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Capítulo 19: La selección de esclavos

Autor:

¡Hola, espero que estés bien!

¡Si encuentras un error ortográfico, por favor, si puedes, no dudes en dejarme la corrección en la caja de comentarios!

Es que escribí este capítulo con muuucho cansancio; se me cerraban los ojos, pero no pude dejar de escribir una vez empecé. Así que... bueno, es probable que haya errores que, por culpa del sueño, no noté. En todo caso, cuando tenga tiempo, releeré el capítulo por mi cuenta; aunque no te miento al decir que tener un segundo lector me ayudaría más a encontrar los errores.

¡Gracias!

Illiam

Al abrir los ojos, Illiam contempló un techo de madera donde vigas entrecruzadas se perdían entre las sombras. Colgando del centro, una Piedra Cálida partida a la mitad emitía un tenue resplandor amarillento que iluminaba los contornos de la habitación.

Se incorporó. Tardó en darse cuenta de que estaba sobre una cama cubierta con sábanas azul cielo, extrañamente familiares. Observó los alrededores con una presión creciente en el pecho, la incertidumbre lo embargaba.

A su derecha, una ventana abierta dejaba entrar un viento frío que movía las cortinas y lo hacía estremecerse. La oscuridad de la noche se colaba por la ventana, intensificando las sombras danzantes en las paredes. 

Confundido, Illiam se preguntaba qué sucedía, dónde estaba y por qué sentía una profunda nostalgia.

Enviándose una mano al pecho, miró hacia la izquierda y vio su viejo armario abierto por un pestillo roto. Lissa solía prometer arreglarlo, pero nunca lo hacía.

¿En serio era su armario?

—No puede ser...

Resuelto, Illiam se deslizó fuera de la cama.

Aunque inseguro, caminó descalzo hacia el armario, sintiendo la fría madera del suelo rechinando con cada paso que daba. Al llegar al armario, encontró su ropa meticulosamente doblada y organizada en pequeñas columnas dentro de las repisas, como solía hacerlo él. 

Sin duda, ese era su armario, y definitivamente, esta era su habitación en Seronia.

¿Cómo era posible?

Giró sobre sus talones, incrédulo. Sus ojos se posaron sobre una repisa de madera desgastada encima del cabezal de la cama, donde reposaban cuatro libros alineados (la colección completa del "Inmortal y el Dragón"). Illiam sonrió involuntariamente y se acercó a tomar un libro, deseando leer algo después de tanto tiempo.

Pero justo cuando extendía la mano, un grito desgarrador y repentino cortó el aire, el grito de una mujer, cargado de terror, que provenía del primer piso.

A Illiam le pareció que el corazón se le atascaba en la garganta mientras su cuerpo empezaba a temblar. 

Otro grito, esta vez suplicante acompañado de llantos. La mujer sufría.

¿Qué debía hacer?

Un instinto profundo le decía que no podía simplemente sucumbir al miedo y volver a la cama para ignorar los gritos; estuvo a punto de hacerlo.

Se dirigió hacia la puerta de la habitación. Al abrirla, los llantos se hicieron más audibles, descubriendo que no eran los de una mujer adulta, como había pensado, sino, los de una joven con una voz familiar.

«¿Kansell?», se preguntó Illiam. Dudó.

Descendió las escaleras, temiendo resbalar por el temblor en sus rodillas. Sin embargo, cuanto más se acercaba al primer piso, los gritos se desvanecían, perdiéndose como ecos fantasmales que rebotaban entre las paredes antes de desaparecer completamente.

Al llegar al último escalón, reinaba un silencio absoluto que disparó las alarmas dentro de Illiam.

Pasó por la cocina, y luego llegó a la sala, donde vio a una chica rubia de pie frente a una chimenea extinta. Entonces la reconoció.

Era Kansell, sin dudas. Pero ¿ella debería estar allí, en su casa?, algo dentro suyo gritaba que no.

La espalda de Kansell subía y bajaba con una respiración tranquila; era una cabeza más alta que Illiam. Su cabello cepillado le cubría los hombros, su postura erguida le daba un aire digno, y su vestido azul aguamarina la hacía lucir impecable, como si ninguna mota de polvo se atreviese a tocarla.

—Kansell... —susurró Illiam, con la voz quebrada cuando ya estuvo a tres metros de ella; sentía miedo, pero ¿por qué?

La chica se giró hacia él. Sus ojos, grandes y de un color miel profundo, miraron a Illiam con una intensidad que iba más allá del mero reconocimiento físico; parecía como si pudieran ver dentro de su alma, juzgando su esencia con cada parpadeo de sus largas pestañas.

Era hermosa, sí, claro que lo era. El color de sus mejillas sonrosadas la hacían ver tierna. Una ligera sonrisa se formó en sus finos labios rosas. Pero algo se sentía mal. Illiam no podía estar completamente tranquilo pese a estar en presencia de una mujer a quien la palabra "bella", apenas alcanzaba a describirla.

Entonces... ¿qué era?

«El brillo de sus ojos», concluyó Illiam.

Los ojos de Kansell parecían artificiales; tenían un brillo que hacía mucho se había perdido porque... ella estaba muerta. Había sido abandonada a su suerte en medio de la nada. 

