Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25.

Como Caleb aparentaba ser el tipo de persona que se pasaba la tarde leyendo en vez de salir, tomar unas copas y trasnocharse, pensó que quizá su familia era como él. Estaba equivocada... otra vez.

La fiesta duró hasta casi medianoche, y solo porque los primeros invitados ―los abuelos maternos y paternos de Caleb― decidieron retirarse luego de una taza de té caliente. Los primos fueron los últimos en irse. Liam se retiró cerca de las diez con la esperanza de que una buena noche de sueño borrara los efectos del whiskey antes de su entrenamiento a las seis de la mañana. Catharina se fue poco después. Pasaría la noche en el palacio y regresaría a Dinamarca en la mañana. La pobre debía estar agotada luego de haberse pasado toda la noche ignorando la existencia de Liam.

―Nos quedaremos a dormir ―anunció Simon con el brazo izquierdo envolviendo la cintura de su esposa, quien apoyó la cabeza en su pecho―. No quiero obligar a mi chofer a que nos lleve a casa.

Un hombre rubio, acompañado de una mujer elegante y con el pelo ―también rubio― amarrado en un elegante moño. Sam y Rachel, los había llamado Caleb. Sam era el chofer de Simon y Rachel su secretaria y el que estuvieran en la lista de invitados le ayudó a comprender que, más que empleados, eran todos amigos.

Un grupo de amigos que no dejó de molestar a Caleb toda la noche.

―Es nuestro trabajo molestar al más chico ―estableció Isaac con el brazo apoyado en los hombros de Caleb.

―Espacio personal. ―Caleb se encogió y escapó del abrazo fraternal.

―Nunca tendrás tu espacio personal de vuelta. ―Julian se posicionó a la izquierda de Caleb―. Mientras estemos en este mundo, te vamos a hacer la vida miserable.

―Cuanto cariño, muchas gracias.

Julian pasó el brazo por los hombros de Caleb y, mientras luchaba por escaparse, Isaac lo hizo también.

―Por estas cosas es que no los eché de menos a ninguno mientras estaba en Mónaco. ―Golpeó a Julian en el costado con la suficiente fuera para que se arqueara y aflojara su agarre. Con un rápido movimiento, escapó de Isaac, rodeó al grupo corriendo y se detuvo detrás de Alina, lo que le arrancó una carcajada al grupo.

―Espero que no me estés usando como escudo ―masculló ella con una sonrisa torcida.

―Pero lo necesito. ―Amagó un puchero―. Estos brutos no molestarían a una linda chica.

―Excepto que ella es la más chica del grupo ―puntualizó Sam mientras se rascaba la barbilla―. ¿Cuál es nuestra ley?

―Molestar siempre al más chico ―repitieron Isaac, Julian y William.

Esta vez fue Alina la que se escondió detrás de Caleb.

Alina se pasó el resto de la noche esquivando los abrazos del grupo, aunque William le tendió una serie de trampas y, en un parpadeo, acabó rodeada por un montón de brazos. Los chicos compensaron sus repentinos ataques de idiotez trayéndole bebidas o bocadillos o simplemente moviendo la silla para que pudiera sentarse. Caleb no la salvó de una sola demostración de afecto. Estaba tan adecuado a ellos como respirar, y quería que viviera la misma costumbre.

Para Alina, sin embargo, estar rodeada de una familia tan enérgica era toda una experiencia. Así que, a medida que Caleb y ella recorrían el corredor hacia las habitaciones, el agotamiento cayó sobre ella como la casa de los tíos de Dorothy sobre la Bruja Mala del Este. Caleb, por otro lado, parecía inalterado por la hora. Caminó junto a ella en silencio, bebiendo sorbos de la copa con vino sin alcohol. Su perfil era dolorosamente atractivo mientras cargaba la chaqueta sobre el hombro izquierdo, con el brazo flexionado mientras la sujetaba con el pulgar. Si no fuera por el dolor en los pies, Alina habría permitido que le temblaran las piernas.

Caleb debió notar que su andar se ralentizó porque se detuvo y la estudió con una mirada inquisitiva.

―Estoy bien ―le dijo ella antes de reanudar la caminata―. Solo estoy cansada.

―¿Los zapatos?

Alina se echó a reír.

―¿Cómo lo supiste?

―Porque caminas como si estuvieras en una cuerda floja. ―Se interpuso frente a ella y le tendió la copa―. Sostenla por mí un momento.

