Capítulo 21: La arena de combate
Illiam
La pelea a muerte en la arena terminó. La rubia y alta chica de ojos pardos tenía una profunda herida en el antebrazo. Parte de su carne colgaba, rebanada y fileteada de un tajo. Illiam se estremeció y palpó su abdomen tres veces para contener las arcadas. «Seguro que eso duele demasiado», pensó, apartando la mirada de la herida y observando el rostro amoratado de la rubia, quien miraba los cuerpos caídos a su alrededor con tristeza, como si estuviera a punto de llorar.
De repente, la arena se llenó de Hadas Rojas, que solo aparecían cuando había muerte. Los nobles contemplaban maravillados el espectáculo de luces escarlatas reflejándose en sus joyas, columnas y paredes.
Illiam, boquiabierto, observaba esos puntos de luz que se metían en los cuerpos, haciéndolos brillar desde dentro hacia afuera, como si ardieran desde sus entrañas.
Alexia estaba en medio del remolino de luces rojas, con los puños apretados y la mirada gacha. Illiam sintió una presión familiar en el pecho al verla. ¿Pesar? ¿Ira? Apretó la mandíbula. Su sangre hervía como una caldera. Los aplausos del guardia guía resonaban junto con los de los nobles, que conversaban animadamente sobre la pelea, dejando de lanzar monedas a la arena.
Un guardia entró desesperado a la arena, quitándose el yelmo y llenándolo de monedas, feliz como un niño con un juguete nuevo.
—Ella se llama Alexia —anunció el guardia junto a Illiam, llamando la atención de los tres esclavos. Illiam frunció el ceño. ¿Se refería a la rubia? Probablemente sí—. Ha sido el mayor orgullo del barracón uno desde que llegó como esclava; no ha perdido ni un solo enfrentamiento desde su primera vez en la arena. Es una auténtica guerrera. —Los ojos del guardia brillaron al mirar a Alexia—. Creo que solo le falta ganar un combate para pagar su libertad.
¿Qué había dicho ese tipo?
«¿Libertad? ¿Pagar su libertad? ¿Eso dijo?»
—¿Qué quieres decir con pagar su libertad? —preguntó Jolam, con los ojos bien abiertos, tan sorprendido como Illiam. Álie, en cambio, no reaccionó; estaba sumido en sus oraciones.
—Eso mismo, pequeña estrella —dijo el guardia, tocando el hombro de Jolam como si fueran viejos amigos—. Alexia ha ganado muchas peleas. Los nobles apuestan cantidades absurdas de dinero en estos eventos, y Alexia recibe un pequeño porcentaje de las ganancias. Ha estado ahorrando para pagar su libertad poco a poco. —El soldado miró hacia la arena, e Illiam siguió su mirada, viendo a Alexia siendo llevada fuera con el mismo guardia que recogía las monedas—. Creo que solo necesita una pelea más para pagar su libertad. Quizás Ojmil le ofrezca unirse a su guardia, o tal vez Alexia decida largarse. Cuando termine de pagar, será libre de hacer lo que quiera. ¿No es maravilloso?
—¿Podemos ser libres? —preguntó Jolam, con incredulidad en su voz temblorosa.
—Sí, estrella. —El guardia asintió con una sonrisa—. Pueden ser libres. —Observó a los tres esclavos, sus ojos brillando de emoción—. Tengo muchas esperanzas en ustedes. Si llegan a ser como Alexia, me harán muy rico y podrán pagar su libertad. ¡Un gran negocio, ¿no lo creen?!
Illiam no supo qué responder. Jolam seguía boquiabierto, procesando lo que había escuchado. Álie parecía perdido en sus pensamientos.
¿Era real? ¿Podían ser libres?
—Oh, ya están limpiando la arena —dijo el guardia, mirando la arena. Luego posó sus ojos en los esclavos—. Tenemos que ir, pequeñas estrellas. ¡Es hora de que demuestren de qué están hechos! Jajaja.
—¿Cómo? —Illiam enarcó una ceja, sintiendo un mal presentimiento—. ¿Qué quieres decir?
—¿No es obvio? —El guardia rio discretamente, mirándolos con incredulidad—. ¡Pelearán! —Illiam casi escupió el corazón de no haber contenido el impulso—. No pongan esas caras. No pelearán con veteranos. El barracón tres también trajo a tres primerizos. Ya les digo, no se preocupen. Hice mi investigación. ¡Ustedes tres son capaces! —El guardia palmoteó el hombro de Jolam—. Sobre todo tú, estrella del barracón cuatro. Tú solito podrías con esto. Además, en el otro equipo hay una chica. En otras palabras: un lastre. Jajaja.
