro en su memoria
En ese momento no entendía su preocupación, esos días estaba nervioso por algo —No quiero olvidarme de estos momentos—

—No lo hagas— Intente calmarlo. Sostuve su mano entre las mías sobre la mesa —Tengo una idea—

Fue ahí cuando caminé hasta mi habitación y tome la primera caja que encontré en el lugar. Verifique que estuviera vacía y que no tuviera algún otro uso, más que terminar en la basura cuando sea el día de limpiar la habitación.

—Aqui puedes guardar esas cosas que no quieres olvidar. Notas, fotos, recuerdos, lo que quieras— El me miró algo desconfiado.

—No quiero terminar siendo un acumulador. Es algo grave— Solté un fuerte suspiro. Siempre fue un cabeza dura y difícil de convencer, pero tenía mis métodos.

—No sucederá eso. Solo guardarás aquello que no quieres olvidar— El pareció pensarlo unos momentos antes de sonreír.

—Podrias anotar mi cumpleaños, así no te olvidas— Lo miré mientras él se reía. Era verdad que siempre olvidaba las fechas importantes y por eso cada año Minho robaba dinero de mi billetera y terminaba comparando algún regalo para el con mi dinero.

—Eso fue cruel— Ambos reímos.

Así que tomé un papel de mis apuntes y con un marcador escribí la fecha de su cumpleaños, la mía y del día en que nos mudamos juntos. El me regaló una de sus más hermosas sonrisas»

El señor Bang freno su relato y se levantó del asiento. Desapareció unos minutos hasta que regresó caminando despacio, con su bastón en la mano y en la otra traía un papel. Era uno viejo, amarillo por el paso del tiempo. Al llegar a la mesa se lo extendió, Jeongin leyó tres fechas en el papel y abrió la boca.

—Esto es— quedo a mitad de frase. El hombre frente a él asintió, feliz de encontrar dicho tesoro. Un simple papel.

—Cada tanto limpiamos las cajas y las cambiamos. Lo más importante quedaba el resto se iba— Jeongin dejo el papel con cuidado en la mesa, con miedo de romper una pieza valiosa que pertenecía a la historia del hombre.

El niño miró nuevamente los números y se dió cuenta de algo.

—En 20 días es el cumpleaños de Minho— Dijo entusiasmado. Bang lo miró y sonrió de oreja a oreja.

Sabía que el hombre adulto no festejaba su cumpleaños, pero le emocionaba la idea de que el protagonista de toda esta historia podría cumplir pronto años. ¿Sería un anciano como Bang?

—Es verdad. Si avanzamos lo suficiente con la historia— Llevo la taza hasta su boca antes de terminar la frase —Ir a visitarlo.

—Eso sería genial. Entonces siga— El hombre mayor rió por la emoción del pequeño y siguió su relato donde lo había dejado.

«¿En dónde estábamos? ¡Oh sí! En la caja. A partir de ese comenzamos a guardar pequeñas cosas, aquí y allá no eran realmente importantes o eso parecían. Era época de exámenes y ambos teníamos muchas cosas que hacer, trabajamos y demás.

Minho era el más ocupado, yo no sabía muy bien lo que hacía. Por lo menos en ese momento, pronto lo descubriría, pero en ese entonces solo sabía que se iba temprano y llegaba a casa cansado. Iba directamente a su habitación y solo salía a comer, reía muy poco a comparación de como lo hacía antes.

Me preocupaba más mis estudios que mi mejor amigo, que no note sus drásticos cambios de humor. Hasta que un día me grito que no quería comer conmigo y que se iba a dormir.

Decidí dejar un examen pasar y me dediqué a tratar de arreglar las cosas con él, nunca me gustó verlo así y menos cuando era por algo que había hecho yo.

—Minho ¿Podemos hablar?— golpe su puerta. El la abrió y estaba llorando.

Al verlo así las palabras se quedaron en mi garganta. Pero en lugar de hablar, me abrazo

Ese día lo pasamos en el sofá, ambos abrazados sin pensar en lo demás. Tampoco era nada nuevo, cuando se ponía triste hacíamos lo mismo

—Chan—Me dijo, cauteloso y en voz baja —¿Que pasaria si te dijera que ya no pueda pagar mi parte de los gastos?— Creí entender su preocupación, así que acaricie su cabello.

—¿Sucedió algo en el trabajo?— El asintió —¿Quieres hablarlo?—

—No. Me despidieron— Deje que el silencio nos consumiera. Lo que él tenía para decirme, lo haría en su momento.

—Puedes buscar otro empleo— el negó.

—Ya no trabajare. Esta mañana llame a mi madre, vendrá el fin de semana—

—¿Regresaras con tus padres?— El se levantó para mirarme. Sus ojos con esa mirada en el, decidida.

—No me iré Christopher Bang. Solo le pediré una ayuda económica hasta que solucione mi problema—

Inconscientemente sonreí. Amaba eso de él, decidido y firme en cada una de sus decisiones. Era admirable como mantenía cada una de sus promesas, siempre quise ser como el en ese aspecto.

Todo cambio una mañana, si es que ya no lo había hecho.

—Chan, despierta— Escuché la voz de mi mejor amigo venir desde un costado. No abrí mis ojos, en su lugar respondí con un sonido
—Tengo algo que mostrarte— insistió, sabía que terminaría cediendo de todas formas.

—¿Qué es Minho?— Abri mis ojos para verlo muy cerca de mi. Mire el reloj en la mesita de noche, eran las seis de la mañana. Odiaba que mi mejor amigo tuviera esos arranques y me visitara a la habitación a cualquier hora.

—Hice una lista—

—¿Una lista?— El chico a mi lado me mostró una libreta con palabras escritas en ella.

—Si, cien cosas que hacer antes de morir— alcé una ceja ¿Por que hablaba de morir?

—¿Morir?—

—Algún día moriremos, debemos cumplir la lista para estar listos— y sonrió de esa forma que solo Minho sabía hacer, con ese brillo en los ojos que yo tanto amaba.

Solo tenía la opción de decirle que estaba loco y que debía seguir durmiendo, la noche anterior casi no dormí. Sin embargo, le asinti a Minho y me embarcó en la isla de los deseos del chico. Sin saber lo que había escrito en aquella lista.

¿Que me esperaría en esas palabras escritas en papel?»

—Es la lista que encontré ¿Verdad?en la caja— corto el relato abruptamente.

—Minho la llamaba. La caja de la muerte— Jeongin lo miró extraño, no entendía como alguien podía llamar una caja de esa manera.

—Un nombre extraño—

—Un tanto irónico. Me decía que era por Star Wars—




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