Illiam la recordaba aún, allí, tirada en el césped, a un lado de la arboleda. Estaba muerta. Muerta. No podía ser posible que ahora mismo estuviera frente a él.

Por eso, el cuerpo de Illiam no paraba de temblar.

—Es verdad. —Illiam recordó—. No es posible que estés aquí...

Retrocedió dos pasos, pero chocó con el largo sillón de terciopelo verde tras su espalda. Casi se cayó, pero mantuvo el equilibrio. Sintió frío, mucho, mucho frío.

Y de repente, la imagen de Kansell comenzó a cambiar: en la piel de sus mejillas apareció una terrible y profunda marca de mordida, de la que manaban hilillos de sangre regándose por su mentón.

Illiam, embargado por un terror primitivo,  intentó huir, pero no podía moverse, ni siquiera gritar.

Ella siguió cambiando. Moretones, chupetones y arañazos empezaron a marcar su cuello y brazos, mientras su vestido aguamarina se desgarraba en girones, como si un ser invisible estuviera arrancando la tela parte por parte, dejando a la vista una incipiente desnudez.

«Por favor... que alguien me saque de aquí...»

Las lágrimas de Illiam brotaron mientras borbotones de sangre manaban por la entrepierna de Kansell, deslizándose por sus piernas y formando un charco en el suelo.

Kansell convulsionaba. Sus hombros temblaban, sus ojos abiertos derramaban lágrimas... de sangre.

No había forma de que esto fuera real.

«¡No! ¡No! Esto es imposible...»


―¡No! ―exclamó Illiam, sentándose abruptamente y jadeante. Se calmó un poco cuando alzó las manos y, bajo la escasa luz de su Piedra Cálida, observó sus palmas: «Solo fue una pesadilla.» Cerró los ojos. «¿Cuántas he tenido ya estos días?»

Cada noche era azotado por pesadillas. A veces las recordaba. A veces no, pero el hecho era que siempre se despertaba con el corazón en vilo.

—¿Qué soñaste? —Pero al siguiente segundo, una voz lo tomó por sorpresa, haciendo que se sobresaltara.

Illiam se giró, alerta, encontrando a Elisabeth observándolo atentamente con una sonrisita. Recostada de lado en una cama desgastada, usaba sus manos como almohada y estaba cubierta hasta la mitad por una sábana gris y rota.

—No te asustes —añadió ella—. Ya estás despierto, aunque... no creo que haya mucha diferencia.

¿Qué había querido decir con eso? Aunque no la entendió Illiam asintió, rascándose los párpados. Pero en serio, ¿qué fue lo que quiso decir Elisabeth? Reflexionó un poco sobre ello mientras los latidos de su corazón volvían a la normalidad, pero no consiguió llegar a una conclusión.

En fin.

Resignado, Illiam inclinó la cabeza hacia atrás. Con el ceño fruncido, observó que la mitad de una Piedra Cálida sobre él comenzaba a perder brillo. Solo tuvo que estirar un poco la mano, tocarla con el dedo para recargarla de calor y así encenderla por completo, otra vez, como siempre hacía cada vez que despertaba.

«Listo.»

Contempló largo rato la piedra y su débil resplandor amarillento, pensando en Kansell, en la pesadilla. ¿Por cuánto tiempo seguiría viéndola? Ya se estaba acostumbrando a sus apariciones; tanto en sueños como en la realidad. Pero estaba cansado de su presencia. Lidiar con ella era agotador. 

Pasaron los segundos

Pensó sobre ella largo rato, sin llegar a ninguna parte, y luego pensó en nada... Tan solo estaba allí, la mente en blanco, los ojos perdidos. Aquellos sueños desagradable ya formaban parte de su cotidianidad, por eso no perdía la calma así como la había perdido en las primeras ocasiones en que había llorado desconsolado al despertar. Su corazón se había endurecido.

Una mosca sobrevolaba por encima de su cabeza. A Illiam le molestó el zumbido y por eso intentó matarla. Dio un aplauso asesino, pero falló. Luego otro, y otro, errando en cada ocasión. Cuando iba a dar el tercero...

—¿Te diviertes? —preguntó Elisabeth, con una sonrisa burlona.

Illiam se volteó hacia ella y luego blanqueó los ojos. No se molestó en contestar su broma; le faltaban las energías que a Elisabeth parecían sobrarle.

La mosca se fue a molestar a otro lado, por suerte.

—Oye, Elisabeth —la llamó él, escuchando cómo el zumbido de la mosca se perdía en la distancia.

—Oye, Illiam —expresó ella, imitando el tono serio con el que él había dicho su nombre.

—¿Cuánto llevamos en este barracón? —preguntó.

—Quizás treinta días. La verdad no sé, y tampoco me importa. ¿Por qué?

«Con que no te importa, eh.»

Illiam se giró hacia su izquierda negando con la cabeza. Había un chico de tes clara, delgado, acostado boca abajo sobre una dura cama de madera que parecía podrida, como todas las demás. Estaba a su lado; un metro de distancia los separaba. Al levantar la vista, observó una larga hilera de camas alineadas contra la pared, cada una ocupada por un joven un chica demacrada. Con aspecto de desamparo, parecían todos perros hambrientos abandonados a su suerte, cada uno bajo una pequeña Piedra Cálida que colgaba y espantaba los mosquitos.

