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Capítulo 1

El amanecer era un espectáculo. El cielo teñido de tonos anaranjados y rosados se reflejaba en el río Willamette. Milán se levantó temprano, como de costumbre, dejando que la luz del sol se filtrara por el ventanal de su departamento. Su rutina matutina era casi ritual: un café con leche, ejercicios de estiramiento y una breve meditación. Tomó su chaqueta de cuero desgastada, esa que había sido testigo de innumerables aventuras. Ajustó su cinturón, jeans y su arma.

Al llegar al nido, pasó su tarjeta de identificación por el lector de seguridad y entró en el bullicio constante de la oficina. Los agentes y analistas se movían rápidamente, atendiendo llamadas, revisando archivos y coordinando operativos. Su primer destino fue la sala de reuniones, donde el equipo se reuniría para el informe diario. Al entrar, vio a Emma, su jefa, revisando datos en su computadora mientras Xander hojeaba un expediente.

—La redada será a mediodía —dijo Emma, cerrando su computadora.

Emma parecía ser fría, pero en realidad era la persona más cálida que Milán conocía. Su forma de ser era extremadamente familiar, evocando recuerdos de sus padres y amigos. A veces, la melancolía lo envolvía, transportándolo a un pasado que se resistía a morir. Los recuerdos de la camaradería, las risas compartidas y la complicidad surgían en su mente con una nitidez casi dolorosa.

Unas pocas horas después, los tres salieron del edificio del FBI para realizar una última supervisión. Se dirigieron al almacén en la zona industrial de la ciudad. 

—Todo el mundo en posición —murmuró por el intercomunicador mientras se agachaba detrás de un vehículo, observando a través de los binoculares.

El equipo táctico se movía en sincronía. Milán, con los sentidos alerta, se lanzó detrás de la cobertura, mientras las balas cruzaban el aire. En medio del estruendo, solo un pensamiento lo mantenía en pie: sobrevivir para regresar a casa.

—¡Al suelo! —gritó Emma. Tomó a Milán por la chaqueta y lo jalo al suelo.

—Tienes suerte de que estemos aquí —dijo Xander, colocándose a su lado—. Estoy seguro de que si no fuese por nosotros, habrías muerto hace mucho tiempo.

A pesar de sus diferencias, Milán consideraba a su equipo como una verdadera familia y confiaba en que siempre estarían allí para él. Aunque había perdido a otros amigos en el pasado, su grupo actual era sólido y unido.

—Lo sé —comentó Milán—. Es una suerte tenerlos conmigo.

De regreso a su departamento, se permitió un momento de descanso. Abrió una cerveza y se dejó caer en el viejo sofá, sus pensamientos dirigidos a sus padres. Ambos están orgullosos de él, pero ahora entendía su miedo. Milán venía de una familia de oficiales; sus padres y los padres de ellos habían sido policías y ahora él era un agente. Era el mismo sentimiento que tenía cuando era joven, ese temor de que un día le avisaran que alguno de sus padres había muerto.

Su teléfono vibró, sacándolo de sus pensamientos. El nombre de Isaac iluminó la pantalla y Milán sonrió.

—Hola —respondió con la voz áspera por la fatiga.

—Sé que es tarde...

—No importa, sabes que siempre responderé —replicó Milán, y su voz ahora era suave.

Isaac era su amigo, su confidente. Un escape de la normalidad en la que ahora vivía. Se hicieron amigos siendo adolescentes y, sin importar la distancia, siempre estaban en contacto. Isaac era lo único que lo mantenía conectado al mundo sobrenatural.

La conversación fluyó y terminó con un posible encuentro en Oregón. La idea de verse los emocionó, pero Milán sabía que Isaac no le estaba diciendo todo. Jamás llamaba solo para organizar una reunión; había más.

—Te noto extraño —mencionó Milán con un dejo de incertidumbre—. ¿Qué pasa?

—Cazadores —respondió Isaac ahora con voz molesta—. Hay una manada con un alfa joven en Oregón. No sé nada de ellos y tengo un mal presentimiento.

Un escalofrío recorrió la espalda de Milán. Era adrenalina acompañada de miedo, viejas sensaciones que no se comparaban con las que tenía cuando trabajaba. El corazón le dio un vuelco y comenzó a bombear sangre de forma brusca.

—Podría... yo podría —tragó saliva una y otra vez—. Echar un vistazo, revisar y ver que todo esté bien. Y también acompañarte cuando estés aquí.

—De ninguna manera —objetó Isaac—. No debes involucrarte. El FBI, los cazadores y los lobos pueden no ser amigables. Iré solo; no tienes que meterte en problemas de los que no eres parte.

Milán no estaba acostumbrado a las negativas y las palabras de Isaac encendieron algo en él. La amargura y el rencor que guardaba para Gabriel y los demás brotaron de su interior como un volcán en erupción.

