Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?

Si me engañas una vez, la culpa es tuya. Si me engañas dos, la culpa es mía. Anaxágoras.

Hart sentía que estaba frente a su última oportunidad de resolver el caso. Todo los demás estaban muertos o contra él. La ayuda de Sophia para encontrar a Mark Creier, la última pieza del rompecabezas, le motivó para conducir rápidamente hasta un chalet hacia las afueras de la ciudad. No muy lejano de la finca de la hija de Mark, Ellen. Una vez estiró las piernas, echó un vistazo rápido al chalet antes de divisar a su objetivo en un lateral regando unas plantas. Según se fue acercando a él, Hart sintió una rabia terrible al darse cuenta de quién era realmente Mark Creier.

- Siempre tuve la impresión de que usted era algo más que un simple criado, señor Creier.

El que fuese el criado de Ellen Creier, que en realidad era su padre, soltó súbitamente la regadera al escuchar la voz de Hart.

- Ahora me explico lo de la miradita insinuante.

- ¿Qué está haciendo usted aquí? –el tono de Mark Creier era muy sobresaltado- ¿No quedó a gusto con lo que hizo en la finca?

- Querrá decir lo que me hicieron en la finca. Sus gorilas y la motorista. No quisieron escuchar y ahora está muertos, salvo usted que se fue por patas.

Mark Creier relajó sus facciones al escuchar la respuesta de Hart.

- Así que, no lo sabe...

- ¿Saber? Saber, sé bastantes cosas –Hart se acercó a él, pero Creier estaba ya relajado. Hart le había dado la respuesta que buscaba, aún sin él darse cuenta. Éste último, por su parte, empezó a resumir sus averiguaciones-: Sé que ha puesto precio a mis pelotas, precio que quería cobrar un imbécil con caniche a juego que ahora deben estar jugando a la pelota en el más allá. Sé que un conocido suyo llamado Harold Murray mató a tres personas al escapar de una comisaría, robando la tarjeta de crédito de una de ellas de la que sacó los 50.000 pavos con los que pagó a un doctor llamado Lunga para que le operase la cara, matando también a dos colegas que le ayudaron para quitarse testigos de encima. Sé que su hija estaba muy relacionada con él, llegando a ayudarle a irse del hospital en el que estaba y desde donde ya se le perdió todo rastro. Sé que usted era el que movía hilos en la sombra, incluyendo el manejar a su propia hija para que hiciese una serie de cosas como meter a ese tal Murray en la brigada de los "talones" hasta que quedó relacionado por completo con altos cargos y mandatarios. Sé que es muy fan del ocultismo. Y también sé que usted va a contarme toda la historia, en caso de que me haya perdido algo, o le meteré la cabeza por el culo.

- ¿Cómo sabe que las 50.000 libras salieron de la tarjeta de crédito del periodista? –preguntó Creier, intrigado.

Hart sintió una punzada ácida en su pecho al mismo tiempo que tiraba de sus mejores habilidades interpretativas para poner la mejor cara de póker de la historia. Utilizó los datos improbables de su pesadilla como farol en caso de que colara. Lo que no esperaba –o no quería oír- era que los terroríficos eventos de su pesadilla fuesen efectivamente reales. "¿Cómo demonios entró todo eso en mi cabeza? ¿Por qué fue justo esta pasada noche?", pensó. Creía tener la respuesta a eso, pero prefirió guardársela e intentar otra vía de explicación.

- Veo que no va a decírmelo –ante la pausa prolongada de Hart, Creier entendió que no iba a decirle la fuente-. Dígame al menos quién le ha contratado.

- No puedo.

- Le pagaré, señor Hart.

- ¡Qué curioso! Ellos también.

Creier meneó la cabeza y miró al horizonte. Pocas veces la oscuridad fue tan brillante.

- ¿Va a decírmelo todo o tengo que empezar a bajarle los pantalones? –Hart pensó que Creier seguía estando un paso por delante y ocultándole algo, al mostrar aquel una pasmosa tranquilidad.