Más allá, enfrente, se extendían filas adicionales de camas igualmente desgastadas, cada una ocupada por otro niño o joven en condiciones similares. «¿Cuánto llevamos aquí?», se preguntó Illiam, observándolos a todos con expresión triste y luego volviéndose a acostar sobre los tablones de su cama.

En ese lugar no había forma de poder ver el cielo, así que Illiam no tenía consciencia de cuándo amanecía o anochecía, por lo que no había forma de contar los días a diferencia de cuando viajó en la celda, donde podía ver el exterior a través de los barrotes. Incluso, aunque lo intentara, difícilmente podía ver el techo metálico del barracón que se perdía en lo alto.

Illiam, junto a los demás desdichados, se encontraban en un gigantesco barracón subterráneo, bajo los cimientos de un castillo negro que pertenecía a un tipo al que llamaban Amo Ojmil; Illiam había tenido la oportunidad de verlo el primer día que llegó al barracón. Ojmil había venido personalmente a echarle un vistazo a sus nuevos esclavos, en compañía de un viejo sacerdote que inspeccionó a cada niño tocándole la cabeza, realizando algunos rezos extraños, y con una señora de túnica negra que se limitaba solo a observar.

¿Qué pretendían?

En fin.

Pero llegar a ese sitio no fue sencillo.

A los hombres de Brown, les había tomado horas llevar la caravana al barracón.

Primero transportaron las jaulas con los esclavos, tiradas por los bueyes, al patio trasero, dentro del castillo, siendo guiados por un soldado de armadura negra, e ingresaron a una especie de capilla. Al fondo, atravesando una fila de sillas que apuntaban a un altar donde se alzaba la estatua de Arteus, un imponente hombre de cabello largo, sin rostro, con túnica blanca sosteniendo un sol en la palma derecha de su mano, había una puerta conectada a un amplio pasillo que descendía a las profundidades. Al pasar, la caravana tuvo que atravesar incontables túneles penumbrosos, salas y habitaciones cavernosas, hasta llegar al Salón de los Barracones, o, como lo habían llamado los esclavistas: el Depósito de Esclavos.

El camino había sido largo y monótono.

Quien bajara a esas zonas sin conocer el espacio, seguramente se perdería entre los tantos pasillos y recovecos que había. «Escapar sería inútil. Me perdería sin ninguna duda. No hay forma», había reflexionado en esa ocasión.

Fue así como Illiam se vio nuevamente encerrado, esta vez dentro de un frío barracón bajo tierra.

«¿Así va a ser el resto de mi vida?», pensó, frunciendo el ceño, allí acostado, observando la Piedra Cálida pendiendo sobre él. «¿Voy a vivir encerrado como un cerdo? Y... a todas estas, ¿qué pasó con Finn, Erick, Ang y Étimot? En ningún momento los vi cuando nos metieron aquí. ¿Y si...»

—Existen jerarquías, nuevo —dijo una voz ronca, brusca, sacando a Illiam de sus pensamientos. Sonó distante. La reconocía—. Llevamos mucho más tiempo que tú aquí, ratita. Dame tu Piedra Cálida, y no te daremos una paliza, ¿entiendas? ¡Por favor, quita esa cara de idiota! ¿No hablas el idioma o qué? ¿Eres de este continente? ¡Responde, cucaracha!

Curioso por la voz, Illiam irguió su postura.

—¿Qué pasa? —preguntó al aire.

—Una pelea —informó Elisabeth, también sentada. Illiam la observó de soslayo; ella estaba atenta con sus ojos entrecerrados, mirando al frente—. Son seres insignificantes. Son los mismos tres de siempre.

Illiam giró también su cabeza, y no tardó en encontrarse con el meollo del asunto.

Tres sujetos altos rodeaban una de las camas al frente, asustando a un niño flacucho, de quizás ocho o nueve años, piel oscura, ojos negros y largo cabello rizado que llegaba por debajo de sus hombros. El pequeño parecía estar a punto de explotar en lágrimas, temblando con desesperación y sus párpados abiertos de par en par.

«Lo conozco», recordó Illiam. «Ese es uno de los cuatro niñitos que viajaron conmigo en la jaula. Creo que su nombre es Jackop. Pobrecito...»

—P-Pero yo... —Jackop ni siquiera podía hablar. Agitaba sus pequeñas manos frente a su rostro, simulando un endeble escudo.

Uno de los tres instigadores, el del medio y más robusto, apretó los puños mientras su espalda subía y bajaba; aunque no podía verle la cara desde su posición, a Illiam le parecía que el tipo estaba perdiendo la paciencia.

—¿Vas a hacer que yo mismo retire la Piedra Cálida y no tú? —preguntó él matón, exasperado.

«Pero... ¿quién se cree?», se preguntó Illiam. «¿Acaso está olvidando que también es un esclavo?»

Illiam sintió el impulso de levantarse y dirigirse al lugar; de hecho, había puesto ya los pies descalzos en el suelo, a punto de... ¿de qué exactamente? ¿Qué habría hecho una vez estuviera frente a esos tres aterradores tipos? Se veían grandes, fuertes y mayores. ¿Quizás tenían dieciocho? ¿O más?

