Capítulo I: La Mudanza
Cuando los camiones de la mudanza habían emprendido camino hacia su nuevo destino, Mauro, decidido a darle una oportunidad entre sus tesoros a su nueva adquisición, iba a la cabeza de aquel recorrido, pues no quería por nada del mundo que aquellos vehículos de carga pesada a la vez que frágil se perdieran en algún rincón de la sinuosa carretera a esas horas de la noche, ¿por qué había planeado este movimiento a esas horas?, lo cierto era que ni siquiera Yvonne, su esposa, terminaba de entenderlo, para ella fuese tenido más sentido despertar a primera hora de la mañana con todas las cajas, muebles y colecciones ya subidos en los tráilers de los camiones articulados, de manera que tuvieran todo el resto de ese día para empezar a desempacar algunas cosas.
Claro que, cuando la amplia y delicada colección de su marido estaba involucrada, no existía alma capaz de hacerlo cambiar de idea, pues según él, cada antigüedad tenía distintos cuidados y todos estos tenían que ver en un cincuenta por ciento con la reducida iluminación que los objetos podían recibir ya que, en lo posible, él buscaba preservar el estado de sus tesoros un poco más de lo que sus antiguos portadores habrían calculado; deseaba demostrar que los objetos aunque cumplieran con su ciclo de vitalidad, este podía ser alargado y aprovechado al máximo.
A unos cien kilómetros por hora en su contador y ubicado en el canal del medio escoltando aquellos dos articulados, Mauro se ajustó los anteojos en el puente de la nariz antes de encender la radio en la estación que con Yvonne oían diariamente, la mujer sonrió ante ese gesto, a pesar de ser tarde en la noche, él intentaba hacerle el viaje más ameno y ella se lo agradecía, pues se habían envuelto en un silencio algo extraño e incómodo desde hacía varios minutos y preferían romper el hielo cantando a todo pulmón toda canción que apareciera, para ese momento se estaba reproduciendo When You're Gone de Avril Lavigne y la pareja se encontraba prácticamente gritando la letra como si cada uno la sintiera en sus carnes.
Es claro que la música te transporta y en ocasiones, te transforma también, puede sacar tu lado extrovertido o tu lado sensible, también puede desbloquearte los sentimientos y te puedes identificar con cada letra. Siendo el coleccionista que era, Mauro había tenido la oportunidad de conseguir las primeras versiones de una docena de discos de vinilo variados y cada vez que los iba a escuchar realizaba preparativos como si fuera una especie de ritual, les quitaba el polvo muchas veces inexistente al menos tres veces por semana si no es que más y ese pobre tocadiscos habría sido desarmado, limpiado y engrasado más veces de las que la también antigua calculadora del hombre era capaz de calcular, se diría que era bastante meticuloso en cuanto a su trabajo se trataba y por eso cuando alguien cercano se quería deshacer de algún objeto, tendía a acudir a él para recibir un sabio consejo de su parte.
Luego de un par de horas adicionales por la carretera y una larga ronda de sencillos populares, algunos nuevos y otros no tanto, entonados por la radio pero seguidos al compás por el par sentado en la parte frontal de la cabina, por fin habían llegado al que sería el nuevo hogar de Mauro, Yvonne y el vasto repertorio de antigüedad diversa. El auto y los dos camiones fueron recibidos por una fachada en tonos claros, dos columnas talladas a los lados de la entrada junto a un par de estatuas en forma de delfines haciendo juego frente a una fuente que por el tiempo que la casa estaba inhabitada se había manchado un poco, sin duda, la ahora dueña de la morada tendría bastante trabajo que llevar a cabo para hacer que la casa volviera a dar crédito de la grandeza que la caracterizaba en toda la cuadra.