- ¿Sabe, señor Hart? –Creier se aclaró la garganta antes de continuar- Hay una leyenda que relata que el bien y el mal podían llegar a un acuerdo para sacar almas condenadas al infierno y devolverlas al reino de los cielos. Almas que habían sido demasiado débiles y se habían empeñado en la mala vida y en morir por voluntad propia antes de su hora, o aquellas almas que fueron víctimas de atrocidades y quedaron desamparadas a un destino cruel. El mal sólo exigía que el bien cometiese un solo pecado, como mínimo. A fin de cuentas, muchos cometen pecados a diario dentro y fuera de la iglesia: la lujuria, el engaño, la traición, la gula... Y luego encima la grandiosa mayoría se perdonan. De esta forma, accedería a entregar un alma y hacer que ascendiese al reino de los cielos. Pero el mal era muy sabio: sabía que el bien era tan justo, tan decidido, tan correcto que nunca, nunca se atrevería a hacer el mal. Y si lo hacía, que lo hacen, nunca se atreverá a reconocerlo. Prefiere agarrarse a su imagen de luz y bondad absolutas, antes que reconocer que entre el blanco y el negro está el gris. Hasta ahora, así ha sido. Muchos pueden jurar y perjurar que el bien es impoluto. Pero su sentido de hipócrita justicia impide la ayuda de muchas almas cuyas alas son cortadas injustamente y que aún vagan perdidas en busca de consuelo y descanso eterno. ¿No sería entonces necesario un equilibrio? ¿No es necesario propugnar cambios y admitir que no hay polarización? ¿Qué no hay buenos muy buenos ni malos muy malos, sino distintas agendas enfrentadas? ¿No sería mejor admitir muchos pecados y obtener el perdón de almas nuevas que puedan florecer otra vez? ¿Qué es más importante? ¿Tener un alzacuellos completamente blanco, bordado en base a la hipocresía, o una toga ensangrentada por el sacrificio llena de almas bondadosas agarradas a ella? A veces tengo la sensación de que, en lugar de estar creadas para la humanidad se ame, las religiones están diseñadas específicamente para que se odien.

Hart terminó de escuchar el monólogo de Creier y esbozó una sonrisa burlona:

– Me encanta cuando el villano de turno suelta esos monólogos, pretendiendo hacer lo superficial relevante. ¿Va a decirme de una vez lo que pasa o empiezo agarrándole por la cabeza?

"Si usted realmente lo supiera todo...", pensó Creier. Le hizo un ademán a Hart para pasar dentro de su casa. Recorrieron la cocina, pasando por delante de una olla a fuego lento de una sopa con un olor tan especial que hizo a Hart contener las arcadas.

- Si quiere, después del palique, podrá probar la sopa que suelo preparar para la comunidad de vecinos cada semana –le ofreció, señalando la olla-. Les encanta.

Hart sacó un pañuelo y se sonó la nariz. Creier se le adelantó a la sala contigua y no pudo ver como Hart musitó un "claro" a la vez que arrojaba el pañuelo a la olla. Acto seguido, entró a la salita contigua donde se hallaba Creier de pie apoyado contra la pared. Hart quedó mirándole, como si lo estuviese escaneando de arriba abajo, y cerró la puerta tras de sí.

- Está bien, señor Hart. Tiene razón en una cosa y no en otra. Empezaré por la que se halla completamente equivocado: yo no manejo los hilos aquí.

- ¿Y la acertada? –preguntó Hart, disimulando una mueca.

- Sí. Yo, Mark Creier, manipulé a mi hija. Ella quería verse fuera de todo esto, pero debido a sus poderes, la forcé a meterse hasta el fondo mientras yo miraba desde una distancia prudencial. Logró beneficiarnos a nivel adquisitivo y permitirnos la casa que tenemos ahora.

- ¿Cómo supo que su hija tenía poderes?

- Me enteré por accidente –pese a reconocer una cosa, Creier parecía seguir escudándose en otras dos adquiriendo un tono sumiso, olvidando por momentos el impositivo que mantuvo en el exterior-. Según iba creciendo, aprendió el tarot y se interesó por el esoterismo antes incluso que aprendiese a escribir.

- ¿Sin usted tener nada que ver?

- Yo qué iba a saber de esas cosas –subrayó, desentendiéndose-. Sólo la utilicé. Supongo que mi mayor pecado es ser un padre horrible.

- ¿Cómo conoció a Murray? ¿Qué sabe de él? –Hart movía sus pies poco a poco, acercándose progresivamente a Creier.

- Estaba pagando la campaña presidencial a Trump antes incluso de que se presentase oficialmente, cuando Harold estaba por allí. Era un tipo muy servicial. ¿Querías jovencitas? Te las daba. ¿Dinero? Tómalo. ¿Influencias? Las que quisieras. No sé nada más de él fuera de los negocios y el tráfico de influencias –"Mentira", pensó Hart al instante, pero lo dejó terminar-. Siempre que hablaba con la gente, conseguía que todo el mundo mirase en la misma dirección. Como si los hechizase...

