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5.Despertar...

La vida no es fácil princesa, 

ha  llegado el momento de quitarse la corona y ponerse la armadura...


***




Después de la caída por las escaleras pasaron dos semanas para que me pudiera levantar de la cama por mí misma, al pensar en esa noche me sorprendo al recordarla con temor, tuve terror a morir en manos de esa enfermera, a cualquier cosa que me pudiera hacer y eso que desde hace unos meses mi principal fijación es buscar la muerte. Me cabrea el hecho de que la tuve en mis narices y huí como una cobarde, como aquella niña pequeña y miedosa que fui alguna vez, la infante que al ver una sombra extraña en su habitación, corría buscando refugio al cuarto de sus padres evitando que el fantasma del clóset apareciera e intentara llevársela.



Apenas el médico de aquel horrible lugar me dio el alta medico, fui guiada por enfermeras a una camioneta en la cual, me transportaron a otra casa de descanso la cual a simple vista se ve mucho mejor, debo aclarar.



Todo fue muy diferente a mi anterior ingreso, desde el traslado al trato que te da el personal administrativo. Cuando apenas llegue, una agradable mujer de unos cuarenta años la cual se identifico como la directora del lugar me esperaba en la entrada, la sonrisa que su rostro plasmaba amenazaba con dividir su rostro en dos, además de que esta se reflejaba en sus ojos.




Acompañada de una enfermera la cual me notifico seria mi acompañante, prácticamente me obligo a realizar un tour para que me familiarizara con el entorno del lugar. Canchas deportivas, un pequeño gimnasio, sector de piscina, cuarto de manualidades, etc. Tienen una gran gama de actividades dispuestas para el disfrute de sus residentes, por un momento pensé que se habían equivocado y esta no era una casa de reposo, hasta que empezó a hablar acerca de las actividades grupales que estaban dispuestas para los pacientes que venían con mi diagnostico y acerca de una valorización que tendría que hacer la psicóloga del lugar.



Al parecer la mujer noto mi cambio de ánimos porque inmediatamente se volvió hacia mí con un gesto tan serio, que su anterior gesto de amabilidad pareció haber sido objeto de mi imaginación.



— Son las reglas, Teresa. Y por ti ya he roto muchas pues, generalmente antes de aceptar un paciente, la psicóloga de nuestra casa les hace una valoración sin embargo yo te recibí sin esta por un favor especial. –— ¿Reglas? ¿admitirme por un favor? Un favor a quien. — Así que sin importar cuales sean tus deseos, mañana la psicóloga te hará la valoración reglamentaria y eso no está en discusión.


Después, ignorando mi cara de confusión me siguió haciendo el recorrido como si nada hubiese pasado.



En el camino que conducía a la casa grande pude notar que las instalaciones poseen más campos verdes, algunas casetas las cuales quedan separadas por cada tramo y a las cuales, se dirigen los pacientes siendo ayudados por enfermeros, ellos no están uniformados con la habitual ropa blanca de mi anterior "hogar" porque aunque es ropa deportiva, se nota que aquellos atuendos se pueden conseguir en tiendas de ropa cualquiera. Los que si utilizan uniformes son los enfermeros.




Aunque en este lugar se pueda apreciar lo mismo que en cualquier otro que funja esta misma función, que las personas parezcan muñecos sin vida, títeres esperando que su titiritero maneje los hilos, este sitio tiene algo diferente. Acá de una u otra forma se respira como otro tipo de ambiente, éste lugar inspira paz, los pacientes se notan más tranquilos y el personal médico más cómodo con su sitio de trabajo.




En estos momentos me encuentro en mi habitación o mejor dicho, nuestra habitación acostada en mi cama con los brazos extendidos y observando al cielo raso. Un cuarto que comparto con nueve chicas mas, esa es otra de las reglas de este lugar además de que hasta para comer y bañarse hay horarios, horarios que a mí no me interesa mucho cumplir así en ocasiones me gane pequeños castigos y regaños de la directora por infractora, castigos que ni me van ni me vienen. Se supone que en estos momentos debería estar en la charla grupal con la psicóloga, pero eso no es algo que me apetezca, al igual que no me agrada compartir habitación con estas chicas que son algo ruidosas.




