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Capitulo 8.



Habían estado conduciendo por la carretera, alejándose poco a poco de la ciudad y su otoño, dando paso a una amplia y serena bahía, el cielo dorado se mezclaba con los tonos frescos del océano a lo lejos, una vista impresionante. El aire, impregnado de un aroma salado, acariciaba sus rostros con una brisa espesa y constante que, aunque pesada, se sentía reconfortante.

El viaje transcurrió tranquilo, aunque no carecía de un toque de adrenalina y ese inevitable cosquilleo de nervios. De repente, comenzaron a reducir la velocidad. A lo lejos, Jimin distinguió un pequeño pueblo, y en él, un restaurante que más bien parecía una acogedora choza. Desde su tejado se elevaba un fino hilo de humo, que parecía traer consigo el prometedor aroma de una comida deliciosa.

—Llegamos —anunció Jungkook al estacionar frente al lugar. Se quitó el casco con soltura y, bajando de la motocicleta, se acercó a Jimin—. Ten cuidado al bajar, déjame ayudarte.

Con delicadeza, le retiró el casco y le tendió una mano para ayudarlo a descender.

—¿Dónde estamos? —preguntó Jimin, con la curiosidad brillando en sus ojos castaños.

—¿Tienes hambre? —respondió Jungkook con una sonrisa ladina.

—Mucha —admitió, devolviéndole la sonrisa.

—Entonces esto te va a encantar. Vamos. —entrelazó sus dedos con los del castaño y lo guió hacia la entrada de la choza.

En la puerta de madera colgaba un pequeño letrero que decía "Abierto". Jungkook lo empujó suavemente, dejando que ambos cruzaran al interior.

El aire se llenó de aromas deliciosos, una sinfonía de olores que hicieron rugir el estómago de Jimin. Reconoció notas de Galbitang, Haemulpajeon, Tteokbokki, Kimbap, Samgyeopsal, Sundubu-jjigae, Hobakjuk y Japchae. Su apetito se avivó, y sus ojos recorrieron el lugar hasta encontrar una mesa junto a una ventana, donde quería sentarse rápidamente para poder degustar todo lo que había percibido.

—¡Jungkook! ¿Eres tú, querido? —la voz de una mujer resonó en el pequeño restaurante, llamando la atención de los chicos. Era una señora mayor, con una mirada dulce y maternal. Sus manos, teñidas de rojo por una espesa salsa, sostenían un mandil de cocina salpicado de harina. Avanzó hacia el joven tatuado con una sonrisa de genuina alegría—. ¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Mingyu, querido, ven rápido! ¡Mira quién nos visita!

Desde la cocina emergió un chico de aspecto juvenil y tranquilo. Llevaba un mandil manchado y gotas de sudor perlaban su frente. Alzó la vista con curiosidad antes de que una sonrisa de reconocimiento iluminara su rostro.

—¿Jungkook? Hermano, eres tú —lo saludó con entusiasmo, extendiendo un brazo fraternal para palmear su hombro—. ¿Qué te trae por aquí? Hace tiempo que no venías a llenar tu estómago aquí. ¿Acaso ya no te gusta mi comida?

Jungkook soltó una risa breve y negó rápidamente con la cabeza.

—¡Para nada! La comida de aquí siempre ha sido mi favorita. Solo he estado ocupado últimamente, pero tenía que volver. Además, hoy no vengo solo.

—¿De verdad? —la mirada curiosa de la mujer y el chico se dirigió hacia Jimin, quien estaba de pie junto a Jungkook. Con una reverencia educada, acompañada de una tímida sonrisa, se presentó.

—Hola, soy Park Jimin. Mucho gusto.

La señora Baek, emocionada, entrelazó las manos frente a su pecho mientras sus ojos brillaban con afecto.

—¡Oh, pero qué joven tan encantador! Bienvenido, cariño. Soy Baek Dahye, un placer conocerte. Y este es mi nieto Mingyu. —volvió a sonreír ampliamente, irradiando hospitalidad—. Por favor, siéntense donde quieran. Enseguida les traigo el menú.