No podía ser cierto lo que escuchaba. Además, la risa del guardia lo estaba estresando. «¿Tendremos que pelear?», se preguntó, recordando la salvaje pelea de Alexia. Illiam miró la arena nuevamente. Cinco esclavos corpulentos de túnicas blancas limpiaban el lugar, arrastrando los cuerpos de las chicas caídas y cargándolos en una carreta. Las Hadas Rojas desaparecían del campo de batalla, siguiendo los cuerpos llevados detrás de las graderías, hacia un túnel que solo Dios sabía a dónde conducía..
—Chico —llamó el guardia. Illiam no supo a quién se refería. Tras un incómodo silencio, abrió los ojos de sorpresa.
—¿Yo? —respondió, con voz temblorosa.
—Sí, tú. —Asintió el guardia—. Dicen que los Rohart están benditos por los espíritus.
No era la primera vez que Illiam era llamado "Rohart". ¿Quiénes eran los Rohart? Lissa nunca le había hablado de ellos ni de su pasado antes de convertirse en su hermano. ¿Por qué lo llamaban así?
—Pero... —Illiam se sintió cohibido.
—Quita esa cara pálida y sonríe, Rohart —dijo el guardia, condescendiente—. No hay forma de que pierdan. Y si pierden, es probable que no mueran. Como dije, pelearán contra primerizos. Ellos también estarán asustados. —El guardia sonrió, como si hubiera recordado algo gracioso—. Si hubieran visto a Alexia su primera vez... Jajaja. La pobre se orinó encima; pero ahora es un monstruo en la arena, una leona.
De pronto, Illiam sintió que todo a su alrededor giraba. Náuseas lo invadieron y tuvo que sostenerse del parapeto de mármol para no caer. Sus rodillas temblaban y el cuerpo lo traicionaba.
—Oye, tranquilo —dijo Jolam, apoyando suavemente su mano en el hombro de Illiam, brindándole estabilidad.
—Esta es la prueba de Dios —añadió Álie, sonriente, como si fuera a dar un paseo. Illiam se estremeció al ver sus ojos celestes, casi salidos de sus cuencas, desquiciado y absorto.
Su entorno perdía forma. Los sonidos a su alrededor se desvanecían: las risas de los nobles y sus estúpidas conversaciones parecían lejanas como el vuelo de un águila. El guardia guía dijo algo y el grupo comenzó a moverse. Illiam los siguió casi inconsciente, por inercia.
Se sentía extraño, ausente.
¿Dónde estaba?
Hace un momento estaban sobre una plataforma elevada, observando la arena y a los nobles en las graderías. Ahora caminaban por un túnel descendente en espiral. ¿Tan distraído estaba? Ni siquiera notó el cambio de escenario.
«¿Tendremos que pelear? ¿A muerte?», pensó.
Se sentía sonso. Trastabilló por un adoquín salido del suelo, casi cayendo de bruces, pero algo lo detuvo. Un apretón firme en su hombro. Al mirar a su derecha, Illiam vio que Jolam lo sostenía, manteniéndolo en pie y en movimiento.
«Gracias», quiso decir Illiam, pero sentía un nudo en el cuello.
—Estarás bien —repetía Jolam constantemente, su voz afable resonando entre las húmedas paredes del túnel—. Estaremos bien.
La cabeza aún le daba vueltas y la ansiedad solo crecía, produciéndole un dolor en el estómago. Notó, con la vista algo borrosa, que el guardia se giró a ellos con una actitud emocionada y dijo algo que Illiam entendió a medias:
—... Y por cada contrincante que maten, se llevarán una moneda de plata. Si ganan sin matar a nadie, serán cincuenta cobres por cabeza.
«¿Matar? ¿Monedas? Oh... dijo que si matamos... ¿Qué?», pensaba Illiam, mareado, mientras el guardia seguía agitando sus brazos, como explicándoles cómo lanzar un puñetazo.
Luego observó una luz deslumbrante al otro extremo del túnel, tan brillante que obligó a Illiam a cerrar los párpados y cubrirse con las manos. Cuando su vista se acopló, vio que la luz provenía de una inmensa Piedra Cálida esférica, sin imperfecciones. Parecía pulida a mano y su luz era tan fuerte que podía iluminar toda una sala. Aquí, la piedra adornaba un pequeño cubículo con bancos de piedra a los costados de la pared, donde colgaban tapices rojos con el signo del corazón encadenado.
