PERTURBADA Y ENCONTRADA
El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo. Sigmund Freud.
Sophia aprovechó el retraso en el encuentro con Hart para conocer un poco más a Claire. Claire, por su parte, había estado relativamente desaparecida. Sophia intuía que estaba recluida en su habitación, rodeada de sus ordenadores y castigándose a sí misma por algo que aún no alcanzaba a entender. La costó horrores, pero al final volvió a llamar a su puerta, con su habitual sonrisa y carismática presencia.
Claire abrió la puerta más visible que la noche anterior. Su cara reflejaba tristeza y nervio al mismo tiempo. Sophia la percibió como una persona opaca en apariencia, pero tan solitaria que se le hacía inevitable buscar algo de cariño en el fondo. Aprovechó eso para convencerla de tomarse un café con ella y no dejó de persuadirla –educadamente- hasta que finalmente aceptó.
- Salir de aquí te vendrá muy bien –le aseguró Sophia.
Acordaron verse en la entrada del motel. Sophia observó cómo Claire salía de su habitación con su chupa de cuero y vestimenta de motorista. No buscaba llamar la atención de nadie. Sin embargo, tenía un don especial natural para hacer que quien se fijase en ella fuese incapaz de mirar a otro lado. Eso era lo que le pasaba a Sophia en ese instante. Se percató de que Claire no llevaba ningún tipo de mascarilla o gel consigo.
- ¿No llevas para protegerte?
- Lo que tenga que ser, será –respondió Claire de forma neutral-. De una forma u otra.
- Precisamente ése es mi lema –repuso Sophia, quien lejos de dejarse alejar por la conducta inicial de Claire, se sentía más atraído hacia ella.
Eligieron una cafetería modesta y acogedora que se hallaba sorprendentemente cerca del motel. Esto alegró por dentro a Claire, quien no quería tener que perder el tiempo caminando de un lado a otro. Una vez dentro, acomodadas y atendidas, Sophia comenzó a lanzar balones a Claire. Claire no era alguien que le pusiese las cosas fáciles a nadie, pero tampoco era alguien que se levantaba de una mesa y se iba sin más. A las preguntas de qué hacía ahí o si esperaba a alguien, Claire respondía bien con un levantamiento de hombros, bien como un no.
- Todo el mundo busca maneras de estar ocupado de una forma u otra.
- Yo ya estoy ocupada –contestó Claire.
- ¿Con qué? ¿Persigues a alguien?
Sophia hizo la pregunta como quien tira una servilleta usada a la papelera, pero Claire quedó sorprendida.
- ¿Y tú? –preguntó ella- ¿Quién eres tú?
Sophia dio un sorbo a su café.
- Soy alguien que quiere ajustar cuentas.
- ¿Con quién?
- No lo sé. Aún. Estoy buscando a una persona.
Claire flexionó sus codos hacia adelante y puso las manos encima de la mesa. Su nivel de atención acababa de dispararse.
- ¿Y si fuese la misma persona a la que estoy buscando yo?
"Pillina". Sophia dejó la taza de café y sonrió ante la última pregunta de Claire.
- ¿A quién buscas?
Claire le habló de Harold Murray. No entró en excesivo detalle. Sophia conecto su mirada con la de ella y asintió.
- Creo que ese hombre nos ha dado quebraderos de cabeza a las dos y no podemos permitir que salga indemne.
Sophia pudo apreciar un brillo especial en los ojos de Claire. Un brillo que no había visto hasta entonces. Creía haber dado con la tecla.
- Te he preguntado qué haces aquí, pero lo que me intriga es cómo una chica como tú ha terminado en un sitio como éste. En un motel como ése.
- Porque es barato –Claire no se anduvo con muchas chiquitas, aunque sí que procuraba pensar cada vez más sus respuestas y medirlas ante Sophia-. Porque estoy sólo yo y porque creo que es mejor así.
- ¿Y tu pareja?
- ¿Pareja? –La borrasca de tristeza volvió a azotar el rostro de Claire.
- Bueno, discúlpame... Pero alguien como tú o no tiene pareja porque quiere no tenerla, o bien sí la tiene porque ha dado con alguien lo suficientemente inteligente para no dejarla ir.
Sophia iba acercando sus dedos poco a poco a la mano de Claire. Claire no era estúpida y lo sabía, pero algo le decía que no se apartase. Que esa joven no la haría daño. Tal vez su intuición, quizás su experiencia vital, puede que su carácter.
- Sí que hay alguien... Hubo.
- ¿Hay o hubo? – preguntó Sophia con una mirada divertida.
Claire ladeó la cabeza y se humedeció los labios.
- Ya no está conmigo, pero pienso en él a todas horas, ¿sabes?
- Conozco perfectamente esa sensación.
