Capítulo 4.
La voz del profesor resonaba en el aula, explicando conceptos que Jimin no estaba escuchando. Su atención estaba en su libreta, donde dibujaba una y otra vez una letra J remarcada. Pero esa J no era un simple garabato ni la inicial de su propio nombre; pertenecía a alguien más. A un chico con el aspecto de mayor dualidad que había conocido: Jeon Junglook.
Tenía la mirada fija en el papel, los pensamientos vagando de regreso a la visita al café esa mañana. Recordó los pequeños detalles: La divertida discusión que presenció al principio, el sabor del prohibido Ice Americano, y sobre todo, la presencia del chico con los ojos más grandes y brillantes que nunca había visto. Una sonrisa boba se dibujó en su rostro mientras seguía trazando la inicial, sintiendo un inexplicable calor recorrerle el pecho.
Tan distraído estaba que ni siquiera el revuelo causado por la llegada tardía de sus amigos logró sacarlo de su ensimismamiento. Los pasos de Hoseok y Taehyung resonaron en el aula, interrumpiendo el murmullo constante de la clase. Todos los estudiantes, e incluso el profesor, voltearon a mirarlos mientras bajaban las escaleras hacia sus asientos.
—Señor Kim, señor Jung —los llamó el profesor con voz firme, deteniéndolos a mitad del pasillo—. Espero que tengan una buena justificación para este retraso. Los espero al término de la clase, o tendrán una falta. Ahora, tomen asiento.
—Sí, profesor. Lo sentimos —respondió Hoseok con una reverencia rápida, seguido de Taehyung, antes de apresurarse hacia sus lugares junto a Jimin.
Se acomodaron con prisa y sacaron sus libretas, pero pronto notaron algo extraño. Jimin no había dicho ni una palabra. Ni un saludo, ni la típica pregunta curiosa sobre su retraso. Estaba completamente abstraído, con los ojos fijos en su libreta y una sonrisa peculiar en los labios. Intrigados, dirigieron la mirada hacia él y se encontraron con una escena inusual: el castaño tenía la mirada perdida en su libreta, sonriendo como un idiota.
—¿Jimin? ¿Hola? —murmuró Taehyung, inclinándose ligeramente hacia él. Al no obtener respuesta, insistió un poco más alto—. ¡He pss, Jimin! —insistió, mientras lo empujaba suavemente con el codo.
La reacción fue inmediata. Jimin parpadeó rápidamente, como si despertara de un sueño profundo, y cerró de golpe su libreta. Volteó a verlos con los ojos abiertos de par en par, una mezcla de sorpresa y nerviosismo reflejándose en su rostro.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Hoseok, arqueando una ceja con una sonrisa curiosa.
—Estabas muy... concentrado en algo, ¿eh? —añadió Taehyung, con una mirada cargada de diversión.
Ambos se inclinaron ligeramente para intentar ver la libreta, pero Jimin la apretó contra su pecho como si ocultara un secreto invaluable.
—¿Es un dibujo? —preguntó Hoseok, fingiendo interés casual.
—O tal vez... ¿una confesión? —aventuró el otro, ampliando su sonrisa.
Jimin tragó saliva, sintiendo cómo el rubor subía rápidamente hasta sus orejas.
—No es nada. Solo es una tarea que me dejó mi madre —dijo, esforzándose por sonar convincente mientras evitaba mirarlos a los ojos.
Hoseok y Taehyung se miraron entre sí, ligeramente intrigados, pero no parecían desconfiar.
—¿En serio? Cuéntanos, ¿de qué se trata? ¿Podemos ayudarte en algo? —preguntó Hobi con genuino interés.
Taehyung asintió, inclinándose un poco más hacia él. Ambos conocían bien a los padres de Jimin, así que imaginaron rápidamente el tipo de "tarea" que podían haberle dejado. La curiosidad se dibujó en sus rostros, listos para ofrecer su ayuda como siempre.
El castaño respiró hondo, tratando de mantener la mentira.
—Es sobre un evento de cata de vinos... tengo que encargarme de toda la planificación —murmuró, apenas audible.
Sus amigos intercambiaron miradas entusiasmadas.
—¿Cata de vinos? —preguntó Tae con una sonrisa—. ¡Déjanos ayudarte!
Antes de que Jimin pudiera responder, una voz autoritaria interrumpió su conversación.
—¡Señor Park, señor Kim y señor Jung! —la voz del profesor retumbó en el aula, silenciando el cuchicheo constante y ruidoso de esos tres—. ¿Acaso quieren una falta y un reporte en mi clase? Guarden silencio o los sacaré del aula.
—Lo sentimos, profesor. —dijeron al unísono al tiempo que hacían una reverencia con la cabeza, avergonzados.
—Les explico en el almuerzo —murmuró Jimin rápidamente.
La libreta de Jimin se mantuvo cerrada por lo que restaba de la clase, sus ojos se mantuvieron fijos en el escritorio, y sus manos jugueteaban con el bolígrafo, algo que no pasó desapercibido para Hoseok y Taehyung. No era habitual en Jimin quedarse en blanco durante la clase; normalmente era el más aplicado, el que tomaba apuntes meticulosos en cada lección. Esta falta de acción, combinada con el misterioso contenido de su libreta que había ocultado con tanto esmero, y que despertó aún más la curiosidad de sus amigos.
—Tu motocicleta es increíble, no te lo voy a negar, pero, con el temor de sonar repetitivo, ¿no crees que hubiera sido mejor invertir ese dinero en equipo nuevo, en tu licencia de boxeador o, no sé, en un entrenador más profesional? Yo ya no soy suficiente, Koo —mencionó Seokjin con una mezcla de seriedad y drama, mientras ambos entraban a la lavandería de autoservicio.
Jungkook dejó caer su enorme bolsa de ropa sucia sobre una de las lavadoras con un ruido que casi hizo saltar a una señora en la esquina.
—¿Otra vez con lo mismo? —resopló, mientras abría la lavadora—. Estuve ahorrando un montón de tiempo para comprarme ruedas. Agradece que la conseguí de segunda mano y no en la agencia, porque entonces sí me estarías regañando de por vida.
—¡Ah, claro! Qué generoso de tu parte —replicó Jin con sarcasmo, cruzándose de brazos—. Mientras tanto, tu equipo parece sacado de un museo de los 80, y sin la licencia no vas a llegar ni a la esquina.
—¡Oh, por favor! El equipo y la licencia pueden esperar un poquito más —excuso con una sonrisa, comenzando a meter la ropa en la lavadora como si no hubiera un mañana.
—¿"Un poquito"? —levantó una ceja—. Koo, a este paso, vas a seguir peleando en esas ligas clandestinas hasta que te saquen con bastón. Tienes que lograr tu objetivo, y para eso necesitas esas dos cosas. Y un entrenador mejor.
El tatuado dejó de meter ropa y lo miró con una mezcla de incredulidad y ofensa.
—¿Un entrenador mejor? Nadie como tú, hyung. Tú me entrenaste desde que tenía las piernas más cortas que las tuyas —chistó, señalando las del mayor, quien fingió no escuchar el comentario—. Tú creaste al gran e invencible boxeador que soy hoy. Así que cállate y deja que lave mis calzones tranquilo.
Seokjin bufó y apoyó la cadera contra una lavadora.
—Sí, claro, pero ¿qué va a pasar cuando llegues a las ligas mayores? No es lo mismo pelear contra esos boxeadores que parecen sacados de un bar después de tres cervezas, que enfrentarte a profesionales con cinturones de oro. ¿O es que piensas ganarles con un golpe y una oración?
—¡Eso fue ofensivo! —Jungkook alzó la voz, dejando caer la última camiseta que tenía en la mano—. ¿Estás diciendo que peleo con puros inútiles fáciles de vencer?
—No he dicho eso exactamente... —respondió, encogiéndose de hombros, fingiendo inocencia.
Jungkook lo miró entrecerrando los ojos, claramente ofendido, y se subió a una de las lavadoras con un salto.
—Escúchame bien, hyung. El hecho de que algunos de mis oponentes no tengan todos los dientes o entrenen en sótanos con focos parpadeantes no significa que no sean dignos rivales —objeto.
Jin se llevó una mano a la cara, negando con la cabeza.
—Ah, claro, el honorable campeón de peleas en sótanos. Qué orgullo. ¿Quieres que mande a hacer un trofeo con tapas de botellas?.
—¡No te burles de mis logros! —reclamó, apuntándolo con el dedo como si estuviera dictando una sentencia. Luego suspiró y dejó caer los hombros—. Igual no importa. No puedo salirme tan fácilmente. Primero tengo que ganar más dinero para pagar los tres meses de renta que debo.
—Ese lugar donde vives ni siquiera debería cobrar renta. Es una pocilga, Koo. Sin ofender... bueno, con un poco de ofensa —comentó, con una sonrisa.
—Pues es lo único que puedo pagar. ¿O qué? ¿Quieres que me quede contigo y me convierta en tu nuevo y adorable roomie?
—Mi casa tiene un techo decente, una cama cómoda y algo llamado "agua caliente", por si te interesa —ofreció mirándose las uñas.
Jungkook se rió entre dientes y negó con la cabeza.
—Gracias, pero no. No quiero perder el privilegio de dormir hasta las cuatro de la tarde sin que nadie me moleste. Prefiero quedarme en mi caja de cartón.
El mayor lo miró como si hubiera dicho la cosa más absurda del mundo, pero luego se cruzó de brazos.
—Perfecto, entonces no te quejes cuando un día llegues a casa y encuentres a un mapache viviendo contigo.
—Si me paga la renta, no tengo problema —respondió con una sonrisa burlona.
Seokjin rodó los ojos una vez más y dejó escapar un suspiro exagerado.
—A veces me pregunto cómo has llegado tan lejos siendo así de terco.
—Por mi carisma, obvio —contestó, guiñándole un ojo mientras encendía la lavadora.
—Tu carisma no te va a salvar de una paliza en las ligas mayores, pero bueno, ¿qué sé yo? Sólo soy el entrenador viejo y anticuado —mencionó con dramatismo, mirando al techo como si hablara con los dioses.
Jungkook bajó de la lavadora y le dio una palmada en el hombro.
—Viejo y anticuado, pero aún eres el mejor, hyung. Aunque hables como mi mamá.
Seokjin bufó, pero no pudo evitar una pequeña sonrisa mientras Jungkook se alejaba hacia las máquinas de snacks.
—¿Y cómo te va en el trabajo? —preguntó, alzando la voz para que lo escuchara desde el otro lado—. ¿Te gusta trabajar en esa cafetería? Seguro te pagan bien para que te hagan vestir como una sexy cajera con ese delantal.
Jungkook, sin voltear, soltó un resoplido y depositó un billete en la máquina.
—El delantal me lo pongo completo, y aun así, soy sexy. Así que gracias por el cumplido —replicó mientras una barra de Snickers Jumbo caía al compartimento.
—Sueñas demasiado. ¿Te va bien ahí o le coqueteas a las máquinas de café? —preguntó, apoyándose en una lavadora con una sonrisa divertida.
Jungkook abrió la barra y le dio un mordisco antes de responder.
—Me va bien. Mejor que bien, en realidad. —su tono despreocupado parecía esconder algo, pero Jin no dejó que se le escapara.
—¿Ah, sí? ¿Finalmente hiciste amigos? —preguntó, alzando una ceja mientras el pelinegro regresaba a las lavadoras con pasos lentos y relajados.
—Sabes que no soy de amigos, hyung. Los pocos que tengo los cuento con los dedos de las manos. Mira —levantó una mano y comenzó a enumerar con los dedos—. Está mi amigo imaginario, el mapache que probablemente vive en mi armario y tú. Fin.
Jin puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
—Ajá, ya veo. Entonces, si no es por los amigos, ¿por qué te va tan bien en el trabajo? ¿La paga es así de buena?
Jungkook se encogió de hombros y dio otro mordisco a la barra de chocolate.
—No me quejo, pero no es eso —respondió con calma.
Entonces, de repente, su rostro cambió por completo. Sus facciones se suavizaron, y una sonrisa boba apareció en sus labios, como si acabara de recordar algo, o mejor dicho, a alguien. Seokjin, que conocía demasiado bien al menor que casi había criado, no pudo evitar arquear una ceja ante la reacción.
—Qué interesante reacción... pero ¿qué significa? —quiso saber, acercándose como un detective en plena investigación—. ¿Cómo se llama?
—Jimin. Park Jimin. —pronunció el nombre con una suavidad inusual en él, como si estuviera saboreando cada letra.
Seokjin se quedó boquiabierto por un segundo, pero rápidamente recuperó su compostura para comenzar a fastidiarlo.
—¡¿Jimin?! ¡¿Park Jimin?! —repitió en tono burlón, exagerando su emoción—. Ay, Koo, no puedo esperar a saber más. ¡Dime todo! ¿Es cliente o trabaja contigo? ¿Ya lo invitaste a salir o solo lo miras como un acosador desde detrás del mostrador?
—Cállate, hyung —gruñó, aunque el rubor en sus mejillas lo traicionaba mientras trataba de concentrarse en la lavadora.
Pero Jin, como siempre, no pensaba dejarlo en paz tan fácilmente.
—Oh, no, no, no, esto apenas comienza. ¡Cuéntamelo todo o juro que te hago lavar a mano esa montaña de ropa! —amenazó con una sonrisa de oreja a oreja.
Jungkook suspiró profundamente, sabiendo que no había escapatoria.
—Eres insoportable, lo sabes, ¿verdad?
—Es mi superpoder —respondió, divertido, mientras tomaba asiento, listo para escuchar cada detalle.
[...]
—Entonces, ¿una cata de vinos? —preguntó Taehyung, alzando una ceja con curiosidad mientras removía los fideos de su Kalguksu humeante. El pequeño restaurante donde estaban, con sus mesas de madera gastada y el aroma reconfortante de sopa casera, siempre había sido su refugio tras largas jornadas de clases.
—Así es —respondió Jimin, dejando los palillos sobre el borde de su cuenco con un suspiro cansado—. Me toca encargarme de todo: la logística, los invitados, la presentación... absolutamente todo.
—Parece mucho trabajo —comentó Hoseok, mirándolo con preocupación—. Pero, ¿por qué tanta presión?
—Mis padres quieren probarme —admitió, inclinándose ligeramente hacia la mesa como si las palabras pesaran en su pecho—. Quieren asegurarse de que estoy comprometido con la empresa.
Hoseok frunció el ceño, visiblemente molesto por lo que acababa de escuchar. Para ellos, Jimin era la persona más dedicada, inteligente y trabajadora que conocían. No podía entender cómo alguien podría dudar de sus capacidades.
—¿En serio? —preguntó, incrédulo—. ¿Tus padres de verdad creen que necesitas demostrar algo? Si alguien ha dado todo por cumplir con sus expectativas, eres tú.
Jimin soltó una risa breve y amarga, recostándose en el respaldo de la silla.
—Quisiera que fuera mentira, pero no lo es. —sus ojos se desviaron hacia la ventana, donde las hojas anaranjadas caían de los árboles y la brisa ligera las arrastraba—. Da igual. Con esto les demostraré que están equivocados.
—Esa es la actitud —intervino Hobi con una sonrisa cálida, inclinándose hacia él mientras levantaba los pulgares—. No te preocupes, Jiminie, vamos a ayudarte. Para eso estamos los amigos, ¿no?
Jimin parpadeó, sorprendido por la energía de Hoseok. Miró a ambos, a Tae con su expresión tranquila pero solidaria, y a Hobi, cuya sonrisa parecía iluminar todo el lugar. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios, aliviando un poco la tensión que llevaba cargando.
—Gracias, chicos. En serio.
—No tienes nada que agradecer, te apoyamos. —repuso Tae, apuntándolo con los palillos como si estuviera dando una orden—. Solo dime qué necesitas, y estamos contigo.
—Exacto. Además, una cata de vinos suena divertida —añadió Hoseok, girando la cuchara entre los dedos—. Puedo encargarme de probar todos los vinos antes del evento, para asegurarme de que son de buena calidad.
—Claro, porque te preocupa mucho la calidad —bromeó Jimin, riéndose por primera vez en toda la tarde.
Hoseok puso una mano en el pecho, fingiendo estar ofendido.
—Por supuesto. Soy un hombre de estándares elevados.
—Y un aguante bajo para el alcohol —agregó Jimin con una carcajada, que hizo que los tres finalmente se relajaran, olvidando por un momento las responsabilidades que los esperaban fuera del cálido restaurante.
Cuando terminaron sus tazones de Kalguksu y sus estómagos quedaron abultados y satisfechos, los tres se recostaron contra el respaldo de las sillas, dejando escapar suspiros de pura felicidad culinaria.
Taehyung, en ese estado medio letárgico que te da después de una buena comida, desvió la mirada hacia la silla junto a él, donde sus mochilas estaban amontonadas. Entonces recordó algo que había captado su curiosidad desde la última clase: la misteriosa libreta de Jimin, que había permanecido sellada como una tumba. Sin pensarlo demasiado y aprovechando que Jimin estaba distraído desabrochando el botón de su pantalón que siempre solía desabrochar para dejar pasar mejor la comida, alargó la mano y, con un sigilo digno de un ninja, sacó la libreta de su mochila.
—Veamos qué tenemos aquí —murmuró, hojeándola rápidamente.
—¿Qué haces? —preguntó Hoseok alzando una ceja, viendo cómo hojeaba la libreta con la emoción de un niño en Navidad.
—Investigación periodística —respondió con seriedad fingida, hasta que sus ojos se iluminaron al encontrar una página particular—. ¡Ajá! —exclamó, sosteniendo la libreta en alto para que los otros dos la vieran.
La página estaba llena de letras "J" y corazones rodeándolas, como si alguien hubiera tenido un ataque de amor en tinta.
—Parece que nuestro pequeño Jiminie está enamorado de alguien cuyo nombre empieza con "J". —agitó la libreta en el aire con una sonrisa traviesa.
Los ojos de Jimin se abrieron como platos al darse cuenta de lo que Taehyung había encontrado. Se inclinó hacia adelante con la velocidad de un rayo, intentando arrebatarle la libreta, pero el otro ya estaba preparado.
—¡Dame eso, fisgón! —gritó Jimin, mientras Taehyung mantenía la libreta fuera de su alcance.
—¡Un momento! —pidió, esquivando con habilidad—. ¿Quién es J? ¿Es un chico de la universidad? ¿O alguien de la alta sociedad con la que te codeas? ¿Un heredero millonario, tal vez? —bromeó, haciendo un gesto dramático.
—¡Devuélvemela, es mía! —exclamó el castaño, saltando de nuevo para intentar alcanzarla.
—Solo si me dices quién es ese tal "J". Vamos, Jiminie, suelta la sopa.
Mientras los dos seguían forcejeando y Hoseok los observaba con cara de "no puedo creer esto", de repente soltó:
—Es el chico de la cafetería.
Los dos se congelaron al instante. Taehyung miró a Hoseok con una mezcla de incredulidad y desagrado, mientras Jimin lo miraba como si acabara de revelar su contraseña del KakaoTalk en voz alta.
—¿Qué? —preguntó Taehyung, parpadeando lentamente como si estuviera tratando de procesar la información—. ¿El chico de la cafetería? ¿El sarcástico, con el cabello largo, tatuajes, piercings y olor a... semana pasada? ¿Ese chico?
—¡¿Y si es él, qué?! —exclamó Jimin, su rostro completamente rojo mientras aprovechaba el momento de distracción para lanzarse y, finalmente, arrebatarle la libreta de las manos—. ¡Dame eso, entrometido!
Taehyung se llevó una mano al pecho, fingiendo una herida emocional.
—Jiminie, ¿cómo puedes ocultarme algo tan importante? Creí que éramos amigos... ¡hermanos de fideos, incluso! —declaró con voz teatral, como si estuviera en medio de un drama histórico.
Jimin lo fulminó con la mirada.
—Pues tú lo odias, ¿no es cierto? —respondió con un tono acusador—. ¡Así que, cállate!
Hoseok, que hasta ese momento había estado disfrutando de la escena como si estuviera viendo su serie favorita, se encogió de hombros con una sonrisa.
—Lo siento, pero era obvio, Jimin. Tenías esa cara de bobo enamorado desde la clase. Además —continuó con un tono burlón—, llegaste más temprano hoy que otros días. Seguro pasaste por la cafetería primero y le pediste su nombre, Jimin, la máquina del amor, en acción.
Jimin resopló, hundiéndose en su silla, todavía abrazando su libreta como si fuera su único escudo contra las burlas. Mientras tanto, Taehyung, que ya había superado su asombro inicial, lo miraba ahora con una mezcla de empatía y diversión.
—Está bien, está bien. Me rindo. levantó las manos en señal de paz—. ¿Quién soy yo para meterme en tu vida amorosa? Si quieres a ese rockerito con pinta de matón, es todo tuyo. No me opondré.
El castaño levantó la cabeza ligeramente, desconfiando de su repentina amabilidad.
—¿En serio? —preguntó, sin soltar la libreta.
—¡Claro que sí! Aunque, eso sí... —le lanzó una sonrisa astuta—. Podrías trabajar en tu técnica para ocultar enamoramientos. ¡Te doy clases cuando quieras!
Jimin suspiró, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se dibujara en su rostro.
Hoseok soltó una carcajada y le dio un leve empujón en el brazo.
—Vamos, Jiminie. Podría ser peor. Podrías estar escribiendo poesía sobre su cabello.
—¿Hoseok? —preguntó Jimin, mirándolo de reojo.
—¿Sí?
—Tú también cállate.
Los tres estallaron en risas, y aunque Jimin seguía algo avergonzado, sintió que, de alguna manera, con ellos alrededor, no importaba tanto.
Nuevo episodio: Viernes 🩷
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