De cada camión se bajaron cuatro hombres y junto a la feliz pareja adentraron cada mueble, caja y objeto envuelto hasta que en todo el salón principal existían cajas amontonadas, como pudieron, los de la mudanza armaron los muebles más básicos y necesarios y cuando los remolques de sus camiones estuvieron vacíos, estos se retiraron dejando al dúo solo ante la imponencia de la "mansión". Ambos se observaron y luego a todo el desastre agrupado por todo el marmoleado suelo, el ojiazul se agarraba la cabeza intentando idear la manera de ubicar sus preciados artículos, ¿en qué habitación lo haría?, ¿pondría su oficina justo al lado o molestaría el ser y "sentir" de los objetos? Y más importante todavía, ¿cuánta iluminación le llegaría a dicha habitación y cuántos tesoros quedarían expuestos a los hermosos pero dañinos rayos de luz natural e incluso artificial?
La mente de Velmondo trabajaba constantemente y se creaba problemáticas que parecían no ser serias pero para él lo eran y mucho, no se podía estar quieto sabiendo que cualquier factor podría afectar a sus bellezas materiales con tan alto valor temporal y cultural; ellas tenían su propia historia y necesitaban que se tomara alguien la iniciativa de preservarlas y conservarlas, también mantenerlas funcionando. Para ellas, aunque inanimadas, Mauro Velmondo era un héroe, uno bastante erudito con poca complexión muscular pero poseyente de dos títulos, dos posgrados, diplomados varios y una magnífica precisión para los cuidados de cada parte conformante de los miembros de su colección. Sin duda, Velmondo era un individuo algo raro con combinaciones extrañas en sus gustos y eso lo volvía interesante a los ojos de sus amigos y por supuesto, los de Yvonne.
—Treasure, estás ahogándote en un vaso de agua, mañana es otro día, vamos a nuestro lecho —interrumpió Yvonne las cavilaciones de su pareja —, le estás dando muchas vueltas y ya es bastante tarde.
El ceño fruncido del chico delataba su estrés, pero con la liberación de un suspiro y una mirada fugaz al semblante de su novia que tenía marcado un pequeño puchero, en la cara de él se fue tallando una sonrisa vacilante antes de que tomara la mano que su chica le estaba tendiendo.
Juntos, caminaron entre los angostos lugares de la sala hasta que él se tropezó con un paquete particular, él lo evaluó un momento y después se soltó del agarre de Yvonne para quitar el envoltorio a su más nueva adquisición.
—¡Treasure! —Le reclamó con una voz de reproche.
Él se detuvo un par de segundos a contemplarla, aquel gesto se le había asemejado un tanto al de algún niño que reclamaba a sus padres que no le habían dejado jugar en el parque como le habían prometido, pese a que su tono era reprochador, él podía percatarse de la sonrisa oculta en sus palabras, sin más se encontró a sí mismo sonriendo cálidamente al son de los movimientos faciales ajenos y cruzándose de brazos con su propia actitud infantil, incluso llegó a inflar sus mofletes en un claro signo burlón vacilante, modificó un poco su voz para hacerlo más chistoso.
—¡Te prometo que solo colocaré a este amigo aquí y ya te acompaño! ¡No me regañes!
Realizó un extraño bailecito generando una pequeña risa en su novia junto a un asentimiento, por lo que él se apresuró a cuadrar la hora exacta en las manecillas del aparato y ubicarlo en la pared del centro, ahí seguro que se vería y escucharía genial. Cuando ya estuvo, se devolvió a un lado de la mujer volviendo a entrelazar sus dedos y caminando a su recámara. A pasos lentos, los dos llegaron a sus aposentos, se metieron en sus pijamas, después, se asearon a lo rápido justo antes de lanzarse al centro de la gran cama matrimonial y acurrucarse cómodamente como siempre hacían desde que eran una pareja.
—Dulces sueños, hon —murmuró Mauro con una gran sonrisa.
—Buenas noches, mi treasure —susurró esta, dejando un casto beso en los labios de él.
Esa noche la pareja durmió como nunca, se sentían literalmente agotados y dándole por fin una tregua a sus cuerpos cansados, se durmieron en tiempo récord. La mujer en medio de la noche pudo atinar a voltearse con su espalda en dirección a él, quien de forma un poco protectora había pasado a tener sus manos apoyadas en el abdomen de ella y las piernas enlazadas con las suyas bajo el esponjoso edredón.