— No tienes idea de lo patética que te ves en esa posición.


Dice una voz a mis espaldas sacándome intempestivamente de mis pensamientos, me tenso de inmediato. Es un hombre, hay un hombre en mi habitación y yo me encuentro aquí, completamente sola. Trato de afinar mi oído pero las voces de las enfermeras se escuchan lejanas.



— Echando a perder tu vida y resguardándote bajo una estúpida excusa, — observo de soslayo como ingresa a la habitación, luego sentándose en una mecedora que permanece junto a la ventana, cruza sus brazos y me observa. — La verdad es que no entiendo, no puedo llegar a comprender como alguien como tu les puedes inspirar lastima, al observarte solo veo a una perdedora, a alguien débil, yo no abría gastado mi dinero trayéndote aquí pero igual y cada quien es libre de derrochar sus ingresos como bien le parezca.


Me siento en la cama e Ignoro sus palabras concentrándome en lo primordial para mí en estos momentos, busco mis zapatos con la mirada pero no los veo. Suspiro, mi voz suena algo temblorosa.



— ¿Quién eres tú y que haces aquí? ¿no te dijeron que a esta habitación no pueden ingresar hombres? Mejor no me respondas, lárgate de aquí antes de...

— ¿Antes de que? — interrumpe, — ¿antes de que grites pidiendo ayuda de alguna de las enfermeras?, como si no tuvieran suficiente con los pacientes que de verdad las necesitan, de verdad que no entiendo que haces tú aquí.


— Eso no es algo que a ti te importe, — le refuto, un sentimiento que mantenía guardado muy en el fondo empezando a brotar. — ¡Quiero que te largues!


Su voz se me hace conocida y su rostro aun mas, estoy segura de que lo he visto en algún lugar.



— Y eso a mí me tiene que importar, ¿Por qué? — ,se encoge de hombros para luego sacar una pequeña bola anti estrés del bolsillo de su camisa la cual empieza a apretar. — ¿En que estábamos? Ah sí. Te contaba que no tenía nada que hacer porque mi paciente está con sus familiares, entonces me puse a pensar, ¿qué puedes hacer para matar el tiempo? Entonces me acorde de lo que venía de boca en boca por las enfermeras desde hace dos semanas.

"Una niña berrinchuda que se cree princesa además de creer que en este sitio puede hacer lo que quiera, y me dije a mi mismo, Alón, ¿Por qué no le hacemos una visita a la princesa berrinchuda? Y aquí estoy, entro y te encuentro tal y como se dice por todo el centro. Malgastando tu tiempo, lamentándote por cosas que ya pasaron y para lo cual, no tienes una maquina con la cual volver al pasado y así evitar determinadas situaciones en lugar de seguir adelante. Todo un espectáculo digno de ver — dice con burla en su voz. – Así que prosigue princesa."



Lo observo incrédula y con las lagrimas en las puertas, a punto de derramarse.

¿De verdad dicen esas cosas de mí? Y sobre todo,


¿Por qué me importa?



— No tienes ningún derecho a...

— ¡Tengo todo el derecho del mundo!. — Exclama interrumpiéndome, su voz suena con firmeza pero en ningún momento pierde la calma, — tu misma diste la autoridad por lo cual, todos tenemos derecho a pasarte por encima y que permanezcas en silencio, después de todo eso es lo que has estado haciendo por todos estos meses, esconderte en un caparazón como la estúpida que eres mientras los demás te pisoteaban.



Siento todo mi cuerpo arder a causa del enojo, me levanto de un salto enfrentándolo con la ira cubriendo mis facciones y ahí es cuando reconozco al chico que me ayudó el día del accidente. O por lo menos eso fue lo que me dijeron, lo miro a los ojos y por un momento vislumbro satisfacción pero luego esa mirada burlona y altiva lo cubre. Es como si le alegrara hacerme enojar.



— ¡Tú no sabes nada de mí! — le grito encolerizada, la sorpresa baila por un momento en sus ojos pero tan rápido como apareció, esta de igual manera se esfuma, — no has pasado por lo que yo así que no tienes derecho a decirme como me debo sentir ni que hacer, nadie te dio ese derecho.


