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Capítulo 16

Emma permitió que Milán se tomara dos semanas de vacaciones. Al principio, Isaac no estaba seguro de si esto sería algo bueno. Temía que el tiempo los distanciara aún más, preocupándose de que su relación y amistad estuvieran tan fracturadas que resultara imposible repararlas. Estaba convencido de que Milán cerraría la puerta al diálogo, dejándolo nuevamente como un extraño en un lugar al que ya no pertenecería.

Isaac pasó cinco días en un hotel. Una mañana, mientras descendía en el elevador, fue asaltado por el fuerte olor a pintura vieja, alfombras sucias y cloro característico del lugar. Las puertas se abrieron y se encontró con la sonrisa forzada de una mujer mientras un hombre insistía en que lo acompañara a algún lugar desconocido. Recordó cómo su padre solía insistir con mujeres parecidas a su madre para que fueran a casa y, cuando no lograba convencerlas, descargaba su furia en él. Necesitaba alejarse de todo eso; esa no era la vida que deseaba para sí mismo. No debía vivir en un hotel cuando tenía a sus hijos esperándolo. Sin embargo, no podía regresar aún, no hasta cumplir el propósito que lo había llevado allí.

Sabía que tendría que volver a su departamento, pero le resultaba difícil el tener que regresar a ese sombrío lugar con su pintura descarapelada de las paredes, las barras de metal en las ventanas y la desagradable vista hacia el hogar de al lado. No deseaba regresar a ese horrible lugar donde había vivido durante más de un año. Su mundo ahora se había vuelto complicado e intrigante; no lamentaba haber espiado a Milán y a sus amigos durante todo ese tiempo. Si llegaran a descubrirlo, no lo entenderían jamás. El lugar en el que trabajaban, al que habían dedicado tanto tiempo, estaba involucrado en cazar y desaparecer criaturas como él. Ellos no querían entender que el mundo en el que viven no era solo suyo y que los humanos no eran lo único que importaba.

Isaac llegó a su viejo piso un jueves por la tarde. Al día siguiente, se presentó a trabajar y por la noche comenzó a pintarlo. El sábado por la mañana se encontró con Emma en el supermercado, y ella se invitó a pasar el día con él. Ella se había comportado extraña toda la semana, estaba más al pendiente y siempre intentaba que no se sintiera solo. Isaac aceptó sin objeciones a pesar de que no eran muy cercanos. Ninguno tenía auto, así que caminaron durante unos minutos en silencio, simplemente disfrutando de la compañía del otro.

—Vamos por aquí —dijo Emma, señalando hacia una dirección.

Atravesaron lugares sucios, pero la tranquilidad y el silencio del entorno hacían que el trayecto valiera la pena. Llegaron a casa de Isaac, un edificio con una torre de departamentos ennegrecida desde sus cimientos con pequeñas ventanas cuadradas en el extremo opuesto.

Isaac nunca habría imaginado que en tan solo una semana encontraría en Emma a una muy buena amiga. Ni Wólfram ni ella le habían preguntado lo sucedido entre él y Milán. Con un café en sus manos, subieron al tejado. Emma se sentó en una especie de barricada de cemento mientras sus pies jugaban con la viscosa superficie de grava.

—Sé que todos se preguntan qué es lo que pasó —mencionó Isaac.

—Lo que sucede entre Milán y tú no es asunto mío —dijo Emma finalmente—, pero también eres mi amigo, él se fue y no quiero que estés solo.

—Es complicado.

—¿Y qué no lo es? Aunque a veces las cosas sean simples, las volvemos complicadas —replicó Emma mientras saltaba por encima de la barricada de cemento, pero resbaló y uno de sus pies se sumergió en un charco—. ¡Mierda! Sabía que no debía traer estos zapatos.

—Vamos adentro —dijo Isaac, sacudiendo sus pantalones.

Bajaron las escaleras en silencio, chocándose ligeramente los costados y sonriéndose el uno al otro.

