Capítulo 19
Isaac no pudo seguir la conversación; fueron interrumpidos por el sonido de las sirenas. Él se sentía agotado, como si alimentar a Wólfram lo hubiera drogado. Una extraña sensación en el estómago lo inquietaba, tal vez era por lo que acababa de descubrir.
Milán llegó corriendo, dejando atrás a Xander. Abrazó a Isaac y lo revisó: su ropa estaba llena de polvo y tenía heridas en las manos. El corazón le dio un vuelco al pensar en lo que pudo haber pasado. Era consciente de que, con todo lo que ahora sabía, ya no podría ver a Isaac igual y quizás las cosas no volverían a ser como antes, pero deseaba recuperarlo. En ese momento, entendió que sí estaba enamorado.
—Debemos hablar —susurró Milán mientras abrazaba a Isaac—. No quiero que nos alejemos. Lo que sucedió me tomó por sorpresa y mi reacción no estuvo bien.
—Lo entiendo, pero...
—Intentémoslo de nuevo. Te extraño.
—Todo ha cambiado —le dijo Isaac llevándolo a un lugar apartado mientras Wólfram hablaba con sus compañeros y Xander—. Tú, yo, mi familia...
—Lo sé. Pero pensar que algo te pudo haber pasado... No puedo, no quiero estar lejos de ti.
—El peligro es parte de este trabajo. No podías haberlo sabido.
—No uses mis palabras contra mí —Milán le dio unas palmadas en los hombros para sacudir el polvo—. Debería haberlo sabido. Dame otra oportunidad; sé que tenemos mucho que discutir...
—Nadie podía saber que esto pasaría —Isaac lo interrumpió y negó con la cabeza—. Wólfram y yo estamos bien.
—Él no me importa —Milán frunció el ceño—. No hablo de este momento, hablo de que te quiero a ti y todo lo demás. Tus manos no se han sanado; ya no eres un hombre lobo —dijo, creando una pausa incómoda entre ambos—. Ahora soy yo quien quiere protegerte.
Isaac no respondió de inmediato. Permaneció en silencio tratando de entender. De alguna forma, una parte de él se sentía a gusto con esa situación en la que Milán estaba claramente celoso.
—Soy humano, pero no débil —respondió con una sonrisa—. No olvides cómo terminó nuestra pelea.
—No estoy jugando.
—¿He dicho algo malo?
—Sí, Isaac. Lo has dicho —respondió Milán. No sabía cómo expresar lo que sentía sin parecer un tonto—. A partir de ahora seré yo quien te cuide.
Isaac no quería ser cuidado o depender de alguien. Se alejó unos centímetros como si quisiera huir, pero no lo hizo. Regresó y abrazó a Milán, con la esperanza de que a partir de ahora todo fuera mejor.
Esa mañana no fue el único suceso. La Interpol llegó con algunas caras familiares. Milán se sintió aturdido. Fue difícil ver a Eliot, Julia e Isaac juntos. Agradeció que Isaac ya no podría oír su corazón y oler sus emociones. Era difícil ser el anfitrión sin revelar su relación con ellos.
En la sala de reuniones intercambiaron información. Xander había avanzado lo suficiente en la recolección de datos sobre los sospechosos, familiares y amigos.
—Investigué a todos los trabajadores de la bodega y no encontré nada relevante al principio —dijo Xander levantándose y estirando las piernas—. Pero amo lo que la gente puede compartir en sus redes sociales.
—¿Eso tiene alguna relevancia? —preguntó Eliot moviendo el brazo en el aire.
—Cuando descubres que la novia de uno de los trabajadores es hermana de uno de nuestros sospechosos —explicó Xander—. Lo que ahora los conecta con todo.
Aunque pequeña, la información aclaraba un poco el panorama. Solo era cuestión de ir por ella e interrogarla. Milán salió de la sala de juntas para atender una llamada que fue muy breve.
—Julia, Eliot, ustedes vendrán conmigo al hospital —Milán los llamó. Y señaló a Xander y Wólfram—. Ustedes harán el interrogatorio.
Dentro del auto el ambiente era incómodo. Milán intentó crear algún tipo de conversación, pero solo pudieron balbucear tonterías. Miró al exterior por la ventana. Eliot lo observó detenidamente como si esperara que hiciera algún tipo de revelación.
—Lo sé —dijo Julia de la forma más tranquila posible—. Sé que estuviste metido dos semanas bajo las sábanas de mi hermano.