- Magia negra –correspondió Hart.

- Negra, blanca, violeta, amarilla... ¿Qué importa? Además, yo al no entender de eso salvo por los poderes de mi hija, no puedo entrar a opinar.

"Este cerdo está intentando tomarme por tonto", Hart perdía la paciencia por momentos. Empezó a notar que su corazón bombeaba más rápido de lo que debería. Se fijó por el rabillo del ojo en una navaja que había encima de la mesa.

- Siento curiosidad... Usted dice que manipuló a su hija, pero que ella tenía poderes. Podía haberlos usado contra usted, pero usted asegura no entender nada de eso y tan sólo ser un observador desde una distancia prudencial. ¿Por qué no me lo trago? –Creier comenzó a sudar tanto como Lunga hace dos noches- ¿Tampoco sabía que Murray era un "talón" introducido en la brigada por su hija?

Creier tragó saliva:

- Ella sólo puso la firma en el documento y la renuncia mes y medio después. Yo le dije a quién debía meter.

- Por todas las influencias de las que estaba untado...

Creier asintió con la cabeza. Cada vez miraba a Hart de forma más inquieta. Los gruñidos volvían a sentirse presentes en los tímpanos de Hart, quien se estaba poniendo sinuosamente al límite.

- ¿Por qué me está mirando así? –le preguntó él de forma siniestra.

- ¿Por qué está usted caminando hacia mí? –Crerier palpó la pared con las manos.

- Me gusta su perfume y quiero olerlo mejor –Hart dejó escapar una risita-. Sólo una pregunta más: ¿Cómo puede ser tan estúpido de decirme verdades mezcladas con una gran mentira que no se cree ni usted?

- ¿Qué quiere decir? –Creier tragó saliva, pues sabía algo que Hart desconocía que estaba a punto de estallar. Se le acababan las opciones para seguir escurriendo el bulto.

- Lo de conocer a Murray, bien. Lo de las influencias, vale. Lo de estar untado, clarísimo. Lo de usar a su hija para no dar la cara usted, compro. No obstante... Los poderes de su hija...

- Ellen era una... -Creier no sabía apenas qué decir ya con tal de que Hart se marchase de una vez.

- ¿Malvada? –Hart le pinchó en su punto débil.

- ¡No era malvada! –exclamó Creire- ¡Está hablando de mi hija! Sólo era un poco especial...

- ¿Quién la enseñó los poderes? Está muy bien cargarla a ella con las culpas ya que está muerta y no puede defenderse. Pero todos tenemos un origen. ¿Quién se los introdujo?

- Tal vez una asistenta, tal vez una maestra...

Hart comenzó a reír de forma histérica, Creire no sabía dónde meterse y maldijo en silencio el haber perdido la oportunidad de salir por patas de la ciudad cuando tuvo la oportunidad.

- ¿Una asistenta? ¿Una maestra? Todo lo que me está contando es un montón de mierda concentrada.

Echó una rápida carrera hacia Creire, quien quedó paralizado, y clavó la navaja contra la pared cerca de su oído. Con las manos libres, le cogió del cuello.

- ¡USTED LA INTRODUJO EN ESTO! ¡USTED SE LO ENSEÑÓ TODO! ¡USTED ESTÁ DETRÁS DE TODO ESTO Y ES EL MALDITO DEVOTO DE SATANÁS!

El bloqueo de Creire pareció levantarse poco a poco. Si bien Hart tenía el control de la situación, el tono de voz experimentado e imponente con el que lo sermoneó afuera volvió en el momento justo:

- El príncipe oscuro protege a los poderosos, señor Hart. El príncipe oscuro está siempre de su lado y hará lo que sea con tal de mantenerlos dónde están.

Hart apretó tanto los dientes que empezó a hacerse sangre. Soltó el cuello de Creire sólo para desabrocharse el cinturón. Su corazón está en una carrera cargada de adrenalina hacia el cuasi infarto, mientras los gruñidos ya casi se habían incorporado a las palabras amenazadoras que salían de su boca.

- Déjese los trucos de magia para las fiestas de cumpleaños y dígame la jodida verdad de una vez.

- No lo entiendo. Usted me preguntó por la verdad, yo intenté evadirle y protegerle de ella hasta que me obligó a decírsela. ¿Y ahora la rechaza?

- ¿Protegerme? ¡¿PROTEGERME DE QUÉ?!

