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Capítulo VI: Tres en uno

*Unas horas antes*

       Por el otro lado, esa misma mañana, luego de que Yvonne hubo dejado el domicilio, Mauro había permanecido dormido un par de horas más, no lo apuraba nadie, pues su oficina no quedaba lejos, aparte de que él era su propio jefe y no solía recibir a mucha gente en su "negocio" pues no todos tienden a querer conseguir, regalar o vender antigüedades, a pesar de ello, Velmondo era feliz en su oficina de dimensiones reducidas. Con ese sencillo pensamiento, Mauro caminó hasta la cocina, se calentó una taza de su té de jengibre, no quiso tomar café pese a tener igualmente un aspecto algo desaliñado y cansado, a diferencia de su pareja, él comió dos huevos revueltos con jamón, se tomó su tiempo para desayunar y mientras hacía eso leía el periódico que Yvonne muy amablemente había adentrado a la casa antes de irse.

       Movía velozmente los ojos a lo largo de los artículos de aquel diario cuando uno de ellos llamó especialmente su atención, el encabezado rezaba ‹‹TRAGEDIA EN LINCOLN BAY››, leyó el artículo viendo la foto anexada al final, entrecerró los ojos tratando de recordar de dónde conocía la cara del hombre que ahí se retrataba, cuando lo hizo todo le cuadró de alguna manera en su cabeza, de forma general, el artículo relataba que la noche del día anterior habían encontrado sin vida a una familia conformada por los padres y tres niños de diferentes edades, todos muertos de maneras inexplicables, pues según las líneas escritas, hasta donde se sabía, todos estaban sanos pero sus corazones dejaron de funcionar, todos a excepción del padre, que al parecer había sido el peor afectado ya que cuando lo encontraron le salía sangre desde la nariz y también desde los ojos de los cuales parecía que una de las cuencas había explotado.

       En cuanto a la fotografía, se trataba del oficial que le había vendido a Mauro el reloj de su actual salón. Le resultó extraño todo el panorama, suspiró con una leve tristeza invadiéndolo y tras estarse barajando las posibilidades en su mente, de repente tuvo la urgencia de asistir al funeral de aquellas personas pero no podía explicarse la razón de tal idea (quizá algo descabellada), a lo mejor y lograba entender mejor las cosas, decidió que después de irse de su despacho se dirigiría hacia el cementerio estatal. 

       Terminó de desayunar y se vistió con su clásico traje azul marino con tirantes y una camisa blanca con su corbatín rayado, luego se dejó el cabello ligeramente despeinado y tomó sus llaves de la casa, de la oficina y las del auto y luego, tal y como había hecho Yvonne también hacía dos horas y media atrás, miró alrededor en la casa deteniéndose en el reloj por un milisegundo y así salió por la puerta de su casa, pasó la llave y se encaminó a su auto para encenderlo y emprender camino hacia la calle de su oficina donde consiguió un pequeño sitio para parquearse.

       Cuando estuvo fuera del vehículo, se aproximó a la puerta de su pequeño local y quitó el candado de su cerradura, luego cerró detrás de sí. Lo primero que hizo fue desempolvar el mostrador con un trapo impregnado en alcohol antiséptico, también limpió su caja registradora por encima y debajo de esta y a lo rápido barrió un poco, tal rutina se repetía todos los días, no había mucho polvo, pero aun así ahí estaba él sacudiéndolo, de último, encendió el reproductor de sonido en su típica estación de radio que nunca cambiaba, un día laboral común y corriente para la persona promedio pero a diferencia de la gente normal, Mauro se sentaba tras el mostrador en un taburete y se dedicaba a desarmar cualquier aparato que tuviera a la mano y limpiaba sus partes meticulosamente como casi todo lo que hacía, en esta ocasión le tocaba el turno a una máquina de escribir que había prácticamente rescatado de un vertedero, lógicamente no era la primera de su "especie" pero tampoco sería la última y de eso estaba bastante seguro.