—Muchas gracias —respondió Jungkook con una ligera inclinación, guiando a Jimin hacia la mesa que este había señalado. Ambos se sentaron, mientras desde la cocina llegaban los deliciosos aromas que prometían una comida memorable.

—¿Ya conocías este lugar? —le preguntó, la curiosidad reflejada en su rostro.

—Claro. Este lugar me ha alimentado desde que era muy joven —respondió, con una expresión nostálgica—. Todo aquí es casero, hecho con cariño. Créeme, lo vas a notar en cada bocado.

Jimin se acomodó en la silla, apoyando los brazos sobre la mesa mientras miraba a su alrededor. El pequeño restaurante tenía un encanto rústico, con paredes de madera oscura adornadas con fotografías antiguas, tal vez recuerdos familiares o viajes. Sobre las mesas, pequeños floreros contenían ramas de flores silvestres que daban un toque fresco al ambiente cálido.

—Es acogedor —comentó, sonriendo mientras observaba a Jungkook, que parecía totalmente en casa.

—Sí, lo es. —estuvo de acuerdo y se inclinó un poco hacia él, apoyando el mentón en una mano—. Espero que cumpla con tus expectativas. Sé que no es un lugar lujoso ni nada parecido, pero...

Antes de que pudiera terminar, Jimin negó rápidamente con la cabeza, interrumpiéndolo.

—Está perfecto. Me gusta esto. Se siente... normal. —sus labios se curvaron en una sonrisa genuina, y sus ojos brillaron con calidez—. Y eso me encanta.

Jungkook iba a responder, pero fue interrumpido por la llegada de la señora Baek, quien llevaba consigo un par de tazas de té humeante. Las colocó con cuidado sobre la mesa, junto con un pequeño plato de galletas de arroz.

—Algo para empezar mientras deciden qué van a pedir —dijo con una sonrisa—. Aunque creo que Jungkook ya sabe lo que quiere, ¿no?

El pelinegro rió, asintiendo.

—Por supuesto, lo de siempre. Pero quiero que Jimin pruebe de todo, así que confío en ustedes, señora Baek, aunque sé que Mingyu heredó su buen sazón.

—¡Oh, claro que sí! —exclamó ella, encantada—. Entonces les prepararé un poco de nuestras especialidades. Ya verás, jovencito, vas a salir de aquí queriendo volver.

—No lo dudo —respondió Jimin, agradecido.

La mujer se retiró rápidamente hacia la cocina, dejando a los dos jóvenes en un silencio cómodo, interrumpido solo por el sonido de utensilios viniendo desde la cocina. Jimin tomó una de las galletas de arroz y la probó, sorprendiendo a Jungkook con su expresión de pura felicidad.

—Está delicioso —masculló, mirando la galleta como si acabara de descubrir un tesoro.

—Te dije que este lugar es especial. Espera a probar lo demás. —Jeon lo observaba con una mirada suave, encantado por su reacción genuina.

En poco tiempo, la señora Baek regresó con una bandeja rebosante de platos. Los colocó uno a uno sobre la mesa: Tteokbokki con su característico color rojizo y picante, Japchae lleno de vegetales frescos, un humeante bol de Sundubu-jjigae y, como no podía faltar, un plato de Samgyeopsal acompañado de hojas de lechuga y salsas.

—Aquí tienen. Buen provecho, chicos. Y si necesitan algo más, solo díganme —dijo con un guiño antes de volver a la cocina.

—Por dónde empiezo... —susurró Jimin, asombrado ante el festín frente a él.

—Por donde quieras. Todo es bueno. —Jungkook tomó los palillos y le hizo una seña para que lo imitara—. Pero el Tteokbokki es un clásico, así que te lo recomiendo primero.

Jimin lo probó, y su reacción fue inmediata: sus ojos se abrieron como platos mientras un gemido de satisfacción escapaba de sus labios.

—¡Esto es increíble! —exclamó, llevándose otra porción a la boca sin pensarlo dos veces.