El par aparentemente se hallaba sumido en un sueño bastante profundo habiendo pasado varias horas, cuando de pronto, el mayor por dos años despertó algo sobresaltado oyendo de repente una... dos... tres... cuatro... ¿cinco? Campanadas de timbre con duración prolongada, sin embargo, le extrañó el hecho de no haber oído las demás entonadas de las horas en punto, ¿tan cansados estaban? Ya que, él se estaba descubriendo como el único despierto se dijo que quizá había sido una simple coincidencia, a tientas palpó el espacio a sus espaldas en busca de su teléfono celular, cuando dio con él le echó una ojeada a la pantalla, dándose cuenta que faltaban cinco minutos para las cinco.
—Habré soñado que el reloj del salón sonaba o su precisión le falló, tendré que desarmarlo mañana para asegurarme que todas sus partes y funciones andan bien —intentó auto-convencerse.
No fue hasta que decidió alumbrar al reloj de correa reposando sobre su muñeca con ayuda de la linterna de su teléfono móvil, dándose cuenta de que efectivamente faltaban cinco para las en punto pero además se dio cuenta que no estaba avanzando el segundero, frunció los labios mientras se formaba en su entrecejo una arruga que expresaba confusión, no hacía mucho tiempo que le hubo cambiado la batería a su reloj, ¿se la habrían vendido defectuosa? Si así era había de reclamarle al hombre en la tienda donde la había adquirido aunque, pensar en eso a esas horas no resultaba demasiado grato ni sano para su mente maquinadora, así que se obligó a parar con sus divagaciones y volverse a acostar dispuesto a conciliar su sueño donde o había dejado antes de que su cerebro le jugara malas pasadas o que a todos los aparatos les diera por averiarse juntos como en combo, fuera como fuera, no se encontraba en posición de resolver algo en ese momento, por lo tanto regresó a su posición inicial abrazando el cuerpo de su novia y cerrando sus ojos.
No tardó en quedarse dormido por segunda vez aquella noche, aunque por alguna razón, en sus sueños se reproducía una especie de espectáculo predominado por figuras de sombra que no tenían formas definidas, algunas parecían manos pero se moldeaban y cambiaban, además, como si fuera poco estar teniendo todo aquel incómodo sueño, el color rojo junto a sus diversos matices protagonizaba lo que posteriormente Mauro definiría como el sureal desfile de sombras escarlata creado por su mente.
Pasados unos minutos más después de dicho escenario, pareció que todo volvió a su debida (y ansiada, cabe agregar) normalidad. Mauro pudo dormir al fin un poco más a gusto y con el cuerpo ligeramente menos tenso o cargado de toda esa vibra rara, no hubo ningún otro contratiempo o hecho importante de recalcar, Yvonne pareció no inmutarse de todo de lo que había sido testigo el señor Velmondo y a la forma de ver de este, era mucho mejor no tener que involucrar a la chica en sus paranoias, ella no tenía la culpa de los arranques repentinos que a veces le entraban a él, además, ella tenía suficiente con sus propias ocupaciones como para agregarle cargas innecesarias que no tenían pies ni cabeza.
A la mañana siguiente, Yvonne despertó con los brazos de su querido treasure envueltos en torno a su esbelto y algo relleno cuerpo, sonrió para sí misma, no quería separarse o levantarse de ahí, se sentía bastante cómoda, pero se recordó que los quehaceres no se realizarían solos y que la noche anterior apenas habían arribado a esa casa y tenía mucho que hacer, se solo pensarlo sentía que su cuerpo pesaba y no colaboraba con la causa, ‹‹vamos, cuerpo, muévete un poco››, se quejaba mentalmente, hasta tomar la decisión de siquiera sacar un pie de debajo de las cobijas fácil duró una media hora. Se dio ánimos y se dispuso a salir de los brazos de Mauro con sumo cuidado, primero movió uno y luego el otro, y mientras hacía eso, la punta de su pie se asomó fuera del edredón. Su cuerpo sorprendentemente terminó de obedecerla y se incorporó en la orilla calzándose las pantuflas azules de felpa un tanto gastadas por el uso que les había dado por tantos años; se alzó entonces del colchón dirigiéndose hacia el pequeño cuarto de baño.