—¿Cómo puedes vivir aquí? —preguntó Emma.

El departamento estaba de cabeza, los muebles cubiertos con plástico, las paredes sucias y maltratadas con apenas unos cuantos brochazos de pintura sobre ellas. Emma recorrió el lugar revisando todo, abriendo cajones y puertas, pero cuando estaba por abrir una, Isaac la detuvo.

—Me gustaría mantener algo de privacidad —mencionó, aunque realmente no le importaba mantener su privacidad, pero en ese momento aún tenía todas las recopilaciones sobre ellos en las paredes.

—Llamaré a los chicos, no podemos dejarte vivir en estas condiciones —dijo ella. Y se alejó de la puerta con mostrando una pequeña sonrisa.

—No es necesario, ya lo pondré en orden. No te preocupes, de verdad no quiero molestarlo.

—A veces no entiendo a los hombres —Emma afirmó, y lo miró con expresión de desaprobación.

Era evidente que Isaac necesitaba ayuda. Estaba solo, y ella sabía que la única persona que tenía a su lado, se había marchado sin dar explicaciones. Aunque Isaac intentaba ocultarlo, se podía ver lo triste que estaba. Emma cambió su mirada, ahora había lástima en sus ojos, pero también un sincero deseo de ayudar. Ella era de esas personas qué cuando se lo permitían, se volvían instantáneamente íntimas.

—No te preocupes —continuó. Emma lo abrazó y le susurró al oído—. Los llamaré y dejaremos esto habitable al final del día.

Isaac sabía que mentir era necesario para cumplir su objetivo. Pero ahora ya no lo sentía correcto, estas personas se volvieron cercanas, y tenía miedo de confiar en Emma y Xander, pero ya lo había hecho. Ahora, sin importar que eran amigos, tenía que seguir. Había logrado infiltrarse y seguiría con su misión, sin importar a quién utilizará. El FBI sabía cosas, era consciente de cómo lastimarlos, someterlos y capturarlos. Al principio no estaba seguro de si las personas con las que trabajaba estaban involucradas en esa caza, pero después de ese día en la habitación, cuando escuchó una frecuencia baja que le taladraba la cabeza, comenzó a sospechar. Quería creer que sus nuevos amigos no sabían nada, que no eran cómplices de esa persecución en la que había perdido a muchos amigos y compañeros.

No pasó ni una hora cuando Wólfram y Xander aparecieron. Trabajaron en parejas y en cuestión de horas el departamento se transformó en un lugar completamente habitable. Cuando todos se sentaron a comer, Wólfram desapareció durante la comida, y lo más probable era que cuando regresara, trajera consigo algunas cervezas u otro tipo de bebida alcohólica. Lo conocía de poco tiempo, pero era intrigante y agradable, al menos para Isaac. Quien en ese momento sentía una extraña mezcla de gratitud y ansiedad, se levantó y sacudió sus manos con fuerza, resonando el eco en todo el lugar.

—Tenemos que darnos prisa —dijo girándose para mirar a sus amigos. Pero todo había cambiado. Ahora estaba en un lugar abierto, con el cielo azul más despejado que nunca, no había nada que se interpusiera entre el sol y sus ojos, dejándolo deslumbrado por un momento. Emma y Xander, ellos habían desaparecido.

Tardó unos segundos en ajustarse a la cantidad de luz que lo rodeaba. Cuando lo hizo, reconoció el lugar frente a él: una pequeña casa con la hierba alta, igual que la última vez que estuvo allí. Caminó hacia la puerta, una mezcla de felicidad y gratitud reflejada en sus ojos, recordando los momentos especiales que aquel lugar le había brindado.

—¿Qué es este lugar? —preguntó una voz a su lado.

Isaac reconoció la voz, era esa mujer de la feria. No le gustaba tener que verla de nuevo, pero habían hecho un trato y, aunque no estaba feliz, él intentaría cumplirlo.

