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Capítulo 17

Milán estaba furioso y desesperado. Llamó a Eliot, una de las pocas personas en las que sabía que podía confiar. Sin pensarlo dos veces, tomó una pequeña maleta y voló a otro lado del atlántico. Su idea era pasar unos días alejado de todo, y terminó quedándose dos semanas en Lyon. Ahora, Julia y Eliot eran miembros de la Interpol, solo utilizaban a la organización, para poder eliminar la mayor cantidad de hombres lobo posible. Milán entendía su sed de venganza, probablemente él también la sentiría si hubiesen asesinado a sus padres. La Interpol les permitía entrar en diferentes países para deshacerse de los "monstruos".

A pesar de la distancia, Milán no dejaba de preguntarse por qué Isaac le había ocultado algo tan importante. Quería entenderlo, pero se sentía traicionado, un sentimiento raro para él. Ahora, a tantos kilómetros y un océano lejos de todo, estaba en una oscura habitación de hotel, con las luces de la ciudad entrando por las ventanas y el viento golpeando los cristales.

—¿En qué piensas? —preguntó Eliot, removiéndose sobre el pecho de Milán.

—En ti —respondió acariciándole el cabello—. No pensé que volveríamos a estar así.

—Yo tampoco —dijo Eliot, trazando círculos en el abdomen de Milán con la yema de su dedo—. Pero es mejor que Julia no lo sepa. Le prometí que no volvería a estar contigo, y las promesas entre hermanos no deben romperse.

—Será nuestro secreto. Lo prometo.

Milán sentía las ligeras respiraciones de Eliot sobre su piel y su olor a dulce de menta. Reflexionó unos minutos. Tener sexo con su exnovio no era parte del plan, pero se repitió durante esas dos semanas. Ahora tenía que volver, no solo porque sus vacaciones habían terminado, sino porque había recibido un correo de la Subdirectora de Seguridad Nacional del buró. Se marchó de Lyon ahora con un secreto, no sentía culpa. Él solo tomó lo que Eliot quería darle.

La mañana que entró por las puertas de cristal del edificio no encontró a ninguno de sus compañeros. Recordó que era día de entrenamiento y bajó al área de práctica. Para su sorpresa, vio a Emma con las piernas enredadas en el cuello de Xander, aplicándole una palanca en el brazo. Isaac y Wólfram los animaban desde el costado. De alguna forma, esa interacción entre ellos dos le molestó.

Emma enarcó las cejas al ver a Milán de pie observándolos. Soltó el agarre y se levantó rápidamente.

—Parece que saben divertirse sin mí —dijo Milán con frialdad.

—¿Quieres ser el siguiente? —mencionó Emma, haciendo un gesto con la mano para que se acercara—. Aún no has podido ganarme.

—No, no —respondió Milán moviendo los brazos en alto—. Ahora estás cansada, pero puedo intentarlo con alguien más.

—Bueno, tienes razón —suspiró agotada—. Puedes enseñarle unos cuantos movimientos a Isaac. Estaba a punto de patearle el trasero, pero ya que llegaste, ¿por qué no lo haces tú?

Milán se dirigió rápidamente hacia la lona. Desabotonó y arremangó su camisa, se quitó los lentes y arrojó su chaqueta y zapatos a un lado. Su rostro no mostraba expresión alguna, pero su energía era palpable. Cuando ambos estuvieron sobre la lona, Milán echó su brazo hacia atrás y le dio un puñetazo limpio en el rostro a Isaac.

Xander y Wólfram se sorprendieron, pero Emma parecía esperar el golpe. Isaac no tuvo tiempo de reaccionar y recibió el golpe de lleno. Dio unos pasos hacia atrás, cubriéndose el rostro.

—¡Ouch! —se quejó Isaac—. ¿Qué te sucede?

Wólfram se movió hacia la lona para intervenir, pero Emma lo detuvo.

—Tal vez esta sea una forma estúpida en la que intentaran arreglar algo —le dijo.

Milán seguía lanzando jabs y moviendo la cabeza de un lado a otro.

—¿Prefieres golpearme en lugar de hablar? —le gritó Isaac, levantando los brazos para mantener la guardia alta.