Además, nadie, ni siquiera los jóvenes que rodeaban a la víctima y que parecían más fuertes que Illiam, hacían algo al respecto. Indiferentes, apartaban la mirada hacia otro lado; por supuesto, se veían incómodos, pero no movían un solo gramo de sus cuerpos para hacer algo al respecto.

Entonces, ¿qué le dio el derecho a Illiam de pensar que él sí podía hacer algo?

«De un puñetazo me mandan con Arteus», concluyó Illiam, resignado. «Lo siento, Jackop. Te las tienes que apañar tú solo. Aunque puede que alguien más... haga algo por ti. Ese alguien sería...»

—¡Oigan, déjenlo en paz! —Jolam. Su voz amenazante atravesó como un rayo el espacio, haciendo que todo el mundo, incluyendo a los tres matones, giraran en su dirección.

Jolam, descamisado, caminaba con pasos firmes en medio de las camas y mantenía el ceño fruncido con la mandíbula apretada. Su largo cabello castaño rozaba por debajo de sus hombros anchos, y mientras avanzaba, tomó algunos mechones y se hizo un nudo por detrás de la cabeza, despejando la zona de su frente y permitiendo que su iracunda expresión fuese todavía más notoria. Luego, bajó las manos y apretó los puños, marcando las venas de sus antebrazos.

«Aunque haya adelgazado, él sigue siendo aterrador», pensó Illiam, sin poder evitar sonreír un poco (solo un poco) cuando Jolam apareció desde un rincón del barracón, manteniendo un aura confiable, dispuesto a ayudar. «Es un gran tipo... a diferencia de mí...»

Jolam era el estereotípico héroe que aparecía en los libros de caballeros y dragones, dispuesto a desgarrarse la piel (de ser necesario) si con ello conseguía salvar o proteger; esa fue la conclusión a la que Illiam llegó sobre él después del poco tiempo que llevaba conociéndolo.

«Como esa vez que peleó contra veinte mercenarios; fue el único que intentó defender a Kansell, aunque supiera que iba a perder, mientras que los demás nos quedamos quietos como unos idiotas», recordó, frunció el ceño molesto y frustrado.

El trío de matones cambió su foco de Jackop a Jolam. El que estaba en medio de los tres, quien había hablado antes parecía el jefe del grupo. Tenía una chaqueta de cuero bastante desgastada, de la que poco podía apreciarse su color; quizás había sido marrón antes, pero ahora tenía una tonalidad grisácea, marcada por el paso del tiempo. Sus ojos pardos estaban ligeramente cubiertos por un flequillo dorado y descuidado, y el resto de su cabello ondulado bajaba en medio de sus omóplatos atado a una coleta. Era muy alto, llevándole una cabeza a Jolam de ventaja.

Según había escuchado Illiam por allí, el nombre de ese matón era Goliat.

Los esclavos que habían llegado antes que Illiam a ese lugar, decían cosas sobre él:

"Tengan cuidado con Goliat..."

"Si Goliat te pide algo, solo obedece."

"Si Goliat te golpea, quédate en el suelo."

"No hagas contacto visual con Goliat; no le gusta que lo miren a los ojos."

"Goliat es fuerte."

"Goliat es el jefe del barracón. Una vez casi mata a un chico de una golpiza porque quería su almuerzo. Sus puños se llenaron de sangre, y hay quien dice que lo vieron lamiéndose los dedos para quitarse la sangre."

"Eso es asqueroso... Pero no es extraño que sea cierto..."

"Una vez obligó a otro chico a comerse su mierda."

"Me dijeron que lo vieron obligando a otro a lamerle las suelas."

"Goliat me dijo que si no le entregaba mi comida... me arrancaría los dedos y me los obligaría a comérmelos..."

"Dicen que Goliat fue de los primeros en llegar aquí, y que ya ha matado a siete esclavos..."

"Mi hermano murió de hambre... todo porque Goliat le robaba su comida todos los días. ¿Pero qué podíamos hacer? Es un hijo de puta muy fuerte..."

Goliat esto. Goliat aquello.

Había incontables rumores sobre él entre los esclavos. 

Pero allí estaba Jolam, quien seguro había escuchado los rumores y así le plantaba cara al monstruo.

«¿Acaso sabe lo que es el miedo?», se preguntó Illiam, entrecerrando los ojos y detallando la expresión que Jolam tenía en ese momento. «Más que asustado, lo veo enojado.»

El pequeño Jackop observaba a Jolam con ojos llorosos, como si estuviera viendo a una divinidad, a su salvador (que ciertamente lo era), y una sonrisa se formó en sus labios.

—¿Qué quieres, niño? —preguntó Goliat con un tono altivo, como si le estuviera hablando a una hormiga, dirigiéndose a Jolam—. ¿Se te perdió algo? —Y luego empujó ligeramente el hombro desnudo de Jolam con la palma de su mano.

Jolam inmediatamente apartó el brazo de Goliat con un sencillo manotón, provocando que el ambiente se pusiera aún más tenso. Los espectadores parecían contener el aire en sus pulmones.