       Buscó entre sus herramientas uno de sus kits de destornilladores junto a algunas espátulas y pinzas, también se colocó un tapabocas en forma de protección contra el polvo, también se enfundó sus guantes de nitrilo e introdujo su cabeza por la parte superior de su delantal y a continuación dio inicio al desarmado de aquel hermoso ejemplar. Era de la marca Underwood y era la máquina número 5, iba quitando partes y las ubicaba de forma ordenada en la mesada, cuando no pudo separar más partes, sopló el interior con un soplador especial liberando una gran nube de polvo que a pesar de llevar el cubrebocas, lo hizo toser un poco. 

       Además de limpiar el aparato por dentro les dio una buena pasada a las teclas y las ruedas que formaban el mecanismo de enrollar el papel y sostener la cinta de tinta, un par de partes las reemplazó y volvió a ensamblar cuidadosamente todos los fragmentos y los unió entre sí, después tomó un aerógrafo con pintura negra especial para esos aparatos y pintó donde estaba raspada, prácticamente dejó la máquina como nueva y lista para usar.

       Pasadas dos horas en las que Mauro había desarmado otro aparato, se oyó el ruido de la pequeña campanilla en la parte superior de la puerta de la tienda e ingresó un señor al cual la calvicie le había comenzado a alcanzar junto a la edad, estaría entrado a los setenta u ochenta, calculó el ojiazul en su cabeza. Le dedicó una suave sonrisa al hombre parado frente a su mostrador.

       —Buenas, ¿en qué puedo ayudarle? —saludó de forma cortés.

       —Hola... busco una de esos cacharros para escuchar música, esos que les metes una moneda, no recuerdo cómo se les llama, ¿podría asesorarme?

       Se rascó la calva al preguntárselo, tenía en su voz un timbre ronco pero no uno desagradable de escuchar, al contrario, era algo satisfactorio escucharlo, a Mauro le recordaba un poco a su abuelo, se asemejaban en una buena medida; el chico en respuesta esbozó otra sonrisa y salió de detrás del mostrador.

       —Ha llegado al lugar indicado —afirmó —, ese instrumento que busca se llama rockola, aquí tengo disponibles actualmente dos de ellas, tienen distinto mecanismo, pero más o menos hacen la misma función... aquí están —iba explicando y señalando ambas cajas musicales —, aquí están las dos, esta de aquí tiene espacio para varios discos y le puedes meter tanto fichas como monedas y billetes, con este botón se selecciona uno de los discos y estas dos rueditas son para cambiar la canción y para regular el volumen y los discos se pueden cambiar levantando esto de aquí aunque esta ya viene con muchos de los mejores éxitos —lo miró por si tenía alguna pregunta.

       —¿Hay diferencia entre una más grande que esta y esta?

       —Realmente no demasiada, solo la capacidad de discos y el tamaño, porque lo demás sí lo tienen ambas a su manera y por supuesto, sus precios un tanto sí varían pero, de nuevo, no varía demasiado, también depende de si la rentas temporalmente o la compras en forma permanente, yo que usted la compraría dependiendo de su propósito.

       —Mi mujer me ha dicho que le haría mucha ilusión tener una, porque dice que la vida es corta y siempre quiso una en la casa, nunca es tarde —sonreía ante la mención de su esposa y lo observó de vuelta —, ¿tú cuál de las dos me recomendarías?, ¿tienes sus fichas correspondientes?

       —Esta es un poco más recogida, pero en mi opinión no tiene nada que envidiarle a su compañera, yo le sugeriría la pequeña, además puede colocarle lindas luces led de colores dentro y darle un toque especial, si gusta podemos moldearnos a su presupuesto —ofreció.

       —Me gustaría hablar sobre eso, sí —asintió sonriente.

       —Bien, por lo general, esta máquina tiene un costo de trescientos cincuenta dólares canadienses, dígame por favor cuál es su presupuesto —pidió.

       —Entre doscientos y trescientos diez dólares.

       Cierto era que parecía medio apenado al decirlo, cosa que le generó algo de ternura al chico frente a él.

       —Hagamos una cosa, estoy dispuesto a dejársela en doscientos cincuenta sin las fichas y doscientos setenta y cinco con ellas, serían unas cincuenta fichas —estableció el precio.

