Capítulo 20
Isaac flotaba en una nube, atrapado en un estado ambiguo entre la realidad y la inconsciencia. Las sensaciones eran fragmentos incoherentes: una masa densa en su mente, el martilleo de pasos apresurados que parecían rodearlo. Intentó abrir los ojos, pero la visión borrosa solo le mostraba formas vagas, un paisaje tan irreconocible como lo descompuesto de sus pensamientos.
Cuando logró enfocar, una figura conocida emergió del caos. Wólfram estaba a su lado, más imponente que nunca, su porte firme contrastaba con la agitación del entorno. Isaac se aferró a esa imagen, intentando encontrar estabilidad en su mente confusa. Solo que algo más captó su atención: una sensación gélida que emanaba desde una habitación cercana. Era un pulso constante que hacía vibrar el aire, una amenaza silenciosa que le helaba la sangre.
Antes de que pudiera procesarlo, un movimiento fugaz al fondo del pasillo lo hizo tensarse. Entonces, alguien apareció junto a Wólfram, su presencia irradiaba autoridad y un destello de confort. De sus manos surgieron chispas de energía que se entrelazaron a su alrededor, formando hilos luminosos que serpenteaban en patrones hipnóticos. Con un gesto decisivo de sus dedos, liberó una explosión que resonó en el lugar como un trueno, sacudiendo los cimientos del edificio.
El impacto arrojó a Isaac al suelo. El dolor agudo en su espalda lo devolvió al presente con una claridad punzante.
—¡Verena! —exclamó Wólfram, girándose hacia ella con sorpresa y alivio en su voz—. Pensé que habías muerto.
—Gredel escapó. El Das Vakuun se abrió. —Respondió ella, su tono era cortante, calculador. Sus ojos se movían rápidamente, evaluando el caos a su alrededor.
Isaac, aún aturdido, notó algo extraño en su interior. Una energía desconocida y vibrante latía en lo más profundo de su ser, como un torrente que amenazaba con desbordarse. Miró a Wólfram y Verena, buscando respuestas como si ellos las tuvieran. Ambos de forma inexplicable le transmitían una calma inquietante.
De pronto, un lobo blanco emergió del fondo del pasillo. Su tamaño descomunal y sus ojos rojos destellaban algo que electrizaba el ambiente. Para Isaac, no había miedo; en cambio, sintió una conexión profunda. Se puso de pie tambaleándose, incapaz de apartar la mirada de la criatura.
—Isaac, quédate ahí —ordenó Wólfram, su voz era severa. Verena asintió, reafirmando la instrucción con un gesto breve.
A pesar de la advertencia, los pies de Isaac parecían moverse por voluntad propia, siguiendo a los dos hacia el corazón del caos. Al girar en una esquina, su mirada se posó en una niña de cabello oscuro que brincoteaba cerca de Xander, Julia y Eliot. Pero algo en su presencia lo inquietaba profundamente, una sensación visceral que el lobo pareció compartir, soltando un gruñido bajo y amenazante. Dio un vistazo buscando a Milán por algún lugar, pero no estaba entre ellos. Lo vio subiendo las escaleras, cerca de su oficina. No se movía, parecía petrificado.
Verena comenzó a manipular la luz, creando hilos con rapidez. Sus ojos brillaban con un intenso color púrpura mientras tejía una red en el aire, cada movimiento era calculado, preciso.
—¿Aún recuerdas qué hacer? —preguntó con voz tensa.
Sin responder, Wólfram se quitó la chaqueta y remangó su camisa. Sus ojos se oscurecieron hasta volverse negros como un abismo. En un acto deliberado, se hizo un corte en las muñecas. La sangre brotó rápidamente, pero no tocó el suelo. En su lugar, se transformó en una bruma rojiza que se extendió por el piso y elevándose por las paredes, cubriendo todo a su paso.