—  Hay miles de mujeres que han pasado por lo mismo que tú, — se levanta de la silla, paseándose alrededor de la habitación como si fuera suya. — Y no se quedaron lamentándose, revolcándose en su miseria. Se levantaron y avanzaron, ¿Qué te impide a ti el hacer lo mismo? Si te robaron tu confianza en ti, pues recupérala pero deja de hundirte a ti misma. Deja de ser una carga para los demás.



No sé a qué horas empecé a derramar lágrimas ni tampoco cuando volví a sentarme, solo me doy cuenta cuando distingo mi pantalón mojado y veo como las gotas caen. Se acerca lentamente y se acuclilló frente a mí extendiéndome un pañuelo. Al ver que no lo tomo lo deja a mi lado y me habla en un tono calmo pero firme.



— Los miserables que te hicieron daño siguen ahí afuera, buscando a su 'próxima víctima, esperando por otra incauta a la cual hacerle lo mismo que a ti o ¿Quién sabe? seguramente ya lo habrán hecho. Si quieres puedes ser tú quien destruya esa cadena, quien rompa el silencio, deje al descubierto ese ritual macabro y finalmente termine con el juego. En estos momentos te puedo poner sobre la mesa dos opciones. La una es seguir nadando en el estiércol y la autocompasión dejando que se salgan con la suya, seguir intentando acabar con tu vida lo cual con el entusiasmo que me han dicho que le pones, muy pronto logres posiblemente, la otra opción y a mi parecer lo mas satisfactorio seria el hacerlos pagar e impedir que le sigan dañando la vida a otras chicas iguales de ingenuas que tu, analiza muy bien las cosas antes de tomar una decisión.


Dicho esto se levanta y escucho sus pasos abandonando la habitación, dejándome prácticamente ahogada en mis propias lágrimas, con mil pensamientos a flote.



Cuando regresan prefiero cubrirme con la manta, para así evitar que me observen en este estado. Ni siquiera acudo al comedor. Paso toda la noche en vela procesando lo que él me dijo. ¿Tendrá razón?, claro que la tiene, me dice una vocecilla interior.



He pasado demasiado tiempo auto castigada ¿Por qué tengo que sufrir? Todavía sigo viva y además he fallado tantas veces en mis intentos de suicidio ha de ser por algo. Dicen que cada persona viene a este mundo con un propósito y tal vez, solo tal vez yo no he cumplido el mío.



Debe haber algo muy bueno fuera de estas paredes para mí.



Proceso todo eso dos días seguidos y en el tercero trabajo en infundirme confianza y valor. El día cuarto me levanto con un pensamiento fijo, con la determinación irradiando por mis ojos, tomo mis enseres de aseo y me dirijo al baño bajo la mirada asombrada de las enfermeras y de mis compañeras de cuarto. Me calzo una sudadera gris, un buzo que me llega hasta el codo para luego plantarme frente al espejo cepillo en mano, una de mis compañeras me ofrece ayuda la cual amablemente declino pues, esto es algo que debo hacer por mí misma, en meses no me quise acercar a un espejo pero ahora que lo hago me veo bastante desmejorada y ojerosa, paso el peine por mi cabello hasta que este brilla y esta algo lacio desbaratando mis naturales rizos, me ato una coleta y bajo a desayunar. Escucho algo en el noticiero que hace mi determinación más fuerte. Luego de ingerir algo suave salgo por los pasillos en busca de Alón, lo encuentro en la fuente central del sanatorio junto a una señora que luce algo ida. Lo único que se escucha en el patio son mis pasos acercándose a paso lento hacia donde él se encuentra.




— Necesito tu ayuda —, le hablo con firmeza al estar cerca de él, al escuchar mi voz él se gira y me observa seriamente durante unos momentos. Me mira a los ojos como si buscara algo y yo cómo puedo le sostengo esa escrutadora mirada, momentos después cuando parece encontrarlo, satisfecho me dedica una pequeña sonrisa ladeada la cual me asegura el haber ganado un aliado.


— Por fin despertaste.


Afirma



Si, por fin desperté.




***


Capitulo cinco publicado.

Voten y comenten si les gusto.

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