Milán apretaba la mandíbula con tanta fuerza que se escuchaba el crujir de sus dientes. Sus ojos permanecían fijos sobre el adversario, como si fuera su presa. Lanzó otro golpe, que se estrelló contra la guardia de Isaac. Este, recuperándose, logró derribar a Milán, chocando contra el suelo. En el suelo, Milán le golpeó el estómago con la rodilla, haciendo que Isaac cayera de costado. Ambos permanecieron en el suelo durante unos segundos.

Isaac veía una luz cegadora. Le dolían los golpes, pero no entendía qué estaba sucediendo; sentía una irá creciendo en su estómago. Solo quería hacer sangrar a Milán. Ambos se pusieron de pie. Milán tenía tanta furia contenida, que saliva escurría por la comisura de sus labios.

—Quiero que te disculpes —exigió Milán.

—¿Qué? Claro que no, la vida me dio algo bueno, aun cuando el destino parece odiarme. Pero a ti... todo te sale bien.

—No es mi culpa.

—Lo sé. No te culpo de nada. Solo que eso no te permite entender.

Isaac no se disculparía por tener algo solo para él. Lamentaba ocultárselo a Milán, pero nunca le había preguntado nada sobre su vida. Entonces se quitó la camiseta, mostrando su cuerpo lleno de cicatrices.

—¿Tienes idea de lo que es todo esto? ¿Sabes lo que fue para mí vivir este infierno y convencerme de que esto era correcto?

Milán parecía no escuchar. Continuó lanzando golpes, hasta que rodaron por el suelo, intentando inmovilizarse. Milán se abrió una herida en el pómulo y la sangre le corría por el rostro. Isaac, con una rabia ciega, seguía golpeando.

—Isaac, yo... yo... —gimió Milán.

—No ¿verdad? No eres capaz de entender. No puedes pensar en no ser la prioridad de alguien.

Isaac consiguió moverse y pasó su brazo sobre el cuello de Milán mientras sus piernas rodeaban su cintura. Lo estaba asfixiando, pero Milán no dejaba de moverse hasta que terminaron nuevamente en el suelo.

—No creas que solo porque ya no tengo fuerza sobrehumana, no puedo ganarte —le susurró al oído—. Te dejé golpearme, pero parece que no fue suficiente.

Isaac seguía presionando el cuello de Milán, quien parecía a punto de perder la conciencia cuando unos fuertes brazos lo rodearon por el pecho casi con ternura y lo levantaron en el aire.

—Ya se terminó —dijo Wólfram.

La siguiente media hora transcurrió, y cuando Milán abrió los ojos, se encontró con Emma y Xander inclinados sobre él, diciéndole que era un tonto. Se sentía pesado e ingrávido al mismo tiempo. Emma y Alex lo miraban con incredulidad, observando su cuello enrojecido y su ojo hinchado. Milán hizo todo lo posible por mostrarse tranquilo y de buen humor. Por un momento creyó ver el rostro de Isaac frente a él con una mirada de simpatía que hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, pero logró contenerlas. Sin embargo, nunca estuvo allí.

—No te muevas demasiado —advirtió una voz—. Golpeaste tu cabeza. Espero que no te haya privado de oxígeno durante mucho tiempo. No queremos que tu funcionamiento cerebral se vea afectado.

—Ya no puedo más —dijo Milán, casi con la voz rota—. ¿Qué quieren? ¿Qué es lo que esperan de mí?

Un largo silencio se apoderó del lugar. La única cosa en la que Milán podía pensar era en qué hora sería.

—Aquí el tiempo no transcurre de la misma forma —respondió la voz—. Aún llegarás a tu reunión.

—¿Quién eres tú? —inquirió Milán.

—Caos —respondió—. No habíamos tenido la oportunidad de volver a hablar desde la explosión. Entonces, ¿por qué lo atacaste de esa forma?

Milán volvió a sentirse tranquilo. Finalmente, reconoció la voz de aquel pequeño niño al que había ayudado.

—No lo sé, simplemente creí que tenía que hacerlo —contestó. Estaba sorprendido, la pregunta era sencilla, pero su respuesta sonaba absurda.

—No seas imbécil —replicó Caos—. Si ni siquiera sabes por qué lo hiciste, ¿no crees que tal vez el problema eres tú?