Illiam escuchó susurros:

"¿Ese sin camisa es nuevo? ¿Acaso sabe lo que está haciendo?"

"Es Goliat... lo va a volver papilla."

"¿Ese tipo está loco? ¿Por qué se metió donde nadie lo había llamado?"

"Pobre imbécil. Ese vino con el grupo de los nuevos. Alguien debió advertirle."

Pero, aunque los demás daban por sentado que Jolam recibiría una paliza que lo dejaría con la cola entre las patas, Illiam no podía imaginar verlo perder.

Los secuaces de Goliat comenzaron a reírse. Uno de ellos, el más delgado y que tenía una horrenda cicatriz que cruzaba en diagonal su nariz, tocó el hombro de Jolam como si fuera un camarada saludando a otro. Luego sonrió de forma condescendiente y dijo:

—Me caes bien. Por hoy da la vuelta y haremos de cuenta que no pasó nada.

—Pero tú no me caes bien —replicó Jolam, sin dejar de fruncir el ceño en ningún momento. Luego apartó bruscamente el brazo del tipo—. Y no me toques que me da asco.

Sin previo aviso, Goliat lanzó un puñetazo que conectó directamente con la mejilla de Jolam.

Jolam cayó de espaldas, pero no perdió ni un segundo en ponerse en pie con la mirada desencajada, y luego se lanzó como un felino sobre Goliat, tumbándolo en el suelo con brutalidad.

Quizás nadie se esperaba eso, ni siquiera el mismo Goliat, pero Jolam, acaballado sobre él y tensionando cada parte de los músculos de su torso, le propinó un puñetazo que resonó por todo el barracón. Los demás niños alrededor se pararon sobre sus camas, conmocionados, conteniendo las respiraciones, mirándose los unos a los otros con incredulidad, como si se estuvieran preguntando: "¿Esto es real?"; incluso Illiam se lo preguntaba.

Cuando Jolam estaba por propinarle el siguiente puñetazo a Goliat, el tipo de la cicatriz lo tomó por la espalda y lo apartó, lanzándolo con fuerza hacia atrás y adoptando una postura de combate. Jolam cayó sentado, pero no duró ni dos segundos así. Se levantó como si algo lo estuviera poseyendo y le encajó al sujeto una patada directamente a la caja torácica, haciendo que se desplomara en el suelo, retorciéndose como la cola cortada de una lagartija, mientras escupía saliva y vómito en compañía de lágrimas. No tardó en desmayarse.

Goliat no se había vuelto a levantar desde entonces.

«Fue suficiente un solo puño de Jolam para que te desmayaras», observó Illiam a Goliat inconsciente con la lengua afuera y la boca sangrante. Sonrió, sorprendiéndose a sí mismo. Él había previsto este desenlace, y, aun así, no podía evitar sentirse asombrado por la audacia de Jolam.

Ante Jolam, solo quedaba el tercer sujeto, el que parecía más débil de los tres. Este tenía una cara redonda y un cuerpo ancho. A diferencia de Goliat, quien poseía una gruesa capa de músculos, este parecía más gordo que musculoso, o esa era la impresión que le daba a Illiam.

El último matón retrocedió dos pasos, mirando alrededor con los ojos un poco llorosos.

¿En serio se iba a poner a llorar?

—¡¿Qué ven, cucarachas?! —bramó él, agitando las manos como si estuviera desesperado y avergonzado. Algunos de los niños en las camas que se encontraron con su mirada, dieron un pequeño saltito de miedo.

Jolam se acercó y luego lo tomó por el cuello de la camisola gris, acercando su rostro al de él.

—A partir de hoy, ustedes tres serán míos —dijo Jolam, sonriendo; un pequeño rastro de sangre descendía por su comisura, allí donde Goliat lo había golpeado, pero no parecía nada grave—. No tocarán a nadie más, y regresarán las Piedras Cálidas que han robado hasta ahora. ¿Entendiste? —Apretó el agarre en el cuello de la camisa, haciendo que el tipo ancho gimiera.

Pero el otro no respondió, disimulando una mirada amenazante que más bien se asemejó a la de un perro herido y arrinconado. Jolam pareció interpretarlo como una grosería, ya que no perdió el tiempo en darle un cabezazo en medio de las cejas.

El sujeto cayó sentado en el suelo, sosteniéndose la nariz y lloriqueando; se le había reventado y sangraba a borbotones.

—¿Entendiste? —volvió a preguntar Jolam, esta vez con una expresión seria y una voz oscura.

—S-Sí... —contestó el matón, mientras lágrimas se fusionaban con su sangre.

—Bien. —Asintió Jolam, masajeándose los nudillos enrojecidos—. Dile al estúpido de Goliat las buenas noticias cuando despierte. Oh, y me quedaré con su chaqueta. —Jolam, aunque un poco incómodo, retiró la chaqueta de cuero del inconsciente Goliat y se la puso—. Por fin. Dios... ¿cuánto tiempo llevaba así?

Después nadie dijo nada.

Jolam parecía desconcertado observando las caras atónitas de todos a su alrededor, como si se preguntara: "¿Qué miran?"

Silencio. Un silencio abrumador inundó el barracón.

