Capítulo 22: La primera Sangre
Illiam
—No eres más que un simple niño desgraciado —retumbó una voz femenina que parecía resonar dentro de su cabeza—. Es tierno ver cómo intentas resistirte a este mundo cruel.
Illiam estaba inmerso en una oscuridad total. Sentía el frío envolviéndolo y un viento invisible sacudía sus cabellos rojizos de un lado a otro. Su cuerpo pesaba como si estuviese atado, incapaz de moverse, con un dolor punzante en el pecho.
Hace un rato se encontraba... ¿dónde? ¿Qué hacía antes de llegar a este lugar desolado? No podía recordarlo.
—¿Quién habla? —preguntó ansioso, su voz resonando en el vacío.
—Nadie —contestó la misma voz de antes—. No soy nadie, y a la vez soy un todo.
—¿Eres Dios? —se atrevió a preguntar Illiam.
—Jajaja. —La voz femenina lanzó una carcajada—. Me halagas, pero soy algo diferente.
—¿Adionis? —volvió a preguntar Illiam, sintiendo que lo estaban tomando del pelo. «¿Qué clase de sueño es este?»
—¡Y ahora me comparas con el diablo! Jajaja.
—¡¿Qué eres entonces?! —Illiam intentó moverse hacia la luz flotante, pero fue inútil. Seguía sin poder desplazarse. Estaba atrapado en ese punto rodeado de oscuridad.
—¿Te enojaste? —La voz aún sonaba divertida—. Pasan por mi lado siempre, solo que... bueno, pocos pueden ver mi esencia.
—Tú... Esa luz frente a mí, ¿eres tú?
—Lo soy. —El pequeño punto de luz pareció rebullirse, vibrar.
—Eres un espíritu —concluyó Illiam, sintiendo algo similar a la emoción.
—Y tú eres un Rohart —expresó la voz femenina, solemne—. Me siento atraída hacia ti.
¿Dijo "atraída"?
—¿Por qué?
—Adivina lo que soy. —La mujer o... más bien, la voz, evadió la pregunta.
—Ya lo dije, un espíritu.
—Pero ¿de qué tipo?
Illiam reflexionó. No sabía qué responder.
—Te daré una pista —añadió la luz, removiéndose con emoción—: Soy creadora y destructora, terrible y hermosa. Necesaria para la vida y el cambio. Cálida y peligrosa. Me muevo y danzo, me extingo y renazco, consumo y moldeo. ¿Qué soy?
Illiam era bueno en las adivinanzas.
«Moldeas, consumes y te extingues. Eres peligrosa, pero al mismo tiempo cálida. Consumes y te extingues. ¡Qué fácil!»
—Eres un espíritu de fuego—concluyó Illiam, su voz llena de una mezcla de temor y fascinación.
—¡Sí! Jajaja. —La voz también parecía sonreír—. Pequeño niño inteligente. —El punto de luz se removió más allá del chico, expulsando pequeñas lenguas de fuego a su alrededor—. Me muero de ganas por ver lo que harás para ganarte mi bendición.
—¿Tu bendición?
Illiam meditó. ¿A qué se refería ese espíritu? Todo lo que decía era incomprensible.
En fin. ¿Qué caso tenía pensar sobre eso? Después de todo, se encontraba en un sueño.
—Mi poder, mi existencia —explicó la voz—. Si me cautivas, te daré un trozo de mí, así como se lo di a quien conoces como la Arquera de Plata —expresó la voz, solemne. Illiam sintió una punzada en el pecho al escuchar ese título. Estuvo a punto de preguntarle al espíritu qué sabía sobre su hermana, pero la voz continuó hablando, desviando la atención de Illiam—. Otros también están interesados en ti.
—¿Otros?
—Sí. Otros Espíritus, y algunas Entidades —comentó.
Pero ¿a qué se refería la voz con las Entidades? Illiam no la entendía.
—Pero espero que cuando llegue el momento, cuando estés listo, me elijas. Después de todo, fui la primera en hablarte; y no fue fácil, ¿sabes? Te estoy observando, Rohart, así como observo a todas las criaturas del mundo...
Y de repente, la luz danzante se esfumó.
A Illiam lo invadió nuevamente un frío que parecía escurrirse por debajo de su piel. La oscuridad y el silencio lo rodearon por completo. «¿Y ahora qué?», se preguntó, lleno de incertidumbre.
—¿Hola? —preguntó Illiam, llenándose de miedo—. ¿Espíritu de fuego? ¡¿Hay alguien?! ¿Hola?
Repentinamente una fuerza invisible que lo jalaba con violencia por la espalda, lo arrastró como una hoja en un huracán hacia un vacío inexorable. El terror lo embargaba mientras su mente luchaba por entender qué estaba sucediendo.
Al principio se sorprendió tanto, que se desgarró las cuerdas vocales gritando con todo lo que sus pulmones daban, pero luego percibió que algo peor estaba pasando: su existencia arrancada lentamente de la faz de la tierra, hasta el punto de no poder sentir su propio ser. No podía explicar con claridad como era aquella sensación inhumana, pero sus pensamientos se desvanecían, llevándose consigo sus recuerdos, su identidad, su vida entera, dejándolo... vacío, como si se estuviera extinguiendo.
La inexistencia, un vacío interminable, había engullido lo que quedaba de su mente.
Mente...
