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Capítulo 18

La mañana siguiente, el invierno aún se hacía sentir con su frío, pero ese día el sol parecía más brillante y cálido que nunca. Milán miraba fijamente la puerta del ascensor, buscando una señal de que todo saldría bien. Caos le había abierto los ojos y ahora se cuestionaba si lo que sentía por Isaac, si lo que sentían ambos era real o simplemente era una codependencia enfermiza, un juego absurdo del destino. Y tal vez, solo tal vez tenerlo cerca era lo mejor para ambos. Estos pensamientos inundaron su mente y, no se sintió mal al respecto. Ahora el mundo real le resultaba aburrido en comparación con esta nueva existencia en la que apenas estaba adentrando. Esta nueva realidad lo estaba volviendo loco de manera irremediable, pero quería saber qué más le tenía reservado.

En ese momento, una mano cálida agarró su brazo y lo arrastró hacia el ascensor. Alexander Arke, «Xander», su inseparable amigo, le regaló una sonrisa reconfortante de esas que te hacen sentir que todo estará bien.

Al cruzar la puerta de cristal, Milán vio a Wólfram junto a Isaac, con su brazo alrededor de su silla, hablando bajito. Isaac mostraba esa sonrisa que tanto le gustaba. «¿Ahora eran muy buenos amigos?», se preguntó Milán. Había algo diferente, algo íntimo entre ambos, estaban tan cerca y la forma en la que los dedos de Wólfram le acariciaban el hombro hacía que Isaac sonriera aún más.

Milán experimentó una sensación desagradable que se extendió por todo su cuerpo. Estaba furioso de que otra persona estuviera tan cerca de su... en ese momento ni siquiera sabía cómo llamarlo, solo sabía que Isaac siempre había sido suyo. No tuvo tiempo de procesar sus emociones cuando Isa Jank, la subdirectora de seguridad, entró en la sala.

—No es necesario que se levanten —dijo cuándo todos intentaron hacerlo—. Solo daré un anuncio rápido. La Agente Especial Emma Díaz será removida de su cargo hasta nuevo aviso. En su lugar, el Agente Especial Milán Steel tomará su lugar.

Emma se levantó y salió junto a la subdirectora. Xander intentó hablar, pero ella solo le dio una mirada y él entendió que todo estaba bien. Milán se levantó y caminó hasta la cabecera de la mesa. Tomó su carpeta de documentos y sacó el expediente que la subdirectora le había entregado.

—Hace un par de noches robaron explosivos C4 de una empresa especializada en demoliciones —explicó—. Dos guardias murieron durante el robo y un sospechoso resultó herido.

De pronto, sintió un intenso choque de electricidad recorrer su cuerpo. No se detuvo, siguió hablando y explicando, mientras sentía el sudor, escurrir por su cara. Levantó la vista para asegurarse de que todos prestaran atención, pero en el fondo de la habitación vio una figura. Fue tan rápido que no pudo visualizar si era un hombre o mujer, pero distinguió un enorme abrigo con botones blancos. Volvió la vista al mismo lugar unos segundos después y solo vio un resquicio de oscuridad. Un momento que sintió eterno y lo invadió el terror.

—¿Crees que nos enfrentamos a un caso de terrorismo? —preguntó Xander.

—Todavía no lo sé con certeza —respondió Milán después de unos segundos—. Isaac y Wólfram, ustedes, irán al hospital para interrogar al sospechoso. —Dar esa orden fue difícil después de ver su cercanía—. Xander, consigue los videos de seguridad de la bodega y las áreas circundantes. Necesitamos identificar el vehículo en el que huyeron. Yo iré a la bodega, intentaré ver si a la policía se le pasó algo por alto.

Isaac no era el tipo de persona que se quedara callado durante mucho tiempo, pero desde que salieron no había pronunciado una palabra.

—¿Qué es lo que pasa por esa cabeza tuya? —preguntó Wólfram, estirando la mano para despeinarlo, pero no lo logro.

—Nada importante —respondió—. Creo que el que sea nuestro jefe. Mi jefe hará todo más extraño.

Había algo más ahí. Wólfram sintió la incomodidad en su respuesta y soltó una mano del volante para acariciarle el rostro, sus dedos rozando suavemente su piel.

—¿Estás seguro de que solo es eso? —preguntó lentamente—. ¿No estás molesto por la pelea de ayer? ¿O tal vez porque no ha intentado hablar contigo?

Isaac no respondió de inmediato, pero Wólfram entendía el asunto y comenzó a pensar en cómo animarlo.

—Quizás sea un poco de todo... Creo que dos semanas es suficiente tiempo para procesarlo. Él debería decirme algo, terminar con esto si es lo que quiere o intentar entenderme.

Isaac simplemente apoyó su cabeza en la ventana y cerró los ojos. Wólfram decidió no molestarlo hasta que llegaron al hospital. El sospechoso aún estaba inconsciente, así que solo tomaron sus huellas.