De repente, Milán freno de forma brusca en medio de la autopista. Sintió cómo la presión en su pecho se liberaba y volvió a respirar con normalidad. No sabía en qué pensaba cuando le pidió a Eliot no decir nada. No debía ser un secreto; eran dos adultos que tuvieron sexo. No le debía nada a Julia, así que no había problema.
—Entonces le contaste —dijo Milán acelerando, sin dejar de ver el camino.
—No, pero de haberlo hecho no habría ningún problema —Eliot se inclinó un poco y levantó los hombros.
—Eres un idiota, Eliot —dijo Julia con decepción en su voz—. Sabías que estaba saliendo con alguien y aun así te acostaste con él. Apostaría a que nos trajo aquí porque su novio es alguno de sus compañeros.
El rostro de Milán se enrojeció de vergüenza.
—¿Eso es cierto...? —preguntó Eliot.
—Claro que lo es. Solo le quitaste las ganas de coger, eso es todo.
Lo que comenzó como una conversación se convirtió en una discusión que terminó al llegar al hospital. El cielo comenzó a oscurecer tan rápido que cuando bajaron del auto parecía que la verdadera noche había caído. Milán sintió que algo estaba mal; su cuerpo se lo gritaba.
—¿Qué es eso? —preguntó Eliot señalando al cielo.
El sol estaba prácticamente cubierto por la luna. De repente, la tierra tembló con tanta intensidad que perdieron el equilibrio.
—¿Están bien? —preguntó Milán. Y la sensación de peligro se intensificó, dejándolo paralizado.
Un disparo resonó no muy lejos. No tuvieron tiempo de preocuparse por otra cosa; los tres entraron al hospital. Subieron hasta la habitación de Thomas, quien los recibió con una lluvia de disparos.
—¡Agáchense! —gritó Eliot y disparó. Thomas cayó al suelo desde la cama; el golpe fue fuerte y seco.
Julia y Milán se cubrieron detrás de un escritorio; a un lado estaba el cuerpo sin vida de un guardia. El sospechoso no estaba solo, ya que los disparos no cesaron cuando él cayó. Era como estar en un día de campo para los tres; se sentían tan bien con la adrenalina al límite.
—¡Jack! ¡Jack Mon! —gritó Milán—. Tenemos a tu hermana bajo custodia. Sabemos que ayudaste a Thomas. Si no dejas de disparar, no podremos ayudarlo.
—¿Qué estás haciendo? —le susurró Julia.
Milán no respondió, dejó su arma en el suelo y se relajó. Cerró los ojos y por unos segundos dejó de preocuparse por lo que estaba ocurriendo. Tomó su pulgar izquierdo con su mano y jaló tan fuerte que lo rompió. Era la primera vez que hacía algo así; pensó que de esa forma podría acceder a sus habilidades, pues se habían activado cuando estaba en peligro. «Delirio» pronunció en voz baja y un fuego abrazador recorrió su cuerpo. Abrió los ojos y el laberinto tatuado en su brazo brilló tan fuerte que traspasó la manga de la chaqueta. No importaba el dolor; logró encerrar a Jack en una realidad distorsionada. Delirio lo guio creando ilusiones que parecían y se sentían reales, mostrando a Jack la muerte de todos y cada uno de sus familiares si no se entregaba.
No pasó mucho tiempo antes de que Jack saliera con las manos en alto y Eliot lo esposara. Fuera lo que fuese, había funcionado y por primera vez Milán se sintió poderoso; había protegido a dos personas importantes para él con el mínimo esfuerzo.
Milán admiraba la eficiencia de Julia y Eliot, observando cómo se movían y trabajaban con precisión. Por un momento, consideró la posibilidad de unirse a ellos. Si Eliot se lo hubiera pedido hace dos semanas, probablemente habría dicho que sí, pero ahora, esa opción ni siquiera era relevante. En el nido, los vio adaptarse rápidamente, hablando con su equipo como si se conocieran desde hace mucho tiempo.
—Treinta horas —dijo Xander, con un tono presumido—. Emma se volverá loca. Estamos mejorando.
—Eliot —intervino Julia, sonriendo—. Dile nuestro récord.
—Veintitrés horas, cuarenta y siete minutos. Fue la noche más larga de mi vida. Aunque no rompimos el récord de la unidad.
Pasaron el resto de la tarde organizando papeleo. Milán se sentía incómodo; no quería que Isaac y Eliot convivieran, pero era algo que parecía inevitable. Tal vez, si él estuviera entre ambos, todo sería más fácil.
