EL LUGAR DE DONDE VENIMOS
Los monstruos son reales y los fantasmas también. Viven dentro de nosotros y, en ocasiones, ellos ganan. Stephen King.
Eran tan distintos que se deseaban desesperadamente. Claire ejercía espionaje industrial. Matt era periodista. Sus caminos no tendrían por qué haberse cruzado jamás. Pero al investigar una trama de trata de blancas, Matt siempre descubría que había alguien que le dejaba notas nuevas en el ordenador. Dichas notas lo guiaban por una enmarañada red de influencias y poderes en altas esferas que su propio periódico ni se atrevía a publicar (quizás tuviese algo que ver que su editor jefe estaba implicado en dicha red).
Matt rastreó las miguitas de pan que Claire le iba dejando hasta dar con ella. Casi nunca estaban de acuerdo, poquísimas veces se mostraban en sintonía, precisaban de ritmos distintos para trabajar en el caso.
Hasta cuando Matt adoptó una postura freelance después de que su periódico le dejase con el culo al aire, Claire trataba de distanciarse de él como medida de protección. Si hasta entonces Matt había sido un padre de familia de aspecto pulcro y cuidado, Claire era una mujer solitaria y recluida, con una diabetes emocional en base a tormentosas relaciones pasadas que la impedían ser siquiera un poco dulce con los demás. En lo más profundo de su ser, Claire ansiaba una vida normal. Ansiaba una regresión a su "inocencia", a su primer amor, a creer que en la vida todo tenía solución y que el definitivo vencedor siempre era el amor. Hasta que contemplaba su reflejo en la pantalla de su ordenador o de su móvil y comprendía que ya no tenía vuelta atrás y que su elección era una mera ilusión: había dejado de tener elección desde hacía muchísimo tiempo.
Sin embargo, ataque tras ataque, descubrimiento tras descubrimiento, hackeo tras hackeo y día tras día, Claire y Matt estrecharon más aún sus lazos. Claire sabía que no podía hacer eso, sabía que no debía meter las narices en un padre de familia. Así mismo, Matt sabía que no pintaba nada con esa mujer. De complexión y hombros fuertes, de metro sesenta, morena, de pelo corto, motera, con más de un piercing y tatuajes ocultos. Era la antítesis de su gusto: un hombre rubio canoso, estirado, de metro ochenta, repeinado, conductor de un BMV, con la piel completamente blanca, limpio y elegante. Pero, ¿que sería del paraíso sin su tentación?
Como los sueños más húmedos y las victorias más resonantes, el primer beso voraz llegó sin avisar. No lo veían como amor. Se entregaban al sexo sin pretensiones y se lo pasaban bien en la cama y fuera de ella. Pero ya no eran los mismos. Claire había hecho lo que juró no hacer jamás: dejar entrar a alguien en su vida de esa manera. Matt había cedido con gusto ante lo que él hubiese calificado sin dudarlo como aquello imposible de suceder. Sin embargo, su contacto no era una losa para ellos. Se dieron cuenta de que ellos eran los únicos que se apoyaban mutuamente cuando nadie más estaba a su lado.
Claire siempre había estado sola, pero Matt no podía implicar a su familia para no ponerla en peligro y había sido despedido de su periódico. Eso hacía que sólo quedasen ellos en pie. Se buscaban, se alegraban, se disfrutaban. Aún viviendo una pesadilla de investigación privada en solitario, su placer mutuo suponía sus vacaciones diarias. Los encuentros evolucionaron. Todo aquello que tiene vida y respira, no puede frenar su florecimiento. Los gemidos duros pasaron a ser suaves. El sexo rápido pasó a ser dulce y lento. Ya no se evitaban la mirada, sino que se dormían sonriéndose. No querían admitirlo, no se lo decían nunca el uno al otro. Pero lo sentían y lo sabían.
La investigación llegaba a su fin y le habían hecho un jaque mate potente al líder del circulo de la trata al que habían estado buscando desde hacía casi seis meses. Harold Murray era un hombre joven, de veintitantos, atípico para ser el líder de hombres y mujeres más viejos y experimentados que él. No sabía lo que era ganarse el pan. No sabía lo que era librar una batalla diaria por ganarse sus propias pertenencias. Él lo tenía todo hecho. Su reinado era más heredado que ganado. No había contratos, respeto ni lealtad en su organización.
Conforme cada persona conectada a la trata, así como a diversos anillos de pedofilia que golpeaban esferas públicas y políticas de la sociedad, caía cual ficha de dominó gracias a la investigación de Claire y Matt, Murray se las arreglaba para agazaparse y esconderse más y más en las capas más profundas de su grupo. Blanqueando su imagen como podía, desviando sus ahorros y eliminando su nombre de todos los registros posibles. Pero no contaba con que Claire tomase control del micrófono de su móvil cuando mantenía una acalorada conversación con alguien que se hacía llamar Mark Creier. Murray espetaba a ese Creier que no quería saber nada de sus "poderes". Que dichos "poderes" no le ayudarían en nada en esos instantes y que él tenía los suyos propios. Nada más lejos de la realidad, quería saber el nombre de la persona responsable que ha provocado la caída de su organización y que le ofreciese un salvoconducto para escapar. Las interferencias y la distancia de un móvil a otro dificultaron que tanto Claire como Matt escuchasen toda la conversación.