Milán no encontró nada en la bodega, así que regresó a la oficina. En el estacionamiento vio a Wólfram aparcar el auto. Intentó apresurarse, pero al final tuvo que compartir el elevador con ellos. El silencio fue incómodo. Pudo ver cómo Wólfram golpeaba con el codo a Isaac, y este reía. Se veía diferente: no solo era su cabello más corto, sino también su vestimenta. Solo habían sido dos semanas y había dejado de lado los jeans y las chaquetas militares; ahora usaba un traje de tres piezas sin la chaqueta, solo con el chaleco y la camisa arremangada.

Se veía sumamente atractivo, y Milán no podía disimular que lo miraba. Deseó estar en otro lugar, no encerrado en ese elevador. Cerró los ojos y trató de sacar esa idea de su mente. Aún no entendía sus habilidades, pero tal vez, si lo deseaba de verdad, podría desaparecer.

En la oficina, Isaac revisaba las huellas en el sistema. Durante los primeros minutos, parecía que no había resultados. De repente, Isaac exclamó:

—Tenemos algo. Su nombre es Thomas Lowe y tiene una ficha roja de la Interpol. Era un miembro de la oficina de inteligencia y contrainteligencia.

—Déjame ver eso —dijo Wólfram arrebatándole el expediente—. Nuestro amigo es miembro de un grupo de bioterroristas.

—Contacten a la oficina de inteligencia y contrainteligencia. Necesitamos toda la información que puedan proporcionarnos —ordenó Milán—. Yo me comunicaré con la Interpol.

Milán esperaba que de todos los agentes no enviaran a Eliot, pero sabía que Julia vendría. Estaba seguro de eso, y también de que su hermano estaría involucrado.

—Aquí está lo que inteligencia envió sobre él —dijo Wólfram revisando el expediente—. Thomas Lowe, junto con su amigo Jack Mon, renunciaron a su trabajo hace siete años.

Desaparecieron, no había casa, correo, teléfono, era como si la tierra se los hubiera tragado. Las horas pasaron y las luces blancas se encendieron en todo el edificio, creando una atmósfera tensa. Y ninguno había ido a casa.

—Lo que haces no parece muy legal —dijo Wólfram, un poco a la defensiva—. Xander, creo que debes parar.

—No. A veces hay que pasar poco la línea —respondió—. Alguien tiene que ensuciarse las manos un poco.

Estaba claro que harían lo que fuera necesario para localizar a los sospechosos, incluso si eso significaba romper unas cuantas reglas, como espiar a sus familiares.

—Tengo algo —dijo Xander golpeando su escritorio—. El auto del tío de Jack está en la ciudad. El hombre no vive aquí, así que lo llamé y está en su casa preparándose para ir a trabajar...

—Tenemos que rastrear ese auto —dijo Milán.

—Ya lo hicimos —mencionó Wólfram—. Xander y yo hemos estado vigilando. Encontramos un nuevo mensaje de voz en un viejo número de Thomas.

El mensaje era extraño. Durante los primeros segundos, solo se oía estática hasta que una voz comenzó a hablar:

—No pueden detenerme, nadie puede, ni siquiera ustedes. Si siguen metiéndose en mi camino, les quitaré lo que más aman.

Nadie se movió, parecían contrariados por el mensaje sin sentido. Isaac notó como el rostro de Wólfram cambio, su piel palideció y sus ojos se oscurecieron por completo, apenas si se podía ver el gris de su iris. Lo miro atentamente hasta que volvió a la normalidad.

—Isaac y yo iremos —dijo Wólfram con voz molesta.

Isaac se sintió extraño: miedo, angustia o preocupación. «¿Qué era eso que vio? ¿Había sido real?». En algún punto pensó que Wólfram no era humano, y tal vez era verdad. También era la primera vez en muchos años que sentía sus emociones como humano. Se levantó un segundo después que Wólfram. Llegaron justo cuando el sol había salido por completo. La calle sucia y sola los condujo hasta un viejo y abandonado edificio. Afuera, la camioneta que habían rastreado estaba abandonada sin rastro de que alguien la hubiera usado. Se pusieron sus chalecos, desenfundaron sus armas y decidieron entrar.

—¡FBI, vamos a entrar! —gritó Wólfram.

El edificio era pequeño, de apenas dos pisos, y mostraba signos de abandono y suciedad. Parecía no haber sido visitado en mucho tiempo. Isaac subió las escaleras mientras Wólfram revisaba la planta baja.

—Libre —comunicó Isaac a través de su comunicador.

No hubo respuesta de Wólfram. En ese momento sintió que algo estaba mal y bajó corriendo las escaleras. Lo vio de pie, sin moverse, cerca de la puerta del fondo.

—¿Estás bien? —preguntó Isaac.

La luz del sol entraba por una ventana y le daba directamente en el rostro. Isaac cerró los ojos mientras se acercaba más a su amigo. Ahora lo vio: Wólfram no estaba solo. Había una mujer con unos ojos que mostraban arrogancia. Ella los miraba a ambos. No hablaba, solo los observaba, y una sonrisa se reflejó en su rostro.

—Tienes que salir de aquí —advirtió Wólfram con un dejo de súplica en su voz.

Isaac no hizo caso y apuntó el arma a la mujer. Ella sonrió de forma siniestra al oír la súplica en la voz de Wólfram.