«¡Jolam! ¡Ni siquiera estás consciente de tu propia hazaña!», quiso gritar Illiam, emocionado. Desde que su vida se había arruinado, esa era la primera vez que Illiam presenciaba un acto heroico como aquel. Viendo a Jolam vistiendo la chaqueta de Goliat como si fuera un trofeo, con esos tres imbéciles postrados a sus pies, producía en Illiam admiración.

Sí. Debía aceptarlo. Admiraba a Jolam. Illiam admiraba el hecho de que, a pesar de que no había esperanza en su situación como esclavo, él intentaba dar lo mejor de sí, yendo de frente contra los obstáculos sin temer ni dudar.

Jolam era admirable.

Illiam estaba seguro de que ese pensamiento no solo le pertenecía a él; todos a su alrededor parecían estar a punto de querer gritar emocionados, de abalanzarse sobre Jolam y abrazarlo, felicitarlo.

¿Cuánto había atormentado Goliat a todos estos jóvenes? No había forma de saberlo, pero Jolam acababa de terminar con su reinado del terror.

—G-Gracias... Jolam... —Jackop, la víctima inicial de todo esto, bajó de su cama en medio de lágrimas y abrazó la cintura de Jolam, hundiendo la cara en su abdomen marcado.

—Tranquilo. —Jolam sonrió, al mismo tiempo que le daba unas suaves palmaditas a Jackop en la cabeza.

Y entonces todos comenzaron a murmurar:

"¿Ese tipo acaba de vencer a Goliat?", preguntó la voz de una chica. Illiam no supo de qué parte del barracón provino, pero se escuchaba un poco lejos.

"Sí... mira a Goliat, está allí tirado. ¿Estará muerto? No lo puedo creer."

"¿C-Cómo se llama el que no tenía camisa hasta hace un momento?"

"Creo que... ¿Jolam? Sí, el niño acaba de llamarlo así."

"Jolam..."

"Su nombre es Jolam..."

"Jolam venció a Goliat..."

"¿Es esto cierto?"

"¡Goliat fue derrotado!"

"¿Qué? ¡No puede ser!"

"¿Dijeron que se llama Jolam?"

"¿Ese fue el que lo noqueó? Ocurrió tan rápido que no me di cuenta."

"¡Jolam, su nombre es Jolam! ¡Jolam mató a Goliat!"

"No lo ha matado. Fíjate bien. Aún respira"

Poco a poco, los murmullos fueron convirtiéndose en enérgicas exclamaciones.

De repente, una señorita, quizás un poco mayor que Jolam, se levantó de una de las camas de enfrente y se acercó insegura a Jolam. Este la miró enarcando una ceja, pero con una expresión suavizada, compasiva.

La chica de cabello negro y ojos ambarinos, que solo vestía una raída túnica, cayó de rodillas ante Jolam y empezó a sollozar.

—O-Oye... —Jolam se puso nervioso, y apartó con suavidad a Jackop que ya estaba un poco más tranquilo, para luego arrodillarse junto a la chica—. ¿Qué pasa? Tranquila.

—Gra... Gracias... Gracias... Gracias... —La chica no paraba de llorar.

No fue solo ella. Otros chicos, chicas, niños y niñas, uno a uno, fueron levantándose de sus camas y se dirigieron a Jolam para agradecerle como si este hubiera acabado de asesinar a un horrible demonio, rodeándolo, en medio de lágrimas y pequeñas risitas de júbilo.

—Así de fácil cae un rey —añadió Elisabeth, como si estuviera hablando consigo misma.

—¿Qué? —Illiam se giró hacia ella. Por todo lo que había pasado, poco se olvidó que la tenía al lado.

—Me refiero a Goliat —Sonrió de forma enigmática, como solía hacer—. Era el rey del barracón antes de que llegáramos aquí.

—Sí...

Illiam volvió la mirada hacia Jolam, sorprendiéndose al notar que había casi diez personas a su alrededor (e iban en aumento), mientras él, un poco incómodo, intentaba recibir el afecto de todos.

Goliat había sido un verdadero demonio; Illiam, aunque nunca sufrió directamente sus fechorías, no tenía duda de ello. Ese matón asqueroso acosaba a los débiles de formas retorcidas; cuando estaba estresado, elegía a un esclavo al azar, hombre o mujer, para "desestresarse" propinándoles una paliza hasta que estuviera satisfecho.

Algunos decían que había matado ya a dos chicas y cuatro niños de ese modo. Aunque no había forma de comprobar la veracidad de los rumores, Illiam se inclinaba a creer en ellos, después de todo, ¿cómo no hacerlo? Ese tipo robaba la escasa comida de los demás, provocando la muerte de algunos esclavos por inanición, o eso era lo que Illiam escuchaba de vez en cuando por allí.

Goliat era despreciable, a pesar de que se encontraba en el mismo barco que los demás. ¿Pero por qué? Illiam observó al susodicho, aún inconsciente en el suelo. ¿Qué lo llevó a convertirse en esa clase de escoria?

En fin.

De nada servía matarse la cabeza pensando en algo tan inútil como eso.

Lo importante era que la situación había mejorado. Solo un poco. Muy poco, de hecho. Aún seguían encerrados bajo tierra, en este barracón, ignorantes del futuro que les deparaba.