       El sujeto se pensó bien las cosas antes de aceptar de buen humor el trato que le ofrecía, así que le estrechó la mano.

       —Démela con las fichas, y si no es mucha molestia, me gustaría que la envolviera con algún plástico protector.

       —Pero por supuesto, estas bellezas no pueden irse a un sitio así como así, siempre se les coloca protección, deme un segundo.

       —Tómese su tiempo, joven.

       El más joven desapareció en el fondo del local de donde entró con un rollo de poliéster en una mano y con un rollo de cinta aislante en la otra, después se agachó frente a frente con el aparato y con sumo cuidado lo envolvió como mejor pudo.

       —Ahí está bien, ¿necesita ayuda para llevarlo a su auto?

       —No me vendría mal, pero déjame pagarte lo acordado —comentó desplegando unos billetes.

       En seguida le dio esos billetes y el chico le dio el cambio correspondiente, después extrajo de una gaveta una bolsa de cuero bien cuidada y se la tendió

       —Sus fichas —elevó su comisura y tomó el gran aparato entre sus brazos para llevarlo al carro del señor, cuando lo logró habló de nuevo —, muy bien, gracias por confiar en mí y mis capacidades, no se arrepentirán de tal inversión —lo despidió con otra amplia sonrisa.

       —Gracias a usted por su ayuda —agitó su mano y se retiró por la tranquila carretera.

       Aquel día parecía ser uno de los más tranquilos, pues Velmondo se pasó las horas atendiendo algún cliente ocasional, oyendo música y comiendo partes de su sándwich con mortadela y mayonesa. Después, como para no variar, el de ojos azules se encontraba puliendo un instrumento de cuerda antiguo cuando alguien más entró al local, la campanilla sonó pero no era la típica tonada, a Mauro le sonaba algo pesada y en su cabeza le parecía que sonaba cinco veces. ‹‹Esto no puede estar pasándome, mis oídos me están engañando››, se dijo tragando saliva nerviosamente mientras lentamente volteaba hacia la puerta para recibir a quienquiera que estuviera bajo el umbral de la puerta de su humilde lugar de trabajo.

       —Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle? —intento que su voz le saliera normal, pero no logró demasiado.

       En cuanto visualizó a la persona que había llegado, se le fueron los colores del rostro y pese a no ser tan creyente de algún tipo de deidad, en su mente comenzó a suplicarle a cualquier fuerza misteriosa, santidad o cualquier ser todopoderoso habido y por haber que llegara a escucharlo. Ante él, se hallaba ese mismo oficial difunto del que había leído apenas esa mañana en el artículo del periódico.

       Se presentaba en un aspecto mortecino, la diferencia entre el ser que estaba parado frente a Velmondo y el retrato del diario, era que este contaba con una coloración morada en su nariz y unas profundas ojeras casi negras bajo sus ojos, adicional a estos detalles, uno de los ojos no lo tenía, en su lugar sobresalía su nervio óptico y de este pendían un par de terminaciones nerviosas, también colgaban los restos de lo que había sido su cornea antes de todo ese desastre. De ambos ojos manaba sangre, ahora algo coagulada y en añadidura, no era del color tradicional, esta era tan negra como la tinta pura de un calamar. De sus orificios nasales algo maltratados también se derramaba la misma viscosidad color negra.

       A pesar de que Mauro había decidido no mirar al ente que permanecía todavía plantado en medio del pasillo de su oficina, podía sentirlo observándolo y calando en su alma, juraba incluso que sentía que le ardía por dentro, que lo estaba dañando a nivel interno, por lo que se quejaba por lo bajo.

       —¿Q-Qué q-quieres? —murmuró con voz trémula.

       Su pregunta nunca obtuvo una respuesta verbal pero al cabo de una milésima de segundo sintió un fuerte empujón, cuando giró la cabeza hacia arriba y abrió sus ojos, vio la faz de ese hombre frente a frente pero tenía sus manos en torno a su cuello y lo apretaba con una fuerza fuera de este mundo. El delgado cuerpo se sacudía sobre las placas del porcelanato del suelo tratando de quitárselo de encima pero no estaba dando resultado.