La bruma tocó a la niña, y como si fuera toxica le hizo dar un grito desgarrador que cortó el aire. Su cuerpo comenzó a contorsionarse, despojándose de su apariencia infantil para revelar una figura adulta. Wólfram cerró los puños, intensificando el flujo de sangre y haciendo la bruma más densa, hasta convertirla en una niebla impenetrable.
Verena redobló sus esfuerzos, los hilos de luz ahora eran gruesos y parecían contener el viento. Se deslizaron rápido y envolvieron a Xander y Julia en una especie de capullo compacto, pero no pudo llegar a Eliot, él estaba más lejos. Isaac intentó avanzar, pero el lobo blanco bloqueó su camino. Al cruzar miradas, entendió que no podría hacer nada, y el animal le transmitió un consuelo silencioso.
La mujer soltó una risa amarga que resonó en la niebla.
—¡Muere! —gritó, su voz era un eco sobrenatural que los estremeció. Y se desvaneció en la espesura de la niebla, dejando tras de sí el cuerpo inerte de Eliot.
Un silencio pesado se instaló en la sala. Wólfram avanzó hacia Eliot y lo tomó en brazos con delicadeza. Acarició su rostro, mostrando una ternura que Isaac nunca había visto en él. Murmuró palabras en un tono tan bajo que nadie más pudo escuchar, y con un gesto casi reverencial, dejó caer unas gotas de su sangre en los labios de Eliot.
La niebla no se disipó. En cambio, proyecciones comenzaron a manifestarse, como sombras que danzaban en el aire. Isaac vio a un niño corriendo por los prados, rodeado de risas. Pero las imágenes cambiaron rápidamente, mostrando al mismo niño convertido en un hombre consumido por una enfermedad.
—Leone... Leone... —la voz de Wólfram estaba cargada de una angustia desgarradora, mientras sostenía a Eliot.
Isaac observaba con una mezcla de curiosidad y tristeza. Entendió que eran fragmentos de un pasado que Wólfram, momentos que no le había compartido. Las proyecciones se intensificaron, mostrando a Wólfram debilitado, postrado en lo que parecía una cama, hablando a la nada.
—No tengo miedo a morir —decía—. Solo haz que este dolor se detenga.
—No he venido a llevarte. —Respondió una voz desconocida—. He venido a ofrecerte una segunda oportunidad.
El momento se desvaneció, dejando a Wólfram con lágrimas en el rostro. Isaac, impotente, sintió una mezcla de tristeza e impotencia por el sacrificio que veía reflejado en su amigo.
—Te lo dije. Fuimos hechos para luchar contra algo poderoso. —Hablo Verena—. Ella es ese algo en lo que Milán se puede convertir. Solo viste una pequeña parte de su poder, mientras más tiempo pase entre nosotros más fuerte se volverá.
Isaac quiso hablar pero no pudo. Verena solía ser serena y calmada. Dura y ruda, pero ahora su voz se escuchaba diferente, como si algo de miedo recorriera su cuerpo.
—Ella le arrebato a Wólfram alguien importante, lo que más amaba. Y ni con todo su poder lo pudo recuperar —continúo—, peleo para proteger a los demás y perdió todo lo que tenía. Se reveló y lo castigaron, lo condenaron a vivir una vida eterna, de soledad.
Verena, había permanecido concentrada en mantener la red de luz, se acercó a Wólfram y le susurró.
—Lo puedes hacer, pero aun no es suficiente.
Sus ojos brillaban con una intensidad feroz mientras se acercaba más a él y colocaba una mano sobre su hombro. En ese contacto, la energía de ambos se entrelazó, creando un aura que se expandió rápidamente, empujando la niebla hacia los bordes del espacio. La presión en el ambiente se hizo insoportable; incluso Isaac, que estaba más lejos, sintió cómo el peso invisible aplastaba su pecho.
—Wólfram, lo que estamos enfrentando no es una simple manifestación. Es el eco de lo antigua y poderosa que es —dijo Verena con voz apremiante.
Él asintió lentamente, sabia la verdad pero no quisiera admitirla. Su mirada estaba fija en el cuerpo de Eliot. Finalmente, dejó escapar un suspiro profundo, uno que parecía contener siglos de agotamiento.