—¡¿Qué no soy parte?! —exclamó—. ¡¿De qué demonios hablas?! ¡Soy parte de esto desde mucho antes que tú! Yo la ayudaba, cuidaba a Gabe sin saber que no lo necesitaba. Tú solo fuiste un medio para lograr un fin, un patético y desesperado intento de Adam para construir una manada, y cuando se cansó de ti, te abandonó. Gabriel te aceptó como si fueras un perrito herido que necesitaba un hogar.

Las palabras fueron dichas para herir y resonaron con fuerza en el silencio del departamento. La ira no era amiga y le nublaba el juicio, impulsándolo a decir cosas de las que después se arrepentía.

—Así que no, no lo entiendo —continuó con voz temblorosa por la ira—. ¿Es porque soy humano? Por eso me alejaron de la manada. Ellos eran mis amigos, tú eres mi amigo. Desde que descubrí su secreto, los ayudé tanto como pude y después me hicieron a un lado. Ahora estoy rodeado de peligro y sí, tal vez soy humano, pero no soy débil. Ya no.

—Por favor. Quiero que entiendas —suplicó Isaac con su voz casi quebrada—. Solo quiero protegerte. Sé que puedes defenderte, pero sigues siendo humano. Nunca me perdonaría si algo te sucediera.

—Cada día soy consciente de que solo soy humano —gritó, con su voz cargada de frustración—. Ustedes también son mi familia y quiero ayudar. No soy débil... ya no.

Su mirada reflejaba el dolor de haber sido apartado deese mundo al que tanto deseaba pertenecer. Terminó la llamada abruptamente, dejándole una sensación de vacío y furia contenida. Los días siguientes se convirtieron en agonía y remordimiento. Intentó contactar a Isaac sin éxito. La primavera se deslizaba hacia el verano, los árboles llenos de hojas verdes y el aire contenía el aroma a flores. Pero para Milán, la belleza que lo rodeaba era un simple espejismo que no podía ocultar lo mal que se sentía.

Milán era alto y de complexión media. Se acomodaba los anteojos en repetidas ocasiones en un vano intento de cubrir su marca de nacimiento, lo cual era imposible, ya que el color cereza contrastaba con su tono de piel oliva. Se recostó en su escritorio, sus zapatos inquietos golpeaban el piso mientras sus dedos tamborileaban sobre el escritorio. Se acomodó los anteojos nuevamente y su mirada, clavada en la pantalla apagada de su teléfono, reflejaba la angustia en sus ojos.

—¿Estás bien? —preguntó Xander con voz suave, sentándose a su lado—. Si necesitas algo, no dudes en pedirlo o si solo quieres hablar.

Solo habían pasado unas semanas desde su ataque de ira, pero Milán sentía que había pasado más tiempo. Con la voz entrecortada, como si quisiera llorar, le contó a Xander sobre la pelea, los gritos, las disculpas no dichas y el miedo de que no ser perdonado. Se sentía miserable.

—Tenemos trabajo —Emma los llamó, mostrando una torre de papeles—. La policía tiene registro de una serie de ataques que parecen ser asaltos fallidos. Aunque todo parece muy extraño.

Xander y Milán revisaron algunos informes. Lo que estaban viendo era definitivamente real, parte de un aparejo de guerra. Eran el tipo de armas que una vez que, ves cortar, desgarrar o atravesar a alguien, no lo olvidas.

—¿Cazadores? —preguntó Xander con tono de sarcasmo—. ¿Cazadores de monstruos?

Esas palabras impactaron en la mente de Milán. De pronto, una terrible idea apareció en su pensamiento. «Cazadores... Isaac los mencionó, y si es así, podría estar muerto», pensó. Se levantó de su silla de forma abrupta, presa del pánico. Salió de la sala de juntas y, mientras se alejaba de sus compañeros, un escalofrío recorrió su cuerpo.

—Nos vamos —Emma lo llamó.

Milán no respondió, sus manos temblaban mientras sostenía su celular. La llamada a Isaac no había sido respondida. El buzón de nuevo, empeorando aún más su situación. Respiraba agitadamente mientras caminaba de regreso a la sala de juntas.

El aire estaba frío. Emma y Xander no le preguntaron nada, pero podían notar que su compañero no estaba bien. Ya en la escena del crimen, nada parecía ser como la policía había descrito. Las armas recuperadas eran de manufactura casera, no coincidían con los informes oficiales, o al menos eso les dijeron en la estación de policía.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Xander con evidente fastidio—. Esto es trabajo para la policía, no para nuestra unidad.

—Puedes regresar a llenar informes —respondió Emma en tono seco, más como una orden—. Pero si no quieres hacerlo, cállate y ponte a trabajar.

Mientras interrogaba a las víctimas, Milán no podía evitar que su mente se desviara hacia Isaac. La preocupación se había disipado un poco, pero cada palabra de los testigos impactaba en su cabeza como un eco distante. "Hombres con máscaras", "armados hasta los dientes", "no dijeron una sola palabra". Cada una de estas frases hacía que el miedo en su interior creciera.