Hart estiró su cinturón y asegurando la hebilla, hizo un circulo alrededor del cuello de Creire y lo cerró como un collar de perro. Lo apretó sin control, pero Creire metió una de las manos a tiempo y pudo salvarse de ser estrangulado.

- Tiene una oportunidad... ¡UNA! Para decirme la verdad de Harold Murray y usted, o juro por dios que le ahorraré a esa motorista un asesinato.

Creire tragó saliva como pudo y cedió la mascarada para dar paso a la verdad.

- Conocí a Harold Murray hace 14 años en una fiesta privada en mi casa. Yo soy poderoso y siempre que le ofrecí mi poder lo rechazó, pero no fue por mero orgullo. Él era realmente más poderoso que yo. Infinitamente más que mi hija y yo juntos. Era capaz de paralizarme sólo con la mirada. Una vez hizo aparecer a Azazel en mi salón. Fue toda una experiencia religiosa. Harold tenía un pacto con Lucifer. Vendió su alma para poder prosperar aún más...

- ¡¿Y ESPERA QUE ME TRAGUE ESE CUENTO?!

- ¡Tráguelo o vomítelo! No me interesa lo que haga con ello. Quería la verdad y se la estoy diciendo...

Hart estaba ya fuera de sí. Le soltó el cinturón del cuello, pero ahora lo usaba a modo de látigo azotando y destrozando diversos objetos y muebles de la habitación.

- ¡Todo eso es mentira! ¡MENTIRA! ¡Mentiroso! ¡Maldito puerco cabrón!

- Vendió su alma a cambio de influencias.

- ¡¿DE INFLUENCIAS?! ¡UNA PUTA MENTIRA! ¡¿POR QUÉ NADIE ME DICE LA VERDAD?!

- Si se la estoy diciendo. No tengo la culpa de que no quiera creerla ahora.

Hart siguió golpeando muebles hasta que perdió el cinturón. Llegó a cortarse en una mano al romper platos y vasos. Comenzó a dejar un reguero de sangre sin control.

- Lucifer y Harold se alinearon para trabajar juntos. Fue maravilloso. No podríamos haber llegado tan lejos de no ser por esa unión. Pero como pasa siempre, el poder llama al poder y Harold pensó que podía llegar a ser más listo que el príncipe oscuro.

Hart trató de respirar conteniendo su corazón y los gruñidos en su cabeza –a punto de estallar por la presión y el dolor- como podía. Se puso frente a Creire haciendo acoplo de valor para al menos dejarle –o intentarlo- terminar la historia.

- Harold entonces comenzó a urdir un plan para tratar de incumplir el trato y conservar su alma.

- ¡Y UNA MIERDA! ¡DEJE YA DE HABLAR!

- Necesitaba una víctima... Alguien de su mismo género y de su misma edad.

- ¡¿Para qué?!

- Para robarle el alma y pasar como otra persona. De ese modo, cuando Lucifer quisiera cobrarse su deuda no lo encontraría por ninguna parte y el príncipe oscuro quedaría ciego y engañado.

Hart quiso gritar, vociferar un improperio, pero se dio por vencido. Estaba condenado a escuchar a Creire.

- De forma que una vez escapó de la comisaría con esos dos policías corruptos y antes de ir al hospital a hacerse la cirugía, fue a buscar a alguien para robarle el alma y lo encontró.

De pronto a Hart le volvió el recuerdo de esos hombres acercándose a él en la calle. Levantó la mirada y abrió la boca al borde del aullido. Apuntó con el dedo tembloroso y sangrante a Creire.

- ¿Quién?

- Era sólo un joven inocentón, estaba celebrando una fiesta con amigos en la calle. Estaba borracho y zarandeado cosas, alejado de su grupo y Harold tomó eso como ventaja.

Las lágrimas se amontonaban en los ojos de Hart.

- ¡Le he preguntado quién era!

- Harold y los policías lo cogieron desprevenido y utilizaron a Ellen, que había aparecido allí tal y como estaba previsto, a modo de tentación para una noche ardiente entre ellos. El joven quería irse con su novia, pero le forzaron a marcharse sin despedirse y sin que sus propios amigos lo notasen. Y de ahí lo llevaron a la finca de Ellen para practicarle el ritual que yo mismo la enseñé.

- ¿Qué ritual? –la voz de Hart estaba completamente quebrada.