       En un intento desesperado, intentó en su mente guardar la calma aunque perdía sus sentidos en tiempo récord y el tiempo se le estaba agotando, apretó sus ojos fuertemente una vez más e intentó aguantar la respiración un poco más hasta que, pasados unos segundos, el ente se había esfumado y a Mauro le costó darse cuenta que tenía sus propias manos alrededor de su propio cuello, por lo que se soltó rápido respirando agitado y entrecortado.

       Sin más, se apresuró a guardar todas sus cosas y acomodar la oficina velozmente, no pensaba mantenerse ahí un minuto más. En cuanto estaba todo recogido apagó las luces, trancó la puerta con llave y se metió en su auto camino al cementerio, necesitaba, según él, decirle un último adiós (si es que esto tenía sentido), a ese señor con su familia y presentar condolencias a los conocidos de ellos pues muy dentro de él sentía un extraño sentimiento de culpabilidad y vacío.

       Al llegar al lugar, estaban dispuestos cinco espacios y en cada uno se ubicaba un ataúd de distinto tamaño cada uno, Mauro llegó alisándose el traje y situándose a unos metros más atrás oyendo lo que el sacerdote decía en el funeral, o, más bien, pretender que oía sus palabras, no tenía mucha cabeza para estar atendiendo un velorio que no era de alguien allegado pero sentía el compromiso para con el oficial introducido en la primera urna empezando por la derecha.

       Mauro había llegado un poco tarde, por lo que para él, el velatorio tuvo su culminación más pronto de lo que tuvo él previsto, antes de que enterraran todos los ataúdes, imitó a los demás y lanzó un puñado de tierra en todos los hoyos correspondientes y cuando al fin fueron enterrados y la mayoría de la gente evacuó del cementerio fue cuando él se acercó a la lápida del sujeto y se agachó frente a la misma contemplándola y tratando de pensar en la mejor manera de iniciar un discurso de despedida de un hombre que apenas había visto en tres ocasiones y una de ellas había sido en forma de una alucinación a punto de cobrarse su vida.

       —Yo... hola... —inició de manera medio distante —, sé que va a sonar muy extraño esto, no nos conocemos o bueno, no nos conocíamos de nada, tú solo me vendiste ese reloj hace unos días y no pensé que te volvería a ver y que cuando lo hiciera fuera retratado en un artículo del periódico figurando como fallecido con todo y familia... en su momento no supe buscarle la lógica y ahora sinceramente tampoco se la encuentro. Solo... quise pasarme a decir que lamento lo que pasó pero espero que estén todos bien donde sea que se encuentren cuando se mueren.

       Se rasco la cabeza confundido con sus divagaciones porque no sabía bien cómo manejar todo ese asunto al no creer demasiado en la religión en sí, pero ahora podía irse tranquilo en teoría. Así que se levantó y se dirigió de vuelta a su auto, se sentía de alguna manera realizado al encaminarse de vuelta a su casa a ser uno con sus pensamientos como últimamente le terminaba sucediendo.



*8:00a.m. de ese mismo día*

       Por su parte, Adaira se había despertado con pocas ganas de pisar el supermercado, pero le tocaba ceñirse a un horario y esto ella lo tenía bien claro cuando se abrieron sus párpados apenas timbró su alarma, suspiró fuerte y con toda la pereza del mundo sacó los pies de debajo de las cobijas para prepararse y hacerse un batido de caramelo junto a las sobras de un sándwich dentro de su refrigerador, para ella sabía a gloria pues estaba hambrienta y cuando se tiene hambre, hasta las piedras lucen apetitosas.

       Una vez se hubo metido su dosis de azúcar común de cada día y se colocó una camiseta sin mangas, un short y una chaqueta fue directa al supermercado Sylem, iba un poco tarde pero no había mucho trabajo y eran algo flexibles sus dos jefes, una pareja que vio potencial en sus maneras de organizar y la contrataron para encargarse junto a otras dos muchachas del turno de los lunes y los jueves de nueve a cinco y media, la gente definiría aquel trabajo como algo humilde y sencillo y la verdad era que la ojimiel disfrutaba de surtir estanterías o realizar algún trabajo que a los jefes se les dificultara.