—¿A qué te refieres? —respondió, sujetándola del brazo con fuerza—. Por favor, deja de jugar conmigo. Tú me trajiste aquí.

Verena negó con la cabeza, mirándolo con firmeza mientras se soltaba de su agarre.

—Aún no lo entiendes. Este lugar está dentro de tu mente. Es un refugio seguro para ti, un lugar donde te sientes cómodo y sabes que todo estará bien.

Isaac suspiró, su paciencia estaba llegando al límite. Verena hacía movimientos como en una partida de ajedrez, mientras él aún no comprendía las reglas. Tenía mucho que aprender, pero estaba decidido a emparejar el tablero cuando llegara el momento.

—¡Esto es solo un juego para ti! —se quejó Isaac, exasperado.

—Si eso es lo que quieres creer, está bien —respondió Verena, entrando a la casa—. Pero no es así. Solo sigo órdenes. El Elfen del Equilibrio tiene un particular interés en ti y en tu vida.

—¿Qué demonios es un Elfen? —Isaac frunció el ceño, tratando de entender—. ¿Y por qué tiene interés en mí?

Verena se sentó en un viejo sillón en la sala de estar e invitó a Isaac a hacer lo mismo. Su semblante cambió, era más fría y distante. Isaac podía ver el ligero tiritar de sus labios.

—Lo que te voy a contar te parecerá increíble, pero es la verdad —dijo Verena, haciendo una pausa y bajando la voz, como si revelara un secreto—. En nuestro mundo existen seres antiguos, superiores a todos nosotros. Pocos sabemos de su existencia, y somos menos los que hemos estado en su presencia. Son seres de energía pura, conceptos que nos rigen a todos nosotros y a los humanos. Elfen es su nombre. Caos, Equilibrio y Orden fueron los primeros, existiendo en todo y en nada a la vez. Ellos tres juntos y sus demás hermanos crearon todo, a ti, a mí, a toda criatura que conoces, incluso a las que no. Equilibrio ha observado tu vida y decidió que eres importante.

—¿Y los humanos? —preguntó Isaac, enderezándose, tratando de entender—. ¿Cómo encajan en todo esto?

—Los humanos fueron creados mucho después —continuó Verena, con un tono solemne—. Con su capacidad de razonamiento y emociones, eran tan interesantes como peligrosos. Eran curiosos, adoraron y volvieron deidades a criaturas durante mucho tiempo. Pero en algún punto, decidieron que a quien deberían seguir y adorar, eran a ellos mismos. Estos cambios hicieron que algunos Elfen no quisieran darles alguna clase de poder o habilidad, dejando su existencia simple y frágil. Solo que un día, algo pasó, corrompieron el orden, los humanos querían más poder.
»Orden, decidió que lo mejor para él sería coexistir con la humanidad y los seres sobrenaturales. Se volvió uno con todo, y eso salió bien, al menos por un tiempo. Cuando el orden se corrompió de nuevo, el resto de los Elfen le dieron a un humano parte de su poder. Ese humano con tal carga se volvería el recipiente para que el hermano volviera a ellos. Pero los humanos son volátiles y se corrompen fácilmente.

Isaac notó la sinceridad en los ojos de Verena. Ella había vivido mucho y visto cosas que él apenas podía imaginar.

—Pero, ¿por qué yo? ¿Cómo entró en esta historia? —preguntó Isaac, susurrando casi por miedo a la respuesta—. ¿Qué tengo de especial?

Verena suspiró, buscando las palabras adecuadas.

—Eres diferente —respondió—. Tú y Milán nunca han sido normales, son el opuesto natural del otro. Pero tú te volviste como un Hexen o un Upir, eres el equilibrio perfecto. Tienes una habilidad, una conexión con ambos mundos. Pero no es solo eso. Tienes la capacidad de influir en las personas a tu alrededor, de cambiar el curso de sus vidas. Es algo que va más allá de lo que cualquiera podría imaginar. Y Milán, él hace que todo se adapte a sus necesidades, fue creado por ellos para contener la esencia de su hermano. Ya detuvimos a uno hace mucho, pero si todo falla, nosotros debemos hacerlo con él también. Por eso debes convertirte en un Úlfur.

