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Capítulo 5.



La mansión donde vivía Jimin era fría y solitaria, a pesar de su innegable belleza. Se trataba de una propiedad deslumbrante, un ejemplo perfecto de opulencia con su arquitectura inspirada en las villas italianas: altos techos adornados con frescos, grandes ventanales con cortinas de seda que dejaban entrar la luz del sol, columnas de mármol que sostenían amplios pasillos y jardines impecables que parecían diseñados para revistas de lujo. Sin embargo, bajo toda esa magnificencia, la mansión era una jaula de oro, un lugar asfixiante con sensación de vacío y desolación.

Sus padres, siempre ocupados en sus negocios internacionales, apenas se dejaban ver por casa. Por ello, Jimin había crecido bajo el cuidado de la misma gente que lo ha atendido desde que tenía memoria, su asistente, los sirvientes y los instructores particulares eran una constante en su vida, pero ninguno llenaba los silencios que se extendían por las interminables habitaciones de la mansión. El eco de sus propios pasos era el único sonido que le hacía compañía, recordándole, a cada instante, lo profundamente solo que estaba.

Desde pequeño, sus padres fueron inflexibles con su educación. Le prohibieron asistir a escuelas comunes, incluso a las de mayor prestigio. Para ellos, la única educación digna para su único hijo era la impartida por tutores privados de renombre, quienes lo moldearon en un joven inteligente, educado y disciplinado. Sin embargo, cuando llegó el momento de entrar a la universidad, cedieron. En la estricta sociedad coreana, estudiar y graduarse de la mejor universidad del país no solo era un logro personal, sino un símbolo de estatus para toda la familia. Con esta condición en mente, le permitieron asistir a una universidad pública, la más prestigiosa de Corea del Sur.

Y para Jimin, esto significó un cambio que le salvó el alma.

Por primera vez en su vida, el peso de la soledad comenzó a disiparse. Fue allí donde conoció a Hoseok y Taehyung, dos personas que trajeron un soplo de humanidad a su solitaria existencia. Con ellos, las interminables horas de silencio se llenaron de risas, bromas y camaradería. Aunque las restricciones impuestas por sus padres limitaban el tiempo que podía pasar con ellos, Jimin atesoraba cada momento.

Hoseok y Taehyung le enseñaron que la vida podía ser algo más que deberes y expectativas.

Ese día, mientras Jimin se encargaba personalmente de preparar la comida, una sensación de alegría lo envolvía. La enorme y habitualmente silenciosa casa pronto volvería a llenarse de risas y voces. Los dos chicos estaban por llegar, y la idea de compartir tiempo con ellos no solo prometía aliviar su soledad, sino también brindar un momento de calidez en medio de aquella inmensa mansión.

Además de disfrutar juntos, había un propósito concreto para la reunión: avanzar en los preparativos de la cata de vinos, un evento crucial que se acercaba con rapidez, dejando a Jimin con la sensación de que el tiempo corría más deprisa de lo habitual. Pero por ahora, la expectativa de la compañía y el bullicio llenaban la casa con una anticipación que hacía vibrar el aire.

—Joven amo, por favor tenga cuidado, podría quemarse —dijo una de las cocineras, observándolo con preocupación. A su lado, las demás, desplazadas de sus tareas habituales, miraban con nerviosismo al joven que insistía en preparar un platillo por su cuenta para sus amigos.

—¿Por qué no mejor nos deja ese trabajo a nosotras y usted va a esperar a sus amigos? —sugirió otra, tratando de sonar razonable.

—Sí, si algo llegara a sucederle, nosotras seríamos las responsables —añadió una tercera, casi suplicando.

—No se preocupen demasiado —respondió Jimin, girándose hacia ellas con una mirada firme, aunque sin perder la calma—. Saben lo mucho que me gusta cocinar. Ya he hecho otros platillos antes; esta no es mi primera vez en la cocina y ustedes lo saben. Además, lo hago yo porque es especial.

—Pero, joven amo, las demás veces al menos nos ha permitido ayudarle. Si tan solo nos dejara...

—Estoy bien, no insistan más —cortó Jimin con determinación—. ¿Qué podría pasarme? Esto no es nuevo para mí. No se preocupen, estoy bien.