¿Una zona de descanso? El guardia guía les pidió que se sentaran en los bancos y esperaran. Los esclavos obedecieron, sentándose juntos en un lado. Illiam miró a su izquierda, viendo una enorme puerta doble ovoide.
¿Adónde llevaba?
El guardia examinó a los esclavos una última vez, sonriendo. Luego dijo algo que Illiam no escuchó y se retiró por una pequeña entrada de piedra que conectaba con unas escaleras ascendentes.
Suspiró y se encogió de hombros. Agotado, dio unas palmadas a sus muslos y, sintiendo el peso de sus pensamientos, se dejó caer contra la pared, cerrando los párpados en busca de paz. Pero no pudo.
Escuchó algo. Un sonido familiar.
«¿Kansell? ¿Otra vez tú?»
Los llantos de Kansell resonaron a lo lejos, recordándole a Illiam que nunca estaba solo, que los fantasmas y las cicatrices siempre lo acompañarían adonde fuera, incluso en sus peores momentos. Nunca iba a estar solo, ¿era eso acaso una fortuna, o un infortunio?
Comenzó a rascarse ligeramente el empeine de su mano derecha, enterrándose de forma consecutiva las uñas en su piel, abriéndose una herida mientras sentía el dichoso dolor que lo distraía de las alucinaciones. Sonrió mientras se hería, escuchando cada vez más distantes los gritos de Kansell, como si ella se estuviera alejando a medida que el dolor aumentaba. La sangre no tardó en surgir con pequeñas gotas regándose a través de sus dedos. El daño que se causaba lo envolvía y hacía que se estremeciera cada vez que la uña escarbaba más profundo. Se detuvo al momento justo en que dejó de escuchar a Kansell.
Sí... solo necesitaba sentir ese dolor. El dolor lo tranquilizaba, lo traía de regreso siempre que se perdía en sus pensamientos, como un ancla que lo unía a la realidad.
Pero eso no era suficiente. Aunque ya había dejado de escuchar las voces, aún sentía miedo, incertidumbre. ¿Qué iba a pasar? ¿En serio tenía que pelear? No podía creérselo todavía.
Entonces, la puerta ovoide a su izquierda se abrió, dando paso a un aroma a polvo y al bullicio de voces que discutían sobre dinero, política, conspiraciones, peleas, chistes, risas. También se percibía el tintineo de copas y de platos componiendo una sinfonía de fondo que armonizaba el agradable y cotidiano momento que la élite vivía en las graderías, todos ellos, observando a jóvenes matarse entre sí por un puñado de monedas, como si fuera algo trivial.
Illiam, con el corazón latiéndole cada vez más frenéticamente, se puso en pie. Al otro lado del umbral, la arena de combate se extendía como un campo árido y desesperanzador, rodeada de graderías y nobles risueños.
¿Estaba acaso dentro de una pesadilla?
«¡Debo despertar ahora!»
Había un viejo esclavo corpulento y bajito más allá; quizás fue quien había abierto las puertas. Él hizo un ademán con sus manos, como diciendo al grupo de Illiam: "pasen", teniendo una expresión lastimera.
Jolam se levantó del banco, rígido. Illiam notó que él tenía los ojos bien abiertos y la mandíbula temblorosa. ¿Tenía miedo?
Álie estaba sentado aún, absorto en sus oraciones. Jolam tuvo que acercarse y tomarlo del brazo. Álie comenzó a llorar, pero Jolam lo arrastró consigo. Luego el muchacho se volteó hacia Illiam, y con una mirada severa le dijo:
—Vamos.
Illiam no quería dar un paso más; deseaba salir corriendo de regreso al barracón, arroparse con las apestosas y andrajosas sábanas de su cama de madera, junto a Elisabeth...
Pero algo lo obligó a mirar hacia atrás, una presencia, una sensación.
«Mierda», se dijo, al borde de las lágrimas. «¿Cuándo me dejarán tranquilo»
Allí estaba: Lissa, parada más allá del cubículo, envuelta en las sombras, al fondo del túnel. Sus ojos brillaban rojizos, y una sonrisa maquiavélica adornaba sus hermosas y, a la vez, terroríficas facciones; esa figura tenía el mismo rostro en forma de corazón que Lissa, la misma nariz respingada y las mismas mejillas pálidas y delgadas, pero no era Lissa por mucho que se pareciera. No.
Hacía mucho que no veía su fantasma. Solía soñar con ella a menudo, reviviendo el momento exacto en que se quitó la vida frente a él, enterrándose con brutalidad aquella flecha en la garganta. Pero rara vez la veía cuando estaba despierto.