Lo siguiente que supo fue que Caleb estaba de rodillas, y en lo único que Alina podía pensar era lo que le había dicho en la tarde. «¿No prefieres que me ponga de rodillas? Soy un hombre hambriento». Y con el recuerdo de su declaración en su cabeza, el agotamiento la abandonó. Los dedos de Caleb jugaron con las correas de sus tacones. Inocentes y suaves toques de sus manos traspasaron la seguridad de sus medias. El cuerpo de Alina recibió los corrientazos de placer como si estuviera atada a una silla eléctrica. Pero supo de inmediato que no había nada de inocente en el proceder de Caleb cuando trazó el largo de sus piernas con las manos a medida que se ponía de pie. La espalda de Alina se arqueó en el momento en que se metieron por debajo de la falda del vestido. Un par de intensos y oscuros ojos verdes la devoraron. Su respiración se aceleró; su pulso se disparó. Deseando que la copa que sostenía con volubilidad contuviera alcohol, se bebió el contenido de un solo trago.

―Lo estaba guardando para más tarde ―la voz de Caleb, ronca, profunda y con un tinte de peligrosidad, vibró en el pecho de Alina.

―¿Para qué? ―Dios, ¿esa era su voz? Sonaba como si no hubiera bebido agua en días.

―No te lo voy a decir, prefiero mostrártelo. Debí traer una botella.

―Mmm... ―Se pasó la lengua por los labios, olvidando por completo el labial―. He puesto una en la habitación. Pensé que podríamos hablar antes de irnos a dormir.

―¿Hablar de qué?

Sí, ¿de qué? Le costaba idear un pensamiento claro mientras las manos de Caleb siguieran escondidas debajo del vestido.

―De nosotros ―logró decir.

―Suena importante.

―Lo es.

Caleb volvió a descender y, tras hacer soltado las correas, la ayudó a quitarse los tacones. Acomodó el saco en el brazo izquierdo y agarró los zapatos con los dedos.

―Vamos. ―Le tendió la mano derecha. En cuantos su dedos se entrelazaron, el corazón de Alina se aceleró. ¿Es que no se podía mantener tranquilo si él estaba cerca?

Caleb la condujo por el corredor en silencio. Las palabras sobraban, de todos modos. Alina ya no sentía esa desquiciante necesidad de llenar los silencios para que su ansiedad no creciera. Era libre de ese gran villano siempre que Caleb la confortaba.

Al llegar a la habitación, Caleb abrió la puerta y le permitió pasar primero. El sutil y breve roce de sus cuerpos causó una peligrosa tormenta eléctrica y, por la intensa manera en que Caleb la observó mientras caminaba, supuso que él también lo había sentido.

En el centro de la habitación, a tímidos pasos de la cama, Alina había pedido que pusieran una mesa redonda con una botella de vino en una cubeta con hielo y algunos bocadillos. Alina agarró una cereza y le dio una suave mordida.

Caleb arrojó los zapatos de Alina en una esquina de la habitación y se acercó de nuevo a ella. Caleb movió una de las sillas y se la ofreció. Ni bien se había acomodado, una copa de vino apareció frente a ella, reemplazando la vacía. La tenuidad de la luz enmarcó el duro perfil de Caleb. La mandíbula tensa mientras servía una porción de frutas para cada uno, la manera en que la camisa de lino blanca enmarcaba la flexión de sus brazos y el entalle del pantalón acentuaba la única fruta que se le antojaba probar.

―¿Te gustó la fiesta? ―eligió iniciar con la pregunta más sencilla.

Caleb, con la espalda apoyada de la silla, agarró la copa por el tallo y agitó la bebida. La sombra de una sonrisa se asomó en sus labios, un truco de la luz que la hizo tragar en seco.

―Sí. ―Arrastró la copa por la mesa en línea recta―. No sabía que lo necesitaba tanto. Gracias por conocerme mejor que a mí mismo.

―Estamos a mano, ¿no? Nadie me conoce mejor que tú.

―Es cierto ―dejó la copa a un lado, se inclinó sobre la mesa y apoyó los brazos cruzados―. Nunca preparaste una mesa así para hablar conmigo, por lo que sé que es serio.

―Importante me gusta más.

―Como prefieras, princesa. ―Caleb inclinó la cabeza y esperó a que ella continuara.

Armándose de valor, Alina suspiró y decidió quebrar el hielo con un firme martillazo.

―He evitado hablar de nuestro futuro porque, independientemente de la decisión que tome respecto a la sucesión, sé que te afectará también. ―Caleb asintió a su señalamiento―. Quiero saber qué esperas tú.