El caso avanzaba lentamente; las pistas eran escasas y la tensión aumentaba. Para Milán, su mente estaba, en otra parte, atrapada entre el deber y la preocupación por su amigo. Las noches eran largas y los días llenos de interrogantes sin respuesta.

Finalmente, un día el teléfono de Milán vibró con un mensaje:

Isaac
Estoy bien.
Lo resolveré.
No te preocupes por mí.

Milán suspiró aliviado. Exhausto, se desplomó en su cama, no podía sacarse de la cabeza a Isaac. Los remordimientos por lo que le había dicho lo lastimaban, pero no pensaba en disculparse. Sus amigos eran parte de su familia, un principio irrenunciable, una línea roja que jamás permitiría que nadie cruzara.

En la soledad de su departamento, reflexionaba sobre las lealtades. A pesar de las diferencias, a pesar de no compartir más que trabajo, sabía que sus amigos tenían preguntas. Isaac sabía esconderse bien y no dejaba ningún rastro. No podía compartir que era un hombre lobo y que lo sobrenatural existía. Sin saber sobre ese mundo, en esta realidad, con sus compañeros, eran iguales y así lo veían. Ahora, era un hombre fuerte, una persona capaz de enfrentar cualquier cosa.

Después de unas cuantas cervezas, Milán se dejó acurrucar por la calidez de su amado sofá. Sus ojos pesados luchaban para no cerrarse por completo.

En el momento en que estaba casi dormido, Milán fue sacudido por golpes fuertes que resonaban en la puerta de su departamento. La sorpresa lo atravesó y en un instante su mente lo llevó a empuñar su arma, moviéndose cautelosamente hacia la fuente del ruido. Sin sus anteojos, la mirilla ofrecía una visión opaca, pero ningún rostro se distinguía en la oscuridad del pasillo.

—¿Quién es? —preguntó, su voz resonando con una mezcla de tensión, pero no hubo respuesta.

Con el dedo tenso sobre el gatillo, Milán apenas lograba distinguir la sombra que golpeaba la puerta. Con cautela, giró el pomo, manteniendo el arma en posición defensiva. La puerta se abrió lentamente y al fin Milán pudo exhalar al reconocer a su amigo, cuya sonrisa juguetona iluminó la penumbra mientras bromeaba.

—Soplaré y soplaré y tu puerta derribaré —recitó Isaac mientras la puerta terminaba de abrirse—. Baja esa maldita cosa, vas a matar a alguien —agregó en tono ligero, señalando el arma.

La presencia de Isaac, con su encantador aspecto y su encantadora sonrisa, disipó la tensión en el aire. —Alto, de atlética constitución, con una mirada profunda enmarcada con enormes pestañas y  la calidez de su piel morena—, Isaac era una figura imponente pero reconfortante, con el cabello sobre el rostro.

Milán guardó su arma con cuidado. El abrazo entre ambos fue cálido. Sin embargo, Milán no pudo evitar expresar su frustración por la falta de comunicación. Se disculpó por las palabras hirientes que había dicho días atrás.

—No debiste preocuparte, estoy bien —respondió Isaac con tranquilidad—. Traje la cena, así que invítame a entrar.

Durante la cena, intercambiaron miradas y sonrisas. Fue Milán quien rompió el silencio, compartiendo detalles sobre su nuevo equipo y la clase de seres tan horribles que podían ser las personas, incluso más que los monstruos que conocía.

—Entonces todo ha cambiado —soltó Isaac con una sonrisa nostálgica—. Haces algo bueno con tu vida. Me alegra.

Habían sido ocho años desde la última vez que se habían visto. Isaac no dejaba de sonreír, sus ojos brillaban con ternura mientras observaba a su amigo hablar. Le gustaba ver que estaba bien. Sabía que si Milán se enteraba de que había sido él quien pidió a Gabriel que lo alejara para mantenerlo a salvo del peligro, jamás se lo perdonaría. Ahora, ver a Milán prosperar le confirmaba que había hecho lo correcto.

Milán se volvió a disculpar, reconociendo que había hablado sin pensar y lamentaba lo que le había dicho.

—Quemaría todo e iniciaría una guerra por ti, por protegerte —dijo Isaac con sinceridad y una sonrisa—. Daría lo que fuera por volver a ser humano y salir de esta guerra entre cazadores y seres como yo. Sé que no eres débil, pero sigues siendo humano y no puedo perderte, no a ti. Sé que eres el tipo de persona que se sacrificaría por los demás, y es por eso que no te pondría en más peligro. No tienes que demostrar nada ni a Gabriel ni a mí, a nadie.

Los dedos de Isaac se enredaron en el cabello de Milán.

—Si algo llegara a pasarte... no sé si podríaperdonarme. —En sus ojos se reflejaba un sentimiento que iba más allá deltemor: una promesa de protección, una verdad que no podía negar—. Porque, tú eres el tipo de humano que me da esperanza, el tipo de humano que me hubiese gustado ser antes de convertirme en lo que soy ahora.

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