Capítulo 6
Días después del ataque, Milán yacía inconsciente. Su cuerpo, lleno de hematomas y heridas, aún no sanaba de los golpes. Las costillas rotas mostraban pequeños signos de recuperación, y aunque su cuerpo respondía a los estímulos, la adrenalina había sido su única fuerza aquel día.
Isaac no se había separado de su lado ni un solo segundo, vigilando cada respiro, cada movimiento. Xander, por su parte, lo visitaba diariamente. Este tiempo compartido le había permitido conocer mejor a Isaac, y creía poder considerarlo un amigo.
—Estoy volviéndome loco —susurró Xander, sintiendo la necesidad de compartir sus pensamientos.
Isaac, sin apartar la vista de Milán, respondió intentando parecer interesado.
—¿A qué te refieres?
Xander respiró hondo, intentando controlar la marea de emociones.
—Casi muero esa noche —dijo con firmeza—. Estoy seguro de que Milán mató a alguien, y aunque no recuperamos el cuerpo. Sé que no era una persona. Sé lo que vi, estoy seguro.
Isaac suspiró, preocupado por la situación y la seguridad de Xander. No podía saberlo, Milán había arriesgado su vida, solo para que estuviera bien.
—Estuviese a punto de morir, y te golpeaste la cabeza. El golpe o la adrenalina, pero es posible que eso que dices no fuera real.
Xander lo miró convencido de la veracidad de su experiencia. La única persona que podía proporcionar respuestas estaba frente a ellos, pero seguía inconsciente.
La puerta de la habitación se abrió y ambos giraron la cabeza. Un hombre entró. Era alto, con la espalda ancha, con su cabello negro y corto, unos ojos gris opaco y una fina barba recortada. El hombre que apareció no era conocido para Xander, pero Isaac sí le reconocía.
—¿Adam, qué haces aquí?
El tono de voz de Isaac cambió, era violento y áspero. Nada amable, y su cuerpo se movió, de tal forma que parecía que quería proteger a Milán, como si ese sujeto pudiera hacerle daño.
—Estoy visitando a un amigo —respondió Adam. Su voz era profunda, y suave al oído, pero no miró de frente a Isaac en ningún momento.
—¿Ella te envió?
Adam negó, con la cabeza, su mirada fija en Milán.
—Estoy aquí por mi cuenta. Podemos dejar lo nuestro a un lado, Isaac, solo por hoy —dijo, y su voz se volvió fría—. Sabes que él y yo somos amigos, tal vez no de clase que se ven cada fin semana, pero es mi amigo. Estoy preocupado. Si tan solo hubieras hecho lo que se te dijo... lo que Gabe te pidió.
Xander no entendía nada, y la incomodidad en la habitación era palpable. Isaac parecía no resistir más.
—Entonces, ¿eres amigo de Milán? —preguntó Xander, mostrando una sonrisa, tratando de calamar lo que estaba pasando—. Sigue siendo muy reservado con su pasado. En estos años solo hemos conocido a Isaac.
—Lo siento, no me he presentado —dijo Adam, extendiendo la mano—. Soy Adam Tate, un gusto conocerte. ¿Tú eres...?
—Soy el Agente Especial Alexander Arke.
—Agente Especial —repitió Adam, estrechándole la mano—. Entonces eres su compañero.
—En realidad, somos más como una familia —corrigió.
Adam observó a Isaac, la tensión entre ellos evidente y parecía que iba en aumento.
—Milán nunca nos ha mencionado, ¿verdad? Ni siquiera sobre Gabriel. Ella es su mejor amiga, casi su hermana, y yo... bueno, él y yo tenemos historia.
Xander sentía cada vez más curiosidad por conocer más acerca de ese hombre. Milán nunca hablaba mucho sobre sí mismo, era reservado hasta cierto punto. A pesar de haber pasado tantos años juntos, parecía que aún le gustaba guardar secretos o personas para él mismo.
Isaac, incapaz de soportar más, salió de la habitación, dejándolos solos. Necesitaba aire. Estar cerca de Adam removía cosas que no quería sentir, y podía intentar arrancarle la cabeza de forma literal. Mientras estaba fuera, se sintió asfixiado. Salió del hospital y no regresó hasta el atardecer, esperando que ese sujeto ya no estuviera. Cuando entró en la habitación, Adam se había ido. Solo estaba Xander, esperando para despedirse.
Isaac se sentó junto a Milán, las palabras de Adam resonando en su mente: «Si tan solo hubieras hecho lo que se te dijo... lo que Gabe te pidió». Lo peor de todo es que sabía que era cierto, Adam tenía razón. Si no le hubiera enviado aquel mensaje, Milán no estaría en ese estado.