Entonces ambos se dispusieron a disfrutar de la deliciosa comida, y luego de un par de horas, una vez que terminaron de comer, con sus estómagos satisfechos y sus rostros reflejando puro placer, supieron que era hora de continuar con el día. La señora Baek se acercó nuevamente a la mesa, y al ver los platos completamente vacíos y a los chicos rebosantes de alegría, no pudo evitar sorprenderse.

—¡Vaya! No dejaron ni las sobras. Me alegra mucho que lo hayan disfrutado. —su mirada se posó en Jimin, llena de curiosidad—. ¿Qué te pareció, querido?

El chico levantó la vista, aún luchando contra la sensación de haber comido demasiado, y le dedicó una sonrisa agradecida.

—Sus manos y las de su nieto son verdaderamente benditas. Jamás había probado comida tan deliciosa. De verdad, se los agradezco mucho. —se inclinó en una reverencia ligera, a pesar de que su estómago estaba a punto de estallar.

La señora Baek soltó una risita y negó con suavidad.

—Qué palabras tan dulces, gracias, cariño. Espero que vuelvas pronto; estaremos encantados de preparar algo igual de especial para ti. —le devolvió una cálida sonrisa, que Jimin respondió con otra igual de sincera.

Jungkook tomó la palabra, sacando su billetera mientras se ponía de pie.

—Yo también le agradezco mucho por la comida deliciosa, pero ahora debemos irnos. Por favor, dígame cuánto es.

Antes de que la señora pudiera responder, Mingyu apareció desde la cocina, llevando en las manos una bolsa de papel cuidadosamente cerrada.

—Antes de que se vayan, llévense esto. —sonrió ampliamente mientras extendía la bolsa hacia ellos—. Es un regalo de la casa. Pueden disfrutarlo más tarde.

Jimin tomó la bolsa con ambas manos, sus ojos brillando de gratitud.

—Gracias por todo, nos veremos pronto, eso es seguro. —Jungkook sonrió. Después de pagar la cuenta, ambos se dirigieron hacia la puerta. Sin embargo, antes de que Jungkook pudiera salir tras Jimin, la voz de la señora Dahye lo detuvo.

—Jungkook, querido, ¿puedo hablar contigo un momento? —llamó con amabilidad.

Jungkook miró a Jimin, que ya había avanzado unos pasos.

—¡En un momento voy! —avisó antes de volverse hacia la mujer—. Dígame, ¿me olvidé de algo? ¿Está bien el dinero?

La señora Dahye negó con una sonrisa tranquila.

—Oh, si, querido, no te preocupes por eso. Todo está bien. Solo quería saber cómo te encontrabas —quiso saber, mirándolo con preocupación—. ¿Realmente estabas tan ocupado como dices? Sabes que, si estás pasando por un momento difícil, siempre puedes venir aquí.

Jungkook sintió un cálido aprecio por su preocupación y sonrió con ternura.

—Lo sé, siempre ha sido así. Pero le digo la verdad, he estado trabajando mucho últimamente. Además, sabe que Jin hyung también cuida de mí. —respondió con sinceridad.

—Eso lo sé muy bien. —la mujer asintió lentamente—. Seokjin siempre ha sido un joven atento y carismático. Me alegra que la vida los haya juntado en el momento justo. Pero, querido, sé que la vida en la ciudad puede ser abrumadora. Si alguna vez tú o Seokjin necesitan algo, lo que sea, recuerden que este lugar siempre estará aquí, como antes.

—Claro que sí. Sabe que ambos estamos profundamente agradecidos con usted. —el pelinegro hizo una reverencia respetuosa—. Prometo que la próxima vez vendremos juntos.

La señora Dahye sonrió con afecto.

—Este lugar siempre estará disponible para ustedes. —sus ojos brillaron con curiosidad mientras agregaba—: Oh, querido, ese jovencito al que trajiste hoy... es muy bonito y educado. ¿Es tu...?

Jungkook se rió suavemente y negó con la cabeza.

—Todavía no, en realidad... esta es nuestra primera cita.

—¿En serio? —los ojos de la mujer se iluminaron de alegría—. Me siento afortunada de haberles dado de comer en un día tan especial. Si lo hubieras mencionado, la cuenta habría corrido por nuestra cuenta.

