Capítulo 3
Isaac recordaba con claridad el día en que aceptó ser mordido, ese día que Adam le ofreció la oportunidad de escapar de su tormento. La esperanza lo cegó y no dudó en aceptar. La transformación le otorgó la fuerza que creía necesitar, pero el precio a pagar era su propia humanidad. Desde entonces, su vida se dividía entre el hombre y la bestia. La bestia poderosa y feroz podía enfrentar cualquier peligro, pero el hombre seguía vulnerable a los fantasmas de su pasado.
El tormento de su infancia, causado por quien debía amarlo incondicionalmente, aún lo perseguía. Tras la muerte repentina de su padre, Isaac sintió una liberación mezclada con un vacío insondable. Ahora libre, pero a la deriva, en un mar de emociones encontradas, él intentó aferrarse a Milán, un chico con el que solo compartía su cumpleaños. Sin embargo, algo siempre lo detenía, impidiéndole expresar sus verdaderos sentimientos. Decidió marcharse en busca de su identidad y su lugar en el mundo, anhelando un día volver y pertenecer al mundo de Milán, ese que estaba lleno de luz y esperanza, en contraste con la oscuridad que lo rodeaba.
Caminaron juntos fuera del edificio, y la tensión entre ambos era palpable. Isaac, con un tono entrecortado, mencionó la actitud hostil de los amigos de Milán.
—No sé qué les pasa a tus amigos, me amenazaron. Y tú no hiciste nada. Quiero pensar que tal vez vieron algo en mí, algo bueno, algo que tú no has querido ver.
—No es igual —respondió Milán con mirada baja—. Siempre te he visto desde que éramos pequeños. Pero esa noche, cuando te vi con garras y colmillos... te tuve miedo, tu mirada estaba vacía, podía ver tu necesidad de sangre. No eras lo que pensaba, quisiste matarme, no podía confiar en ti.
—Confiaste en Adam, sabiendo que era igual a mí —replicó, molesto.
—No había opción, no la había.
—No es un reclamo —comentó Isaac, mirando al cielo—. Dejaré la historia a donde pertenece y me enfocaré en lo importante. En este momento, solos tú y yo, alejados de todos. La verdad es que no puedo imaginar algo mejor que esto.
—Lamento ser tan idiota —respondió Milán con voz temblorosa—. Lo siento, sé que debí responder. Es... solo que... tuve miedo, pero no de ti...
—Ya no importa. Sé que a veces contigo... todo es complicado y extraño.
El cielo, como un lienzo de acuarela, se teñía de un suave tono azul con nubes que se movían con gracia casi imperceptible. Ambos de pie frente a frente, sus miradas se entrelazaban en un baile silencioso. El tiempo parecía haberse detenido, dejando solo un espacio para ellos dos. Sin previo aviso, como una ráfaga de viento cálido, Isaac envolvió a Milán en un abrazo, fuerte y tierno, dejando claro lo que sus palabras no podían expresar.
—Tú eres una de las personas más importantes para mí —le susurró, y la intensidad de su mirada hizo que el mundo pareciera detenerse. Sus manos le acariciaron el rostro, guiándolo hacia un beso sencillo, casi tímido, que rozó sus labios con una delicadeza mágica.
Un escalofrío recorrió sus cuerpos, erizándoles la piel y robándoles el aliento. Al separarse, Isaac tenía una sonrisa radiante que iluminaba su rostro. Por fin se atrevió a hacerlo. Se echó a correr, alejándose con pasos ligeros, dejando a Milán con las piernas temblorosas y una sensación de irrealidad palpitando en su pecho. Aún aturdido por la intensidad del momento, tocó sus labios. No era la primera vez que besaba a alguien, pero nunca antes un beso lo había transportado a otro mundo, a un lugar donde la realidad se difuminaba y solo existía la magia. Un simple roce de labios había despertado en él un torbellino de emociones y sueños.