En esta ocasión el que no manifestó ningún estado de agitación fue Mauro, todo el episodio de apenas hacía algunas horas lo habían dejado prácticamente rendido y noqueado. Aquella actitud a la chica le parecía curiosa pues no era común en él, aparte, podían decirle loca, pero creyó observar unas profundas bolsas debajo de sus ojos, por lo general, Velmondo se la pasaba con ojeras, pero esta vez parecían muchísimo más pronunciadas que otras veces. Quiso dejarlo pasar y achacárselo al suceso de la mudanza apresurada y "prácticamente a las patadas" de la noche anterior. Así que prefirió dejarlo descansar mientras ella volvía a ser persona, después de lavarse y cambiarse, estaba como nueva y lista para combatir los tortuosos días que les esperaban acomodando y limpiando cada rincón de su vivienda y todos los objetos y los muebles de los envoltorios plásticos y las cajas en sus respectivos lugares.
Para hacer más fácil y rápido el trabajo, Yvonne llamó a su amiga de toda la vida, Adaira, pues se le daba bien acomodar, amontonar y ubicar en pequeños lugares diversos artículos, habiendo trabajado una larga temporada en supermercados era algo así como su día a día.
—Ady, ¿estás libre?
—Hola, Vonne, yo amanecí bien, gracias por preguntar.
Contestó medio rodando los ojos con tono irónico haciendo reír a la chica al otro lado de la línea.
—Dejemos las formalidades, estás libre, ¿sí o no?
—Ah bueno, gracias por lo que me toca, a saber qué karma me tocó pagar para que mi mejor amiga se interese un carajo por mí —dramatizaba.
Yvonne mantenía grabada una expresión póker en su rostro níveo mientras la otra hablaba y hablaba y hablaba alrededor de la misma historia.
—La verdad no sé por qué no te metiste en la escuela de artes dramáticas, te habrías graduado con honores, que te lo digo yo —ahora reía, contagiando inevitablemente a la otra chica.
—Oh, cállate, debes admitir que me queda genial —presumió con gracia para por fin agregar —. Bueno, ya, sí estoy libre, cuéntame qué necesitas.
—Como sabes ayer nos vinimos a la nueva casa y es una locura esto lleno de cajas y cosas y no puedo acomodarlas todas yo sola, me vendría bien una ayuda extra, Mauro también está pero él se ocupará de su colección de museo y bueno, te imaginarás el desastre.
La morena al otro lado del teléfono aunque su amiga no la estaba viendo, se mordía el labio escuchando cada palabra con atención y asentía entendiendo.
—Cuenta con ello, nos veremos en una hora, esa casa quedará perfecta, ya lo verás... te voy dejando para terminar con el plato de galletas que estaba atacando —expresó graciosa.
—Dale, también me retiro entonces, te espero de este lado.
—Hasta luego, Vonne.
La nombrada no correspondió aquel saludo pues ya que se iban a ver podría corresponder como era debido. Ahora simplemente se dedicó a bajar las escaleras hasta la cocina, abrió al menos tres cajas en busca de los consumibles, cuando dio con ellos, colocó el hervidor en la hornalla y la tostadora en el enchufe, iba tarareando alguna melodía inventada de su cabeza y se movía al compás, agregó en el agua unas tres cucharadas llenas de café negro instantáneo y dejando que el olor se esparciera por todo el espacio, en la tostadora metió dos panes y en una sartén colocó cinco rebanadas de tocineta y dos salchichas polacas, las iba moviendo con un tenedor, pronto la cocina se llenó de una gran variedad de aromas, el más predominante podía ser el café pero todo combinado era una interesante y gloriosa explosión para el deleite del olfato. Cuando terminó aquello, hizo un revuelto de huevo con queso y repartió cada cosa entre dos platos y el café en dos tazas, iba a sentarse cuando su pareja apareció por el marco de la puerta corrediza bien enmarañado y aún somnoliento.
—¡Casi se te pegan las sábanas!, buenos días.