- Le ataron desnudo de pies y manos sobre unas brasas en el patio de la finca con el fuego puesto a nivel bajo. Entonaron cánticos en latín y arameo, danzaron desnudos en círculos alrededor del joven y le lanzaron agua hirviendo hasta desfigurarlo por completo. Acto seguido, le descuartizaron y repartieron los trozos en función del que les tocaba comer a cada uno. Al doctor Lunga le guardaron un trozo de pulmón que debía comerse antes de iniciar la operación. Mi hija le abrió el cráneo y comió su cerebro. Y la parte más decisiva: Harold abrió el torso del joven, cogió con su mano desnuda el corazón aún fresco y se lo comió a bocados.

Hart vomitó en plena habitación, pero eran tales los detalles y tanta la tensión que no podía controlarlo ni frenarlo. Trató por todos los medios de abrir una puerta para poder encontrar la cocina y terminar la vomitada en el fregadero. Para cuando finalmente lo consiguió, había inundado toda la habitación.

- Era fundamental la unión de los tres, pues eso les conectaría y aseguraría la tapadera de Harold, ya que morirían antes de decir nada –Creire continuaba para dar carpetazo a la confesión-. Pero luego, pasó lo impensable: Estallaron revueltas que originaron una guerra civil y nada más salir de la clínica con mi hija, con los vendajes aún en la cara, fue alcanzado por una granada y dado por muerto por Ellen. Fue ingresado, quedó en coma por un tiempo, despertó, fue rehabilitado y él mismo volvió a casa sin ni siquiera saber realmente quién era.

Hart echó el último escupitajo al quedar completamente exhausto y vacío, apenas le quedaba voz. Vociferó a Creire, con la cabeza completamente sumergida en el fregadero:

- ¡¿QUIÉN ERA EL JOVEN?!

- Sólo lo sabía Harold. Fue el que cogió su cartera y la revisó. La guardó dentro de una caja de música en casa de Ellen.

"Caja de música", dilucidó Hart a la velocidad del rayo. "¡La caja de música victoriana!", llegó a visualizarla, recordándola de cuando ojeó la gran sala de recepción de la ahora difunta Ellen Creire. La presión en la cabeza era ya insoportable. Los gruñidos se habían convertido en ladridos infernales. La nariz le sangraba, El corazón se le salía tanto por la boca, como del pecho. Lanzó un alarido ensordecedor. Un grito que sería capaz de tirar abajo las paredes de la casa. Eso le sirvió para poder recuperar el aliento y el control un poco. En cuanto se volvió y sus ojos acapararon el reloj de la pared, se percató de que habían pasado 10 minutos de más.

- ¡Mierda! –masculló.

El tiempo se había vuelto a detener para él. Fue corriendo hasta la habitación donde Creire había estado cantando como un pajarito, pero ahora ya nada era lo mismo. Mark Creire, el último testigo que quedaba de todos, estaba tirado en el suelo, desnudo y completamente desollado. Hart escapó gritando, sollozando y corriendo de la casa de Creire. Corría y corría hasta su coche de alquiler, rezando para que no le hubiese pasado nada, cuando el perro negro se le abalanzó a dos patas. Hart se asustó, resbaló y cayó. Pero el perro negro se limitó a ladrar, gruñir y enseñarle los dientes a modo de diabólica sonrisa. Hart se orinó encima, se puso de pie y finalmente entró al coche.

Condujo a toda velocidad hasta la finca de Ellen Creire. Atravesó las puertas del terreno con el coche, sin miedo ni importarle nada más ahora mismo. Que descubrir quién era el joven al que habían robado el alma atrozmente aquella noche de hacía ya 12 años. Frenó en seco, salió del automóvil dejando la puerta abierta y saltó a la entrada de la residencia. Empezó a remover todo por la salita.

- ¡¿Dónde está?!

Debajo de las mesas, de las sillas. En los muebles, en los estantes. Descubriendo cajas, carpetas, objetos. La caja de música de la era victoriana no aparecía. Los violentos puñetazos del corazón seguían sin control. Los gruñidos regresaban a modo de coda demoníaca. Hart tenía que apretarse los oídos para poder resistir mientras buscaba desesperadamente esa caja de música. Finalmente la encontró. Y justo al encontrarla, el dolor de cabeza, los gruñidos y el corazón se intensificaron hasta lo insoportable. Lo debilitaron tanto que casi se le cae la caja para volver a perderse entre los objetos que había tirado al suelo.

- Tengo que saber quién es... -susurró sollozando, como si pudiese "negociar" con el dolor por el poder de la palabra.