Lentamente, Milán volvió a la realidad, con una sonrisa radiante y sincera, reflejando el universo de emociones que ahora habitaba en su corazón.
Era viernes, la noche sagrada para su ritual de desahogo después de una ardua semana de trabajo. Las luces tenues bañaban a Milán y sus amigos en un cálido resplandor, mientras las risas y el tintineo de las copas llenaban el aire.
—Nada de hablar del trabajo, ¿de acuerdo? —gruñó Milán alzando la voz por encima del bullicio—. Estamos aquí para distraernos.
Emma y Xander encontraron rápidamente lugar en la barra.
—¿Crees que Isaac quiera venir? —preguntó Emma con un guiño travieso en dirección a Milán.
—Seguro tiene cosas más importantes que hacer —intervino Xander, encogiéndose de hombros—. Aunque puede que, tal vez venga corriendo si alguien se lo pide.
—Tal vez si no lo hubieran amenazado —susurró Milán, llevando su cerveza a los labios.
—¿Qué has dicho? —preguntó Emma—. No escuché muy bien, repítelo.
—Que le enviaré un mensaje.
Milán:
¡Hola! Estoy con los chicos tomando algo.
¿Te gustaría venir?
Isaac:
Envíame la ubicación.
El lugar era sencillo, sin pretensiones, tal como le gustaba a Isaac. Era espacioso, con una amplia barra que te envolvía en un ambiente sociable, pero que al mismo tiempo brindaba cierta privacidad. Buscó a los chicos entre las mesas y los vio en la barra, riendo y charlando animadamente. Su amigo parecía feliz, realmente se estaba divirtiendo con esos peculiares personajes.
—¡Hola, chicos! —saludó Isaac con una sonrisa—. Espero no terminar arrestado esta noche, prometo comportarme lo mejor posible.
—Ven y siéntate aquí —dijo Xander, palmeando el taburete vacío a su lado—. Solo asegúrate de cuidar a nuestro chico y no habrá problemas entre nosotros.
El recibimiento fue cálido y acogedor. Parecía que lo conocieran de toda la vida, como si la incómoda experiencia del arresto se hubiera esfumado por completo. Milán observaba a Isaac, notando algo diferente en él esa noche. A pesar de que ya se estaba acostumbrando a verlo con frecuencia, esta vez había algo que lo intrigaba. De pronto, una ráfaga de viento frío le trajo un aroma peculiar, una mezcla de madera y cenizas, como el perfume de un bosque después de un incendio, un aroma que transmitía renacimiento.
Isaac se sentó entre Xander y Emma, quienes lo acribillaron a preguntas. La expresión de Milán se tornó un poco tensa cuando le preguntaron por su familia. Pensó que la conversación se tornaría incómoda, pero no fue así. Después de años, Isaac ya no era el chico frágil y quebrantado que había conocido.
—Basta de hablar de mí —dijo Isaac—. ¿Qué más haremos esta noche?
—Es noche de karaoke —comentó Emma.
—Milán canta muy bien —reconoció Isaac, dirigiéndole una mirada cómplice.
—¡Cállate! —exclamó, sonrojándose ligeramente.
Isaac se levantó de su asiento y se dirigió al escenario con paso seguro. Habló brevemente con el encargado del karaoke y la música comenzó a sonar. Jugó con el micrófono en sus manos por un momento.
—Do you hear me? I'm talking to you —entonó Isaac, mientras señalaba a Milán a lo lejos—. Across the water, across the deep blue ocean, under the open sky, oh my baby I'm trying.
Isaac cantaba muy mal, pero cuando terminó, una ola de gritos y aplausos resonó entre la gente del bar. Emma y Xander pidieron una botella de tequila y lo esperaron para brindar. Ninguno quería que la velada llegara a su fin, pero sabían que era inevitable.
Isaac y Milán se despidieron de los otros dos y comenzaron a caminar.
—¡Por favor, que llegues sano y salvo a casa! —gritó Xander.
—Yo me encargo —respondió Milán.
—Le hablaba a Isaac —replicó Xander con una sonrisa pícara.
—No puedo prometerlo —respondió Isaac—, ya sabes cómo es él, pero haré lo posible.
Las calles vacías y la luz tenue de las farolas creaban una atmósfera íntima. Milán miró al cielo, fascinado por el infinito lienzo de estrellas que se extendía sobre ellos. Tomó la mano de Isaac y la entrelazó con la suya, sintiendo la calidez de su piel.
—Esa canción... —susurró Isaac, con la mirada perdida en el cielo.
—Lo sé.
Un silencio cómplice se apoderó de ellos. Ambos tenían mucho que decir, pero las palabras parecían atascarse en sus gargantas. Isaac lo invitó a su departamento y Milán no se negó.
Al llegar, la atmósfera se volvió aún más densa. La necesidad de hablar era palpable, pero las palabras seguían siendo esquivas.
—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Isaac, finalmente tratando de romper el hielo.
—¿En serio te gustó? —se atrevió a preguntar Milán, con la voz quebrada.
Isaac no pudo evitar sonreír. Sentía que toda la noche había sido un preámbulo para este momento. Despacio, se acercó a Milán, que dejó caer la cerveza al suelo mientras ambos caían en el sofá en un torbellino de besos, mordiscos y caricias. El corazón de Milán latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. Isaac era tan diferente, y eso lo asustaba, pero también lo atraía irremediablemente.
—Eres tan atractivo —murmuró Milán—. Tu cuerpo, tus ojos, tus labios, tu sonrisa... eres hermoso.
Isaac intentó articular alguna palabra, pero Milán posó su índice sobre sus labios, acercándose aún más y atrapándolo contra el respaldo del sofá con sus piernas alrededor de su cintura. Sentía la erección presionando contra su abdomen, una sensación que encendió aún más su deseo. Rozó su boca con la de Isaac, besándolo con furia. Sus manos se deslizaron con avidez por debajo de la camiseta hasta que esta terminó en el suelo. Materializando la fantasía que había estado rondando su mente desde el primer beso.
—Espera un momento —dijo Isaac, alejándose ligeramente—. ¿Estás seguro de esto?
—Completamente.
Isaac dejó de lado cualquier inhibición. Su boca se encontró con la de Milán en un beso devorador, como si no hubiera mañana. Quería grabar en su memoria el sabor de sus labios y la textura de su piel. Intentó desabotonar la camisa de Milán, pero sus dedos torpes y temblorosos lo traicionaban. Suspiros y gemidos ahogados se mezclaban con los besos apasionados. Finalmente, con un gesto casi desesperado, Isaac le rasgó la camisa, dejándolo con el torso al descubierto.
Isaac lo tomó por la cintura y ambos se pusieron de pie. Sus ojos se transformaron, tornándose de un color amarillo casi dorado mientras lo miraba con una intensidad salvaje. Sus dedos se movieron con rapidez, deshaciéndose de los pantalones de Milán con una destreza casi insana. Sus garras, ahora visibles, se deslizaron con delicadeza.
—Isaac... —gimió—, por favor, guárdalas.
—Son parte de mí. ¿Por qué debería ocultarlas? —respondió con voz ronca.
Milán, sin pensarlo dos veces, lo tomó por la cintura y lo azotó contra la pared con una fuerza sorprendente a pesar de la diferencia de complexión. Recorrió con la mirada el dorso de Isaac, sus duros músculos, su pequeña cintura y esas pequeñas líneas que se marcaban bajando hasta su pantalón. Le sujetó las manos por encima de su cabeza y lo miró fijamente a esos ojos amarillos que, a pesar de los años, aún reflejaban una pizca de tristeza. Sabía que con un solo movimiento Isaac podría liberarse de su agarre, pero no lo hizo.