Con lágrimas en los ojos, Isaac tomó las manos de Milán. Y por primera vez, en muchos años, rezo. Había dejado de creer cuando era niño; sus súplicas no habían logrado detener el sufrimiento que su padre le causaba. A pesar de que todos sabían lo que vivía, nadie jamás lo ayudó.
—Lamento haberte involucrado —susurró—. Podía oler tu miedo, escuchaba tu desesperación. Corrí tan rápido como pude, pero no fue suficiente, no soy tan fuerte. No pude protegerte. Ahora estás aquí, sin poder despertar, y todo es por mi culpa.
Isaac continuó disculpándose hasta que su voz y sus lágrimas se extinguieron. Pequeños movimientos sobre sus manos lo despertaron, casi imperceptibles. Los rayos de luz le daban directo en la cara, cuando su visión se aclaró, vio a Milán con una leve sonrisa en sus labios.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Isaac.
—Estoy bien —respondió Milán con una voz ronca—. ¿Xander? ¿Cómo está él?
—Está bien, él y todos están bien —contestó Isaac—. Lo siento, todo esto es culpa mía. Nunca debí pedirte ayuda.
—No es tu culpa —respondió—. Forma parte de mi trabajo: el peligro, las balas, los golpes; ni siquiera recuerdo cuántas veces he terminado en el hospital. Solo que no viene escrito en mi contrato. Así que no te culpes por algo que está fuera de nuestro control.
Milán entrecerró los ojos, mirando a Isaac. Se preguntó cómo es que había regresado a su vida, no antes, no después, sino en este preciso momento. Pensó que, si quería avanzar un poco más con él, debía ser honesto consigo mismo. Debía aceptar que le gustaba desde hace mucho tiempo y que tal vez ya estaba enamorado de él, aunque se negara a admitirlo.
—Buenos días —saludó una voz desde una esquina de la habitación.
Adam estaba allí de nuevo, sentado en un sofá, con los brazos y las piernas cruzadas.
—Buenos días —respondió Milán—. No pensé volver a verte.
—¿Qué haces de nuevo aquí? —preguntó Isaac.
—Vaya, tanta hostilidad. Estoy de visita, ¿acaso eso es extraño? —respondió Adam acercándose a la cama—. Nunca pensé verte en esta situación. Aún me sorprende tu capacidad para meterte en problemas y salir con vida.
—Me alegra saber que estás bien —dijo Milán—. Pero siendo honesto, no entiendo qué haces aquí. No creo que solo hayas venido a visitarme.
—Puedes creerlo o no, pero aquí estoy. Lo que no esperaba era presenciar esta escena romántica. Aunque debo admitir que hacen una linda pareja.
—Cállate —dijo Isaac.
—Entiendo que no me quieras aquí —Adam miró a Isaac y le dio una pequeña sonrisa—. En serio, Milán, me alegra verte bien. Hiciste lo correcto. No te sientas mal ni te disculpes. Salvar a un amigo siempre es lo correcto, sin importar lo que los demás digan.
Milán no se arrepentía de haber salvado a Xander, aunque en el proceso había tenido que matar a un hombre lobo. Pero nada podía arrebatarle la felicidad que sentía en ese momento.
Adam no dijo nada más y salió de la habitación. Milán no pudo evitar ver la tristeza en los ojos de Isaac. Solo que esta vez no era por él, habían pasado muchos años y al parecer verlo de nuevo le seguía doliendo.
—Tiene que revisarte un médico —dijo Isaac con frialdad—. También necesito avisarles a tus amigos. Xander se pondrá feliz cuando se entere de que has despertado.
Isaac salió de la habitación buscando ayuda y llamando a todos. El médico no tardó en llegar. Lo único que le importaba en ese momento era escuchar que Milán estaría bien y que solo necesitaría pasar una o dos noches más en el hospital antes de poder regresar a casa.
Milán sonrió al ver llegar a Emma y Xander.
—Barrieron el suelo contigo —dijo Emma reprochándole—. No permitas que esto vuelva a suceder. Estás haciendo quedar al FBI como unos tontos.
—Los besos de Isaac tardaron en hacer efecto —agregó Xander—. En los cuentos, las princesas despiertan después del primero.
—Eso es porque soy un príncipe —respondió Milán con humor—. Tenemos el sueño más profundo.
—Idiota, ya estás haciendo bromas —susurró Isaac.
Xander observaba a su amigo en la cama intentando bromear. Bajó la cabeza, hundiéndola en sus propios hombros como si no quisiera estar allí.
—Xander —Milán lo llamó—. Ven aquí. No pasé por todo esto para que te sientas mal.
Entonces Xander comenzó a llorar. Las lágrimas brotaban de sus ojos, recorriendo sus mejillas y cayendo al suelo. Intentó detener las lágrimas y ahogar sus sollozos con las manos, deseando ser fuerte, quería actuar con valentía, pero lo que sentía era más fuerte que él.