—¿Yo? —respondió Milán— ¿Pero si fue él quien mintió? ¿Cómo se permitió ocultarme algo tan importante? No me molesta que tenga una familia, lo entiendo, sé que es algo que siempre ha querido. Pero me mintió.

—Tu vida ha sido fácil —dijo Caos con voz serena—. En cambio, la vida de él, tú sabes de lo que hablo. Siempre ha mostrado una sonrisa y su mejor cara, incluso cuando su padre casi lo mataba a golpes. Él ayuda a todo el que puede, pero tú... solo has recibido ayuda de todos. ¿Nunca te has preguntado por qué te atrae tanto? ¿Por qué desde que lo conociste has querido tenerlo a tu lado? Ustedes comparten más que solo una fecha de cumpleaños. Son tan diferentes como el día y la noche. Están conectados de formas inimaginables. Él es tu contraparte, lo que te falta. Son humanos diferentes y, al mismo tiempo, debieron ser uno solo.

Milán sonrió, recordando la primera vez que vio a Isaac. Era un día lluvioso y, mientras los demás niños se alejaban de la tormenta, Isaac había permanecido bajo la lluvia, ayudando a un perro a encontrar refugio. Ahí comenzó, había sentido una extraña calidez en su pecho, una conexión inexplicable.

—Espera —interrumpió Milán—. ¿Qué quieres decir con que es mi contraparte? ¿Cómo que debimos ser uno?

—Vamos, Milán, no me digas que nunca lo has pensado. ¿Crees que la vida de alguien puede ser tan perfecta como la tuya? ¿O tan mala como la de Isaac? Todas las desgracias que deberían haber estado en tu vida tuvieron que ir a parar a alguna parte, o en este caso, a alguien más.

Milán no sabía cómo tomar la información, pero era cierto, siempre que Isaac estaba a su lado, todo parecía ser mejor. Pero cada vez que Isaac lograba alejarse, como cuando consiguió decidió irse al extranjero, Milán había sufrido una serie de fracasos personales que lo dejaron devastado.

—Entonces, ¿quieres decir que todo lo que le ha pasado es culpa mía? —preguntó Milán, buscando claridad.

—No, por supuesto que no —respondió Caos—. Solo trato de explicarte que quizás no te has dado cuenta de algo. Isaac siempre vuelve a ti y, cuando está cerca, las cosas parecen salirte bien. Pero...

—Siempre hay un "pero", ¿verdad? —interrumpió Milán, y miró a Caos con desconfianza.

—Así es, siempre existe uno —contestó—. Ninguno se necesita, solo que a diferencia de ti, cuando él está lejos, su vida mejora. Lo has visto: se ha recuperado y es feliz. ¿Recuerdas cuando si antes lo fue? No, seguramente no. El problema es que cuando a él le va bien, algo malo te sucede a ti. Fracasos en el amor, ser dejado de lado por tus amigos, cosas triviales que tú no estás acostumbrado a manejar.

Milán permaneció en silencio, tratando de procesar lo que había escuchado. Recordó la vez en que Isaac había encontrado a un buen chico y cómo, simultáneamente, él había terminado con su novia de varios años sin explicación aparente.

—Esto que hiciste hoy, no está bien —dijo Caos—. La mayoría de las personas tienen algo llamado sentido común, pero en tu caso parece no existir. ¿Volverá a ocurrir?

—No —respondió Milán firmemente.

—Muy bien —suspiró, y su voz cambió a la de un hombre adulto—. Me complace que no hayas utilizado tus habilidades durante la pelea. Aún no estás listo, pero con el tiempo aprenderás que no puedes usar esas habilidades para asuntos triviales.
»Si las usas estando furioso, causarás más daño a ti mismo que a los demás. Has conectado tus habilidades a tus emociones en lugar de a tu razón... Si pierdes el control, serás consumido. Perderás tu humanidad y te convertirás en un ser lleno de rabia. Y nada de eso habrá valido la pena.

La voz de Caos era serena pero firme. Milán intentaba procesar todo lo que le decía. Este ser, este Elfen, era el único que le había brindado información real sobre lo que estaba sucediendo en su vida y sobre lo que podía y no podía hacer.

—Escúchame atentamente —continuó Caos—. Muchas personas son ciegas a lo que realmente sucede en el mundo. Sus vidas son vacías y aburridas. Se devorarían vivas por tener lo que tú tienes y estarían muertas si lo poseyeran. Tú has recibido un gran regalo, pero no creas que eres invencible. Hay seres capaces de detenerte. El Destino nunca ha interferido en tus decisiones, mi querido hermano se selló a sí mismo para no influir en tu vida, ni en la de Isaac.

La voz de Caos se apagó y Milán pudo finalmente respirar. Estaba agitado y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración durante varios minutos. Abrió los ojos y consideró la idea de perdonar a Isaac o, más bien, de entenderlo, pero no estaba listo para hablar de ello. Miró el reloj en su muñeca derecha y se dio cuenta de que su reunión estaba a punto de comenzar. Se levantó, tomó sus gafas, su chaqueta, ajustó su camisa y se dirigió hacia el ascensor.

Milán recorrió los pasillos hasta llegar a la puerta de la subdirectora, quien ya lo esperaba en el recibidor.

—Buenas tardes, Agente Steel —saludó ella—. Por favor, deja tu celular en este lugar. Lamento haber interrumpido tus vacaciones, y parece que has tenido un regreso divertido.

—Si se refiere a los golpes, fue en el entrenamiento —respondió Milán mientras se pasaba la mano por la cara.

—Eso suele pasar —sonrió—. Quiero enfatizar que esta reunión debe ser completamente confidencial para evitar fricciones entre tus compañeros y tú.

—¿A qué se refiere? —Milán jugueteaba con sus dedos.

La subdirectora sacó dos expedientes, uno grande y otro más pequeño. Le entregó el más grande a Milán y le pidió que lo examinara detenidamente mientras ella organizaba el otro. Luego le solicitó su opinión al respecto.

Milán abrió el expediente y sus ojos se ampliaron al ver las fotos de las víctimas y los informes detallados de las investigaciones previas. Era evidente que esta organización había dejado un rastro de destrucción. Normalmente, no sería algo que le impactara, pero sintió un nudo en el estómago al recordar las caras de las víctimas. Durante la siguiente hora, fue bombardeado con preguntas. No entendía, pero respondió una pregunta tras otra. La subdirectora lanzó preguntas de todo tipo, algunas más complejas que otras, mientras estudiaba y evaluaba las respuestas de Milán.

—Eres más interesante de lo que pensaba —concluyó.

Milán pensó en lo que Caos le había dicho y consideró que tal vez esto no era mérito exclusivamente suyo.

La subdirectora clasificó cada una de las respuestas de Milán. Intentó en varias ocasiones hacerlo retractarse, pero él se mantuvo firme cada vez que abría la boca.

—Parece que he tomado la decisión correcta —exclamó. Sonrió y movió un poco el cuello. Se levantó y recorrió su oficina de un lado a otro con el otro expediente en sus manos hasta sentarse en un sofá. Invitó a Milán a sentarse a su lado—. A partir de mañana, serás el jefe interino de tu unidad.

—¿Qué? ¿Pero por qué? —preguntó Milán.

—La Agente Díaz será evaluada —explicó la subdirectora—. Necesita ser evaluada por el departamento y creo que tú eres el más adecuado para reemplazarla durante el tiempo que sea necesario.

—¿Qué? —repitió Milán incrédulo mientras ella regresaba a su escritorio—. ¿Yo tengo que hacerme cargo de la unidad hasta que termine? ¿Qué ha hecho?

—He revisado sus últimos casos —dijo ella—. La Agente Díaz proporcionó un informe detallado sobre la conducta de cada uno de ustedes y todos han seguido sus órdenes sin cuestionarlas.

—Entiendo.

La subdirectora suspiró aliviada.

—Así que no menciones esto a tus compañeros —advirtió finalmente—. Toma el expediente que te di, es un nuevo caso para ustedes, el primero en el que actuarás como jefe de la unidad.

Milán asintió, y se retiró con el expediente en las manos. Los resultados que esperaban de él, eran favorables. La mayor parte del tiempo lo pasó evitando a sus compañeros. No sabía cómo tomarían su nombramiento, ni qué decir cuando le preguntaran, solo esperaba que al otro día, todos lo supieran y no lo bombardearan con preguntas.

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