¿Mente? ¿Qué era? ¿Quién era?
Olvidó las palabras, sus significados. Pronto dejaría de ser "algo", e terminaría siendo infinitamente "nada".
Pero entonces "la nada" que lo engullía, pareció resquebrajarse:
—... E!
—...O LA... R...A
Escuchaba algo, al mismo tiempo que aros de luz amarillenta se encendían y apagaban ante la oscuridad.
—Á... LIE... T...
Susurros, o palabras mochas que parecían distorsionarse.
—ÁL... T...MA... L... R
¿Qué era eso?
—¡ÁLIE! ¡TOMA LA ROCA! ¡TOMA LA ROCA! —Y los susurros se convirtieron en un poderoso rugido lleno de desesperación—. ¡LA ROCA, ÁLIE!
El eco de las palabras reverberó en la oscuridad, convirtiéndose en un rugido ensordecedor. Su cuerpo, pesado y entumecido, comenzó a sentir nuevamente el frescor del aire y la dureza del suelo bajo él. Poco a poco, los sonidos se hicieron más claros, descubriendo que, cerca de él, se desarrollaba una pelea, una batalla. El aroma a arena mojada y sudor invadió sus sentidos.
Fue de ese modo que la oscuridad del sueño se desvaneció, y la realidad lo golpeó como un muro. Un dolor fuerte dolor en su pecho fue intensificándose a medida que luchaba por aclarar su mente
«Me... duele... Me duele...»
Tenía los ojos cerrados; quiso abrirlos, pero los párpados le pesaban.
—¡MALDICIÓN, ÁLIE!
¿Era Jolam? Estaba desesperado. Illiam jamás lo había escuchado gritar de ese modo; su voz parecía un trueno, pese a que se escuchaba demasiado lejos.
Muy lejos...
Lentamente abrió los párpados, siendo cegado de forma instantánea por un brillante aro de luz amarillento, obligándolo a cerrarlos de nuevo. Cuando volvió a abrirlos, ante él se extendían los enormes candelabros de Piedra Cálida que pendían de un techo rocoso, mismos que eran tan grandes como las vigas que sostenían su humilde casa, allá en Seronia (ahora en ruinas).
Los tres candelabros delineaban con su luz los contornos cavernosos de las paredes, los escalones alrededor de la arena y a quienes los ocupaban: lujosos nobles que aplaudían emocionados mientras intercambiaban palabras entre ellos, comían, bebían y observaban lo que ocurría en la arena donde Illiam yacía acostado, atontado por el repentino despertar.
¿Qué había ocurrido?
«Me... golpearon», se dijo, mientras llegaban a él pequeños recuerdos de lo ocurrió antes de que perdiese la consciencia. «Fue una chica... una que parecía un gorila. Estábamos los tres, Jolam, Álie y yo, allí de pie, en la arena. El heraldo dijo que debíamos pelear, y... esa tipa corrió hacia mí y me arrolló.»
Habiendo recordado en donde se encontraba, se obligó a girar la cabeza hacia un costado; lo hizo muy despacio porque le dolía.
Aunque su visión era algo borrosa, alcanzó a percibir cuatro siluetas que parecían forcejear sobre la arena, levantando polvo con las botas, girando, avanzando, retrocediendo. Había una quinta silueta cerca de las otras, tumbada de bruces.
¿Había muerto ya el primero en esta pelea?
¿Cómo?
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?
«Debo levantarme...»
Illiam inhaló una bocanada de aire, provocando que un intenso ardor se arremolinara entre sus costillas. Aun así, apoyando las manos en el suelo, impulsó la mitad superior de su cuerpo para quedar sentado. Tosió un par de veces, cubriéndose la boca con una mano. Cuando vio su propia palma, descubrió que había en ella pequeñas gotas de sangre.
El golpe que había recibido fue tremendo, de eso no había dudas.
«Mejor me hubiera quedado inconsciente... duele... duele.» Sintió un picor en la lengua que provocó que una lágrima bajara por su mejilla. «M-Me la mordí.»
Girándose hacia un lado, escupió repetidas veces en el suelo, observando que no paraba de salirle sangre revuelta con saliva, y aunque dolía tremendamente, aquel era el menor de sus problemas.
Se puso boca abajo con las manos en el suelo. Sus codos temblaban y le dolía todo el cuerpo. Suspiró. Con dificultad apoyó una rodilla en la arena. Jadeó cuando lo consiguió. La cabeza dándole vueltas parecía quererlo tumbar de nuevo de cara, pero se resistió y, con un quejido contenido, se levantó.
En pie, perdió un poco el equilibro y casi cayó de espaldas, pero logró mantenerse firme. Tosió dos veces más, y se quejó cuando irguió la espalda. Le dolía la columna.
Para ese punto su visión había esclarecido, logrando así ver lo que ocurría a su alrededor con gran detalle.
Lo primero que captó a unos siete metros de distancia, fue la silueta tumbada de antes; ahora que podía verla bien, descubrió que se trataba del niño de antes, el calvo que llevaba un vendaje alrededor de la frente, uno de sus tres contrincantes.
¿Qué le había pasado?
Cuando alzó la mirada, pudo distinguir a Jolam en el extremo izquierdo de la arena, tirado de espaldas con la enorme pelinegra encima de él, asediándolo con puñetazos. Jolam se defendía como podía, cruzando los antebrazos en forma de X para bloquear los golpes.