—No lo hubiera permitido. Es un placer pagar por una comida tan deliciosa. —sonrió—. Pero sí, me gusta mucho... ¿algún consejo?

La señora Dahye se llevó una mano al pecho, sorprendida y ligeramente ruborizada.

—¿Un hombre tan grande y necesitando consejos de una viejecita? —bromeó Mingyu desde la pared donde estaba recargado—. Eres una vergüenza, Jeon. —una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.

—¿Y debería pedírtelos a ti, que el único amor que has conocido es al pastel de arroz y al kimchi? —contraatacó Jungkook con una carcajada.

—Deja de presumir, "mil amores". —Mingyu le devolvió la mirada, pero luego añadió, en tono más serio—. ¿Tan especial es?

—Mucho. —respondió sin dudar—. Es único.

—¿Y eso cómo lo sabes? Escuche que apenas es la primera cita, ¿tan rápido lo decidiste?.

El tatuado se encogió de hombros con una sonrisa confiada.

—Cuando lo sabes, lo sabes.

—¿Lana del Rey? —preguntó Mingyu con una ceja alzada.

—Gran tema. —respondió, y ambos estallaron en risas.

La señora Dahye los miró, confusa ante la conversión de los jóvenes, pero decidió continuar con el tema importante.

—El mejor consejo que te puedo dar, querido, es... sé honesto y fiel a ti mismo. Las grandes relaciones no se construyen con gestos extravagantes, sino con pequeños momentos de cuidado y sinceridad. Si ese joven especial está contigo ahora, es porque ya ve algo en ti que le gusta. No hay necesidad de impresionar, solo haz que cada momento sea genuino.

Jungkook asintió, reflexionando sobre las palabras de la mujer.

—Gracias, señora Baek. Eso haré. Es bueno tener a alguien que siempre sabe qué decir.

Mingyu, aún apoyado en la pared, soltó un suspiro teatral.

—Si te vuelves más dulce, tendré que revisarte el nivel de azúcar, Jungkook.

—Solo estoy aprendiendo del mejor —bromeó, lanzándole una mirada desafiante.

La señora Dahye soltó una pequeña risa, observando cómo los dos jóvenes intercambiaban comentarios con una camaradería que llenaba de vida el restaurante. Luego miró a Jungkook con una expresión maternal.

—Prométeme algo, querido. Sea lo que sea lo que encuentres con ese jovencito, trátalo con cuidado. Las personas especiales no llegan dos veces.

El pelinegro se enderezó, con una sonrisa suave y seria al mismo tiempo.

—Lo prometo.

—Bien. Ahora, no lo hagas esperar más. —la mujer hizo un gesto hacia la puerta—. Ve ve.

Jungkook agradeció una vez más con una reverencia antes de dirigirse a la salida. Al cruzar la puerta, encontró a Jimin mirando el horizonte con la bolsa de papel en sus manos. Al notar su llegada, Jimin giró el rostro y le dedicó una sonrisa cálida.

—¿Todo bien? —preguntó.

—Sí, todo bien. —respondió, acercándose a él—. ¿Listo para lo que sigue?

El castaño asintió, sus ojos brillando con entusiasmo.

—Más que listo.

Y con eso, ambos se subieron a la motocicleta y se alejaron del pequeño restaurante.

El día se acercaba lentamente a su final, pero los últimos rayos dorados del sol aún bañaban el paisaje mientras caminaban por un bulevar que serpenteaba junto a la hermosa bahía. El mar se extendía a lo lejos, reflejando tonos cálidos y suaves. La brisa marina, cada vez más fresca, acariciaba sus rostros mientras disfrutaban de la tranquilidad del momento.

—Me cayeron bien —comentó Jimin, rompiendo el silencio con una sonrisa apacible.

—¿La señora Baek y Mingyu? —preguntó Jungkook, mirándolo de reojo.

—Sí, eran personas muy dulces. Nadie jamás me había hablado con tanta amabilidad y sinceridad. —respondió con una honestidad que hizo que Jungkook alzara ligeramente las cejas, intrigado.