       Al cruzar por aquella puerta, la señora Spencer la esperaba cruzada de brazos pero con un brillo divertido en sus pequeños ojos.

       —Otra vez tarde, Dunn, se te está haciendo costumbre —negó mirándola.

       —Discúlpeme, soñaba con el hermoso viernes —sonrió un poco aunque medio tensa.

       —¿Qué tienes en la mano? —se percató aunque la chica muy ingenuamente esperaba que no lo hiciera.

       —Me corté con una lámpara, pero estoy bien, no se preocupe.

       —Dios santo... deberías tener más cuidado, un día de estos te malogras peor —pasó a poner sus manos en su cintura.

       —Lo tendré, señora, si no le importa, estaré en el depósito —se excusó.

       La mujer volvió a negar pero se curvaron un poco sus comisuras hacia arriba. La chica aunque muy despistada, era a su vez muy organizada en su trabajo y eso para ella tenía méritos extra.

       Pasando al depósito, Adaira se encontró metida entre cajas de víveres y productos de toda clase, agarró una de las que sobresalían y la llevó a la sección de los lácteos situando cada artículo en su sitio y de manera que no hubiera un solo espacio sin cubrir, esto lo hizo con las botellas y cartones de leche, los recipientes, botellas y copas de yogurt, de últimos los quesos y lo mismo hizo después con los fiambres, mientras hacía todo eso, puso música a través de sus auriculares y mientras acomodaba se movía con el ritmo de las diferentes canciones que saltaban de parte de su reproductor.

       A veces las chicas le sacaban conversación de cualquier tema mientras trabajaban en el mismo pasillo, también, si no había clientes cerca, no dudaban en hacer un poco el payaso y reírse mutuamente. La señora Spencer pensaba que tenía un jardín de niños en lugar de un equipo de trabajo serio y experimentado, algunas veces la sacaban de quicio pero después terminaba cubriendo alguna de sus tonterías con el gruñón de su marido.

       Así pasaron las horas rápidamente, pues creaban un buen ambiente entre todas que resultaba cálido y agradable, incluso se podría definir como familiar hasta cierto punto, sin tener que contar a la clientela exigente, insólita o algo fastidiosa que algunas veces ingresaban al mercado a simplemente hacer un montón de preguntas de todos los productos y comestibles de la alacena, lo que estresaba bastante a Adaira con las chicas e incluso a la misma señora Spencer, todos contaban los minutos desde que entraban hasta que salían de la tienda y cuando por fin se iban, todos liberaban suspiros de alivio para luego conversar respecto a tales personas.

       Pasaron las horas y se acercaba el fin del turno de Adaira, le quedaba solamente reemplazar y organizar los licores y las botellas de alcohol del pasillo del fondo. Se aproximó hasta allá de manera calmada y primero retiró las botellas de lo diversos vinos con cuidado, luego quitó un poco de polvo del estante y colocó las nuevas, lo mismo se dispuso a hacer con los demás licores pero una mirada hacia el reloj digital del negocio le bastó para darse cuenta de que faltaban cinco minutos para las cinco pero no estaba segura si esa era la hora o si su mente la iba a traicionar de vuelta mientras la hacía ver cómo se atrasaba solo. Así que no perdía tiempo de ojear la pantalla con números verdes. 

       Después de pasar los ojos por ese aparato cada pocos segundos y acomodar las botellas en sus santos lugares por fin los números dieron las cinco en punto y Ady esperó unos segundos más como si fuera que aquello iba a repetirse tal como había sucedido en casa de su mejor amiga. Para su sorpresa, aquello que estuvo esperando a que aconteciera no lo hizo.

       —Ya te traumaste, Adaira Dunn, eres increíble, ves cualquier cosa en un sitio y esperas verla en otro tal cual —se regañó a sí misma.