Al otro extremo, a la derecha, cerca del borde de las graderías del ala este, Álie retrocedía mientras otro chico, el de largo cabello negro atado en una coleta, lanzaba puñetazos al frente; varios de sus torpes puños habían alcanzado a Álie. Su nariz sangraba, y suplicaba al de la coleta que por favor se detuviera.
—¡Illiam, ayúdalo! —gritó Jolam en la distancia, desesperado.
El llamado hizo que Illiam se sobresaltara.
«Solo obedece», se dijo sin voltear a ver a Jolam, dando un paso al frente.
—¡Creí haberme encargado de ese! —exclamó la pelinegra con una voz estridente, provocando que Illiam se detuviera en seco y se girara hacia ella.
La enorme chica, todavía encima de Jolam, miraba en su dirección. Sus ojos pardos clavados en él, hicieron que el estómago se le revolviera.
Como un gato, ella se puso en pie, confiada (su esbelto cuerpo se lo permitía), liberando a Jolam de sus ataques por un momento y manteniendo a Illiam en la mira. ¿Cómo podía dar tanto miedo?, fue lo que Illiam se preguntó antes de verla correr hacia él, como una pantera negra sedienta de sangre.
«¡Es rápida! ¡Me va a matar!», o eso pensó, antes de ver cómo la pelinegra caía estrepitosamente de espaldas. «¿Qué ocurrió?»
Illiam apenas pudo seguir los movimientos de Jolam, quien de repente se levantó y, en un ágil movimiento, había agarrado la larga trenza de la muchacha, jalándola con fuerza hacia él y tumbándola al suelo.
—¡Ayúdalo, Illiam! —ordenó Jolam de nuevo, mientras sometía a la pelinegra poniéndose, esta vez, él sobre ella.
Illiam asintió.
Aunque temblaba como si estuviera a punto de caerse en pedazos, apretó los puños y, fingiendo estar decidido, corrió hacia Álie, quien había estado retrocediendo hasta que su espalda chocó con el barandal que delimitaba la arena. Estaba acorralado por su oponente. Álie recibió de lleno un puñetazo en el mentón que sacudió su cabeza y lo llevó al suelo.
Su oponente, el de la coleta, respirando de forma agitada y con los ojos llenos de lágrimas, comenzó a buscar algo en el suelo; Illiam no entendía qué. Pero luego vio que el muchachito tomó una roca del tamaño de una piña, de las tantas que había a los bordes de la arena mientras repetía con voz entrecortada:
—Debo hacerlo... debo hacerlo... Si no lo hago, ella... ella... —Él hablaba con los párpados muy abiertos y los labios temblorosos. Pero parecía dudar en herir a Álie.
Illiam llegó corriendo justo a tiempo y chocó contra él, propinándole un golpe en el pecho con todo el peso de su cuerpo. Ambos cayeron y la roca rodó a un lado.
Illiam se levantó, un poco desorientado, arrastrando los pies en la arena. Miró al muchachito a su lado que estaba retorciéndose en el suelo, tosiendo y sosteniéndose el pecho con las manos.
«Es... la primera vez que golpeo a alguien», pensó, mientras sus manos temblaban. «No me gusta cómo se siente...»
Agitado, se giró hacia Álie. Álie lo miraba con lágrimas en los ojos desde el suelo, pero también con un brillo de esperanza, como si contemplara a un salvador. Illiam le extendió la mano y Álie la tomó, utilizándola como impulso para luego levantarse.
—¡Gracias! —dijo Álie, quien tenía varios cortes sangrantes en los labios, un pómulo hinchado y un largo cardenal surcando su ojo izquierdo, el cual estaba ligeramente cubierto por un mechón du su rubio fleco.
«Nada grave.»
—Dios te mandó para que me protegieras. —Álie, que aún no había soltado la mano de Illiam, la estrechó con ímpetu—. ¡Gracias Dios! —Luego la soltó y elevó, entusiasmado, los ojos hacia los candelabros del techo, abriendo los brazos a los costados—. ¡Gracias por tu bendición! Ya no dudaré más. Perdóname por vacilar. —Su expresión se parecía a la de un loco; eso provocó risas entre algunos de los nobles en las graderías.
«No tenemos tiempo para esto. Debemos ir con Jolam.»
Jolam, que antes había ganado cierta ventaja sobre la enorme mujer al tomarla por la espalda y tumbarla al suelo, ahora volvía a encontrarse en una posición de inferioridad ante ella, quien, de nuevo, se encontraba acaballada sobre él, casi echando humo por la nariz mientras intentaba ahorcar a Jolam.
Justo cuando Illiam se dirigía a ayudarlo, si es que podía hacerlo, se detuvo en seco cuando vio lo que Álie estaba a punto de hacer. El rubio había tomado una gran roca que hacía temblar sus brazos al sostenerla, y se acercó con pasos lentos al chico de la coleta que aún seguía tosiendo en el suelo, todo mientras sonreía de una forma retorcida.
«¿Qué estás haciendo, Álie?», preguntó Illiam en su mente, su corazón latiendo con violencia.
Álie se paró a los pies de su oponente caído, mirándolo desde arriba con una expresión indecisa.