Aquello despertó su curiosidad. ¿Por qué nadie le habría tratado así antes? ¿Qué tipo de entorno habría rodeado a Jimin para que algo tan simple como la amabilidad resultara tan inusual? Quiso preguntar, pero al ver la expresión de paz y felicidad en el rostro del chico, decidió dejar ese tema para otro momento más adecuado.

—Les agradaste mucho. —sonrió, buscando mantener la conversación ligera—. Incluso nos empacaron más comida de regalo. Eso es nuevo.

Jimin, que aún sostenía la bolsa de papel como si fuera un tesoro, bajó la mirada hacia ella y luego respondió con suavidad:

—Es aún mejor. Cuando alguien te regala algo desde el corazón, se convierte en algo especial. Es la sinceridad y el cariño lo que lo hace valioso. —expresó esto mientras miraba a Jungkook a los ojos, una conexión tan directa que hizo que el corazón le diera un vuelco.

—Definitivamente eres alguien muy especial. —murmuró con una sonrisa, sintiéndose inexplicablemente afortunado en ese momento.

Jimin asintió suavemente, pero no apartó su mirada curiosa de Jungkook.

—Parecía que te conocían desde hace mucho. ¿Son parte de tu familia o alguien cercano?

La pregunta pareció sacudir ligeramente a Jungkook, quien de pronto se puso serio y un poco nervioso. Era una cuestión difícil, especialmente en un momento tan perfecto como aquel. Sentía que una respuesta honesta podría cambiar el tono de la tarde, pero tampoco quería mentir.

Antes de decidir qué decir, su atención se desvió al pasar junto a una fila de puestos ambulantes. Había dulces típicos envueltos en papel brillante, recuerdos coloridos y una variedad de actividades que atraían a los turistas. En medio de todo, una máquina para medir la fuerza captó su interés.

Era una de esas en las que se golpea un saco y las luces se iluminan para indicar el nivel de potencia. Jungkook sonrió, agradeciendo internamente la distracción, y señaló la máquina con entusiasmo.

—Mira eso, Jimin. ¿Has jugado alguna vez? —preguntó, cambiando rápidamente de tema mientras se dirigía hacia la máquina con pasos seguros.

Jimin, algo desconcertado por el cambio repentino, desvió su atención hacia el aparato y negó con la cabeza.

—Jamás había visto una. ¿Cómo se juega?

La chispa en los ojos de Jungkook volvió con fuerza.

—Es fácil. Solo golpeas el saco con toda tu fuerza, y las luces muestran tu puntuación. —se giró hacia él, sonriendo—. ¿Quieres probar?.

Jimin arqueó una ceja, mitad divertido y mitad inseguro.

—No estoy seguro... creo que no soy tan fuerte como para eso.

—No digas eso, sé que lo eres. —le guiñó un ojo con una sonrisa confiada—. Pero esto no se trata de demostrar quién es el más fuerte. Se trata de divertirse. Anda, inténtalo. ¿Qué importa si no somos tan fuertes a veces? Yo antes tenía unos brazos de espagueti, ¿sabes? No podía ni cargar un palillo.

Jimin soltó una carcajada ligera, relajándose un poco ante el comentario. Finalmente aceptó el reto y dio un paso hacia la máquina, mientras Jungkook lo animaba con una energía contagiosa.

Cuando se insertó la moneda, la máquina cobró vida con un sonido metálico y luces intermitentes. Jimin apretó su puño, tomó una postura firme y, después de un breve momento de concentración, lanzó un golpe directo al saco. Las luces comenzaron a parpadear mientras el marcador subía rápidamente. Para su sorpresa, el resultado fue más alto de lo que esperaba.

—¡Así se hace! —Jungkook celebró con entusiasmo, dándole unas palmaditas en el hombro—. Lo hiciste increíble. Ahora estoy empezando a temer por mi vida.

Ambos rieron, la atmósfera ligera y llena de complicidad.

—Tu turno —dijo Jimin, sonriendo ampliamente.