—Sal de aquí —repitió—. Vete, por favor.

A Isaac no le importaron las súplicas; quería ayudarlo. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca, vio de nuevo cómo los ojos de Wólfram eran como dos pozos sin fondo de un negro tan intenso que parecían absorber la luz. Solo se podía ver el destello del gris de sus iris que brillaba como un diamante entre toda esa oscuridad. Eran los ojos más hermosos que Isaac había visto.

—No te dejaré aquí —dijo sin dejar de apuntar a la mujer—. Levanta las manos, ¿quién eres?

—Isaac, por favor, —rogó Wólfram de nuevo—. No moriré, lo prometo. Por favor, sal de aquí.

Isaac levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Wólfram.

—Tienes que irte ahora —dijo, no como una petición, sino como una orden.

En contra de su voluntad, Isaac obedeció. Estaba lo suficientemente lejos del lugar cuando escuchó una explosión detrás de él. Solo pudo ver cómo el edificio se derrumbaba. Corrió, pero no pudo hacer nada, solo quedarse de pie mirando las grandes placas de concreto en el suelo.

—Lo prometiste, dijiste que no ibas a morir —gritó furioso. Se dejó caer de rodillas, intentando mover las rocas con sus manos desnudas.

Isaac creyó escuchar lamentos debajo del frío concreto. Al principio pensó que tal vez era su imaginación jugándole una broma, pero los gemidos se intensificaban con cada segundo que pasaba. Wólfram estaba atrapado bajo los escombros. Agarró con fuerza una masa de concreto, lanzando un largo grito de desesperación. Por un momento, sus manos se convirtieron en garras y el concreto cedió. Cayó de espaldas sobre los escombros, distinguiendo la figura de Wólfram. Tenía gran parte del rostro deshecho y varios huesos rotos, pero aún respiraba. Movió unas cuantas rocas y lo tomó de brazos, sacándolo de ahí. La piel de Wólfram comenzaba a sanar de forma instintiva. A diferencia de un hombre lobo, el proceso era más lento.

—Tienes que sacarme de aquí —pidió Wólfram—. Tengo que ir a mi casa.

—Tranquilo, tu cuerpo está sanando —dijo Isaac sin parecer sorprendido—. Pediré apoyo y cuando lleguen ya estarás bien.

Wólfram negó con la cabeza.

—Debo irme. No terminaré de sanar aquí.

—¿Qué eres? —preguntó Isaac—. ¿Qué clase de monstruo?

—¿Tú eres uno por ser quien eres? —respondió Wólfram—. Al igual que tú, soy diferente, pero eso no me hace malo. Las personas hacen cosas malas y no se consideran a sí mismas como monstruos.

—Lo sabía —dijo Isaac—. Lo supe desde qué te conocí. Pero entonces, ¿qué eres?

—Isaac, este no es el momento ni el lugar para hablar de esto —explicó Wólfram—. Ayúdame a salir de aquí y te prometo que te contaré todo después.

—No. Hasta que me des una respuesta.

—¡Soy un Upir! —exclamó molestó—. O como me han llamado durante siglos, un vampiro.

—No entiendo —protestó Isaac, como si hubiera olvidado por un momento lo que él era—. Los vampiros no existen. Pero si tú eres uno —parecía que se estaba volviendo loco—. Si es verdad lo que dices, entonces ¿Necesitas sangre? ¿Sanarías más rápido?

—Sí, pero no me he alimentado en mucho tiempo. Si bebo de alguien, tal vez no pueda detenerme.

Isaac limpio el polvo de su muñeca y la acercó a Wólfram.

—Toma la mía —dijo mostrando una sonrisa.

—¡Escuchaste lo que te dije! —Wólfram le dio una mirada furiosa—. Podría no detenerme y te mataría.

—Sé que no lo harás —replicó Isaac. Aun con esa estúpida sonrisa en el rostro—. Me salvaste, así que es justo que te devuelva el favor.

Wólfram siempre llevaba un discreto brazalete en su mano derecha que parecía fusionarse con su piel. Con un movimiento de muñeca, el brazalete se desprendió y se convirtió en un pequeño y afilado cuchillo. Cortó la piel de Isaac y bebió de la herida; de inmediato, su piel comenzó a sanar con mayor rapidez. Entonces Isaac pudo ver los ojos de Wólfram oscurecerse por completo una vez más, pero mientras más bebía, la oscuridad en su mirada se volvía más profunda.

—Detente, es suficiente.

Wólfram se detuvo, levantó la mirada y limpió los restos de sangre de la comisura de sus labios. Isaac respiraba agotado, vio comó los últimos milímetros de piel de su amigo se curaban.

—¡Vaya! —exclamó e intento ponerse de pie—. Eso fue... una experiencia extraña. No quiero repetirla a menos que sea estrictamente necesario.

Sintió la mano de Wólfram en la espalda y eso lo tranquilizó. Su fuerza era sorprendente, lo levantó del suelo como si nada. No hubo más que una sonrisa de complicidad entre el silencio que había entre ambos.

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