—Arteus, dame las fuerzas para cumplir con tus exigencias —expresó Álie, y lanzó un extenso suspiro—. Mis enemigos son los enemigos de Dios. Y esta es la voluntad de Arteus.
Illiam tensó la mandíbula.
Álie se puso encima del muchacho de coleta, quien alzó sus manos al frente formando un endeble escudo mientras suplicaba, con voz queda, por su vida:
—Por favor... no.
Pero Álie parecía poseído por algo. Sus ojos celestes estaban perdidos en una locura que lo envolvía. Ya tenía la piedra elevada por encima de su cabeza, listo para aplastar al chico con ella. El rubio cerró los ojos un momento, derramando lágrimas al hacerlo, y rezó:
—Arteus puede ser cruel, pero al menos no es un Dios mentiroso. Pido fuerzas para cometer lo que deba ser cometido.
Abrió los ojos.
Illiam podía creer lo que estaba pasando. ¿En serio Álie iba a matarlo? Quiso hacer algo para impedirlo, pero sus piernas se desconectaron de su cerebro; no podía moverlas.
Y...
Ocurrió muy rápido. Una fracción de segundo. Un zumbido poderoso, una ráfaga de viento que hizo vibrar su cabeza. Un crujido espantoso y un golpe sordo.
Illiam fue tomado por sorpresa. Algo pasó desde atrás a una velocidad considerable, cerca de su oreja izquierda, provocando que perdiera el equilibrio y cayera hacia un costado. Se sentía algo mareado. Apoyó las manos en la arena y se puso en pie otra vez.
—No...
Apenas pudo emitir un débil gruñido cuando vio a Álie en el suelo, de costado y con un inmenso agujero sangrante en la sien izquierda; a un lado, cerca de su cabeza herida, una roca sobresalía de entre las otras que había, era grande como el puño de un hombre adulto, y una de sus puntas estaba tenía sangre.
«¿Alguien la lanzó?», se preguntó. «¿Álie ha muerto?»
Fue tan rápido...
De nuevo, otra ráfaga de viento pasó cerca. Era un proyectil. Illiam esquivó por poco una roca que se estrelló contra el barandal de madera frente a él, mellándolo; uno de los nobles en las graderías lanzó un chillido de sorpresa y se apartó asustado.
¿Quién las estaba lanzando?
Levantó la vista, y ahí estaba la enorme pelinegra, cerca del ala oeste, a su izquierda, a más o menos unos diez metros, sosteniendo otra roca y preparada para lanzarla. Illiam se puso alerta y corrió.
«¡¿Qué mierdas pasó con Jolam?!», se preguntó, a medida que sus ojos volvían a llenarse de lágrimas.
Tras un rápido vistazo a su entorno mientras corría en zigzag esquivando los proyectiles, descubrió a Jolam tumbado boca abajo, a la espalda de la enorme joven.
¿Lo había vencido ella?
Pero ¿cómo?
Una roca, dos, tres pasaron volando cerca. Illiam las esquivó por poco, esforzándose para no caer inconsciente por el cansancio. La pelinegra tenía una fuerza tremenda; si una de esas piedras le llegara a dar siquiera en un pie, podría fracturarle el hueso con facilidad.
—¡Eres una pequeña mierda! —gritó aquella chica, soltando la roca que había estado por lanzar, y adoptó una posición de lucha—. ¡Iré por ti yo misma! —Y corrió levantando polvo con sus sandalias grises y desgastadas. Los músculos de sus muslos, expuestos bajo una túnica corta, se tensaban.
Illiam, en comparación a esa tipa, era más lento que una tortuga. Trató inútilmente de trepar los altos barandales que rodeaban la arena, pero en cuestión de segundos ella lo alcanzó, acorralándolo a una velocidad que lo dejó sin aliento.
—No quiero morir... —susurró Illiam, buscando una apertura, pero la pelinegra estaba de pie frente a él, con las manos extendidas a los costados, como el enorme muro de un castillo, impidiéndole cualquier ruta de escape, y por detrás tenía el barandal que marcaba el límite de la arena.
Encerrado.
—Por favor, no me mates... —añadió él.
Los nobles en las graderías parecían estar complacidos con el espectáculo, y empezaron a lanzar monedas a la arena; una lluvia interminable de oro y plata cayendo sobre sus cabezas.
—Si te mato, me darán una moneda de plata adicional —explicó la pelinegra, sonriendo de medio lado. Tenía pecas en la nariz y mejillas, y a pesar de su estatura, fuerza y aparente brutalidad, su rostro canela poseía facciones finas como los de una muñeca.
¿Cómo podía una mujer tan bella ser una máquina de violencia?
—Ya maté a uno —continuó ella, sin dejar de sonreír; quizás se refería a Álie. Parecía estar acostumbrada a la violencia—. Te mataré a ti y luego al otro hijo de puta. —Señaló con el pulgar hacia atrás, hacia Jolam—. Tres monedas de plata para mí. Son negocios, Rohart. Nada personal.
La pelinegra tomó a Illiam por el cuello, y lentamente fue sometiéndolo con fuerza bruta, haciendo que se doblara de rodillas ante ella.
Illiam arañó las manos que se enroscaban en su cuello, pero era inútil. La pelinegra poseía una fuerza descomunal. No podía resistirse ni cambiar su situación. No tenía la fuerza, el poder de su hermana. Moriría allí, como un simple esclavo que nadie recordaría jamás, a manos de una desconocida y entreteniendo a los cerdos de las graderías.