—De acuerdo, prepárate para ver cómo se hace en serio. —Jungkook depositó otra moneda en la máquina, y su rostro adoptó una expresión de seguridad que denotaba experiencia.

A diferencia de Jimin, no parecía nervioso en absoluto. De hecho, lo hacía parecer tan fácil que era evidente que había hecho eso antes. Tomó posición, flexionó los hombros y levantó su brazo tatuado, musculoso y seguro. Con precisión y fuerza, golpeó el saco con un impacto que resonó con fuerza en el aire.

Las luces de la máquina parpadearon frenéticamente, acompañadas de un sonido de victoria cuando el marcador alcanzó su máximo nivel. Jungkook se giró hacia Jimin te hizo un par de reverencias con una sonrisa triunfante.

—Gracias gracias, siempre es un placer. —hablo con voz profunda, como si hubiera dando el mejor espectáculo de la tarde.

—¡Cielos, eso fue increíble! —exclamó Jimin, dando aplausos pequeños—. ¿Cómo lograste hacer eso?

—Te enseñaré algunos trucos después. —bromeó, flexionando ligeramente el brazo como si se pavoneara—. Pero por ahora, sigamos explorando.

Mientras seguían caminando, deteniéndose ocasionalmente en los puestos, una pequeña mesa junto a un carrito llamó la atención de Jimin. Sus ojos se iluminaron al reconocer algo familiar.

—¡Oh! ¿Eso es...? —se acercó con entusiasmo y, al verlo más de cerca, exclamó con emoción—. ¡Dalgona! Es el dulce del juego en esa serie famosa.

Jungkook miró hacia donde señalaba y, tras un momento, asintió.

—Ah, ya veo. Hablas de Squid Game. —repuso—. Ese dulce solía comerlo mucho cuando era niño. Hace años que no veía uno.

—¿De verdad? —preguntó Jimin, sorprendido—. Yo solo lo he visto en esa serie. Nunca lo he probado, pero siempre quise hacerlo. ¡Vamos, hay que intentarlo!

Jungkook rió por su entusiasmo mientras ambos se acercaban al carrito. Un hombre mayor, sentado frente a una pequeña mesita, los saludó con amabilidad.

—Bienvenidos, jóvenes. ¿Les gustaría probar? —les animo mientras acomodaba los dulces sobre una bandeja.

Jimin se sentó rápidamente en la mesa, mientras Jungkook permanecía de pie, observándolo divertido.

—Buenas tardes. Disculpe, ¿cómo se juega? —preguntó Jimin con los ojos brillando de curiosidad.

El hombre señaló los dulces redondos con figuras grabadas en el centro y comenzó a explicar:

—Este es un dulce hecho con azúcar derretida y un toque de miel de maple. La idea es sacar la figura del centro con una aguja sin romper el dulce. Si lo logran, pueden ganar uno de estos premios.

Señaló una tabla que mostraba los premios: caramelos pequeños para tres intentos exitosos, un juguete para cinco, y, para quien lograra diez intentos correctos...

—¡Wow! ¡Ese es el gran dulce Ingoh! —exclamó Jimin, fascinado al ver el enorme dulce en forma de pez—. Cuando era niño, lo vi en el escaparate de una dulcería, pero mi mamá no me lo compró porque decía que tenía demasiada azúcar. Siempre quise uno.

Jungkook notó la emoción en los ojos de Jimin y sonrió.

—¿De verdad te gustaría tenerlo? —le preguntó.

—¡Sí, muchísimo! —respondió con una gran sonrisa.

Jungkook no dudó ni un segundo y tomó asiento junto a él.

—¿Cuánto cuesta cada intento? —preguntó.

—Quinientos wons, joven.

—Perfecto. Voy a intentarlo. —Jungkook le entregó un billete, y luego señaló uno de los dulces con forma de corazón, tomó la aguja y se preparó.

Se concentró, presionando cuidadosamente la aguja contra el dulce, pero en menos de un segundo, este se partió en pedazos.

—¿En serio? —murmuró frustrado—. Esto es más delicado de lo que pensé. Vamos, otro intento.