Isaac miró a través de la ventana hacia el cielo azul, sintiéndose abrumado.

—¿Detenerlo? —al parecer, por fin entendió. Su tono fue de incredulidad y miedo—. ¿Te refieres a matarlo? No estoy dispuesto a hacer eso. No podría quitarle la vida.

Verena sacó a Isaac de la casa y recorrieron el camino de tierra sin rumbo. El sol empezaba a desaparecer detrás de los arces mientras el viento jugaba entre sus hojas, creando un ambiente cargado de melancolía.

—Ni siquiera el Destino puede saber lo que pasará con Milán —dijo Verena, agitando sus brazos—. Cuando llegue el momento y tu transformación esté completa, tendrás más poder del que jamás has visto. Serás uno de aquellos que se alzan por encima de todos y elegirás a quien creas que es merecedor de tener un poder equiparable al tuyo. Tendrás la misión de traer de vuelta a los Úlfur a la vida.

Siguieron caminando en silencio. El sol seguía ocultándose y el ambiente se volvía más frío. Un poderoso sentimiento de pequeñez invadió a Isaac; necesitaba ser abrazado. Tenía preguntas, pero sabía que no obtendría respuestas, así que las dejó pasar. No se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que Verena se fue. Continuó caminando con las manos en los bolsillos y la mirada fija en el suelo. De repente, levantó la cabeza y se encontró en su departamento. El sol se había ocultado y de pronto estaba de nuevo en su departamento. Sus amigos se habían marchado, excepto por Wólfram, quien salió de la cocina con un par de cervezas en las manos.

—Creo que ahora sí podemos decir que somos parte del equipo.

—Lo sé —contestó Isaac, recibiendo una de las cervezas.

Wólfram se sentó a tu lado, sus ojos lo veían detenidamente, reflejando una mezcla de curiosidad y algo más.

—¿Qué te pasa realmente? —preguntó directamente—. ¿De veras se terminó?

—En realidad no lo sé —Isaac se sentía desanimado—. Es complicado. Pero si me diera cinco minutos, sé que podría explicarle.

Wólfram pensó por un momento qué decir. No quería hacerlo sentir peor de lo que se veía, lo observó unos minutos con una mirada que parecía querer decirle un millón de cosas.

—Sé lo difícil —dijo—. Duele sentir que pierdes a quien amas. Pero duele más, no poder hacer nada por evitar o aliviar ese dolor.

—No se trata solo de amor —dijo Isaac, levantando las manos en un gesto de hartazgo y su voz cargada de frustración—. Son las mentiras, tienen un costo. Lo sabía desde el principio, ocultar que tengo una familia, que tengo hijos...

Wólfram levantó las cejas, se quedó en silencio por un momento, luego se inclinó hacia adelante. Estaba tan cerca de Isaac que ambos podían sentir sus respiraciones.

—Mira, todos tenemos secretos. A veces mentir es necesario —dijo Wólfram, suavemente—. Tienes miedo de que no te escuche, que siga adelante como si no hubieses sido importante. Eso te haría sentir solo, pero no es así. Tienes amigos que te apoyan, que se preocupan por ti. Yo estoy aquí y te apoyaré en cada momento. Me encargaré de que nunca te vuelvas a sentir de esa forma.

Isaac no respondió, estaba desconcertado. Esas palabras estaban cargadas con una connotación que era sínica, directa y más que amistosa. Fijo la mirada en la botella entre su mano, podía ver sus ojos reflejados en el cristal. Pero en ese extraño momento, Wólfram colocó una mano en el hombro de Isaac, transmitiéndole un apoyo silencioso pero firme.



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