Cogió la caja de música con ambas manos –notándola pesada, delatando pues que había algo considerable en su interior- y apuntó hacia una mesa que estaba delante suyo completamente despejada.

- ¡TENGO QUE SABER QUIÉN ES!

Al mismo tiempo que terminó de gritar, lanzó la caja de música contra la mesa, reventándola en mil pedazos. Hart cayó al suelo, medio desmayado. Pero todo había cesado. Se hallaba en silencio absoluto. El corazón bombeaba normal, la cabeza no le dolía, la sangre ya no brotaba y los gruñidos habían desaparecido. Poco a poco, se fue incorporando. Cerró los ojos, respiró hondo y bajó la mirada hasta la mesa. Los trozos de la caja de música tapaban algo. Hart removió los trozos y encontró una cartera de piel. Las manos le temblaban. Tenía ganas de acelerar, pero tenía miedo de llegar. Volvió a respirar y tomó la cartera entre sus manos. Suplicando en silencio, la abrió. Encontró una foto y un carnet de identidad. Prefirió ver el carnet de identidad primero. Cerró los ojos y dos lágrimas se confundieron entre el torrencial sudor.

Hart, Ryan.

Tanto la foto del carnet, como en la que aparece junto a Melodía Padilla, su cara es completamente distinta a la suya. Pero los datos son suyos. Su fecha de nacimiento, su dirección, su antigua novia, sus recuerdos...

Hart apretó los dientes, dejó caer la cartera al suelo y miró al techo buscando una salida. Buscando una salvación. Ansiando que todo esto fuese otra cruel pesadilla ultrarrealista como la que sufrió por la madrugada. Pero no. Todo estaba ahí. El lugar, el tiempo, las emociones, las sensaciones, las pruebas. Todo era real. Todo encajaba. Había resuelto el caso, pero ahora daría todo lo que fuera por no haberlo hecho nunca.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Su grito removió cielo y tierra. Su llanto angustioso penetraba hasta en los huesos. Comenzó a tirar todas las cosas que encontraba a su paso. A destrozarlas. A pisarlas. A azotarlas.

- ¡YO NO SOY ÉL! ¡YO NO SOY ÉL!

Lo repetía una y otra vez, mientras desvalijaba la salita. Cogió su pistola de entre los restos destrozados y se apuntó a si mismo con ella. Armándose de valor, apretó el gatillo.

Clic.

La quitó el cargador y comprobó que estaba lleno de balas. Volvió a introducirlo, amartilló la pistola, se apuntó a la frente y disparó.

Clic.

Ni siquiera podía suicidarse. Disparó a unos cuadros y ahí sí que las balas tronaron e impactaron las pinturas.

- ¡A LA MIERDA! –arrojó la pistola- ¡YO SOY RYAN HART! ¡NO SOY ÉL!

Pero por más que lo repitiese a gritos, una y otra vez. Ya nada iba a cambiar. Los recuerdos se agolpaban en la cabeza. Sophia dándole la mano tanto la primera vez, como la segunda y mirándolo con distinta expresión cada vez. Los cadáveres de Claire, Matt y Sofi –su pesadilla era un recuerdo total y real-. La salida del parking de la comisaría aquella fatídica noche. Una mano, que era la de Harold Murray, tocándole el hombro para que se diese la vuelta mientras estaba borracho –ahora lo veía desde la perspectiva de Murray-. Él mismo disparando a Lunga esa noche con una sonrisa de placer exquisito.

- ¡NO!

Él mismo aplastando los ojos de los guardaespaldas, viendo cómo Mark Creire corría despavorido y abriendo la cabeza de Ellen para después serrarla la sien hasta dejarla el cerebro a la vista.

- ¡NO! ¡NO ES POSIBLE!

Él mismo entrando en la habitación, desnudando a Mark Creire a la fuerza y desollándolo vivo con la navaja mientras se relamía como un gato.

- ¡NOOOOO! ¡YO NO SOY ÉL! ¡NOOOO! ¡¡¡¡YA BASTA!!!! ¡¡SAL DE MI CABEZA!!

Cayó de rodillas en el suelo y quedó llorando desconsolado unos instantes, hasta que sintió una presencia detrás de él. Ya no tenía la pistola a su alcance, pero sí cogió un martillo que encontró entre los escombros. Se dio la vuelta gritando y con intención de atacar. Pero su cara y su cuerpo quedaron petrificados. El martillo se le deslizó de la mano y volvió a caer al suelo. Su mandíbula volvió a abrirse sin control, dejando deslizar babas y sonidos guturales a través de ella.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro