Capítulo 13
Las semanas de diciembre pasaron rápidamente y el año llegó a su fin. Milán comenzó a sentir temor al inicio del nuevo año, no por el cambio de calendario, sino por lo que el nuevo año podría traer. Era viernes por la tarde e Isaac decidió no acompañarlo, así que Milán se dirigió solo a su café favorito. Mientras caminaba, pensó en sus padres, con quienes aún no había hablado sobre su relación actual. Sentía cierta inseguridad sobre como reaccionarían y se preguntaba si había sido un error alejarse de ellos, si algo sería diferente de haber elegido otro camino.
Al llegar al café, se sorprendió al ver a Adam fumando un cigarrillo. Revisó los alrededores de forma rápida, esperando ver a alguien más con él. No había nadie más. Solo Adam, y como era costumbre, sumergido en su propio mundo, como si se refugiara en su mente.
—Hola —saludó Milán.
—Hola, extraño. ¿Quieres sentarte? —preguntó Adam empujando una silla con el pie—. ¿Aún fumas?
Milán aceptó el cigarrillo y, después de encenderlo, sintió el humo llenar sus pulmones. Aunque había intentado dejar de fumar durante años, siempre recaía. Adam no pudo evitar reírse y burlarse de él.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo Milán finalmente—. Catorce años, para ser exactos.
—No parece que sea tanto —respondió—. Parece que fue hace poco cuando nos conocimos.
Ambos sonrieron y comenzaron a hablar de sus vidas durante esos años, compartiendo situaciones, aventuras y romances. Milán ya no sentía la abismal diferencia entre ellos que solía hacerlo sentir incómodo. Aunque aún se sentía seguro con Adam, también había dolor y resentimiento por las heridas que él y los demás le habían causado.
—¿Cómo te va con Isaac? —preguntó Adam—. Fue extraño darme cuenta de que están juntos. No me malinterpretes, hacen una linda pareja. Isaac se merece ser feliz. Le mentí, lo utilicé y luego... lo abandoné. Lamento haber arruinado su vida de esa manera.
Milán notó el arrepentimiento en los ojos de Adam, y aunque sentía rabia por lo que había hecho, también comprendía el peso de sus palabras.
—Deberías intentar hablar con él —dijo Milán—. Nunca es demasiado tarde para pedir disculpas. Y en cuanto a lo demás, Isaac es lo mejor que me ha pasado. Estar en el hospital me ha hecho darme cuenta de muchas cosas. Estoy seguro de que quiero estar con él.
Adam sonrió al escuchar la forma en la Milán lo decía, como sus ojos se llenaron de un brillo particular y como en sus labios se formaba una sonrisa con tan solo pronunciar su nombre.
—En algún momento me disculparé —afirmó—. Pero sé que este no es el momento. Ahora hay algo más que me inquieta. Sé que Gabriel te atacó seriamente. ¿Cómo pudiste lastimarla?
Milán quedó sin palabras. No podía explicar los extraños tatuajes que habían aparecido en su cuerpo, otorgándole habilidades nuevas. Decidió no mencionarlo porque ni siquiera él estaba seguro de cómo o por qué había sucedido.
—Te equivocas, ella... no peleó en serio —respondió Milán—. Si lo hubiera hecho, probablemente estaría muerto. Conozco a Gabriel mejor de lo que tú la conoces. Fue solo un arrebato de su parte.
Aunque no era muy tarde, el encargado del café interrumpió su conversación. Ambos habían olvidado que era el treinta y uno de diciembre y muchos lugares cerraban temprano debido a las celebraciones. Con café en mano comenzaron a caminar sin rumbo mientras Adam seguía hablando de trivialidades.
Por la noche, Milán había preparado todo para un maratón de películas, pero Isaac seguía con el semblante molesto desde que había regresado del café. Sentados juntos en el sofá bajo una gran manta, Milán lo abrazaba, pero Isaac permanecía inmóvil y acurrucado.
—Deberíamos salir —mencionó Isaac de repente—. No hemos tenido una cita desde que me estuvimos en la feria.
—Pero... —balbuceó Milán— planeé nuestra noche de películas durante toda la semana.
—Lo sé, pero quiero salir —dijo Isaac—. Entre tu recuperación y el trabajo no hemos podido hacer otra cosa más que ir y venir, y no quiero que nuestra relación se vuelva monótona y aburrida.
Milán asintió, levantándose del sillón. Necesitaba ver a Isaac sonreír que olvidara lo que sea que estuviera en su cabeza. Se arreglaron y salieron a pasear por la ciudad. Encontraron un pequeño bistró de comida francesa y, aunque era una salida casual, se convirtió en una cena romántica.
—Wólfram me hablo de un lugar que esa muy cerca de aquí —dijo Isaac tomando un bocado de comida—. ¿Vamos?
—Claro —afirmó, aunque cada vez que Isaac mencionaba ese nombre, algo en su interior se removía de forma violenta. Era un sentimiento, una sensación que iba creciendo. Wólfram no era un mal tipo, pero había algo en él que hacía que Milán no pudiera confiar.
Las calles estaban llenas de luces y decoraciones. Caminaron de la mano por las calles, disfrutando del ambiente festivo. Llegaron a un club donde la música hacía que el lugar vibrara con energía. Las luces los obligaron a cerrar los ojos; los colores neón eran particularmente intensos. De repente, una extraña corriente eléctrica recorrió a Milán por todo el cuerpo. El lugar era diferente, podía sentirlo.
Isaac miró a Milán con una sonrisa traviesa y lo arrastró hacia la pista de baile.
—¡Vamos, quiero verte bailar! —gritó Isaac riendo.
Milán, aunque no era un gran bailarín, se dejó llevar. Se sintió más libre que nunca, disfrutando del momento sin preocuparse por el pasado o el futuro. Isaac se acercó a él y comenzó a moverse al ritmo de la música.
Después de un rato, Milán se dirigió a la barra del bar para tomar algo.
—Dos cervezas —pidió y sonrió a la chica que atendía la barra.
—Nunca te había visto por aquí —dijo la mujer y le dio las cervezas.
—Es la primera vez que vengo —le dio un gran trago a la botella.
—Este es mi número, llámame la próxima vez que estés por aquí.
Isaac se deslizó entre las personas y lo besó. Tras unos segundos se separaron y Milán parecía desconcertado.
—Estabas coqueteando con ella —le susurró Isaac al oído—. No eres el único que sabe cómo marcar territorio.
—No... bueno, no sé. Tal vez en algún punto una relación abierta...
Milán se quedó en silencio unos segundos, no estaba seguro de si lo había pensado o si realmente habían salido esas palabras de su boca.
— No es el lugar y tampoco el momento —Isaac tenía los abrazos alrededor de la cintura de Milán—, pero si quieres abrir nuestra relación, podría pensarlo. Aunque me pongo celoso de solo pensar que tendría que compartirte con alguien más.
Milán estaba a punto de abrir la boca cuando, Adam apareció de repente, trayendo consigo un aire de caos y diversión.
—No podía dejar pasar la oportunidad de saludarlos —dijo levantando su vaso en señal de saludo—. La ciudad es muy pequeña; dos veces el mismo día.
—Al parecer —soltó Isaac con un tono de molestia en la voz.
—Salud por eso, entonces —dijo Adam, chocando su vaso con el de ellos.
Mientras bebían, Adam mencionó que había algo que quería discutir con Milán en privado. Isaac, captando la seriedad del asunto, decidió darles un momento a solas.
—No te alejes mucho —le dijo Milán a Isaac, y este asintió antes de perderse entre la multitud.
Adam llevó a Milán a una esquina más tranquila del club.
—Escucha —comenzó—. No sé qué está pasando, pero hay algo extraño con Gabe. Ha estado reuniéndose con una mujer. No sé de qué hablan, pero están investigando unos símbolos extraños.
Adam sacó tu teléfono y le mostró unas fotografías que dejaron a Milán desconcertado. Eran sus tatuajes y otros símbolos más, grabados en muchas estructuras y libros viejos.
—Después de su pelea, esta mujer apareció y Gabe ha estado investigando sobre el origen de nuestra maldición y el origen de otros sobrenaturales —continuó Adam—. Sé que te alejamos de todo, pero es posible que algo grande y peligroso esté por suceder en tu ciudad. Necesitas estar preparado.
—¿Qué quieres decir con grande y peligroso? —preguntó Milán, sintiendo una mezcla de temor y desespero.
—No sé los detalles, ella no me está diciendo nada, ha estado excluyéndome. Sé que hay algo extraño, lo puedo sentir, hay una conexión entre nosotros y este lugar. Tal vez deberías dejar tu orgullo y deberías hablar con Gabe.
Milán asintió, intentando entender la situación. Una mujer, sus tatuajes, los símbolos... todo era mucho que asimilar. Agradeció a Adam por la información, aunque no sabía si hablaría con Gabriel. Se despidió de Adam y regresó con Isaac, quien lo recibió con una sonrisa y un beso.
—¿Todo bien? —preguntó, notando la expresión pensativa de Milán.
—Sí, solo tengo algunas cosas en las que pensar —respondió, abrazándolo con fuerza.
La noche continuó, pero el baile y las risas ya no estaban; ahora había un dejo de incertidumbre. Milán intentó enterrar todo en el fondo de su mente, decidió disfrutar del presente con Isaac, dejando las preocupaciones para el día siguiente.
Al final de la noche, mientras se estaban yendo, se toparon con Adam, que esperaba encontrar un taxi en la madrugada del primero de enero. Milán sintió una repentina oleada de afecto hacia él, tal vez por no haberlo visto en tanto tiempo, o era lo que le había compartido que le hizo sentir como si los años no hubieran pasado.
—Adam, ¿quieres beber algo en nuestro departamento? —preguntó Milán impulsivamente—. Puedes quedarte sin ningún problema.
Adam lo consideró por un momento y luego sonrió.
—Claro que sí —asintió y apagó su cigarrillo—. Me convertí en su sombra esta noche.
Ninguno de los dos pensó en Isaac, en cómo se sentiría sobre estar en bajo un mismo techo con quien lo había convertido. Habían pasado muchos años y muchas cosas y nunca habían vuelto a coincidir, incluso ambos lo evitaron al principio. Y luego Isaac tomó sus cosas y se fue del país sin mirar atrás.
Los tres se dirigieron al departamento de Milán e Isaac, donde continuaron la noche entre risas y conversaciones profundas. Aunque las incertidumbres sobre el futuro persistían, Milán sintió una renovada sensación de amistad y reconexión con al menos una de las personas importantes en su vida.
Cuando llegaron a casa, Milán e Isaac se acurrucaron en el sofá, con Adam sentado en el suelo y los tres con una cerveza en la mano. Isaac relató algunas experiencias que vivió en Londres, España y Alemania, historias que su novio desconocía. Milán se levantó para ir a la cocina por más bebidas. Al regresar, vio a Adam sentado junto a Isaac, queriendo hablar, pero sin encontrar las palabras. Observó a ambos, tan cerca uno del otro, que sintió una chispa encenderse. Sabía que lo que estaba pensando era una locura, pero eso nunca lo había detenido.
Milán se acercó a Adam, con pasos tambaleantes, y se inclinó hacia él. No había palabras, solo el silencio roto por un leve aire frío que se colaba por una ventana. Todo lo demás se desvaneció ante el sonido de su propio corazón, latiendo en sus oídos. Milán se detuvo con sus labios a centímetros de los de Adam, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
—¿Qué estás haciendo? —murmuró Adam con voz ronca.
Sin responder, Milán cerró la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron en un beso torpe y confuso, una mezcla de curiosidad y desesperación. Adam no se resistió; al contrario, respondió con una intensidad que sorprendió a ambos. Cuando finalmente se separaron, un escalofrío recorrió la espalda de Milán. Sus ojos buscaron a Isaac, que los miraba con una mezcla de sorpresa y confusión. Sin romper el contacto visual, Milán habló con una voz aterciopelada y precavida que erizó cada vértebra de su cuerpo.
—Isaac —dijo, su tono cargado de una súplica silenciosa—. Bésalo también.
Adam parpadeó, claramente sorprendido por la petición, pero no dijo nada. En cambio, se giró hacia Isaac, que estaba en el borde del sofá, como si estuviera a punto de huir, sus ojos brillando con una mezcla de expectativa y desafío. Lentamente, como procesando cada segundo, Adam tomó a Isaac del brazo y se inclinó hacia él.
Milán los observó, conteniendo la respiración. Isaac y Adam se miraron por un instante que pareció eterno antes de que sus labios se encontraran. El beso fue apasionado, una descarga eléctrica que iluminó la habitación. Isaac se dejó llevar, respondiendo con una intensidad que dejó a Adam sin aliento.
En ese momento, todo lo demás desapareció. Solo quedaron ellos tres, perdidos en un instante que parecía desafiar el tiempo y el espacio. Milán no podía apartar la mirada, sintiendo una mezcla de celos, deseo y algo más, una combinación profunda y compleja que los unía.
Milán fue el primero en moverse, llamando la atención de Adam y haciendo un ademán para que ambos lo siguieran. Los tres se dirigieron a la habitación. Milán giró a Isaac para que quedara frente a Adam. Esta era la primera vez que estaban juntos de esa manera; Isaac había esperado más de quince años y habría esperado cien más por sentir el afecto de Adam sobre él, pero no esperaba que fuera así.
Milán se sentó en una esquina de la habitación, acariciándose por sobre los pantalones. Había un destello de luz que atravesaba su camisa y revelaba uno de sus tatuajes. Isaac levantó el rostro y sus ojos hicieron contacto con los de Adam, que estaban vidriosos como el hielo derritiéndose.
—Lo siento —dijo finalmente con voz estrangulada—. Siento haberte hecho sentir como si no valieras la pena. Solo quería que fueras libre. Nunca he dejado de sentirte... eres mi beta y nuestro vínculo no puede romperse.
—Ahora estás aquí —respondió Isaac bruscamente—. Ahora estás aquí.
Milán pensó que volverían a besarse, pero no fue así. Ambos solo se miraban y rozaban sus manos. De repente, el beso llegó rápido, salvaje y necesitado.
—Adam —jadeó Isaac.
Milán gruñó. Adam tomó la mano de Isaac y la llevó a su boca, mordiendo el mismo lugar que hace años y besándolo nuevamente, presionando su cuerpo contra el suyo. Estaban cara a cara, pecho contra pecho. Las manos de Isaac estaban sobre Adam, luchando por arrancarle la ropa. Adam miró a Milán, que solo le respondió con una sonrisa. Isaac cerró los ojos, abriéndolos rápidamente cuando Adam presionó su mano sobre su erección.
—¡Oh! —gimió Isaac.
Eso fue lo único que pudo formular. Adam era diferente, no exigía nada de Isaac, no era rudo ni rápido. Lo sujetó de la cabeza con una mano mientras desabrochaba su pantalón con la otra. Isaac entendió y comenzó a bajar hasta quedar de rodillas, viendo cómo Adam sacaba su erección, que se balanceaba frente a su rostro. Milán exhaló fuertemente, enderezándose un poco.
Isaac abrió su boca, mirando a Adam a los ojos. Esperó un momento y luego empujó su miembro en la garganta de Isaac, sacándola y metiéndola con fuerza, hasta que, lágrimas corrieron por las mejillas de su compañero.
—Muéstrame la tuya —pidió Adam.
Isaac desabrochó su pantalón. Su miembro estaba flácido, y por un momento Adam pensó que no lo estaba disfrutando. Pero pronto entendió que Isaac disfrutaba de otra manera, no solo con una erección. Las manos de Adam acariciaron su cabeza y rostro, lo levantaron y lo besaron, esta vez con más suavidad y ternura.
—¿Qué más quieres hacer? —susurró Adam al oído de Isaac.
Y este se estremeció al sentir la respiración caliente y agitada.
—Quiero que me tomes, me acaricies y me beses —respondió—. Quiero que seas tierno y rudo. Quiero... solo quiero sentirme apreciado por ti.
Adam lo acarició suavemente y su cabello se enroscó entre sus dedos. Lo tocó con suavidad, besando su cuello y mordiendo sus labios, recorriendo pacientemente cada centímetro de su piel. Adam lo llevó a la cama y se colocó sobre él. Apenas podían ver sus rostros por la tenue luz de la habitación. Isaac podía sentir el miembro de Adam cada vez más duro rozando su piel. Y, aunque parecía extraño, ya no se sentía bien; o eso pensó, como si estuviera engañando a Milán de una forma ridícula, demente y bellamente jodida.
Adam sintió la desconexión por un segundo. Extendió la mano e hizo que sus ojos se encontraran de nuevo. Esos ojos brillaron en rojo, mientras los de Isaac cambiaron a un amarillo intenso como el oro.
Adam hizo un ruido profundo en su garganta, y sus manos se deslizaron por el estómago de Isaac, más allá de sus genitales. La cama se movió bruscamente cuando Adam cambió el peso de su cuerpo a sus rodillas y llevó las piernas de Isaac a sus hombros. Isaac estaba listo para ser tomado, su cuerpo sintió cómo el miembro de Adam entraba más y más profundo.
—Siempre... —dijo Adam con voz rota—. Espero que... puedas perdonarme.
Isaac sabía lo difícil que fue decir esas palabras. Y no había nada que perdonar; jamás estuvo molesto o decepcionado de Adam, sino de él mismo por no poder odiarlo. Pero, ¿cómo odiar a la persona que lo creó, que le dio sus habilidades y que, por extraño que pareciera, lo estaba haciendo suyo esa noche? No sabe cuánto tiempo pasó, pero despertó en medio de la noche, con los brazos de Milán y Adam sobre su pecho. Era el final de algo, lo sabía, lo sentía.
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