—¡Guárdalas! —exigió con voz firme.
Entonces sus garras y colmillos se retractaron y sus ojos volvieron a su tono café oscuro habitual. La sensación de ser dominado le había resultado excitante. Ambos cuerpos ardían de deseo. Isaac anhelaba tocar a Milán, pero le fascinaba verlo así, mostrando un lado dominante, rudo y lleno de carácter.
Milán lo llevó hasta la cama. Comenzó a besar su cuello y lentamente fue descendiendo, lamiendo y mordiendo sus pezones. Las mordidas hicieron que Isaac se quejara, un sonido que lo excitó aún más. Las marcas que dejaba desaparecían más rápido de lo que él las hacía.
Milán tomó las piernas de Isaac y las colocó alrededor de su cintura, dejando caer su cuerpo sobre él. Sus pechos estaban juntos y ambos podían sentir la respiración del otro. Milán comenzó a moverse arriba y abajo, creando fricción entre sus miembros. Ambos deseaban más que eso, podían sentirlo.
—¡Oh Dios! —exclamó Isaac.
Milán tomó una almohada para ponerla debajo de la cadera de Isaac, elevando así sus piernas. Jugaba con él, creando desesperación.
—¿No es tu primera vez? —preguntó Milán.
—No.
Milán se relajó; pero era la primera vez que se preocupaba por el placer del otro, no solo por el propio.
—¿Lo estás disfrutando?
—Lo haces bien.
—¿Estás seguro?
—Deja de hablar —respondió, intentando no gemir y apretando las sábanas entre sus dedos—. Solo sigue.
—Abre tus piernas —exigió Milán mientras le acariciaba el vientre.
Su mirada estaba llena de lujuria; no había duda ni pudor, solo un deseo que se extendía por todo su cuerpo. Isaac detuvo sus piernas con manos a la altura de sus tobillos. Milán no podía dejar de verlo y con cada empujón, con cada centímetro dentro. Isaac se arqueaba, su cara estaba llena de sudor y sus piernas temblaban.
—Más despacio —mencionó Isaac. Su respiración se volvió agitada, su rostro estaba rojo y no dejaba de sudar.
Milán se congeló.
—Dijiste que no era tu primera vez —respondió con voz ronca mientras buscaba su rostro.
—No lo es —dijo Isaac con un hilo de voz—. Es solo que...
Isaac vio cómo el rostro de Milán cambió. Sus cejas se enarcaron, separó sus labios para dejar salir una fuerte exhalación. Su mirada se volvió lasciva y retorcida; sus manos tomaron las piernas de Isaac y empujó todo dentro, brusco, fuerte, sin remordimiento.
Un gruñido rasgó la garganta de Isaac. Milán lo estaba penetrando sin delicadeza. La invasión no fue desagradable; deseaba tenerlo más profundo, que no saliera. Su cuerpo reaccionó, no de la forma que esperaba: había dolor y placer, algo en él hormigueaba y lo volvía loco.
Milán se levantó sobre sus rodillas. Las piernas de Isaac estaban sobre sus hombros, lo que le permitió llegar más profundo. Sus brazos rodearon a Isaac, su cara contra su cuello, respirando tranquilamente, y comenzó a moverse, lento, despacio, dentro y afuera.
Isaac por fin lo sintió y fuertes gemidos salían desde el fondo de su garganta. Ese malestar, todo ese dolor, se había ido y finalmente se convirtió en placer. La fricción dentro de él era mágica, no quería que terminara.
Milán seguía con la cara sumergida en el cuello de Isaac, diciendo palabras sin sentido. Tomó sus labios en un beso dulce y se enterró aún más profundo. Continuó con sus movimientos, entregándose a su placer. Su cuerpo se estremeció, gruñía sobre los labios de este y se aferró a él. Isaac sintió el palpitar del pene dentro de él mientras las descargas de Milán llenaban el condón.