       En eso, mientras pasaba por una zona del final, escuchó ruidos de algo agrietándose y cuando giró su cabeza hacia el sonido, miró como uno de los largos bombillos explotaba realizando un sonido sordo antes de apagarse por completo, se le escapó un pequeño grito y pegó un brinco en su sitio por el sonido de esa luz explotando, le siguieron los de las chicas, que corrieron a socorrerla en caso tal de que le fuera ocurrido cualquier cosa, por suerte todo estaba bien.

       Aunque, la peliazul sí es verdad que en ese preciso instante se sintió levitar y flotar alrededor del supermercado pero los presentes no parecían percatarse de ella levitando sobre sus cabezas, es más, parecía que estuvieran charlando con alguien, quizá la versión de Adaira fuera de la levitación, sin embargo, la "Adaira original flotante" fue estampada contra el techo y retenida por ahí por una energía imperceptible y claramente más fuerte que ella, aquello se repitió dos veces y cada vez que su cabeza chocó con el techo rugoso se lastimó en un par de zonas de su cara, soltaba más gritos intentando librarse pero no logró nada en absoluto.

       Adaira estaba aterrada, hasta antes de tres días tal vez, se consideraba algo escéptica, pero ahora un vigor extraño lucía empeñado en hacerle saber cuánto se equivocaba al plantearse tal duda existencial, porque sí, ahora todo ese panorama , formaba una enorme duda existencial y las ganas de cuestionarse un poco más la vida las sentía ir en aumento. A continuación fue soltada de forma brusca contra el suelo pero su tormento no terminó ahí en cuanto visualizó la sombra escarlata de un lobo materializarse ante ella enseñando dos hileras de largos y hambrientos colmillos. Este animal lo que hizo fue lanzarse de lleno contra la ojimiel y propinarle una mordida en su abdomen. Volvió a gritar pero ahora más fuerte, ya que al separarse, tenía entre sus dientes un pedazo de piel sangrante. Todo ese bizarro panorama a la vez que irreal, resultaba demasiado realista, pensó la afectada.

       Pasaron al menos dos minutos más y Ady se dio cuenta de que la sombra roja se esfumó en el aire y todo estaba normal de nuevo, la diferencia ahora es que esa herida en su abdomen no había desaparecido, esta parecía como grabada a fuego, tal como si le fueran apoyado hierro ardiente en dicha zona, mas no dijo nada debido a que al ella despertar de su teatro perturbador, ninguna de las chicas parecía espantada, ellas estaban como si ninguna fuese visto ni presenciado nada, por lo que tampoco quiso comentar algo, lo único que dijeron fue que cambiarían algún día esa barra de luz blanca.

       Con eso dicho, Adaira evacuó el supermercado y desapareció como una exhalación del lugar, se encaminó, no obstante, a un café a tomarse algún otro batido, a lo mejor el haber trabajado de corrido le había generado algún tipo de mareo... o no.



*De vuelta en la siderúrgica*

       En la siderúrgica Morgan todos estaban llevados por el revuelo que se había formado mientras corrían directamente a la fundición, más precisamente a los hornos, al llegar, los tres de ellos estaban encendidos en el máximo, sacaban grandes lenguas de fuego desde el interior y en uno de los ganchos de los que colgaba el gran cono de donde caía normalmente el hierro al moldearlo existía una cadena gruesa enganchada, la cadena parecía enrollada en torno a algo con forma extraña, por lo que el jefe de todo aquello se acercó primero, pero cuando iba a aproximarse mucho más cerca, ante los ojos de aquel aterrado y curioso público, el bulto enrollado por la cadena realizó un movimiento tosco y por la tela asomó una cabellera rubia.

       —¿Graciela? ¡¿Qué demonios haces?! —soltó el hombre.

       —Ah, ahora sí te interesas por mí, muy conveniente, Morgancito —bufó al pronunciar su mote hacia él.

       —No entiendo nada, me intereso porque la idea no es que se me mueran empleados o personas en la fábrica, ¡ten un poco de sentido común, esto no es un jueguito de niños, Graciela, hazme el favor de madurar y bajarte de ahí en este instante! —Demandó con voz fuerte e imponente.