- ¿Son esas las cuentas que quieres ajustar? –preguntó Claire.
Sophia se limitó a esbozar una sonrisa traviesa y enigmática.
- ¿Y cómo es que ya no estáis? ¿Ese alguien especial y tú?
Claire quedó callada y pensativa. Sus ojos demostraban que estaba haciendo un esfuerzo en recordar qué había pasado entre ella y Matt. Imágenes sueltas venían a ella: la primera vez que lo vio, la primera vez que lo ayudó, su primera vez con él, el cadáver de su hija envuelta en su chupa de cuero. La cabeza de Claire se sobresaltó ante ese último fragmento. Sophia lo percibió.
- Es extraño, ¿sabes? Es... Es como si viese todo el principio y todo el final, pero me falta la mitad del puzle... Sé que le quería y sé que estoy sola. Pero no sé con exactitud por qué estoy sola... Es como un shock que me impide... -Sophia no le quitaba ojo, sin embargo Claire era incapaz de levantar la mirada del borde de su taza de café- La muerte de su hija cambió las cosas... -dijo al fin, como si estuviese recuperando fragmentos- Lo cambió absolutamente todo.
Los ojos de Sophia se abrieron y fue en ese instante cuando la tomó de la mano. Claire se sobresaltó, pero no la apartó. El contacto de Sophia era agradable. Era como el de Matt. Sus dedos y manos se entrecruzaron y quedaron sostenidas en la mesa. No decían una sola palabra, pero quedaron mirándose tantos segundos que se expresaban con la mirada. Sophia ya no tenía esa sonrisa eterna ni esa expresión jovial. Sus ojos habían cambiado de parecer, eran más maduros y más tristes. Claire permitió que una lágrima se derramara por su mejilla. Tras esta pausa, Sophia soltó suavemente su mano y Claire se limpió la lágrima.
- ¿Nunca te ha pasado que conoces a una persona hace nada y es como si la conocieses de toda la vida? Pues es lo que me está pasando contigo ahora –Sophia se propuso animar a Claire.
Acabó haciendo un buen trabajo, pues Claire esbozó una tímida sonrisa.
- No entiendo qué acaba de pasar... -se decía en voz baja.
- Yo creo que sí –aclaró Sophia-. Nos sentamos aquí siendo desconocidas y ahora sabemos algo la una de la otra. No esperaba para nada ver lo que he visto en ti.
- "¿Lo que has visto en mí?" ¿Y qué has visto? –preguntó Claire extrañada.
Sophia se permitió un parpadeo y una pausa para beberse lo último que le quedaba de café antes de contestar:
- Todo.
Le aseguró a Claire que su pequeña charla no iba a quedar así y que la quería esta noche en su habitación para tomarse algo antes de dormir.
- Hoy será mi última noche aquí.
- ¿Tan pronto? –preguntó Claire con pretendida indiferencia, pero con una ligera puñalada de vacío abriéndose paso en su interior; esa extraña ya no era para nada tan extraña para ella y no estaba preparada para dejarla ir.
- Dije que sería por negocios y esos negocios van a terminarse. Así que, quiero una despedida –Sophia no pudo evitar sonreír al acabar la frase.
Claire acompañó esa sonrisa con un ligero además de cabeza y un suave entrecerrar de ojos.
- De acuerdo.
Sophia levantó la mirada y se percató de que había pasado mucho tiempo. Quizá demasiado. Se aproximaba la hora en que había quedado con Hart.
- Claire, no quiero ser descortés, pero he quedado con alguien en cuestión de minutos y voy a aprovechar esta mesa para hacerlo. Será lo último que quede por hacer de negocios. Entonces seré toda tuya.
Claire no se lo tomó para nada a mal y Sophia le entregó la llave de su habitación antes de irse.
- Pero es tu habitación –le respondió Claire, extrañada-. Creo que confías demasiado en mí.
- Y yo creo que tengo muy buenos motivos para hacerlo –repuso Sophia-. Espérame allí, olvida tu cueva y prueba mi refugio.
Sophia la guiñó un ojo antes de que se fuera por la puerta. Si Claire hubiese tardado tres segundos más en irse, se hubiese dado de bruces con Hart en la puerta del café. Claire no le vio, pero él si la observó a ella. Quedó mirándola de forma acusatoria y en completa sorpresa. De todos los sitios en los que se esperaba encontrarse a su supuesta "motorista", ese era el menos esperado. Pero esa chupa de cuero y esas botas se le antojaban de inconfundibles.
Hart miró adentro del local y vio a Sophia mirándolo señalándose la muñeca con el dedo índice. Hart frunció el ceño, miró su reloj y vio que se estaba pasando ya unos 40 segundos de la hora en que dijo que se sentaría con ella. Una fuerza extraña le pedía que se encargase de la motorista en otro momento y entrase a hablar con Sophia. Finalmente lo hizo.
- Un minuto tarde –le contestó a modo de recibimiento.
- Pero si estaba en la puerta.
- No quedamos en la puerta, quedamos en la mesa.
La Sophia que había quedado con Claire se había evaporado con ella. Ahora con Hart, se mostraba más recta y autoritaria. Claro que Hart se veía incapaz de compararla ya que acababa de llegar.
- Oiga, señorita Engel... Ha sido un día duro, así que no estoy de humor.
- Yo tampoco estoy de humor. Me ha llamado Sawyer y me ha comentado lo de la policía, ha habido dos muertos en circunstancias muy extrañas y por si fuera poco el tiempo se acaba y usted aún no me ha traído a Harold Murray. Estoy empezando a pensar que fue un error contratarle, señor Hart.
Hart hizo un esfuerzo físico en no dar un puñetazo en la mesa, respiró visiblemente molesto y volvió a dirigirse a su superiora:
- Me están implicando en algo que aún no alcanzo del todo a comprender y hay un sabueso con su perrito de aguas a la caza de mis pelotas. ¿Sabía usted eso?
- Explíquese –Sophia parpadeó y permitó hablar a Hart.
- Hay una motorista, que por cierto se parece demasiado a la mujer que acababa de salir justo cuando yo entré aquí, que está matando a cada persona a quien usted me ha enviado para sacar información del tal Murray de los cojones.
- ¿Una motorista? –Sophia hizo un ademán de mirar a los lados de la cafetería, así como a la puerta de salida de la misma, sólo para ver a un perro negro allí apostado con semblante manso.
- Sí, y por las ropas juraría que es la mujer que salió ahora mismo del café. ¿La conoce?
- Mucha gente ha salido del café mientras estaba esperando, señor Hart. Sinceramente no me fijé en ninguna motorista.
- Pues debería, porque la siguiente puede ser usted. Esa perra está liquidando de forma sistemática a todos y cada uno de los implicados en la investigación, aprovechando mis visitas.
- ¿Tiene miedo?
- Sí –Hart remarcó esa respuesta-. Sí, tengo miedo.
Sophia asintió con la cabeza, manteniendo cara de póker y tono de voz neutral.
- ¿Y ni Lunga, ni Creire le hablaron de que se sentían amenazados o asediados de alguna forma? Igual trataron de hablarle, darle pistas...
- No me hablaron de nada de eso. Sobre todo Creire me quería fuera de su propiedad, pero no me pidieron protección, ni afirmaron sentirse perseguidos por nadie.
- Todo está resultando muy extraño, señor Hart.
- Y usted parece jodidamente tranquila ante todo lo que está pasando...
- ¿Prefiere que me ponga al borde del infarto como usted? Dentro de poco el corazón se la va a salir del pecho.
- Primero, no me gusta usted, señorita Engel –espetó Hart-. Segundo, ya me llevan dando dos taquicardias en dos días. Y tercero, con cómo están las cosas ahora preferiría que mi corazón estuviese realmente fuera de mi pecho. Así no sufriría más.
Sophia tapó su boca para evitar que Hart viese cómo una burlona e incontrolable sonrisa en sus labios. Dejó una pausa de segundos para que Hart recuperase la compostura.
- ¿Mejor? –le preguntó ella.
Hart tomó aire una vez más, la miró y la respondió afirmativamente. Acto seguido, la contó toda la información que había obtenido tanto de Lunga la noche anterior, como la escasa de Creire y su gente hoy por la mañana. Sophia asentía atentamente a todo lo que le contaba y ni siquiera perturbó su mueca un mínimo cuando Hart le contó el ritual que había presenciado por unos instantes.
- ¿Se sabe cómo pagó esas 50.000 libras? –preguntó ella, una vez Hart terminó su exposición- Las de la operación de cambio de rostro.
- Por tarjeta de crédito –respondió Hart-. Supongo que la misma que sus influencias le facilitaron a él cuando estaba supuestamente del bando de los buenos.
- No creo que fuese así, en mis archivos no consta que Murray tuviese tarjetas a su nombre o dinero metálico en esa suma a disposición.
Hart volvió a mirarla con un gesto de fastidio, estaba más perdido que nadie en esta investigación.
- Piénselo, aún hace 12 años, pagar con tarjeta de crédito significa dar tus datos. Eso supone comprometer la posición de uno considerablemente. Y al pagar con tarjeta de crédito, significa que no tenía esa cantidad en metálico. Por tanto...
- Por tanto, la tarjeta era robada. Robada a alguien de los suyos –Hart comenzaba a ver la luz al final del túnel.
- Eso ya me pega más –Sophia asintió, con un leve gesto de complicidad hacia Hart.