Se aproximó a él para dejarle un buen beso en forma de saludo, beso que le fue correspondido pero a paso lento porque aún estaba medio adormilado.
—Iba a desayunar, siéntate conmigo, anda.
Le señaló la mesa con todo servido, él le dedicó una mirada de agradecimiento y una pequeña sonrisa para halar la silla hacia sí y sentarse al lado de Vonne, lo primero que se terminó fue el café, a diferencia de ella que había optado por empezar por una de las tostadas con mantequilla.
Luego de tal chute de cafeína, se mantuvo mucho más repuesto, ingresando una gran parte de su porción en su boca liberó un gruñido de puro gusto, agradecía poder comer una comida decente después de la noche particular que había pasado. Para Yvonne no pasó desapercibido el hecho de que en menos de diez minutos Mauro había logrado desaparecer el contenido de su plato, él solía comer pausado, pero en ese momento se mostraba hambriento, esa acción, muy a su pesar, a chica también la dejó pasar, era bueno que tuviera apetito después de todo.
—Pareciera que no fueras probado bocado en días, cariño.
Acarició el dorso de su mano con las yemas de los dedos suavemente.
—Supongo que la mudanza me abrió el apetito.
Le restó algo de importancia él también y después se dedicó a esperarla a ella mientras ojeaba su teléfono y comentaba alguna cosa para romper el silencio que de repente se formaba en el ambiente. Por momentos le daba miradas a ella y sonreía recordando cualquier cosa, ella a veces lo atrapaba mirando.
—¿Qué me ves tanto?
—Te estoy admirando, ¿está eso mal? —interrogó.
Ella negó tranquila y sencillamente se ocupó de su desayuno dejando la mitad del café para el final de este.
—No sé qué tanto miras pero yo también puedo observarte—replicó jugando.
Para darle énfasis a sus palabras abrió grandes sus orbes grises y lo evaluó de arriba abajo haciendo tiernas muecas, él se mordía el interior de la mejilla viéndose como un chiquillo complacido y maravillado por lo que le mostraban o decían, se veía también un poco tierno en aquella guerra de miradas; iban empatadas las ojeadas grises contra las ojeadas azules, eso hasta que Mauro terminó riéndose por aquel juego extraño.
—¿Harás algo hoy? —preguntó él.
—Invité a venir a Adaira para ayudarme con las cosas de la casa, ¿tú vas a instalar tus antigüedades o vas a desarmar alguna o una cosa así? —intentó adivinar.
Velmondo medio afirmó con la cabeza y soltó un suave "mhum" acompañando ese asentimiento.
—Sí y pensaba llevar mi reloj de muñeca a comprarle batería nuev... —le echó un rápido vistazo al objeto con una mueca extrañada, no sucedía nada raro con su reloj —, olvídalo, debió ser mi imaginación —se retractó.
—¿Sucedió algo? —quiso saber.
—Nada de lo que preocuparse —negó al final —. Yo mejor voy llevando mis cajas al nuevo cuarto de tesoros, mientras antes acabe será mejor.
Sin decir nada más pasó por al lado de ella, depositó un beso en su boca y otro en su frente y se retiró a hacer justo lo que dijo, por su parte, Vonne no pudo objetar por la velocidad con que él desapareció por aquella corrediza, más tarde u otro día hablaría con él.
Por el otro lado, Adaira había llegado veinte minutos después de aquella extraña escena, por lo que Yvonne se distrajo de ello y fue a recibirla con su debido beso en la mejilla y un gran abrazo de oso, luego de ponerse al día, dieron inicio al primer día de limpieza y acomodación.
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¡Hola mis buitrecitos del señor!
Cómo están? espero que bien, bueno, he aquí el primer capítulo de esta cuestión, ahí me van contando qué tal les pareció. No sé cuándo suba el próximo pero espero que pronto, qué me cuentan aparte de números, cómo los trata la vida, a mí bien, pero a veces es una desgraciada... okno, en fin, no tengo algo más educativo o revelador que decir, la verdad, so la yo se va retirando. Nos leemos en el siguiente cap C;
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Se les quiere y aprecia 💘
Con parte de mi amor 💜
Tiniebla.
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