Al ver lo inútil que era resistirse, decidió no pelear más. Dejó caer sus manos a los costados de sus caderas y cerró los ojos, sintiendo la asfixia cernirse sobre él.
La falta de aire lo mareaba. Cada vez escuchaba menos las pullas y celebraciones de los nobles.
«Debí morir hace mucho tiempo», reflexionó y sonrió irónicamente. «Sí, con mi hermana, allá en Seronia. Al menos hubiera muerto en mi hogar, no aquí, no en esta tierra extraña, no rodeado de demonios, no a manos de esta perra... Si Vienna no me hubiera salvado, ahora estaría con mi hermana y no tendría que sufrir más.»
Las manos de la pelinegra se cerraban cada vez más fuerte alrededor de su cuello, y en su cabeza, Illiam comenzó a desvanecerse en un torbellino de recuerdos.
De pronto, la imagen de su hermana vino a su mente, bebiendo como siempre hacía, junto a varios conocidos sentados en mitad de la calle, alrededor de una cálida fogata mientras el viento nocturno les agitaba los cabellos; entre ellos, estaba Claria, que reía a carcajadas mientras la cerveza se regaba a través de su comisura, salvaje, despreocupada y dichosa. A su izquierda estaba Mike, el espadachín, amigo de su hermana, símbolo de poder en el gremio y el más fuerte en términos físicos, tumbado de espaldas y desmayado por el alcohol; no tenía el mismo temple de Lissa y Claria que, aunque bebiendo desaforadamente, seguían en pie como si apenas bebieran la primera copa.
También estaba Vienna, regañando a Lissa, pidiéndole que no bebiera más, pero ligeramente sonrojada por el calor de la ebriedad, riendo al mismo tiempo con otros tantos vecinos que iban acercándose al fuego que compartían; se servían jarras de cerveza de unos barriles cercanos que parecían interminables, gente que Illiam conocía, y que habían muerto en Seronia, aquella noche de los demonios.
Se veían todos felices. Illiam sentía el deseo de reunirse con ellos; y como si hubieran leído su mente, Lissa, al otro lado del fuego de la fogata, levantando una copa y agitando sus cabellos plateados que refulgían con la luz del fuego, lo llamó para que se uniera al grupo y bebiera.
—Ya voy, hermana... —susurró, apenas esbozando una sonrisa febril.
Pero el estrangulamiento de la pelinegra lo devolvió bruscamente a la realidad, y una voz familiar y a la vez extraña susurró algo en su oído: «Eres un Rohart», dijo. «Illiam, a los Rohart el mundo les sonríe.»
—¿Quién... es...? —gimió.
Y entonces, un grito enfurecido rompió la bruma de sus pensamientos:
—¡Suéltalo!
De pronto, el agarre en su cuello aflojó. Cayó al suelo, sobre unas rocas que lastimaron su espalda. Abrió los ojos de golpe, pese a que aún sentía que la cabeza le daba vueltas.
«Mi espalda.»
Yacía en el suelo. Su visión apenas aclarándose, el aire regresando a sus pulmones. Apenas y podía percibir tonos grises delineando el espacio que lo rodeaba. Apretó los dientes, los puños, y con esfuerzo se levantó del suelo. Sus huesos crujieron, o eso pensó.
Se mordió el labio inferior, y aunque la claridad aún no había llenado sus ojos, tomó una roca del tamaño de un puño.
«Debo estar armado...»
"¡Vamos, Rohart!", gritaban algunos de los espectadores.
"¡Ayuda al León, Rohart, vamos, vamos!"
¿Al león? ¿Se referían a Jolam?
Cerca de él, Jolam y la pelinegra forcejeaban el uno contra el otro, lanzando puñetazos, patadas y empujones, hasta que Jolam, en medio del intercambio, logró, como hizo antes, tomar con el puño la trenza de la joven, aferrándose a ella como si pendiera de un acantilado, y aquel mechón fuese la soga que lo separaba del vacío; se aferró con tal fuerza, que la hizo trastabillar. Ella apenas pudo mantener el equilibrio.
—¡Maldito imbécil! —insultó la muchacha, lanzándole un puñetazo impreciso a Jolam, que apenas rozó su mejilla.
—¡No tenemos que matarnos! —gritó Jolam, con una voz cargada de súplica y desesperación. Se mordía los labios mientras tiraba de la trenza hacia abajo, intentando tumbarla y defendiéndose con la mano libre de los puñetazos que ella lanzaba.
—¡Sí, sí tenemos! —La pelinegra, en un arrebato de histeria, cargó con todo el peso de su cuerpo contra Jolam, cerniéndose sobre él como una pantera saltando sobre un conejo en el suelo.
Ella mantenía el ceño fruncido y la mirada inyectada en sangre, mientras desplegaba puñetazos que Jolam apenas podía desviar con los antebrazos.
Illiam sabía lo que tenía que hacer. Se aferró a la roca en su mano derecha, como si esta formara parte de otra extensión de su propio cuerpo. Respiró profundamente, pero cuando se estaba punto de unirse a la pelea junto a Jolam, notó algo con el rabillo del ojo, a su derecha, donde yacía el cuerpo de Álie.
«No puede ser...»