       —¡Uy! Si así das las órdenes aquí, no me imagino cómo serás en otro ámbito... ah, cierto, no lo sabremos porque te andas metiendo con cuanta joven se te cruza, ¿no? —Exclamó lo primero en tono sugerente, el cual enseguida se transformó en uno lleno de celos —. ¿Cuánto tiempo crees que permanezcan las autoridades investigándote por incitar al suicidio de una joven que llegó a apreciarte? —Preguntó.

       El señor Morgan arrugó el entrecejo, no entendía para nada a qué se estaba refiriendo pero no le estaba gustando nada lo que estaba escuchando, por lo que mandó a Viktor y Alastor para que la bajaran de ahí lo más rápido posible, pero ella los detuvo asomando un control amarillo con un botón rojo que todos conocían perfectamente, tragaron seco viéndolo.

       —¿Qué harás con eso? ¿Estás loca? —Habló Yvonne entornando los ojos.

       —¡Tú cállate, mentirosa zanahoria con doble moral, tú no sabes nada! —escupió repleta de odio.

       —Apenas nos conocimos hoy...

       —Y no haría la diferencia si no lo fuéramos hecho.

       —La idea no es quemarte... —intervino una de las chicas.

       —Ustedes no saben nada tampoco, yo no tengo qué perder, pero en dado caso, esto es tu culpa, Yvonne Schmidt —declaró.

       A continuación se escuchó un "buzzzz" y seguido de eso el rechinar de la gran máquina, todos intentaron detenerla, pero ella había boicoteado el sistema de emergencia precisamente para que no fuera detenido.

       Entonces fue liberado el primer chorro de hierro fundido y junto a este el primer grito de la chica, Yvonne intentó trepar por la máquina con ayuda de Viktor pero era una superficie inestable y por más que lo intentaba resbalaba. Mientras ella intentaba aquello, caían más chorros humeantes y más gritos desgarradores eran soltados. Otra cosa que intentó Alastor fue voltear el cono con ayuda de los demás presentes pero esa pieza no se movió ni un milímetro, el mismo maldijo, habían intentado todo lo que estaba en sus manos y era humanamente posible para salvar a Graciela pero nada daba resultado, ni siquiera el subirse a la escalera industrial y tratar de soltar la cadena, estaba bien sujeta, además estaba bien estancada en el espacio angosto del gran cono de la fundición. 

       Todos en ese momento se sintieron impotentes mientras miraban a una chica joven ser quemada hasta la saciedad con hierro fundido a 1538 grados Celsius, a medida que pasaba el tiempo, sus gritos se volvían más agonizantes, hasta que el jefe se hizo con una cortadora industrial y una vez más subió a aquella escalera y comenzó a intentar cortar el pequeño eslabón que mantenía al gancho en su lugar.

       Para alivio y sorpresa de todos los presentes, el eslabón cedió y con un poco más de insistencia logró cortarlo completo y se bajó corriendo.

       —QUÍTENSE DEL MEDIO, SE VAN A QUEMAR.

       Gritó provocando que todos salieran disparados fuera del lugar, el cono cayó con un enorme estruendo que retumbó en el eco de esa fundición, cuando dejó de existir polvo, Arístides se acercó ágilmente y arrastró el cuerpo envuelto por la cadena fuera del contacto del hierro y lo desenvolvió observando a la chica con muy graves quemaduras y prácticamente inconsciente.

       —¿Llamó alguien a emergencias? —se preocupó Karina, una de las chicas.

       —Vienen en camino con un camión de bomberos y una ambulancia también... ¿está respirando? —la señaló Alastor.

       El señor Morgan colocó sus dos dedos sobre su pulso. Por un momento se asustó, pero cuando sintió apenas una pulsación se alivió de manera notable.

       —Sí, continúa viva pero no sé si ha sufrido algún daño interno, algunos chorros cayeron en su cráneo y no llevaba casco. Ella estaba lista para abandonar este mundo —Expresó.