Por lo tanto, decir que "la situación había mejorado" era tan superficial como afirmar que un par de gotas apagarían las llamas de un incendio.

Pronto, la emoción disminuyó dentro de Illiam. Observó su alrededor otra vez. Muchos tenían sonrisas en su rostro, pero él no pudo evitar sentirse aturdido por la realidad.

«Es solo un pequeño momento de felicidad en medio del infierno», pensó, y sonrió cínicamente al recordar lo que le hicieron a Kansell, el infierno que vivió antes de ser abandonada en esa arboleda.

Lanzó un suspiro, volviendo a acostarse hasta que algún guardia viniera con la siguiente comida. No tenía nada mejor que hacer además de dormir. Decidió que ignoraría sus propios pensamientos. 

—Te has vuelto perezoso —le dijo Elisabeth.

Illiam, que había cerrado los ojos ya, los volvió a abrir y giró su cuerpo hacia ella, acostándose de medio lado.

—Tú tienes poderes, ¿verdad? —preguntó él, directo, sin ningún tema que diera paso a su duda. ¿Desde cuándo se había vuelto tan directo?

—¿Y esa pregunta? —Elisabeth, frunciendo el ceño como si estuviera confundida y se puso un dedito en su barbilla.

—¿Responderás? —Illiam la observó entrecerrando los ojos, y después de notar que Elisabeth no tenía intención alguna de responder, lanzó un suspiro—. ¿Sabes? Pienso que puedes ver el futuro.

—¿Ah sí? —dijo Elisabeth, en un tono bromista, acostándose de medio lado, observando a Illiam mientras usaba sus manos como almohada—. ¿Qué mas sabes de mí?

—De momento, solo eso. —Asintió Illiam, sorprendentemente desinteresado.

—Tú también puedes hacerlo —Elisabeth sonrió después de decir aquello.

—¿Qué cosa?

—Ver el futuro.

—¿Cómo? —Illiam se confundió. ¿Acaso lo estaba tomando del pelo? No sería extraño.

Alrededor, el alboroto ya estaba menguando. Escuchó la voz de Jolam intentando hacer que todos volvieran a sus camas antes de que el desgraciado de Goliat despertara. Los esclavos obedecieron.

—Una vez mencionaste que sentías picadas en la nuca cuando presientes que algo malo va a pasar, ¿recuerdas?

—¿Dije eso? —preguntó él—. No recuerdo habértelo dicho.

En serio, no recordaba haberle contado eso, pero era verdad. Él sentía pequeños pinchazos en la nuca cuando algo malo iba a suceder. ¿Por qué? No lo sabía.

—Pues sí lo dijiste. Tienes mala memoria, Illiam. —Ella soltó una pequeña risita, cubriéndose un poco los labios con una mano. Illiam guardó silencio, contemplándola mientras enarcaba una ceja—. ¿No crees que eso también es un poder?

—¿Un poder?

—Sí. —Elisabeth asintió con la cabeza—. Así como ver el futuro, aunque sea un poco.

—No lo creo. Además, solo me ocurre de vez en cuando.

—Lo mismo me pasa a mí —confirmó Elisabeth.

—¿O sea que solo puedes ver el futuro de vez en cuando? ¿Así funciona tu poder?

—¿No sería mejor decir que tengo una buena intuición, a decir que tengo poderes? —cuestionó.

Eso hizo pensar un poco al chico.

¿Era así? ¿Elisabeth solo gozaba de una buena intuición?

—¿Puedes leer mentes? —Se aventuró a preguntar Illiam.

Esa también era otra duda que él tenía. A veces le parecía que Elisabeth podía escuchar sus pensamientos. La idea lo asustaba un poco, porque, después de todo, ¿no era aterrador el hecho de que alguien pudiera hurgar libremente en los corazones de las personas? Illiam creía que sí.

—Jajajaja. —Elisabeth no pudo contener las carcajadas—. No es la primera vez que me lo preguntas. —Ella se sostuvo el estómago mientras seguía riéndose; atrajo algunas miradas curiosas de otros chicos a su alrededor.

Por alguna razón, Illiam se ruborizó un poco. Recordó que ya había hablado con ella sobre esto, justo después de conocerla por primera vez.

—¿P-Pero sí puedes o no? —Illiam tartamudeó un poco. Aun así, iba permanecer firme con su pregunta. En verdad sentía intriga.

—¿Por qué piensas eso? —Elisabeth terminó de reírse, y luego le lanzó una mirada inquisitiva.

—Pues... —¿Qué le iba a decir?—. Es lo que siento... A veces parece como si supieras cosas de mí que nadie más sabe...

—¿No querrá decir eso que somos cercanos, nada más?

Illiam se sonrojó un poco más, y eso solo provocó que las burlas de Elisabeth se manifestaran (nuevamente) en forma de carcajadas.

—C-Cállate... —pidió Illiam, pero fue ignorado.

—¡Ay, Illiam! —Elisabeth se sostenía el estómago, al borde de las lágrimas—. Ya te lo había dicho, no puedo leer mentes. —Continuó riéndose por un rato más hasta que guardó silencio.

Illiam no estaba muy convencido, pero tampoco era como si pudiera obligar a Elisabeth a contarle la verdad. Se rendiría por el momento.