Entonces lo vio: el chico de la coleta ya había despertado de su aturdimiento y se estaba levantando, recogiendo una roca al igual que Illiam.
—¡Si no lo matas, te voy a matar yo, inservible hijo de puta! —gritó la pelinegra, furiosa y sin aliento, mientras sus ataques contra Jolam disminuían en potencia.
«Le habla a él», concluyó Illiam, observando al de la coleta que, aunque con una mirada insegura, asintió en respuesta y fijó su atención en Illiam, asustado, pero al mismo tiempo determinado.
«Me va a matar...» Fue el pensamiento que llegó a su mente acompañado de un cosquilleo que erizó cada vello de su cuerpo. «Debo matarlo.»
El muchacho que se acercaba a Illiam se mordía el labio y sus manos parecían temblar.
Illiam levantó los puños al frente, y, con la roca en su derecha, avanzó lentamente hacia él.
«Quiero irme... ¡No quiero estar aquí!»
El corazón de Illiam palpitaba de tal forma que le era difícil respirar con normalidad. Además, sus movimientos eran tan torpes, carentes de firmeza, y daban la impresión de que tropezaría al más mínimo desnivel en el suelo.
Pero su oponente parecía estar igual que él: el excesivo sudor perlando su frente despejada, y sus rodillas temblorosas, delataban su nerviosismo.
«Está asustado, así como yo.»
Siguieron acortando la distancia, mirándose a los ojos. Illiam adquirió un poco más de control sobre sí al notar que su oponente casi se enredó con sus propios pies.
—Puedo hacerlo —susurró Illiam, con la voz entrecortada, sudando en cantidades absurdas—. He visto cosas peores. He sobrevivido a dos masacres. Puedo con esto...
Pero su incipiente motivación, se vio ensombrecida por un factor que había ignorado hasta ese momento: el otro chico, aquel calvo con la venda alrededor de la cabeza que había estado inconsciente en medio de la arena durante todo ese rato, ahora se estaba levantando del suelo.
—No... no...
Dos contra uno.
Álie parecía estar muerto y Jolam estaba ocupado con la pelinegra.
Estaba solo.
Sintió que sus entrañas se removieron, que vomitaría si no lograba controlar la agobiante sensación de desesperanza que le atravesaba el pecho como una gélida flecha invisible.
—¿Y... y ahora qué haré? —se preguntó, retrocediendo dos pasos, deseando salir corriendo.
Ahora los dos desgraciados se encontraban caminando hombro a hombro hacia Illiam, confiados... El nerviosismo que antes abundaba en la expresión del chico de la coleta, se había desvanecido.
El primer impulso que tuvo Illiam fue lanzarles la roca que sostenía. Pero sus oponentes la esquivaron, por poco.
«Si Jolam muere... ella vendrá por mí», pensó.
Illiam rápidamente recogió otra roca del suelo y la lanzó nuevamente. Esta vez logró golpear al muchacho de cabello largo en el estómago. Sin perder tiempo, siguió tirando rocas, creando una lluvia de proyectiles que hicieron retroceder a sus dos enemigos.
—¡Está funcionando! —exclamó Illiam, exaltado.
Su puntería mejoraba con cada lanzamiento, golpeándolos varias veces en zonas distintas; incluso una roca rozó la oreja de uno de ellos.
—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo... puedo... —Pero Illiam no había contemplado algo tan básico como el hecho de que las rocas de su lado, se iban a terminar tarde o temprano—. No. No. No...
Los dos aprovecharon el momento y corrieron hacia Illiam, quien apenas pudo apartarse un par de metros antes de ser alcanzado.
—¡Ahora sí! —exclamó el de la coleta, propinándole a Illiam una patada en la espalda que lo tumbó de bruces.
Cuando Illiam lazó la cabeza, tratando de levantarse, inmediatamente recibió un pisotón en el centro del estómago que lo hizo vomitar sobre su propio pecho. Había sido el calvo.
La visión de Illiam se nubló. Perdía facultades segundo a segundo. Pronto quedaría inconsciente.
—Acabemos con él antes de que esa maldita nos mate a los dos —exclamó el muchacho calvo, observando a su amigo de reojo—. Toma esa roca, y hazlo.
—¿Qué? ¿Por qué yo, Ern?
—¡Solo hazlo, Gir, hazlo si quieres con los ojos cerrados! —Ern parecía enfurecido con su compañero.
Gir, el de la coleta, se sintió cohibido y se encogió de hombros mientras rebuscaba en el suelo una roca.
—Lev...ántate —susurró Illiam para sí mismo. «Elisabeth, quiero verte...»
Pero por mucho que luchara, le era difícil moverse, sobre todo porque Ern tenía un pie puesto sobre el pecho de Illiam.
Gir ya había tomado una roca que cabía en su propia mano. No parecía pesada. Si golpeaban a Illiam con eso en la cabeza, probablemente no moriría en el acto. ¿Acaso lo iban a golpear muchas veces hasta matarlo?
Eso sonaba espantoso.
Ern retiró el pie de su pecho, mirándolo con algo de pesar y dándole espacio para que Gir se acaballara sobre el vientre de Illiam.
—No me mates... —Illiam suplicó, sintiendo que su voz apenas era un susurro opacado por los gritos emocionados de los nobles a su alrededor.
"¡Mátalo! ¡En la cabeza, en la cabeza!", decían.