- Muy conveniente –repuso ella, molesta.
Pero sí que pudieron triangular su posición sin problemas y compartirlo con la justicia. Tan sólo unos minutos después, un grupo de policías asaltó su ubicación.
Claire se las había arreglado para introducirse en la ubicación de Murray, un almacén industrial desde donde coordinaba las operaciones, mientras que Matt usó contactos dentro de la policía (le debían favores tras la publicación de un artículo donde se detallaban los malos tratos del antiguo capitán de las fuerzas del orden a sus oficiales, gracias al cual la tranquilidad volvió a reinar en dicha comisaría) y consiguió presenciar la ronda de interrogatorios a Murray.
Nadie quería darle a la prensa esperanzas funestas de que hubiese un jefe detrás de los jefes y se esforzaron por hacer quedar a Murray como la última pieza del engranaje, la definitiva para derribar el castillo de naipes del todo. Pero en la comisaría se sabía que alguien como él sólo era un pelele en manos de otro que no quería ser visto. Se le interrogó varias veces. Los interrogatorios pasaron de horas a durar prácticamente días. Unas rondas de interrogatorios extrañamente tranquilas y sin demasiadas amenazas o presiones por parte de los policías al cargo. Por otra parte, Matt y Claire salían y entraban de sus localizaciones para verse y compartir qué habían averiguado.
Fue al tercer día de interrogatorios cuando la ruina cayó sobre todos ellos.
De forma inesperada, Murray pidió hablar con Matt sin torcer ni un ápice su asquerosa sonrisa. ¿Cómo podía saber el nombre de Matt? ¿Cómo estaba tan seguro de que él había estado tras el doble cristal en la sala contigua mirando? Mientras eso removía peligrosamente las neuronas de Matt, haciendo que se preguntase si había topos en la policía, Claire descubría una zona subterránea dentro del almacén industrial que albergaba una fastuosa pizarra llena de fotos y nombres.
Matt entró a la sala, sólo para darse de bruces con una confesión parcial de Murray en primicia para él: admitió todo, hasta los detalles reservados por la investigación que ni eran de dominio público, ni los propios oficiales de la comisaría habían usado para sonsacarle. Ahora bien, jamás reveló bajo las órdenes de quién había orquestado todo aquello. Se autodenominaba él como un "príncipe oscuro" y sobre el que recaía todo el peso del control y los mandatos. Mujeres, niños. Palizas, violaciones, vejaciones, tráfico de personas, asesinatos. Nunca volvería a pisar la calle. Matt, aparentemente satisfecho, se dispuso a marcharse hasta que una advertencia final de Murray lo detuvo un instante:
- Todo tiene un precio y esto no ha sido gratis. Has ganado esta mano, pero te aseguro que te haré gritar.
Claire se acercó más y más a esa pizarra. Fotografías de mujeres, niñas, familias enteras, personas andando por la calle, ecografías... Claire luchó por controlar estoicamente su repulsa y halló un descanso momentáneo al cogerle el teléfono a Matt.
Tras intercambiar noticias mientras él bajaba al garaje a por su coche, Claire sintió como un gran peso se escurría de sus hombros: esa investigación repudiada de la que nadie quería saber nada y de la que todos se habían bajado del barco como ratas parecía que al fin había subvertido las expectativas y dado sus frutos. Él la comunicó lo raro que se sintió cuando Murray reveló que sabía que Matt había estado bien conectado en la policía y temía no estar del todo seguro allí. Pero sus palabras se centraban en ver a su familia tras tantos meses sin verles y después en pasar a buscarla para llevársela a su apartamento. Ella le correspondió con una afirmación y recordándole cuánto le había hablado de Sofi, su hija adolescente. Pasó su linterna por una carpeta de fichero policial colocada a un lado de la pizarra. Iba a tomarla cuando las palabras de Matt resonaron a través del altavoz:
- Te quiero, Claire.
Su aspereza, su coraza, su dureza, su diabetes emocional y psicológica desaparecieron. Se llevó las uñas a la boca. Sonrió nerviosa. Entrecerró los ojos. Nadie la había dicho eso en su vida. Nadie.
- Te quiero, Matt.
Matt sí que estaba más acostumbrado a oírlo, pero no de ella. También se ruborizó.
Colgó el teléfono y antes de que las puertas del ascensor se abriesen para adentrarle en el parking, marcó el número de su hija. Quería volver a oír su voz tras meses de ausencia. Claire, en el almacén, abrió ese fichero policial y su cara quedó profundamente desdibujada. Contempló documentos, padrones y fotografías que hicieron que su mandíbula se desencajase por lo que Matt le había dicho hacía unos segundos: "Creo que alguien de la policía puede haberme vendido".