—Necesito tiempo, no sé si pueda hacerlo —respondió.
Verena cerró los ojos por un momento. Alzó ambas manos, y los hilos de luz que había tejido comenzaron a formar un círculo alrededor de ellos. Era un patrón intrincado, cargado de runas antiguas, símbolos que destellaban con un fulgor plateado.
Isaac dio un paso adelante, impulsado por un instinto que no podía explicar. Su mirada se cruzó con la de Verena, y por un breve instante, ella pareció vacilar.
—Isaac, no... —comenzó a decir Wólfram, pero se detuvo al notar que se volvía mas fuerte.
Era como si la energía que había estado latiendo dentro de él desde hacía rato finalmente encontrara una dirección. Isaac extendió una mano hacia el círculo de luz, y para sorpresa de todos, las runas comenzaron a responderle. Cambiaron de color, pasando de plateado a un azul profundo, y su ritmo pulsante se sincronizó con el de su respiración.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Verena, desconcertada. —Los hombres no pueden redirigir.
Isaac no respondió; ni siquiera estaba seguro de lo que ocurría. Solo sabía que no podía detenerse. La conexión con las runas era orgánica, como si fueran una extensión de sí mismo. En su mente, imágenes fugaces comenzaron a aparecer: rostros desconocidos, paisajes extraños y una oscuridad que parecía devorar todo a su paso.
De repente, la risa de Gredel resonó de nuevo, pero esta vez no venía de ningún lugar visible. Venia de todos lados, rodeándolos como un eco sin origen.
—No pueden hacer nada —dijo la voz, burlona y cargada de una malicia palpable. —Están tan rotos.
Wólfram se acercó a Eliot, le regalo un suspiro. Un aliento dorado que se podía ver entrar en su cuerpo. Se levantó, su postura era la de alguien que había tomado una decisión irrevocable.
—Hemos vivido lo suficiente. Ya te encerramos una vez, pero ahora, te vamos a matar —dijo con una calma aterradora.
Se volvió hacia Isaac y, por primera vez, una chispa de confianza brilló en sus ojos oscuros.
—Isaac, si puedes controlar esto, podrías ser nuestra única oportunidad.
Verena pareció dudar, pero finalmente asintió.
—Lo guiaré —dijo con firmeza, acercándose a Isaac y colocando una mano sobre su frente.
El contacto provocó una descarga de energía que recorrió a los tres. Isaac sintió como si todo su ser fuera arrastrado hacia un torbellino de luz y oscuridad. Pero en el centro, había una quietud, un núcleo que parecía ser la clave de todo.
—Enfócate en eso —dijo Verena, su voz resonaba tanto en el espacio como en la mente de Isaac—. Esa es la esencia de lo que somos.
Con un esfuerzo titánico, Isaac logró estabilizar la energía. Las runas a su alrededor comenzaron a brillar más intensamente, y la figura femenina soltó un grito desgarrador.
El lobo blanco, que había permanecido en silencio todo este tiempo, se acercó y se colocó a su lado. Sus ojos rojos parecían más vivos que nunca, y con un aullido, canalizó su propia energía hacia las runas.
La combinación fue devastadora. Una onda de energía explotó desde el centro, barriendo todo a su paso. Cuando el polvo se asentó, la figura femenina había desaparecido, y el cuerpo de Eliot comenzó a moverse débilmente.
Wólfram cayó de rodillas visiblemente agotado, pero aliviado. Verena también parecía al borde de sus fuerzas, pero su expresión era de satisfacción.
Isaac, por su parte, se dejó caer al suelo, completamente exhausto pero con una extraña sensación de paz. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que finalmente comenzaba a comprender su lugar en todo aquello.
—Esto no ha terminado —admitió Wólfram, y se puso de pie.
Isaac asintió débilmente, sabiendo que tenía razón. Pero por ahora, al menos, habían ganado un respiro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro