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Capitulo 2.



—¡Hola! —soltó animado el castaño, esbozando una cálida sonrisa mientras se acercaba al mostrador. Sin embargo, no obtuvo respuesta inmediata del chico en la caja. Este parecía tener su mente en otro lugar, con los ojos fijos en su rostro—. Disculpe, ¿está todo en orden? ¿Hola? —repitió, arqueó una ceja, ladeando su cabeza levemente, intentando captar su atención.

Yoongi, que estaba trabajando detrás de la barra, se percató de que el novato permanecía como una estatua mirando al cliente, así que intervino y le dio un codazo preciso en el costado que lo hizo dar un respingo.

—¡Ah! Sí, lo siento, buenas tardes —Jungkook respondió rápidamente, su voz cargada de vergüenza. Las orejas le ardían mientras intentaba recomponerse—. ¿Cómo te puedo ordenar...? —hizo una pausa, su rostro se tornó rojo, sacudió la cabeza y corrigió—. Perdón, quise decir, ¿qué es lo que va ordenar? —aclaró su garganta, tratando de parecer profesional mientras tomaba uno de las vasos.

—No se preocupe —respondió el castaño con una sonrisa tranquila—. Para mí, un ice americano, por favor, y para mis amigos...

—¿Cuál es su nombre? —interrumpió de repente, sorprendiendo al contrario. La pregunta parecía fuera de lugar, y su desconcierto fue evidente.

—¿Mi nombre? —repitió el castaño, frunciendo levemente el ceño con curiosidad.

Jungkook, al notar la reacción, aclaró con rapidez mientras sostenía un vaso vacío y una pluma que había encontrado por allí en la barra.

—Es para escribirlo en su vaso —explicó, acompañando su respuesta con una sonrisa inocente.

—¿Eso no era algo exclusivo de Starbucks? —acotó Taehyung, alzando una ceja mientras miraba al chico con desconfianza—. ¿Y no lo prohibieron después de aquel escándalo de la chica que descubrió que su novio coqueteaba con la cajera?

—Estamos probando cosas nuevas —replicó Jungkook, encogiéndose de hombros con fingida despreocupación.

El ambiente estaba cargado de una ligera incomodidad hasta que Yoongi, siempre atento, intentó mediar.

—No pasa nada, si prefieren, podemos tomar el pedido como siempre. Es que él es... —empezó a explicar, pero no pudo terminar.

—Jimin, solo Jimin, por favor —interrumpió el castaño, regalando una sonrisa amable que alivió en un instante toda la tensión.

Jungkook, al escuchar el nombre, sintió cómo se le aceleraba el corazón.

—Jimin... —murmuró suavemente, como si estuviera saboreando la palabra en su lengua, con un brillo soñador en los ojos que no pasó desapercibido para nadie—. ¿Qué más sería?.

—Yo quiero un té verde con arándanos —pidió Taehyung con una sonrisa enérgica.

—Y yo un latte con vainilla, por favor —añadió Hoseok, de manera más tranquila.

Jungkook asintió, anotando rápidamente los pedidos en la pantalla mientras repetía:
—Entendido. Un ice americano, té verde con arándanos y un latte con vainilla. El total de su orden es veintidós mil quinientos wones, por favor.

Jimin sacó su billetera con elegancia, revelando en su interior una impresionante tarjeta negra que no pasó desapercibida. Jungkook la tomó con delicadeza, casi con reverencia, sus dedos temblando levemente al recibirla.

—Gracias. Ya está listo —anunció mientras el ticket se imprimía. Extendió la tarjeta para devolvérsela, pero al hacerlo, sus dedos rozaron con los de Jimin. Fue apenas un instante, pero suficiente para que Jungkook sintiera un escalofrío recorrerle el cuerpo.

Sus ojos se elevaron para encontrarse con los del castaño, y por un momento pareció quedarse congelado, completamente embobado.

—Ya me tiene... —dijo sin pensar, su voz apenas un susurro. Se dio cuenta de lo que acababa de decir y el calor subió de inmediato a sus mejillas—. Pe-Perdón, no sé qué me está pasando —se corrigió rápidamente, apartando la mirada mientras alejaba su mano—. Quise decir, aquí tiene. ¿Algo más?

—¿Por qué no pusiste nuestros nombres también en los vasos? —preguntó Taehyung, fingiendo indignación mientras cruzaba los brazos.

Jungkook arqueó una ceja y le respondió con una sonrisa burlona:

—Creí que te parecía ilegal —Taehyung resopló, pero antes de replicar, Jungkook agregó con profesionalidad—. Sus órdenes estarán listas al final de la barra. Gracias por su compra. Que tengan un buen día.

El grupo comenzó a retirarse, pero justo antes de dar el último paso, Jimin giró la cabeza y le dedicó una sonrisa cálida al cajero que le había parecido lindo y tierno. Algo en esa sonrisa hizo que el corazón del pelinegro se detuviera por un instante.

Cuando los tres chicos tomaron sus bebidas y la puerta se cerró tras ellos, Jungkook se apoyó contra el mostrador y dejó escapar un suspiro profundo, como si hubiera estado conteniendo el aire desde que llegaron.

—Es muy bonito... —murmuró Jungkook para sí mismo, golpeándose suavemente la frente con la palma de la mano. Su expresión estaba cargada de vergüenza y confusión—. ¿Qué diablos me pasa?

No tuvo mucho tiempo para seguir en su ensimismamiento, porque la voz severa de Yoongi lo sacó de su burbuja.

—¡Oye, Jeon! ¿Qué fue todo eso? —lo increpó mientras se acercaba tras terminar de atender sus labores—. ¿Por qué actuabas como un idiota? Nosotros no ponemos los nombres en los vasos ¿de dónde sacaste eso? Apenas es tu primer día y ya estás dando problemas. Debería reportarte con el jefe. —refunfuñó, cruzando los brazos mientras lo miraba fijamente.

—¿Viene aquí a menudo? —preguntó de repente, ignorando por completo la reprimenda.

Yoongi arqueó una ceja, desconcertado.

—¿Quién?

—Ese chico... al que atendí. Jimin. —repitió el nombre con una suavidad.

Yoongi soltó un suspiro exasperado, señalando hacia las ventanas que daban a la calle.

—Por si no lo has notado, esta cafetería está estratégicamente cerca de una universidad. Tenemos muchos clientes de allí, incluidos esos tres, vienen a menudo.

Jungkook asintió lentamente, procesando la información, pero luego volvió a mirar al mayor con ojos suplicantes.

—Entonces, por favor, Yoongi hyung, no le digas al jefe. —juntó las manos en un gesto de súplica, y sus ojos negros y grandes brillaron como los de un cachorro abandonado—. Déjame quedarme, ¿sí? ¡Por favor, Yoongi hyung!

—¿Por qué me llamas así?

—Prometo que seré bueno, haré bien mi trabajo. Pero, por favor, déjame quedarme en este empleo. Sé un buen hyung y cuida de mí, ¿sí?

El mayor rodó los ojos, soltando un largo suspiro mientras intentaba mantener una postura firme.

—Agh, está bien. Pero deja de llamarme hyung y usa los términos correctos. Soy tu sunbae, no tu hyung.

Jungkook sonrió ampliamente, aliviado.

—Gracias, Yoongi hyung.

—¡Sunbae! —corrigió, apuntándole con el dedo—. Y ahora, ponte a trabajar antes de que cambie de opinión.

Jungkook hizo una reverencia torpe y se dirigió de inmediato a la registradora, tratando de disimular la sonrisa boba que todavía no podía borrar de su rostro.

—Se nota que ese chico es nuevo, jamás lo había visto en la cafetería —comentó Taehyung, aún molesto, mientras tomaba un sorbo de su té verde—. ¿Vieron cómo me respondió? Fue muy grosero.

—Cálmate un poco, amigo —replicó Hoseok—. El chico solo trataba de ser amable, y tú lo atacaste con tu pregunta innecesaria. Te lo estás tomando demasiado personal.

—¿¿Personal?? ¡¿Viste lo que pasó?! —gesticuló exageradamente, como si no pudiera creer la falta de apoyo de su amigo.

—Sí, lo vi, y no fue para tanto. Solo cálmate y toma tu té —insistió con un tono paciente, tratando de no alimentar el drama de su amigo.

Jimin, quien hasta ese momento había permanecido en un silencio pensativo, levantó la mirada de su vaso y habló con timidez, sus mejillas ligeramente sonrojadas.

—A mí me pareció... lindo.

Los ojos de Hoseok se agrandaron con sorpresa mientras Taehyung soltaba un bufido.

—¿En serio, Jiminie? —preguntó, incrédulo.

El castaño asintió, un poco avergonzado, mientras jugaba con el popote de su bebida. Hoseok soltó una risa suave.

—Creo que al parecer también le gustaste. ¿Fui el único que vio cómo te miraba? Estaba embobado contigo.

—Pero es un idiota —intervino Tae, cruzando los brazos con firmeza—. Jimin, no debes. Tú eres una gema hermosa y glamorosa, no puedes fijarte en ese chico desaliñado, lleno de perforaciones y tatuajes. ¿Viste su cabello? Todo despeinado y anhelante de un corte.

—Cielos, Taehyung, cierra la boca —replicó Hoseok, rodando los ojos—. Jimin puede estar con quien él quiera, sin importar su estilo o apariencia.

Jimin sonrió ligeramente, aún algo tímido, pero no pudo evitar defender su opinión.

—Fue muy amable y tierno... además, creo que es guapo. Con todo y todo. —se llevó el popote a los labios, escondiendo su sonrisa detrás de la bebida.

Antes de que Taehyung pudiera lanzar otra protesta, un lujoso auto negro con ventanas polarizadas se estacionó frente a ellos. La atmósfera cambió de inmediato cuando un hombre de traje impecable, con rostro serio y modales pulcros, bajó del vehículo y abrió la puerta trasera.

—Joven amo, ya estoy aquí para llevarlo —anunció, inclinando ligeramente la cabeza.

Hoseok y Taehyung intercambiaron miradas, acostumbrados a esta rutina, y comenzaron a despedirse.

—Llegó la caravana por ti, Minie. Cuídate, ¿sí? Nos vemos después. Llámanos.

Jimin asintió, entrando al auto mientras les sonreía a sus amigos.

—Nos vemos después, regresen con cuidado.

Subió al auto, y el hombre cerró la puerta tras él con cuidado. Taehyung y Hoseok se quedaron observando cómo el vehículo se alejaba por la avenida hasta perderse en la distancia.

—Cielos —suspiró Hoseok—. Pobre Jimin.

—Sí —asintió Taehyung, por una vez sin su habitual actitud enérgica—. No puedo imaginar la presión que tiene sobre sus hombros.

—Ojalá pudiera ser más libre... —murmuró el otro, dejando que sus palabras se disiparan junto con el ruido de las hojas otoñales cayendo al suelo.

[...]

—Bienvenido, joven amo. ¿Estuvo bien su día? Permítame leer su itinerario. —la voz firme pero refinada de la asistente personal de Jimin resonó en el amplio recibidor. Era una mujer impecable, con una elegancia innata que parecía ser tan rígida como las reglas de aquella lujosa y enorme mansión. Jimin estaba acostumbrado a su presencia; su vida había estado bajo su supervisión desde que tenía memoria.

Mientras caminaban por el largo pasillo de alfombra, varios sirvientes se acercaron para tomar la mochila, el saco y los zapatos de Jimin, como si fuera una coreografía ensayada a diario.

—En una hora tiene su clase de piano —comenzó la mujer mientras leía una tablet que sostenía entre sus manos—. Después verá a su maestro de inglés, luego viene la cena y, por último...

—La tarea y a la cama. Lo sé —completó Jimin con un tono aburrido, sin siquiera mirarla.

La asistente levantó una ceja, manteniendo su porte profesional.

—Permítame corregirlo, joven amo. Esta vez puede posponer sus obligaciones escolares. Luego de la cena, se reunirá con sus padres.

Jimin se detuvo en seco, girándose hacia ella con una expresión de desconcierto.

—¿Mis padres? Pero ellos dijeron que llegarían mañana. La reunión no es hasta el domingo.

—Decidieron cambiar de planes. Al parecer, tienen asuntos importantes que atender con usted antes de la reunión del domingo.

El joven soltó un suspiro cansado, pasándose una mano por el cabello.

—Claro... debí saberlo.

—¿Ordeno que le preparen la ducha? —preguntó la asistente con la misma eficiencia de siempre, sin mostrar emoción alguna.

—Sí, por favor. Me daré un baño.

—Como ordene, joven amo. —hizo una pequeña inclinación antes de detenerse a su lado y alargar la mano para tomar el vaso de café helado que el chico llevaba—. Y una cosa más: me temo que debo confiscarle esto.

Jimin frunció el ceño, sujetando el vaso con más fuerza.

—¿Por qué? Solo es un café.

—Recuerde que su madre no le tiene permitido ingerir alimentos ni bebidas que no estén en su dieta, ni que sean de marcas no aprobadas por ella. Son órdenes estrictas de la señora.

—Esto es ridículo... —murmuró, soltando el vaso con resignación.

La asistente bajó la mirada en un gesto de comprensión moderada.

—Si lo desea, puedo pedir a las cocineras que le preparen uno con los ingredientes adecuados y permitidos.

—Déjalo así... —respondió con un suspiro, girándose para dirigirse a las escaleras de caracol que conducían a su habitación. Subió cada escalón con desgano, arrastrando los pies mientras su mente vagaba lejos de aquella casa fría y opresiva.

Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta detrás de él y apoyó la frente contra la madera.

—Tan asfixiante... —murmuró para sí mismo, sintiendo el peso de su rutina caer sobre sus hombros una vez más.

[...]

Más tarde, Jimin bajó las escaleras de caracol con pasos firmes pero lentos. Su corazón latía con fuerza mientras trataba de adivinar el motivo de la reunión inesperada con sus padres. Era extraño que ambos estuvieran presentes, considerando sus apretadas agendas. Aunque intentó calmarse, no pudo evitar sentir una punzada de ansiedad.

Al llegar al salón principal, el ambiente era tan solemne como lo esperaba. Su madre, una mujer elegante de cabello perfectamente recogido en un moño bajo, estaba sentada en uno de los sofás de terciopelo gris, con una taza de té entre las manos. Su postura era recta y perfecta, como si estuviera en un evento público. Su padre, en cambio, estaba de pie junto a una mesa, revisando unos documentos con el ceño fruncido.

—Jimin, estás aquí —su madre fue la primera en hablar, con su voz calma y medida—. Siéntate, necesitamos hablar contigo de algo importante.

Jimin obedeció, tomando asiento en el sillón frente a ellos. Sentía el peso de sus miradas, aunque su padre apenas levantó la vista de los papeles que tenía en las manos.

—Ciao, Jimin —habló su padre finalmente. Un hombre italiano muy apuesto y elegante, proveniente de una de las familias más importantes de Roma. Le hablo con su acento italiano marcado y su tono profundo. Siempre había hablado en su lengua materna con él, una costumbre que Jimin encontraba tanto reconfortante como intimidante—. Come stai? (¿Cómo estás?)

—Ciao papà, sto bene —respondió Jimin, con su perfecto manejo del italiano, en un tono respetuoso, aunque algo tenso (Hola padre, estoy bien).

Su padre asintió lentamente antes de dejar los papeles a un lado y fijar sus ojos en él, evaluándolo como si fuera un contrato más en su escritorio.

Su madre dejó la taza de té sobre la mesa de vidrio y cruzó las manos en su regazo, mirándolo directamente a los ojos.

—Jimin, querido como sabes, nuestra familia ha dedicado generaciones a la producción de los mejores vinos. Los viñedos son más que un negocio, son nuestro legado.

—Sí, lo sé... —respondió Jimin, asintiendo despacio, aunque no entendía a dónde quería llegar la conversación. Lo que acaba de escuchar, lo había escuchado desde que tiene memoria.

—Tu padre y yo hemos estado hablando. Creemos que es momento de empezar a preparar a la próxima generación para tomar las riendas —continuó—. Pero no estamos seguros de que estés listo.

La última frase cayó como un balde de agua fría sobre Jimin.

—¿Qué? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. ¿Por qué no estarían seguros? Ascender y llevar el negocio familiar es mi mayor propósito.

—Non è una questione di capacità, Jimin (No es una cuestión de capacidad, Jimin). Sabemos que eres inteligente, pero también sabemos que tienes una tendencia a distraerte con cosas... triviales. —acotó tu padre.

—¿Triviales? —repitió el castaño, incrédulo—. ¿A qué te refieres?

—A tus... hobbies. —su madre intervino, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. La música, la cocina, esos talentos tuyos son maravillosos, pero no son lo que la empresa necesita.

—Yo no veo mis pasiones como "triviales" —replicó Jimin, apretando los puños sobre sus rodillas.

—No se trata de lo que tú veas, sino de lo que el negocio necesita —dijo su padre, más directo—. Los viñedos requieren dedicación absoluta. Compromiso. Y no estamos seguros de que comprendas lo que eso implica, aún eres muy inmaduro.

—Pero estoy estudiando administración. ¡Estoy haciendo todo para lograr ser digno! —protestó, con un tono de desesperación.

—Estudiar no es suficiente —replicó, su voz como una cuchilla—. Dobbiamo vedere che puoi gestirlo sotto pressione (Necesitamos ver que puedes manejarlo bajo presión).

—Por eso hemos decidido darte una tarea específica —continuó su madre—. Queremos que lideres el próximo evento de cata de vinos en el viñedo principal de Corea. Será dentro de dos semanas, y tendrás que organizarlo todo: la logística, los invitados, la presentación.

—¿Dos semanas? —Jimin sintió cómo su corazón se aceleraba aún más—. Pero apenas tengo experiencia en eso.

—Es precisamente por eso que lo harás —repuso su padre, con una mirada que no admitía protestas—. Es una prueba, Jimin. Queremos ver si realmente tienes lo necesario para liderar este negocio en el futuro.

El salón quedó en silencio por unos instantes. Jimin bajó la mirada, sintiéndose atrapado. Sabía que no tenía opción. Este no era solo un desafío, era una evaluación de su valía para su propia familia.

—Lo haré. —finalmente levantó la vista, tratando de sonar decidido.

—Eso esperamos, Jimin —dijo su madre, sonriendo con una mezcla de confianza y exigencia.

Su padre simplemente asintió, como si el asunto estuviera zanjado.

—Non deluderci (No nos decepciones).

Jimin salió del salón con un peso en los hombros. Al llegar a su habitación, se dejó caer en la cama, mirando el techo. Su mente estaba inundada de pensamientos contradictorios.

"¿Realmente soy suficiente para esto?", se preguntó.

La rutina opresiva de su vida y la relación con sus padres lo asfixiaban, pero, como siempre, no tenía otra opción más que seguir adelante y luchar por sus anhelos.

Sus ojos se desviaron hacia el vaso vacío de café que aún imaginaba en su mente. Por alguna razón, ese simple gesto de rebeldía, de haber comprado algo fuera de las reglas de sus padres, le había dado una pequeña chispa de emoción en un día monótono.

Y luego, su mente volvió a él.

El chico de la cafetería desalineado con perforaciones, cabello largo, tatuajes y una sonrisa torpe, pero genuina que parecía la de un tierno conejo.

Sin darse cuenta, Jimin dejó escapar una leve sonrisa mientras recordaba la manera en que Jungkook lo había mirado, como si fuera la única persona en la sala. La calidez de esa mirada contrastaba con todo lo que conocía: las interacciones frías y calculadas de su entorno, las sonrisas falsas de quienes buscaban algo de su familia. Jungkook había sido... diferente.

«Era guapo, ¿no?», pensó, ruborizándose ligeramente.

El sonido de una notificación en su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Se levantó perezosamente y tomó el dispositivo del buró. Era un mensaje del grupo con sus amigos:

Hobi💬:¿Sigues pensando en el chico de la cafetería?.

Jimin dejó escapar una risita nerviosa, dándose cuenta de que su amigo lo conocía demasiado bien. Decidió responder:

Jimin 💬: Tal vez...

La respuesta de Taehyung llegó en segundos:

Tae 💬: Minie, te lo advierto. Aléjate de él.

Hobi 💬: Déjalo en paz Taehyung, tú no eres nadie para decirle que hacer.

Tae 💬: Pero ese chico no es para él.

Jimin frunció el ceño al leer esas palabras. ¿Por qué no? ¿Por qué siempre tenía que seguir las reglas, los estándares, las expectativas de los demás?

Dejó el teléfono a un lado con un suspiro. La rutina lo esperaba, pero por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de él deseaba romperla.

Tal vez, solo tal vez, iría a la cafetería de nuevo.

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