El hombre le entregó otro dulce con una forma diferente, y Jungkook lo intentó de nuevo. Sin embargo, el resultado fue el mismo: el dulce se rompió. Y así, intento tras intento, una montaña de pedazos de dalgona y billetes comenzó a acumularse sobre la mesa.

—Una más, por favor —gruñó, visiblemente frustrado, mientras sacaba otro billete.

—Jungkook, no tienes que... —comenzó Jimin, preocupado por su persistencia.

—No te preocupes. Lo lograré. —Jungkook lo interrumpió, decidido.

El hombre, que había observado todo con una mezcla de diversión y lástima, finalmente se levantó y tomó el enorme pez de dulce de la tabla de premios.

—Jovencito, creo que es suficiente. —extendió el dulce hacia ellos—. Has gastado suficiente dinero como para merecerlo. Llévenselo, es un regalo.

—¡Muchas gracias! —exclamó Jimin, tomando el gran pez con una emoción desbordante.

—Gracias por su amabilidad. —Jungkook hizo una reverencia respetuosa antes de girarse hacia Jimin con una sonrisa cansada pero satisfecha—. ¿Te gusta?

—¡Sí, me encanta! —respondió el castaño con una sonrisa tan radiante que parecía iluminar el lugar.

Jungkook lo observó con una mezcla de ternura y curiosidad. Había algo profundamente cautivador en Jimin, un chico que parecía tenerlo todo, pero que valoraba con genuina emoción las cosas más simples. La bolsa de papel con comida regalada que aún llevaba consigo, y ahora ese dulce en forma de pez que había obtenido tras tantos intentos fallidos en un juego callejero.

Jimin no solo era especial, era único.

El sol comenzó a ocultarse, pintando el cielo de tonos cálidos que se deslizaban desde el naranja al violeta. Ambos, un poco cansados de tanto caminar y explorar, encontraron un lugar perfecto para descansar: un muro de piedra que delimitaba la playa. Era lo suficientemente alto como para que sus pies quedaran colgando, balanceándose suavemente mientras el aire fresco del mar los envolvía.

Ahí, en silencio, compartieron un momento que no necesitaba palabras. Miraban el horizonte donde el sol comenzaba a sumergirse en el agua, como si el mundo estuviera pausado solo para ellos. Las olas rompían contra la orilla, creando un sonido rítmico que se mezclaba con el ocasional graznido de los pelícanos que volaban en busca de refugio.

Jungkook, apoyado ligeramente hacia atrás con las manos sosteniéndose en el muro, desvió su mirada hacia Jimin. El reflejo del atardecer iluminaba su rostro, acentuando sus rasgos delicados y esa expresión tranquila que parecía encerrar toda la paz del momento.

—Es hermoso, ¿verdad? —murmuró Jimin, sin apartar los ojos del horizonte.

—Sí, lo es —respondió Jungkook, aunque no estaba mirando el atardecer, sino a él.

Jimin notó su mirada y se giró ligeramente, encontrando los ojos de Jungkook fijos en él. Sonrió tímidamente y, por un instante, ambos quedaron atrapados en una burbuja donde solo existían ellos y el suave murmullo del mar.

—Gracias por traerme aquí, Jungkook. Este día ha sido... simplemente increíble.

—No tienes que agradecerme nada. —le dio una tranquila sonrisa—. Estar contigo ya lo hace especial.

Jimin desvió la mirada al mar, sintiendo un leve rubor en sus mejillas, mientras una cálida sensación se extendía en su pecho.

Mientras el sol terminaba de ocultarse, el cielo adquirió un tono azul profundo que se reflejaba en el mar, haciéndolo lucir como una extensión infinita. La brisa marina acariciaba suavemente a los dos jóvenes, que seguían sentados en el borde del muro de piedra.

—¿Sabes? Nunca pensé que terminaría aquí contigo —murmuró Jungkook, rompiendo el silencio. Su voz era suave, casi como si temiera perturbar la calma del atardecer.

Jimin giró un poco hacia él, arqueando una ceja con una ligera sonrisa.