Lissa.
La extrañaba con toda el alma, pero verla así... con esos ojos inhumanos y esa sonrisa cínica, lo aterraba. Fue por eso (por el miedo) que, casi corriendo, salió del cubículo a la arena, siguiendo a Jolam y a Álie, deseando poner la mayor distancia posible entre el reflejo de su hermana y él.
El polvo de la arena entró en sus ojos, haciendo que los cerrara por un momento. Mientras los limpiaba, escuchó con algunas de las muchas palabras que los nobles decían:
"¡Un Rohart!"
"Vaya, vaya. Esto va a ser interesante. Apuesto siete mil monedas de plata por el grupo del Rohart."
"Yo apuesto setecientas monedas de oro por el grupo de la Gorila."
"Es cierto. El grupo del Rohart solo tiene un componente fuerte, y ese muchacho. Míralo, el de chaleco café desgastado, el más alto de los tres."
"Mientras que el grupo de la Gorila pareciese como si estuviera mejor balanceado."
"Ya me decidí, apostaré trescientas monedas de oro por el grupo de la Gorila."
"Yo creo que el Rohart tiene las de ganar. ¿No lo ven? Es un Rohart. La fortuna los acompaña."
"Jajaja. ¿Fortuna? ¿Acaso no ves que es un esclavo?"
"¡Es verdad! Jajaja."
Cuando logró limpiarse la mugre de los ojos, Illiam giró de lado a lado, observando. Jolam estaba a su derecha, Álie, tembloroso, a su izquierda.
«Arteus...» Se sorprendió a sí mismo pensando en ese desgraciado Dios.
Entre las graderías había esclavos que sostenían papeles viejos entre sus manos y anotaban las apuestas de los nobles, mientras que otros esclavos, con sacos de tela blanca, recogían el dinero.
—Me quiero ir —farfulló Álie, llorando.
—Maldición, maldición. —Jolam observaba sus propios pies con el ceño fruncido, como si estuviera pensando con severidad, mientras que a Illiam todo le parecía irreal. Un sueño. Una pesadilla.
Extrañamente estaba tranquilo.
No fue hasta después de que Jolam señalara al frente, que Illiam pudo ver tres siluetas en la distancia.
Una de las siluetas era enorme, casi tan grande como Jolam. Estaba en medio dos chicos que medían lo mismo que Illiam, ¿verdad? ¿O eran un poco más altos que él? No había forma de saberlo a menos de que se acercaran un poco más; una distancia de diez metros los separaba.
—Debemos pelear —anunció Jolam. Illiam podía escuchar su respiración profunda, mezclándose con la algarabía de los nobles que aún seguían apuntándose en las apuestas—. No... no sé qué hacer para protegerlos a los dos. —Su voz se entrecortó—. Lo siento... Deberán encontrar una forma de sobrevivir, al menos hasta que pueda ir a ayudarlos...
«Tranquilo, Jolam, que esto es un simple sueño. No te preocupes tanto», quiso decirle Illiam, pero su voz no salió.
—Oh... Dios... —Álie cayó arrodillado.
De repente, el grave silbido de un cuerno se esparció por toda la arena, y las graderías se sumieron en un silencio que parecía inmutable.
—¡He aquí a los nuevos combatientes del barracón tres y cuatro! ¡Contemplen a los posibles sucesores de Alexia la Leona! —Illiam tardó en descubrir que la elocuente voz venía de un hombre que vestía una llamativa túnica roja, que estaba de pie, a un lado de Ojmil: el gigantesco y gordo amo de este sitio, sentado en una ornamentada silla que parecía hecha de oro, en lo alto de un palco con techo de bronce, siendo abanicado por dos esclavas, sonriente—. ¡Démosles un aplauso de bienvenida a estos guerreros que nos deleitarán con sus habilidades en el arte del combate! ¡Bravo!
Y todos los nobles, al igual que Ojmil en lo más alto del coliseo, aplaudieron, aunque parecían algo decepcionados:
"Los primerizos son realmente aburridos", dijo uno de los nobles.
"Sí, tienes razón. Estoy cansado de verlos cagarse en sus pantalones."
"Jajaja. A mí me parecen entretenidos."
"Lo único bueno que se puede sacar de esto, es dinero. Es fácil discernir cuál de los dos grupos primerizos es más fuerte que el otro. Esto no aplica con los veteranos, ¿saben?"