Al salir de la oficina, algo extraño sucedió. Por unos segundos, sintió su cuerpo desconectarse de la realidad, como si estuviera congelado en el tiempo. Podía ver a todos sus amigos desde donde estaba, pero era incapaz de moverse. Al fondo, donde no podía ver, se escuchó un grito aterrador.
Una pequeña niña llegó dando saltitos, con un abrigo de botones blancos y un vestido blanco con flores amarillas. El corazón de Milán casi se detuvo al ver que la niña no tenía ojos, solo cuencas vacías. El miedo crecía más y más mientras la niña se acercaba. Recorría la oficina de un lado a otro como si todo a su alrededor fuera nuevo y quisiera explorarlo. Claramente, no era humana, o tal vez lo era, pero diferente. «¿Qué eres?», pensó Milán. La niña se volvió hacia él, como si hubiese leído su mente. Levantó una mano y lo señaló directamente. Milán sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una mano helada lo hubiera tocado.
La atmósfera se volvió densa, cargada de una energía oscura y opresiva. La niña volvió a avanzar hacia Milán. Cada paso resonaba en sus oídos como un eco profundo y ominoso. Sintió pánico, pero también una necesidad imperiosa de proteger a sus compañeros.
—¡No te acerques más! —gritó Milán, saliendo de la parálisis. Pero la niña continuó avanzando.
En un impulso, extendió su mano y los cinco tatuajes de su brazo brillaron con intensidad. Dejó que el poder de Delirio fluyera una vez más. El laberinto tatuado en su piel brilló con una fuerza cegadora, y la realidad comenzó a distorsionarse a su alrededor. Intentó encerrar a la niña en una ilusión, pero esta vez, la energía no funcionó. La pequeña llegó a él y lo tomó por la muñeca. Milán sintió cómo una energía oscura devoraba el poder de Delirio.
La menor sonrió de una forma que no encajaba con su apariencia inocente. Los ojos de Milán se encontraron con el lugar donde deberían encontrarse los de ella, o y en ese momento, sintió que una parte de su mente era invadida por una presencia desconocida. Cayó de rodillas, luchando por mantener el control.
—¿Qué eres...? —murmuró, esforzándose por mantenerse consciente.
La niña inclinó la cabeza, como si considerara su pregunta. Luego, su voz resonó con un eco perturbador en la mente de Milán.
—Soy una sombra, un eco de los miedos de alguien más. Soy como tú.
Milán sintió una oleada de recuerdos y emociones reprimidas, inundar su mente. Vio imágenes de su pasado, momentos de dolor y arrepentimiento. Vio a la pequeña como una mujer en un bosque, peleando con seres que la habían encerrado en una prisión de la que le tomó mucho tiempo salir. Gredel era su nombre. Era ella, la mujer de sus sueños, esa que apareció junto al primer tatuaje.
—No... Eres... real —logró decir entre dientes, concentrando toda su voluntad en resistir.
Con un grito de esfuerzo, Milán logró que sus tatuajes brillaran. Liberó una energía desde lo más profundo de su ser. La pequeña niña volvió a sonreír y le mostró su propio brazo, lleno de tatuajes iguales a los de él. No los hizo brillar, pero unas líneas emergieron en su piel y se unieron como uno solo. Movió su mano, y desapareció en un segundo.
El miedo de Milán se intensificó al ver a la pequeña caminar alrededor de sus amigos. Los reunió a todos en el mismo lugar; ellos ni siquiera estaban conscientes. Cuando pasó junto a Eliot, volteó a verlo y sus cuencas se iluminaron por un momento. Fue como si pensara que había encontrado algo importante en él.
«¿Cuánto tiempo había pasado?», se preguntó Milán. ¿Diez minutos, una hora, tal vez dos? Estaba de rodillas, sin poder moverse, solo podía ver a lo lejos a esa cosa y pensar que algo malo iba a pasar. Se sentía patético, quería ser valiente y hacer algo, pero no podía ni siquiera mover un dedo. ¿Por qué nadie venía? ¿Dónde estaba Isaac? ¿No había alguien que realmente pudiera ayudarles?
La pequeña Gredel gritó de dolor y el silencio se rompió. Una ligera bruma que apenas cubría el suelo tocó su cuerpo. Julia, Eliot y Xander cayeron al suelo, como objetos sin vida. Milán pudo ver a dos personas más adentrarse. Una de ellas tenía los brazos extendidos y de ellos salían largas tiras de luz, que parecían listones y envolvieron los cuerpos de sus amigos. La neblina se volvía cada vez más espesa, hasta convertirse en una niebla que impidió que pudiera ver algo más.
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