Eso no hizo más que enrabietarlo:
- ¿Me lo ha contado todo, señorita Engel?
Sophia volvió a cerrar su mirada una vez más.
- ¿"Me pega"? Le pega... A usted no le debería pegar nada, porque dijo que no sabía nada. ¿Y si sus influencias la traicionaron?
Sophia dejó caer la taza sobre la mesa de tal manera que acabó rompiéndola. Hart frenó en seco y volvió a sorprenderse con ella. Sus ojos azules hipnóticos ahora emanaban enfado.
- Le aseguro que mis influencias jamás me harían eso.
El tono de la voz era pausado y relajado, pero cada palabra suponía un puñetazo en el vientre mental de Hart. A pesar de todo lo que podía tener a favor (el físico, la salud mental decreciente, la habilidad, la capacidad de renunciar y ya a contracorriente de todo y todos), decidió tragar saliva y recular. Sophia parpadeó y volvió a recuperar paulatinamente la compostura.
- Sería buena idea que averiguase a quien se la robaron.
- Bueno... me temo que todos mis contactos son una vía muerta ahora.
- Todos no.
- ¿Quién queda? Ni usted, ni Sawyer me dieron referencias de nadie más.
- ¿Qué hay de ese sabueso y su perro de aguas? El que le asaltó. ¿Para quién trabaja?
Hart apretó los dientes. "Esta puta no me lo ha contado todo y me está poniendo a prueba", los pensamientos luchaban por abrirse paso fuera de su cabeza como el cerebro de Ellen Creire.
- Nadie me dijo que Ellen Creire tenía un papá.
Sophia pareció mostrar un signo de sorpresa.
- Y eso prueba que usted tampoco lo sabía.
- De haberlo sabido, lo hubiese incluido en el fichero, señor Hart. Que no me guste usted no significa que deba lanzar piedras contra su tejado, más si ese tejado es el encargado de cubrir mis servicios. Déjeme mover un par de hilos y hacer una llamada. Esta noche me pondré en contacto con usted y le facilitaré la dirección de ese hombre... ¿Sabe su nombre?
Hart negó con la cabeza. Sophia apretó los labios.
- Lo averiguaré. Ahora retírese a su alojamiento y descanse. Eche una canita al aire a mi salud –le guiñó un ojo de la misma manera en que se lo había guiñado a Claire-, después de todo se la ha ganado. Por cierto, ¿tiene alojamiento?
- Un camarero me dio una tarjeta de un sitio, pero justo cuando iba a llamar para reservar, el sabueso y su perrito aparecieron.
- No se preocupe de todos modos, habrá podido comprobar simplemente deambulando por aquí que ésta área de la ciudad parece más un pueblo abandonado que otra cosa. Seguro no tendrá problemas para apearse en cualquier parte in situ.
Hart observó cómo Sophia iba a pagar las consumiciones y se despedía de él con un leve movimiento de mano. Cuando quedó completamente a solas dio el puñetazo en la mesa que querría haber dado instantes atrás.
Quería salirse de esto. Quería mandar al cuerno a Sophia Engel, sus allegados ya todo este caso y volver a conformarse con tratar de sobrevivir mes a mes con su pensión. Pero necesitaba el dinero. Necesitaba limpiar su nombre. Y necesitaba llegar hasta el final del caso. A todas miras, ahí siempre demostró su parte más policial. En querer resolver todos los casos que se le asignasen sin ningún tipo de cabo suelto y sin importar cuán difícil resultase.
Pero los últimos giros de acontecimientos le hacían creer que estaban jugando con él. Que le estaban poniendo a prueba. Que Sophia Engel tal vez no fuese una "jefa"de la que pudiese fiarse al 100%. Y que tal vez estuviese más hundido y más solo de lo que pocas veces había alcanzado a imaginarse.
Su cabeza parecía abocada al fatalismo total, cuando vio a una joven morena tomando algo en la mesa de enfrente despreocupadamente. Nada más ver sus hombros y cabellos, Melodía volvió a su cabeza. Acudió a su cartera y sacó la tarjeta que el camarero de aquel bar le había dado cuando le preguntó por alojamiento. Antes de mirarla, volvió a mirar a la barra para buscar a esa chica. Pero su mirada encontró un espejo en su lugar. Esas imágenes distorsionadas. Ese corazón cuyo pulso se dispara galopando en libertad. Esa cartera lanzada al suelo. Esos hombres cada vez más cerca, a punto de tocarle con los dedos de la mano. Él, viéndose más lejos de su Melodía. Esas imágenes lo asaltaron hasta que sacudió la cabeza con fuerza y consiguió despegar los ojos del espejo.
Tenía la tarjeta del alojamiento en la mano. En cuanto lo vio, sacó el móvil rápido y tomó nota de la localización. Era el motel Soullost.
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