       Todos pasaron saliva, algo dificultosos y nerviosos, había estado cerca de ser una tragedia peor. En el momento en que los socorristas arribaron, en seguida entraron con una camilla en la cual recostaron a la muchacha afectada y colocaron una mascarilla de oxígeno en su rostro, se la llevaron de emergencia al hospital, en cuanto a los bomberos, apagaron manualmente los hornos y con una manguera de gran tamaño comenzaron a echar agua en cada rincón que se vio afectado por todo ese show provocando que grandes cantidades de vapor se elevaran por todo el lugar al entrar el hierro fundido en contacto directo con el agua.

       —Menos mal que llamaron a tiempo, estaremos haciendo evaluaciones en el terreno y el comportamiento del fuego para asegurarnos de que no pase algo más grave.

       —De acuerdo, hagan su labor, señores, gracias por llegar —agradeció Morgan y miró a sus empleados —, en cuanto a ustedes, me alegra que hayan tratado todo para salvar a una persona pese a que no les resultó tan fácil... pienso que pueden irse poco a poco a sus casas, ha sido un momento repleto de adrenalina y tensión para todos, mañana no abriremos para cerciorarnos de que los protocolos se sigan y volver a hacer que este lugar sea funcional. Solo a Alastor necesitaré, para que me ayude a reparar esa tarjeta madre, los demás pueden tomarse el día libre y si lo desean, el resto de la semana, no tenemos encargos importantes —terminó.

       Con un asentimiento en conjunto, los presentes empezaron a caminar como en fila india fuera de la fundición, la última en seguirlos fue Yvonne, que se acercó al señor para también presentar sus debidas disculpas una última vez.

       —Señor... en serio lo lamento, yo no quería que todo llegara a tal extremo, ese impulso que me agarró, no era yo en ese momento, no he estado descansando mucho estos dos días que pasaron.

       —Vonne, está todo bien entre nosotros, ya te dije que no pasa nada malo, seguimos siendo amigos, pero por favor que no se repita, discúlpame tú a mí por siquiera pensar en asignarte a ti la tarea de guiar a Graciela.

       —No fue su culpa, yo fui la que arruinó todo porque ella vio lo que vio e hizo que intentara matarse.

       —Tú tampoco puedes culparte por eso, Schmidt, Graciela simplemente no pensó muy bien sus planes, no tuviste que ver ahí, no te martirices, ¿sí? Ve a tu casa a descansar, dale mis saludos a Mauro —apretó suavemente su hombro y después la dejó marcharse.

       Al terminar con las despedidas y las disculpas, Yvonne pasó recogiendo sus pertenencias incluyendo la caja con tuercas, tornillos y engranajes surtidos que le había cedido Arístides y llegó hasta su auto, donde metió su ropa y demás objetos y se encaminó a casa.

       Al llegar a su casa, prácticamente la pareja entró por esa puerta al mismo tiempo, ambos cargaban unas caras fúnebres que no se las borraba nadie, pero ninguno parecía tampoco querer hablar acerca de sus días ni de cómo les fue ni tampoco de lo que presenciaron, los dos cenaron algo ligero pero de manera callada, Yvonne por su celular solo intercambió unas cuantas palabras con Adaira pero de nuevo, no quiso ni una ni la otra, revelar todo por cuanto habían pasado. Así, sin ninguna clase de banalidad más, acabaron su cena, se empijamaron y cepillaron y se metieron en sus camas. 

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¡Hola mis buitrecitos del señor!

He aquí el nuevo capítulo de toda esta locura llamada tiempo, díganme cómo los trata la vida, a mí bien, ahí vamos. En fin, la yo vino a anunciar que esta historia está a punto de llegar a su final, para bien o para mal. A aquellos que me estén acompañando se los agradezco y a los que no pues también, todos influyen y ayudan e impulsan el que yo esté aquí presente C:

No tengo más que decir, pueden ponerme sus sugerencias u opiniones en comentarios y yo los leo. Esperen el final pronto, no diré más nada, nos leeremos por ahí ;)

✌🏽Comenten y voten si quieren y si les gustó✌🏽

Se les quiere y se les aprecia 💘

Con parte de mi amor 💜

Tiniebla.

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