Matt colgó la llamada fastidiado de que le saltara el contestador de su hija por tercera vez. Avanzó hasta donde su coche, notando que el parking estaba muy tranquilo y solitario. Ningún coche entraba, ningún coche salía. Ningún policía o guarda de seguridad allí. Nadie hablando. Nadie detenido. Ninguna sirena. Nada. En ese instante, Claire volvió a llamar.
- Matt, escucha: Murray tiene tu dirección y datos completos tuyos y de tu familia. Sabe quién eres. ¡Tiene fotos de tu hija!
- ¿De qué estás hablando? –Matt no pudo ni digerir lo que Claire acababa de espetarle en ese instante, mientras apretaba con la otra mano el botón de la alarma de su coche.
- Tienes razón en lo de la policía, alguien te ha vendido. Le habían entregado un fichero con tus datos y ese fichero ha tenido que salir de esa comisaría. ¡Tienes que ponerte en contacto con tu hija! Puede estar en peligro.
- Cálmate –Matt trató de poner orden, no quería ponerse tenso-. He intentado llamarla, pero...
Entonces Claire lo oyó. Primero advirtió cómo a Matt le costaba respirar, cómo balbuceaba sin sentido porque no podía articular palabra y finalmente escuchó su grito. Un grito terrible que la hizo soltar el teléfono y el fichero policial para echar a correr despavorida hacia su moto.
Matt gritó hasta que no le quedaron más fuerzas, tiró su móvil y corrió hacia su coche.
- ¡SOFI!
Su hija, Sofi, estaba ahorcada encima del techo de su coche. Su tez era extremadamente blanca en sus extremidades, pero morada en cara y cuello. Apenas se distinguía la piel de la fina soga que zarandeaba su cuerpo pecoso, desnudo e inerte. Matt saltó sobre el capó y trato de levantarla en el aire, pero dentro de su histeria se percató de que no tenía con qué cortar la cuerda. Suplicándola que aguantase –como si aún siguiese con vida-, Matt pataleó su ventanilla hasta romperla del todo. Cogió uno de los vidrios, volvió a auparse y cortó la cuerda. Bajando y sosteniendo el cuerpo de su hija advirtió que había sido golpeada y apuñalada en varias zonas de su cuerpo, que uno de sus pezones había sido rebanado, que su lengua había sido cortada y que tenía una frase escrita a cuchillo en su pecho: te dije que te haría gritar.
Claire había pasado por encima de aceras, provocado frenazos y colisiones al saltarse los semáforos y había derribado a unos cuántos policías cuando entró a la comisaría como una furiosa exhalación. Bajó los escalones de tres en tres hasta llegar al parking. El alma que había recuperado gracias a la pasión de Matt se le cayó más abajo de sus pies cuando contempló al hombre del que se había enamorado completamente roto. Babeante, perdido, sin rumbo, sostenía el abusado y resquebrajado cuerpo de su hija como un tentetieso.
Claire luchó por contener sus lágrimas y se acercó a él poco a poco. Sabía que estaba en estado de shock y que todo podía pasar. Se quitó su chupa de cuero para envolver el cuerpo de Sofi una vez se acercó lo bastante. Trató de taparla lo más que pudo antes que nadie más la viese. Acto seguido, hizo que Matt se arrodillase con ella en el suelo, acariciándole la cara y susurrándole para tranquilizarlo. Le pidió que la mirase y Matt lo hizo, pero con un esfuerzo sobrehumano en controlar sus ojos casi sangrantes al no quedarle más lágrimas. La pena, la furia, el desgarro, la angustia emocional...
Claire había vivido muchas y muy escabrosas situaciones en la vida, pero jamás supo lo que era perder una hija. Y menos así. Trató de hacerle hablar, de expresarse de decir cualquier cosa. Y ese fue el momento de mayor frustración. Matt quería hablar. Luchaba por ello. Abría la boca, emitía sonidos guturales, movía los labios sin sonido alguno más que el cacareo de su garganta y sus dientes. Había perdido el habla por completo. Sus ojos se teñían de rojo casi por completo. Su boca estaba desencajada de forma atroz. Claire lo apretó contra sí y lo abrazó, envolviendo también a Sofi con ellos como buenamente pudo, pues Matt no la soltaba.
- Matt, mi amor... Lo siento... Estoy aquí. Suéltalo todo. Haz lo que tengas que hacer. Estoy aquí contigo y no te dejaré.
Las lágrimas y sollozos no impidieron que le dijese estas palabras, antes de que Matt estallase en otro grito atronador y escalofriante. Seguido de otro más y otro más y otro más. Sin nadie que les ayudase. Sumergidos en el vacío terrenal y profundo. En el corazón de una civilización, de una fortaleza policial y hasta en esas completamente solos. Se habían unido solos, habían sufrido solos, habían luchado solos y ahora afrontaban el desolador final también solos.
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