—Lo siento —dijo apenado mientras salía de Isaac—. No debió ser así, soy un idiota.
Milán se levantó de la cama, se retiró el condón y lo arrojó a un cesto que estaba cerca.
—¿Pude detenerte de haberlo querido?
Milán se recostó a su lado y su mano acarició su pecho.
—Creo que debes una camisa.
—Lo sé, prometo comprarla.
Isaac lo envolvió con fuerza entre sus brazos y así se quedaron dormidos.
Los árboles, con troncos robustos y ramas entrelazadas, formaban un frondoso dosel verde que cubría gran parte del área. Milán se encontraba descalzo y desnudo, su visión nublada por la falta de sus anteojos. Sentía frío y su cuerpo dolía con cada paso que daba. Aunque sabía que era un sueño, la experiencia parecía muy real.
—No dejen que escape —escuchó una voz a lo lejos. Giró la cabeza, tratando de seguirla. Los lamentos y el crujir de huesos se convirtieron en aullidos. En medio del bosque, pudo sentir cómo la energía que emanaba de cada hoja y corteza rugosa recorría su cuerpo. De repente, presenció cómo un grupo de personas y lobos atacaban a alguien en perfecta sincronía. Los atacantes eran figuras sombrías, con ojos brillantes que reflejaban la luz de la luna. La persona atacada parecía indefensa, luchando por su vida contra las bestias feroces.
Sus miradas se cruzaron solo unos segundos. Los ojos de esa mujer estaban llenos de furia e impotencia.
—Huye —le susurró ella.
Milán intentó moverse, deseaba ayudarla. Su cuerpo seguía sintiéndose frío, pero en algún momento percibió el calor de unos brazos rodeándolo.
Milán despertó con una extraña sensación por todo el cuerpo. Las piernas peludas de Isaac entrelazadas con las suyas, su respiración tranquila sobre su nuca. Se levantó intentando no despertarlo y entró al baño. Un cosquilleo eléctrico recorría su cuerpo, una sensación placentera que se desvanecía gradualmente. Al mirarse en el espejo, notó una figura en su brazo a la altura de su hombro: dos serpientes gemelas entrelazadas. Pensó que seguía soñando. Agachó la cabeza y se sostuvo del lavamanos. La sensación eléctrica desapareció y, cuando volvió a verse, el tatuaje había desaparecido.
Regresó a la cama, pensando que soñaba despierto. Isaac lo envolvió en un abrazo cálido que lo tranquilizó.
El aroma del café lo despertó. Al abrir los ojos, vio a Isaac de pie, vestido solo con una holgada camiseta. Se sentó en el borde de la cama y observó su ropa cuidadosamente doblada en una silla junto a una camisa limpia. Si había sido un sueño, el tatuaje no estaba.
Después de vestirse, se acercó a Isaac por detrás y lo rodeó con sus brazos, intentando darle un beso.
—Ni lo intentes —dijo Isaac con una sonrisa, apartándose ligeramente—. Tu aliento no es precisamente agradable. Ve a lavarte los dientes.
Al salir, encontró el desayuno servido sobre la mesa. Isaac, ya vestido, revisaba su teléfono con el ceño fruncido. De repente, suspiró profundamente.
—¿Todo bien? —preguntó Milán, notando la preocupación en el rostro de Isaac.
—Es... nada. No te preocupes —respondió Isaac, intentando sonreír, pero la preocupación no abandonaba sus ojos.
Milán decidió no insistir, pero una sensación de inquietud se instaló en su pecho. El día apenas comenzaba, y ya había demasiadas preguntas sin respuesta. Se sentaron a desayunar en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos.
Isaac se levantó de repente, agarrando sus cosas con prisa.
—Tengo que irme. Nos vemos luego —dijo antes de salir rápidamente por la puerta.
Milán se quedó en la mesa, observando la taza de café aún humeante de Isaac.
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