Pero entonces lo sintió.

Las cosquillas en su nuca.

Justamente eso de lo que acababan de hablar.

Abrió los ojos de sobremanera. Elisabeth pareció notar la perturbación también, y los dos, al unísono, apresurados tomaron asiento en la cama.

Entró un guardia por la puerta izquierda del barracón.

Era grande. Su armadura negra refulgía con cada destello de las Piedras Cálidas cercanas a él.

¿Qué pasaba?

—¡Goliat! —llamó el guardia, leyendo un pequeño papel amarillento entre sus guantes metálicos—. ¡Ernes y Berry! ¡Vengan de inmediato! —El guardia tenía un yelmo que le cubría la mitad de la cara. No había forma de verle el rostro completamente—. ¡Maldición! ¡No me hagan llamarlos de nuevo!

"¿Qué pasa?", preguntó una voz por allá atrás.

"¿Por qué vino un guardia de Ojmil aquí?"

"Goliat está desmayado..."

"¿Q-Quién es ese?"

"N-Nunca había venido un guardia de Ojmil antes..."

"Es la primera vez que llaman a alguno de nosotros... ¿por qué será?"

Todos parecían confundidos.

Illiam solo había visto a uno de esos robustos guardias reales la vez que el gigantesco Ojmil vino en persona a este barracón. Después de eso nunca más, durante el tiempo que pasó allí encerrado, había vuelto a ver a alguno de esos guardias; de hecho, los esclavos que llevaban más tiempo que Illiam aquí, estaban tan sorprendidos como él.

—S-Señor... —El tipo ancho, al que Jolam le había roto la nariz, se acercó tímidamente al guardia—. Soy Ernes...

—¿Y los otros dos? —cuestionó el guardia. Parecía enojado, aunque era difícil notarlo por el yelmo que cubría la mitad de su cara.

—S-Son ellos, señor... —El que se hacía llamar Ernes, señaló el suelo donde estaban sus dos compañeros inconscientes.

—¡¿Qué fue lo que pasó?! —preguntó el guardia, frunciendo los labios y arrugando la hoja que sostenía al apretar los puños.

A Illiam le pareció ver en Ernes una asquerosa sonrisa al momento en que alzó su dedo y señaló a Jolam.

—¡Ese de allá, señor! ¡Nos golpeó a los tres! ¡Vea mi nariz, señor!

Pero ocurrió algo extraño.

El guardia pasó repentinamente del enojo al asombro, como si le hubieran lanzado un baldado de agua fría que apagó sus llamas.

—¿Él los golpeó a ustedes? —cuestionó el guardia, observando a Ernes. A Illiam le pareció ver, entre la rendija del yelmo, que el guardia alzó una ceja.

—¡Sí, señor!

—O sea, ¿fueron los tres más grandes del barracón, derrotados por un solo tipo? —El guardia, de hecho, parecía complacido.

«¿Qué está pasando?», se preguntó Illiam, inquieto. ¿Le iban a hacer algo a Jolam?

Esta vez, Ernes no sonreía, más bien parecía avergonzado.

—¿S-Sí? —Fue la respuesta del patético matón, antes de quitarse la mano de la nariz aún sangrante.

—¡Tú, ven aquí! —llamó el guardia a Jolam.

El corazón de Illiam empezó a palpitar violentamente mientras sus manos sudaban.

Jolam se levantó de su cama y caminó erguido hacia el guardia. «¿Cómo haces para no parecer asustado?» Illiam lo veía con los ojos bien abiertos, casi desorbitados.

Cuando Jolam se paró frente al guardia, este lanzó una sonora carcajada. Eso sorprendió a Illiam... no, no solo sorprendió a Illiam, sino que a todos. Los demás esclavos se miraban los unos a los otros asombrados.

—¡Oh mierda, chico, eres fuerte! ¡Por fin tendré suerte con este barracón de mierda! Siempre suelen mandarme a los más enclenques, pero contigo, contigo, amigo, haré plata. ¡Jajajaja!

El guardia palmeó amistosamente el hombro de Jolam, quien se mantenía serio, sin quizás saber cómo reaccionar.

—¡Bien, solo necesito a dos más! A ti, Ernes, te llevaré en otra ocasión; cuando se te haya sanado la nariz. Bien. —añadió el guardia, cerrado la puerta a su espalda y pasando de Jolam y Ernes, caminando en medio de las camas, analizando a los esclavos barones con minuciosidad—. Tú. —Señaló a un delgado joven de estatura similar a la de Illiam, aunque se veía macizo—. Y... Oh, ¡un Rohart! Así que tú. —Y luego señaló a Illiam.

«¿Yo? ¿Qué? ¡¿QUÉ?!»


Nota

Seré directo:

Me encantaría que me dijeras si este capítulo fue muy rápido en cuanto a la sucesión de eventos, acciones y desenlaces, o si te pareció que está bien. Puedes dejar abiertamente tu crítica sin ningún pelo en la lengua (o en los dedos), que yo soy excelente, no, excelente no. De hecho, soy magistral a la hora de recibir críticas constructivas y aplicarlas para mejorar. ¡Así que adelante!

¡Muchas gracias!

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