—Gracias por ayudarme —dijo y lo abrazó.
—Estoy seguro de que cualquiera aquí haría lo mismo —respondió Milán—. Aunque si sigues apretándome así, me romperás otra costilla.
Milán se recostó y quedó profundamente dormido. Todos se marcharon al verlo descansar, incluso Isaac. Despertó, sintiéndose desorientado; el sol comenzaba a filtrarse por entre las rendijas de las cortinas. Había dormido hasta el día siguiente. Al abrir los ojos, notó que Isaac no estaba a su lado. En su lugar, una mujer con uniforme azul estaba allí.
—Hola —saludó Milán—. ¿Puedo irme a casa?
—Tu novio está preparando todo —respondió la enfermera con una sonrisa—. Cuando él regrese, podrás irte.
Esa primera frase tomó su cerebro por sorpresa y sonrió como un tonto. «Novio». Le gustó cómo sonaba, que asumieran que Isaac y él eran una pareja.
—Gracias —dijo—. ¿Podrías ayudarme a llegar al baño? Necesito ducharme.
El trayecto al baño se volvió eterno. Lo que normalmente tomaba segundos ahora eran minutos. La enfermera lo ayudó, incluso en la ducha, algo que detestaba en su estado. Mientras se vestía, notó algo extraño. A lo largo de su brazo había varios tatuajes que ya conocía, pero la superficie de estos bajo su piel ya no era lisa; sentía los bordes de sus tatuajes. Al tocar cada figura, una voz resonó en su mente. «Caos» al rozar el nudo de Dara, «Fuerza» al deslizar los dedos por la cabeza de un toro, y «Equilibrio» al tocar el Awen.
Reflexionó un poco mientras se vendaba, pero sentía que no era el momento para seguir pensando en algo que no estaba bajo su control. Finalmente, Isaac regresó y lo esperaba de pie junto a la cama.
—Te han dado el alta —dijo Isaac—. Xander está en el estacionamiento esperándonos.
Milán sonrió y asintió. Lentamente, se incorporó y, con la ayuda de Isaac, salieron del hospital. Xander esperaba ansioso con una sonrisa de alivio al ver a su amigo mejorado.
Isaac lo ayudó a entrar al auto mientras Xander los seguía en el suyo. A pesar del dolor y las heridas, Milán sentía una paz interior al estar rodeado de personas que quería. El luminoso cielo estaba completamente despejado. Un pequeño cuervo volaba sobre ellos, sus alas extendidas y poderosas cortando el aire con gracia. Sus plumas eran de un negro iridiscente, brillando con un resplandor que no era natural. Los bordes de sus alas estaban delineados en un azul profundo, y cada vez que batía sus alas, dejaba un rastro de sombras en el aire, como si pintara el cielo.
Mientras el auto avanzaba, Isaac tomó la mano de Milán y el cuervo se apartó de su vista.
—No volveré a dejarte solo.
Milán, sintiendo la sinceridad en las palabras, sonrió.
—Gracias.
—Tengo todo listo en tu casa —añadió Isaac—. Me quedaré contigo hasta que estés mejor.
—No necesitas ser mi enfermero.
—Quiero cuidar de ti —respondió con firmeza—. Ya te lo dije, ahora que estamos juntos, no te dejaré solo.
«Juntos». Isaac no sabía exactamente qué significaba esa palabra. Tal vez eran novios, amigos, incluso amantes.
—Aprovechemos este tiempo —dijo Milán—. Maté a uno de los tuyos. Sé que vendrán por mí. Pero si tienes que elegir, no me elijas a mí.
Isaac le sostuvo la mirada, sus ojos llenos de una mezcla de ternura y enfado.
—Podría darte todo lo que soy, pero aun así, sigo siendo un lobo, Milán. No tengo por qué elegir.
—Un lobo es tan fuerte como su manada —reconoció Milán. Y una furia ardió en su pecho—. Un lobo solitario es presa fácil. No quiero eso para ti, no es justo.
El auto derrapó en medio de la calle e Isaac se detuvo intempestivamente.
—Dijiste que estabas bien conmigo, que te sentías bien a mi lado —añadió y golpeó el volante—. Quiero al menos intentarlo. Quiero saber si tú y yo podemos funcionar. No me importa pertenecer a una manada.
Isaac intentó mantener la calma, pero en realidad tenía ganas de golpear algo. Nada lo enfurecía más que el complejo de salvador de algunas personas, y desafortunadamente Milán era una de ellas. Agradeció que no insistiera en el tema y que aceptara sus palabras sin discutir. Esperaba que Milán no sintiera culpa, remordimiento o preocupación; no era su culpa que no tuviera una manada.
El viaje continuó en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Milán se quedó mirando por la ventana, observando cómo el paisaje pasaba rápidamente, mientras Isaac mantenía su mirada fija en la carretera.
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