Las cocineras intercambiaron miradas, resignadas pero inquietas, y permanecieron a una distancia prudente mientras Jimin volvía a concentrarse en sus tareas mientras tarareaba un canción sonriente. En el proceso, sin embargo, el mango caliente de una sartén escapó de su atención. Al intentar moverla, un leve silbido precedió al contacto del metal ardiente con su piel.

—¡Ah! —Jimin soltó un pequeño grito de dolor, retrocediendo mientras el utensilio caía con un ruido metálico sobre la encimera. Antes de que pudiera reaccionar del todo, una figura apareció rápidamente a su lado.

—¡Joven amo! —exclamó con voz severa su asistente. Con movimientos rápidos y eficientes, lo tomó de la muñeca, apartándolo del área peligrosa, y revisó su mano con cuidado—. ¿Qué es lo que está haciendo? —increpó, sin ocultar su desaprobación—. No puede realizar este tipo de actividades, y mucho menos sin ayuda ni supervisión. Le pido que deje todo en manos de los cocineros y se retire inmediatamente antes de que algo más grave le suceda.

Jimin frunció el ceño con evidente molestia, su semblante reflejaba una furia contenida que estaba a punto de desbordarse.

—¿Por qué todos aquí creen que soy un muñeco de porcelana inútil? —soltó, apartando bruscamente la mano que intentaba detenerlo—. Tengo veintitrés años, ¿acaso no lo ven? Puedo cuidar de mí mismo. Los accidentes son parte de la vida. Si no me dejan cometer errores, ¿cómo esperan que aprenda algo del mundo real? —su voz se elevó, resonando en las paredes como un eco furioso—. ¡Estoy harto de que me traten como un niño!

La mujer, que siempre había sido su cuidadora y una figura "cercana" desde que era un niño, mantuvo una expresión rígida y dura.

—Joven amo, todos aquí somos responsables de su bienestar. Que usted haga este tipo de cosas no solo es irresponsable, sino que podría traer consecuencias graves para todos nosotros. ¿Es eso lo que desea?.

Jimin rió con amargura, su expresión endureciéndose aún más.

—¿Consecuencias para ustedes? ¿Y qué pasa conmigo? ¿Debo vivir mi vida sacrificándome para que ustedes puedan dormir tranquilos? No les importa lo que siento o lo que quiero. Lo único que les importa es que todo funcione a la perfección para que al final del mes puedan cobrar sus sueldos.

El ambiente en la cocina se tensó como una cuerda al límite. La mujer dio un paso adelante, intentando amedrentar al chico.

—Joven amo, su comportamiento es inaceptable. Le ruego que suba a su habitación y nos deje encargarnos de limpiar este desorden —ordeno.

Jimin arqueó una ceja, una chispa peligrosa encendiendo sus ojos. Había sido siempre cortés, incluso afectuoso, con quienes trabajaban en la mansión, pero en ese momento, toda su paciencia había llegado a su límite.

—¿Que suba a mi habitación? ¿Acaso estás dándome órdenes? —preguntó con una frialdad cortante—. ¿Quién crees que eres para hablarme así? Parece que han olvidado quién soy yo. Soy Park Jimin, el heredero de este imperio, el dueño de esta casa. Ustedes trabajan para mí, no al revés.

—¡Jimin!

—¡No más! —interrumpió, levantando una mano para silenciarla. Se giró sobre sus talones, dispuesto a abandonar la cocina.

—Joven amo, no puede salir solo. Iré con usted, es por su seguridad —insistió la mujer, dando un paso hacia él.

Él se detuvo en seco y giró la cabeza hacia ella. Sus ojos, normalmente cálidos, estaban ahora helados, destilando una ira contenida que la hizo retroceder instintivamente.

—Da un paso más —murmuró, su voz baja pero cargada de amenaza—, y te juro que mañana estarás buscando otro trabajo.

La mujer se quedó inmóvil, su rostro palideciendo ante la dureza de sus palabras. Jimin, satisfecho al ver que no lo seguía, cruzó la puerta con un portazo. Sin mirar atrás, salió de la mansión, dejando tras de sí un silencio pesado, como si toda la casa hubiera contenido el aliento.

—Sí, lo siento chicos, se arruinó todo. Y no... no quiero volver a esa casa, no sé si es porque estoy aún sigo enojado o porque tengo vergüenza, creo que me pasé con todo lo que dije. —murmuró Jimin, sosteniendo el teléfono contra su oreja—. ¿Ahora mismo? Realmente no lo sé... solo me detuve en un parque, estoy sentado en un columpio y...

Hizo una pausa, mirando de reojo a unos niños que jugaban cerca. Uno de ellos lo observaba con curiosidad, probablemente preguntándose por qué un adulto estaba allí, ocupando un lugar en la pequeña zona infantil.

—Hay unos niños viéndome raro —añadió en un tono bajo, con un amago de sonrisa cansada que desapareció tan rápido como llegó.

Del otro lado de la línea, sus amigos parecían insistir en algo. Jimin suspiró, giró la cabeza hacia el cielo, dejando que su mirada se perdiera entre las ramas de los árboles.

—No es necesario... —respondió, pero su voz carecía de convicción, como si él mismo supiera que no era del todo cierto. Hubo otra pausa. Finalmente, cedió con un tono resignado—. Está bien, entonces les enviaré mi ubicación. Aquí estaré.

Colgó con un simple "adiós" y dejó caer el teléfono en su regazo. Un profundo suspiro escapó de sus labios mientras sus pies se deslizaban sobre la grava roja, creando pequeños montículos de tierra con cada movimiento. El columpio se balanceó ligeramente, un vaivén lento y casi imperceptible, como si reflejara su estado emocional.

Apoyó la mejilla contra una de las cadenas, cerrando los ojos por un momento. Su postura se encorvó, dejando caer el peso de su cansancio emocional sobre sí mismo. Había una calma extraña en ese parque, rota solo por las risas de los niños y el chirrido ocasional de los columpios oxidados. Pero para Jimin, el bullicio alegre a su alrededor solo resaltaba su propio abatimiento.

"¿Por qué es tan difícil?", pensó para sí. No era la primera vez que la presión en su pecho lo empujaba a escapar. Había querido preparar un simple almuerzo para sus amigos, demostrar que podía hacer algo por sí mismo, pero todo había salido mal. Una pequeña quemadura, una reprimenda, y de pronto el peso acumulado de años de restricciones, expectativas y soledad había explotado en un arrebato de frustración. Ahora estaba aquí, sentado en un parque vacío, tratando de encontrar algo de paz en el ambiente alegre y el frío otoño alrededor de él.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sintió su teléfono vibrar ligeramente en su regazo. Miró la pantalla: era un mensaje de Hoseok.

Hobi 💬: Estamos en camino. Quédate ahí, no te muevas.

Jimin dejó escapar un suspiro mezclado entre alivio y culpa. Siempre era lo mismo: él alejándose y ellos corriendo a recoger los pedazos que dejaba tras de sí. «Deberían estar cansados de esto» pensó, pero una pequeña parte de él también se sintió reconfortada. Al menos sabía que ahora ya no estaba solo.

El sonido de una pequeña risa lo sacó de sus pensamientos. Giró la cabeza y vio a los niños que lo miraban, ahora señalándolo y susurrando entre ellos. Uno de ellos finalmente se acercó, con una mezcla de valentía y curiosidad.

—Señor, ¿por qué está aquí solo? ¿Quiere jugar con nosotros? —preguntó el pequeño, inclinando ligeramente la cabeza con inocencia.

Jimin parpadeó, sorprendido por la pregunta. No supo qué responder. En lugar de palabras, se limitó a sonreírle con amargura, mientras el niño, confundido pero satisfecho con su propio atrevimiento, regresaba corriendo con sus amigos.

Jimin volvió a apoyar su cara en la cadena del columpio, cerrando los ojos. "Estoy solo porque así aprendí a estar," pensó, aunque no lo dijo en voz alta.

De repente, un sonido adicional se coló en la escena: el trote eufórico de varios perros sobre el césped del parque, acompañado de los gritos desesperados de alguien intentando calmarlos.

—¡Oigan, más despacio! ¡Hoy estuve parado todo el día repartiendo café! —se escuchó a lo lejos.

Jimin, intrigado por el alboroto, giró la cabeza y se encontró con una imagen curiosa: Jungkook, el chico lindo de la cafetería, siendo arrastrado por un grupo de perros que sostenía por sus correas con una de sus manos.

—¡Hey! ¡No! ¡Bibi! —gritó Jungkook, justo cuando uno de los perros, un travieso salchicha, logró soltarse de la correa y corrió directo hacia donde estaba Jimin.

El pequeño can frenó a los pies de Jimin, moviendo la cola con entusiasmo desbordante.

—Hola, pequeño —murmuró Jimin mientras se inclinaba para acariciarlo. El perro le lamió los dedos con el entusiasmo de quien acaba de encontrar a su nuevo mejor amigo.

No tardó mucho en aparecer Jungkook, jadeando como si hubiera corrido un maratón. Su cabello estaba más revuelto de lo normal, y parecía debatirse entre recuperar el aliento o disculparse.

—Lo siento, lo siento muchísimo —dijo con una mano en el pecho, tratando de disimular su evidente agotamiento—. ¿Te causó algún...?

Jimin levantó la mirada, y Jungkook se quedó de piedra al reconocerlo.

—¿Jimin?

Una sonrisa llena de emoción se formó en los labios del mencionado.

—¡Qué casualidad! Hola, Jungkook. —se levantó del columpio, sacudiéndose las manos, y observó con curiosidad al grupo de perros que luchaban por liberarse de sus correas—. ¿Qué haces aquí? ¿Y con toda esta... manada? ¿Son todos tuyos?

—Oh, no, ni siquiera puedo mantenerme a mí mismo, mucho menos a todos estos perros —respondió con una sonrisa enérgica, aunque sus brazos tensos delataban el esfuerzo—. Solo los saco a pasear. Me pagan por hacerlo, pero créeme, no es tan fácil como parece. —intentó mantener el equilibrio cuando un par de los canes lo jalonearon al unísono—. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces me han arrastrado esta semana.

—¿En serio? Pensaba que solo trabajabas en la cafetería —comentó con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—Lo hago, pero solo medio tiempo. Luego hago otras cosas... ya sabes, hay que ganarse la vida.

—¿Es así? Entonces ¿cuántos trabajos tienes, exactamente? Si no es indiscreción —quiso saber, arqueando una ceja, entre divertido e impresionado.

Jungkook soltó una breve carcajada mientras intentaba desenredar las correas que empezaban a cortarle la circulación.

—Créeme, si te lo cuento, te vas a cansar antes que yo.

Ambos se echaron a reír, aunque el tatuado tuvo que detenerse cuando uno de los perros empezó a morderle los cordones de las zapatillas.

—¡Ey, pequeño! No son para comer. —lo apartó suavemente, y luego miró a Jimin con curiosidad—. ¿Y qué estás haciendo aquí? ¿Te gusta venir a columpiarte? —sonrió divertido.

Jimin negó con la misma sonrisa.

—Nada especial. Solo vine a... tomar aire fresco un rato —soltó un suspiro, el cual delató su mentira y el contrario pareció notarlo, encontrando tristeza en sus ojos marrones—. Pero parece que tú tienes mucho más entretenimiento —preguntó desviando la atención.

Jungkook rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír también.

—Relajación y perros no van en la misma frase. Créeme.

Ambos rieron, una risa ligera, compartida, que llenó el espacio entre ellos.

—Me alegra que nos hayamos encontrado —confesó Jimin de repente, con una sonrisa suave—. Mi día no estaba siendo el mejor, pero tú tienes un buen sentido del humor... me hiciste sonreír. Eso ayuda.

Jungkook se quedó mirándolo, sorprendido por la sinceridad. Se mordió el labio inferior, como si estuviera jugando con la argolla que tenía en el borde de la esquina, un gesto típico de su nerviosismo, y luego sonrió con timidez.

—Gracias... aunque la mayor parte del tiempo siento que solo balbuceo tonterías. Pero, oye, si eso te hace sentir mejor, me doy por bien pagado. Mira, cuando tengas un mal día, solo piensa en mí: el chico que tiene mil empleos y en uno de ellos lo arrastran perros. Te aseguro que tu vida parecerá mucho más tranquila en comparación.

Jimin no pudo evitar soltar una carcajada ligera.

—Lo tendré en cuenta.

Animado por la respuesta, Jungkook pareció vacilar un momento antes de preguntar:

—Oye, ¿mañana irás a la cafetería? —sus ojos brillaron con una chispa de entusiasmo—. Digo, es que tendremos una promoción de donas. Y, bueno, nadie se resiste a una promoción. Menos si hay donas de por medio, ¿verdad?

Jimin dejó escapar una pequeña risa. Promociones no eran algo que soliera necesitar, pero por ese chico, estaba dispuesto a hacer una excepción.

—Está bien, iré. Pero me guardas una promoción, ¿vale?