—¿Aquí en este muro o aquí... conmigo?

Jungkook rió entre dientes, desviando la mirada hacia el horizonte.

—Supongo que las dos cosas. Pero lo segundo tiene más sentido ahora.

Jungkook, sin poder contenerse más, se inclinó un poco hacia Jimin, buscando acercarse sin romper la tranquilidad del momento. Jimin, sintiendo su proximidad, giró apenas la cabeza, lo suficiente para que sus miradas se encontraran. En ese instante, todo pareció detenerse: las olas rompían en un silencio distante, los pelícanos suspendidos en su vuelo, y hasta la brisa marina pareció quedar en pausa. Era como si todo el universo se hubiera reducido al espacio que ambos compartían.

—Me gustas, Jimin —confesó Jungkook con voz suave pero firme, dejando caer las palabras como si fueran parte del aire mismo, cálidas y envolventes. Sus mejillas, normalmente pálidas, se tiñeron de un rubor suave, mientras sus ojos oscuros sostenían la mirada de Jimin con una mezcla de vulnerabilidad y valentía,

Jimin quedó inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido entre ellos. Un intenso color carmín se extendió por sus mejillas, traicionado por la sorpresa que relucía en sus ojos. Su boca se entreabrió, pero no pudo articular palabra de inmediato. Su respiración se hizo más lenta, más pesada, como si intentara controlar el caos de emociones que lo invadía. Tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo su corazón golpeaba con fuerza desmedida en su pecho.

—Jungkook... —murmuró al fin, su voz apenas un hilo de sonido.

La distancia entre ellos comenzó a desvanecerse con cada segundo, como si una fuerza invisible los empujara irremediablemente el uno hacia el otro. Jungkook mantuvo su mirada fija en los ojos de Jimin, buscando en ellos una respuesta, un permiso tácito que parecía vibrar en el aire cargado de anticipación. El pecho de ambos subía y bajaba, acompasado por una emoción que los consumía desde dentro.

Jimin no se movió, no retrocedió, pero sus labios entreabiertos temblaban ligeramente. Su respiración se hizo entrecortada cuando Jungkook, decidido pero tembloroso, acortó el último centímetro que los separaba. El momento se sintió eterno, como si el tiempo hubiera decidido detenerse justo antes del impacto.

Y entonces ocurrió.

Sus labios se encontraron, y en ese instante el mundo pareció contener la respiración. No fue efusivo ni apasionado; fue un estallido sutil, una liberación de emociones contenidas. Era una mezcla de timidez y suavidad, como la ligera brisa del atardecer acariciando sus rostros.

El beso comenzó torpe, marcado por la urgencia nerviosa de Jimin, quien parecía estar descubriendo un nuevo universo en ese contacto. Su corazón latía con fuerza desmedida, y sus manos temblaban ligeramente. Sin embargo, Jungkook, con más experiencia y una calma reconfortante, tomó el control del momento.

Sus labios se movieron con cuidado, guiando a Jimin con ternura, dándole tiempo para ajustarse, para perderse en el romance del momento. Cada roce era una promesa, un lenguaje silencioso que hablaba de anhelos, de paciencia y del profundo cariño que había crecido entre ellos. Ninguno de los dos quería que terminara.

La mano de Jimin, casi sin darse cuenta, subió hasta posarse en la nuca de Jungkook, atrayéndolo más cerca, como si temiera que el momento se desvaneciera. El mundo a su alrededor desapareció por completo: el rugido del océano, la brisa que acariciaba sus rostros, incluso las estrellas, todo quedó eclipsado por el fuego que ardía en sus pechos.

Cuando se separaron apenas un instante, sus respiraciones entrelazadas llenaron el vacío. Sus frentes se tocaron, y ambos sonrieron, jadeantes, con los ojos todavía cerrados, sabiendo que habían cruzado un límite del que no había regreso.

Jungkook esbozó una sonrisa, y Jimin, aún con los labios ligeramente curvados, murmuró con una suavidad que parecía envolverlo todo:

—A mi también me gustas, Jungkook.

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