"¡No es justo! ¡El Rohart está solo contra dos!"
"¡No te tardes, chiquillo! ¡Dale duro en la cabeza! ¡Necesito que ganen por el bien de mi bolsillo!"
Illiam vio nuevamente dudas en los ojos de Gir.
—N-No eres una mala persona... —Alcanzó a decir Illiam, sintiendo el pecho caliente, un dolor abdominal insoportable, apelando a la piedad de su oponente, la misma que él hubiera tenido de estar en su lugar.
—Yo... —El de la coleta derramó lágrimas que cayeron sobre el rostro de Illiam—. Lo siento...
—¡Dale, Gir! ¡Dale! —Lo alentaba Ern, colocándose a un lado de Illiam, cerca de su cabeza.
—Si no lo hago, me van a matar —explicó Gir. Su coleta había caído sobre su hombro. Tenía un cabello sedoso, pese a ser un hombre; «¿en qué estoy pensando?»
Illiam sonrió, aunque no supo exactamente por qué.
«Siempre sonrío en los momentos menos apropiados. ¿Por qué será?»
Cerró los ojos, y, en un desesperado intento por aferrarse a la vida, imploró por primera vez:
«Por favor, Arteus. Si no eres solo crueldad, demuéstralo y sálvame la vida. ¡Si existes, haz algo, hijo de perra!»
Entonces sucedió.
"¡Miren, está vivo!", gritó un noble, y hubo un silencio desconcertante entre las graderías. «¿Por qué se callaron así?», Illiam no tenía forma de saberlo, pues su campo de visión estaba reducido.
—Dios me dio una segunda oportunidad —retumbó la voz de Álie, muy cerca, y a Illiam le pareció que oía a un fantasma.
¿Álie?
Illiam no supo cómo, ni cuando, pero vio con asombro que Álie se encontraba tras Ern, mismo que aún no se había percatado de su presencia. El calvo apenas pudo reaccionar cuando Álie impactó un contundente golpe con una roca en la parte trasera de su cabeza; espesa sangre salpicó a Illiam en el rostro y a Gir en la cabeza.
Gir observaba con perplejidad a su compañero caído en el suelo, cerca de Illiam.
Álie se montó sobre Ern, y, usando la misma roca como un arma mortal, golpeó su rostro tantas veces como pudo, esparciendo salpicaduras de sangre a su alrededor y deformándole el semblante con cada impacto destructivo.
«¿Cómo puede estar vivo?», se preguntó Illiam, observando la herida que Álie tenía a un costado de la cabeza: un agujero que, a simple vista, era difícil determinar su profundidad.
La cara de Álie, antes blanca, ahora estaba enrojecida por la sangre de su víctima, cuya había dejado de moverse hace un rato.
Illiam aprovechó la oportunidad milagrosa. Tomó a Gir desprevenido, agarrando su larga coleta y jalándola con toda su fuerza hacia sí, para luego propinarle un cabezazo que le reventó la nariz. Gir, que se ahogaba en su propia sangre, soltó la roca y se cubrió la nariz con las dos manos, lloriqueando y tosiendo. Illiam se lo quitó de encima haciendo girar su cadera y, a rastras, toma la roca que muchacho acababa de soltar.
Antes de que que Gir pudiera levantarse, Illiam le dio un puñetazo con la roca, justo en la mejilla, abriéndola una rajadura en el pómulo y tumbándolo de espaldas.
«Si no lo mato, él me mata.»
Los nobles a su alrededor parecían simios enardecidos, gritando, con mucha euforia, cosas que Illiam no podía entender, porque no tenía forma de prestarles la suficiente atención en ese momento. Ahora solo tenía algo claro en su cabeza: debía matar a su oponente.
Dejó de ver a esos cerdos ataviados de joyas, y puso su atención en Gir, quien sangraba a borbotones por la herida en su pómulo y a través de su nariz retorcida.
Illiam, con las extremidades temblándole y apenas logrando mantenerse en pie, se acaballó sobre Gir, sosteniendo la roca en lo alto.
A su derecha, Álie continuaba golpeando a Ern sin cesar ni un segundo.
—No quiero morir... —sollozó Gir, derramando lágrimas que se fusionaban con su propia sangre.
—Tú intentaste matarme —le dijo Illiam, inhalando por la nariz, y luego propinándole un golpe con la roca que rajó profundamente su frente. —¡Tú intentaste matarme! —Luego otro golpe, terminando de romperle la nariz y abriéndole una rajadura que dejaba expuesto el puente fisurado—. ¡No es mi culpa! ¡No es mi culpa! —El siguiente golpe provocó una explosión de sangre que encegueció a Illiam.
Y aunque todo a su alrededor se veía rojo, una y otra y otra vez golpeó certeramente con la piedra el rostro de su enemigo, sintiendo la viscosidad de la sangre bañándole los brazos y el rostro, abrumado por el férreo aroma que Gir expedía.
«Solo huelo sangre. Solo veo sangre...»
Siguió golpeando con la roca hasta notar que su enemigo había dejado de moverse. Solo hasta ese momento se detuvo. Y los aplausos y virotes de los nobles estallaron repentinamente inundando todo el espacio.
Le dolía el brazo. Soltó la roca mientras intentaba controlar su frenética respiración. Irguió la espalda.
Se sentía sucio, exageradamente mojado.