—¡Por supuesto! Las mejores donas, reservadas para ti. —asintió con seguridad, sus ojos llenos de entusiasmo. Por un momento, ambos se quedaron en silencio, mirándose, el ambiente entre ellos cargado de una calidez inesperada.

Finalmente, el tatuado rompió el momento con una sonrisa tímida.

—Bueno, tengo que seguir. Aún queda mucho parque por recorrer y muchas veces más que los perros intentarán arrastrarme.

—Claro, ve con cuidado. Espero que termines pronto y puedas descansar. —Jimin le dedicó una mirada amable, junto una cálida sonrisa.

—¿Entonces nos vemos mañana en la cafetería? Prometo tener tus donas listas.

—Sí, ahí estaré.

—Bien, hasta mañana entonces.

—Hasta mañana, Jungkook.

Mientras el pelinegro se alejaba siendo jalado por su revoltosa manada, Jimin se quedó de pie por un momento, observándolo con una sonrisa tranquila en los labios.

—¡Hey! ¡Jimin, ya estamos aquí! —esa era la voz Tae desde la distancia.

Jimin giró la cabeza hacia el sonido de la voz, y vio a sus dos amigos acercándose rápidamente. Al llegar junto a él, lo miraron con expresiones de confusión.

—¿Todo en orden? —preguntó Hoseok, frunciendo el ceño—. Creímos que estabas a la mitad de una crisis, pero esa sonrisa no parece de alguien en crisis...

Jimin soltó una risa ligera y negó con la cabeza.

—Es solo que... alguien más me hizo sonreír, eso es todo —respondió, sin dar más detalles.

Sus amigos intercambiaron miradas, aún más confundidos, pero decidieron no insistir. Finalmente los tres terminaron sentados en los columpios, hablando, riendo y gastando bromas, exactamente como Jimin había planeado para cerrar el día.

A la mañana siguiente, Jimin decidió ir a la cafetería. Y no precisamente por las donas en promoción que le habían prometido, sino más bien por el chico detrás de la caja, quien le había prometido guardárselas.

Al cruzar la puerta, la familiar campanilla resonó, y Jimin sintió que su corazón se aceleraba un poco al ver a Jungkook en el mostrador. Este ya parecía estar esperando.

—¿Una promoción? —preguntó el tatuado apenas lo vio, con una sonrisa tan amplia que parecía ensayada.

—Sí, por favor. Y un Ice Americano.

—Aquí tienes —respondió, deslizando el pedido sobre el mostrador con una eficiencia casi teatral. Jimin parpadeó, impresionado por la rapidez.

—Qué rápido —comentó, tomando su café y las donas—. Gracias, se ven bien.

Jungkook inclinó un poco la cabeza hacia él, con una sonrisa cómplice.

—Claro, no es como si ya lo hubiera tenido listo ni nada de eso. —mintió, nervioso—. Esto no es solo una cafetería, también es un lugar donde hacemos magia. Aunque, para ser sincero, creo que la magia hoy estuvo en que logré no comerme tus donas antes de que llegaras.

El castaño rió, sacudiendo ligeramente la cabeza.

—Gracias por la promoción. Las voy a disfrutar.

—Eso espero. Escogí las mejores para ti. Literalmente. Me pasé como cinco minutos analizando cada dona. Hubo una que pensé que sería perfecta, pero luego dije: "No, él merece algo aún mejor que un glaseado mal hecho".

Jimin volvió a reír.

—¿De verdad? Entonces las disfrutaré el doble. —suspiro ligeramente mientras lo miraba a los ojos—. Tengo clase, nos vemos luego, Jungkook.

Hizo un ademán de marcharse, pero apenas había dado dos pasos cuando escuchó la voz del chico llamándolo de nuevo.

—¡Hey! Jimin.

Él se giró, arqueando una ceja con curiosidad.

—¿Volverás mañana?

—¿Tendrás otra promoción?

—Haré que la tengamos —respondió con seguridad fingida, mientras se rascaba la nuca—. Donas en promoción parte dos ¿qué te parece?.

El castaño volvió a reírse una vez más, le encantaba escuchar cada una de esas ocurrencias.

—Me parece genial. Entonces mañana regresaré.

—Perfecto. Entonces yo... eh... haré un sacrificio heroico y no tocaré ni una dona hasta que vengas.

Jimin soltó una última carcajada antes de salir por la puerta.

—Hasta luego, Jungkook.

—Hasta luego, Jimin.

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