"Tienes razón. Los veteranos son impredecibles. Un día pueden parecer invencibles, pero en otro... sencillamente mueren por alguna estupidez."
"En cambio con los primerizos siempre hay un grupo con mucha ventaja sobre el otro; y lo bueno es que se puede saber a simple vista."
Illiam aguzó la vista e intentó observar mejor a sus contrincantes; aún le escocían los ojos. Logró verlos.
La silueta de antes, la más alta de las tres, pertenecía a una mujer de cabello negro, esbelta, de piel clara y sonriente. ¿Por qué sonreía?, se preguntaba Illiam. Y sus dos compañeros, a diferencia de ella y su actitud desafiante, parecían asustados. Uno tenía el cabello oscuro, largo, sostenido por una coleta. Sus manos temblaban y parecía que en cualquier momento caería de rodillas. El otro tenía un vendaje gris en la frente, era calvo y la piel de su cabeza estaba llena de cicatrices. Al igual que el anterior, de sus ojos brotaban lágrimas que se regaban a través de sus mejillas color canela.
—¡Las reglas son claras! —continuó el heraldo, agitando de un lado a otro su rubia cabellera perlada de sudor—; ¡no hay reglas! Jajaja. ¡Tan solo deberán incapacitar o, en el mejor de los casos, asesinar a sus enemigos! —Esta vez se dirigía puntualmente a los combatientes—. ¡Simple, ¿verdad?! ¡Por cada asesinato cometido, cada integrante ganará una moneda de plata! ¡Y el equipo que gane sin haber cobrado una sola vida, recibirá un premio de cincuenta monedas de cobre, cada uno! ¡Dicho todo esto, que empiece el combate!
Y el heraldo hizo sonar el cuerno que sostenía en su mano derecha una vez más.
Los nobles comenzaron animar a los esclavos, a instarlos a pelear:
"¡Vamos, vamos!"
"Pero ¿qué les pasa? ¡¿Por qué se quedan quietos?!"
"¡Peleen!"
"Oh vamos, ¿esto es un chiste?"
Illiam cerró los ojos. Deseó estar en otro lugar. Imaginó que se encontraba en la comodidad de su sala, allá en Seronia, bebiendo leche con su hermana, sentados en el sillón largo, frente al fuego de la chimenea, escuchando las asombrosas historias que Lissa contaba sobre sus aventuras en el Bosque Profano; incluso podía escuchar el crepitar del fuego, el calor envolviendo su fría piel, el abrazo de su hermana que lo apretujaba y despeinaba.
—¡ILLIAM! —Un grito desesperado lo llamó. ¿Fue Jolam?
Cuando Illiam volvió a abrir los ojos, se encontró con la enorme chica pelinegra corriendo hacia él con una sonrisa afilada y sus ojos ambarinos sedientos de sangre. No parecía humana; Illiam sintió como si un tigre estuviera corriendo hacia él, y el miedo volvió a acrecentarse en su interior. Quiso huir, pero sus piernas no respondían. Al ver que la pelinegra ya estaba a solo dos o tres metros de distancia, lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos, y gritar:
—¡Ya quiero despertar!
Y recibió de lleno el golpe, un golpe tan poderoso, que Illiam pensó por un momento que había sido arrollado por un caballo. ¿Fue pateado en el pecho? ¿Acaso había sido un puñetazo? Su cuerpo salió disparado hacia atrás, estrellándose de lleno contra el suelo. El aire abandonó completamente sus pulmones.
Luchó unos segundos en el suelo, intentando mantenerse consciente, observando los enormes candelabros de Piedra Cálida que parecían de oro, allá, en el centro del techo, sobre la arena, pero sus ojos fueron cediendo paso a la oscuridad, hasta que no pudo resistirse más.
Ya no escuchaba, ni veía, ni sentía... Fue arrastrado hacia un lugar de sombras.
Nota del autor.
¡Lamento en serio la demora a la hora de publicar este capítulo!
Lo siento demasiado...
Y para colmo, estoy consciente de que tampoco es que el capítulo sea largo; de hecho, es muy corto.
Seré honesto...
Tuve un terrible bloqueo hasta este momento que estoy escribiendo esto.
A pesar de tener la novela prácticamente terminada en mi cabeza, no sé por qué se me dificultó taaaanto escribir; ¡de verdad no lo entiendo! Así que, bueno, esa es mi excusa, y espero que sea suficiente.
Gracias a esos hermosos lectores que, aunque pocos, son los que me motivan a seguir y seguir escribiendo.
¡Los quiero, muchas gracias!
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