¿Cuánta sangre le había caído encima?
Uso sus dedos para limpiarse los ojos lo mejor que pudo, y de nuevo vio lo que tenía delante: Gir, su rostro prácticamente convertido en una masa de carne y huesos fragmentados; apenas podían distinguirse sus ojos salidos de las órbitas entre toda esa... carnicería.
«¿En serio este es Girl?», se preguntó, y sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplar la atrocidad que había provocado con sus propias manos.
Cuando miró a su derecha, notó que Álie había colapsado sobre el cuerpo de Ern. ¿En qué momento se había desmayado? Illiam no lo supo.
Entonces se secó las lágrimas. Aún tenía algo que hacer, a alguien a quien ayudar.
Tambaleante se puso en pie tomando de nuevo la roca, y, dejando atrás el cuerpo de Gir que continuaba desangrándose, caminó hacia Jolam. Los separaban siete... quizás seis metros.
Jolam seguía sometido bajo el enorme y sudado cuerpo de la pelinegra, Ella lanzaba potentes puñetazos, aunque estos no representaban ni una cuarta parte de la tremenda fuerza que había demostrado al comienzo de todo esto. ¿Acaso estaba cansada? Seguramente.
Entonces Illiam apuntó cerrando un ojo, sostuvo firmemente la roca y se preparó para lanzarla.
«Tengo que darle en la cabeza...»
La pelinegra seguía moviéndose de arriba hacia abajo, lanzado puñetazos que Jolam, desviaba con sus antebrazos, dificultándole la tarea a Illiam.
«No puedo quedarme pensando todo el día.»
Extrajo las últimas fuerzas que restaban dentro de su cuerpo maltratado, y lanzó la roca que, para su suerte, impactó certeramente en la frente de la muchacha, dejándola sonsa. Jolam, al ver por fin una apertura, le propinó un implacable puñetazo en el mentón, y la pelinegra colapsó sobre él. Después de quitársela de encima, se puso en pie.
—¡Illiam! —gritó Jolam, pero su su expresión se oscureció cuando vio a Illiam—. Illiam... lamento que hayas tenido que hacer eso...
—Yo también. —Él apenas podía mantenerse en pie, pero se obligó a estar firme cuando vio que la pelinegra se levantaba otra vez.
¿Es que era inmortal esa perra?
—No puede ser. —Jolam también lo había notado, y se giró hacia ella—. ¡Ya ríndete, maldita sea!
—No... puedo... necesito salir de este lugar... —balbuceaba ella. De su frente, allí donde Illiam la había golpeado con la piedra, descendían gruesas líneas de sangre que se metían en su ojo derecho, obligándola a cerrarlo.
—¡Tus dos compañeros ya están muertos! ¡Además estás agotada! ¿No es más inteligente rendirte? —A pesar de las explicaciones que Jolam brindaba, la muchacha, apoyando una rodilla en el suelo, se preparaba para ponerse en pie—. ¡Estúpida! ¡No quiero matarte!
—Tú... no puedes matarme... —Y ella cayó de bruces sobre algunas rocas, inconsciente, por fin.
«Se terminó.»
Illiam también se desplomó de espaldas, observando el mismo techo y los brillantes candelabros pendiendo de él, solo que esta vez, en el viento, surcaban preciosas lucecitas rojas que iban apareciendo unas tras otras de la nada, impregnando el espacio de un resplandor escarlata. Le pareció ver a cientos de Hadas Rojas descendiendo hacia él como una mágica lluvia de luces.
«¿Por qué algo tan hermoso como esto solo se ve atraído con la muerte?»
Y cerró los ojos, sabiendo que los pequeños puntos lumínicos sencillamente aparecieron para meterse en los cuerpos sin más.
«Estoy tan cansado... Quiero dormir...»
—¡Este fue un sorprendente giro de acontecimientos! ¡Señores, cuando todas las probabilidades indicaban lo contrario, el barracón cuatro ha vencido! ¡Ha vencido! ¡Un aplauso para estos grandes combatientes! —anunció el heraldo.
Siendo arrullado por los aplausos enardecidos y las pullas de los nobles, Illiam sucumbió al agotamiento, cediendo paso al sueño y, no sin antes contemplar el rostro triste y ensangrentado de Gir entre las sombras de sus memorias, se quedó dormido...
Nota del autor.
Lamento demasiado la demora. Aparte de que tenía ciertos inconvenientes y otras preocupaciones, también es cierto que este era un capítulo importante para mí, ya que, como pueden ver, marca un punto de inflexión en la vida de Illiam: a matado por primera vez. Y siempre temí que no pudiera captar la esencia de lo que esto implicaba en el personaje; y ciertamente sigo pensando que no he logrado captar la esencia como tal.
Pido disculpas por haberles entregado un capítulo tan corto y, al mismo tiempo, tan tardío; porque sí que me tardé. En serio, perdón.
Pueden dejarme sin tapujos sus recomendaciones, sus sinceras opiniones (me pueden machacar con sinceridad sin escrúpulo) y, si igualmente te gustó, espero que lo comentes y le des una estrellita.
Muchas gracias por seguir aquí.
A partir de aquí no es tan difícil la escritura, así que espero no volver a tardarme tanto en un solo capítulo.
PSDTA: si me colaboras corrigiendo mis errores en los comentarios, te lo agradecería un montón.
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