―¿De qué exactamente? ―Caleb levantó la copa, pero no bebió de ella.

―Tu hospedaje en Mónaco es temporal. ―Alina tragó saliva con dificultad. El eco de sus palpitaciones resonó dentro de su cabeza―. ¿Nosotros también lo somos?

La comisura derecha de Caleb se levantó quedamente.

―Sabes que no, no es temporal, y lo afirmo con todas sus palabras porque sé que necesitas escucharlo, aunque ya lo sepas.

Sin decir nada, Alina asintió.

―¿Qué haremos si decido aceptar la sucesión? ―Alina apretó los labios mientras procesaba sus siguientes palabras―. Para ser honesta, conocer a tu familia ha sido maravilloso, pero también me ha llenado de incertidumbre. Y te confieso también que por un momento se me pasó por la cabeza olvidarme de Mónaco y mi propia familia. Londres es un lugar mucho más agradable, y tu familia hace que me olvide del desastre que es la mía.

―Pero no puedes ―el tono comprensivo de su voz le arrancó un suspiro.

Alina clavó la mirada conflictuada en el líquido oscuro del interior de la copa. Deslizó el índice izquierdo por la boca redonda y, luego de varios segundos de silencio, habló:

―Cada vez que medito mis opciones, hay un pensamiento que sobrepasa los demás: ¿cuál es la mejor decisión para mí y mi familia? ―Se apartó el mechón de pelo que se deslizó por el hombro con un rápido movimiento de la mano―. La cosa es... y sé que sonará muy mal... Pero no quiero pensar en lo que es mejor para mi familia. Solo en lo que sea bueno para mí. ¿Eso me convierte en una mala persona?

―Te convierte en una persona que quiere recuperar las riendas de su vida. ―Caleb agarró una uva verde y la mordió a la mitad―. Has pasado por mucho. Superaste el cáncer. ―La mención de esa palabra le causó un escalofrío―. Debiste haber disfrutado tu vida, salir con amigos, celebrar tus cumpleaños, viajar... Pero te quedaste en Mónaco y recibiste toda la carga de las responsabilidades de Rainier y cumpliste con las imposiciones de Reynard. Creo que ya es momento de que elijas lo que es mejor para ti.

―Me da miedo escoger la decisión equivocada. ―Empuñó la mano derecha. Dios, las palmas le sudaban.

―Cometerás errores, y eso está bien. ―La mano de Caleb recorrió la mano hasta llegar a la de ella, todavía empuñada. En cuanto la abrió, rozó la punta de sus dedos, una caricia tierna que la relajó al instante―. Pero serán tus errores por decisiones que tomaste tú, no tu padre ni Rainier.

La opresión en su pecho desapareció.

―Tienes razón. ―Esbozó una tímida sonrisa―. Creo que sé lo que quiero, es que...

El silencio se abalanzó sobre los dos. El único ruido en la habitación era el de sus respiraciones pausadas.

―Alina. ―Caleb recitó su nombre con tanto cariño y dulzura que se le empañaron los ojos. El roce de sus dedos se convirtió en un firme apretón―. Amo a mi familia y haría lo que sea por ellos. Han sido mi pilar más fuerte durante toda mi vida. Pero mis sentimientos son claros e iré donde tú vayas. Te deseo más de lo que jamás he deseado algo. Quiero un futuro juntos y no me importa dónde tenga que estar mientras esté contigo.

―¿Y una familia? ―Alina tragó saliva. La ansiedad repiqueteó en su garganta. Su pulso se aceleró, y Caleb debió percatarse porque frunció el ceño―. Nunca hablamos de la posibilidad porque no pensé que llegáramos a este punto, pero hay una posibilidad de que... ―Apretó los labios para no echarse a llorar―. Es posible que no pueda tener hijos. El tratamiento contra el cáncer redujo mis probabilidad.

―Encontraremos una solución para eso ―su firme convicción le arrancó una sonrisa.

―¿Adoptando? La ley no permite que un hijo adoptado sea considerado en la línea de sucesión. Es lo que pasó con Sabine.

―Reynard nunca protegió sus derechos, pero tú sí. ―Caleb reafirmó el apretón de sus manos―. Si no pudiéramos tener hijos y decidimos recurrir a la adopción, sé que serás una férrea defensora de los derechos de ese niño. O niña. Honestamente, me gusta la idea de una niña. Me crie con demasiados varones.

Desde que los médicos le notificaron de la reducción de sus posibilidades de quedar embarazada, Alina prefirió no pensar en ello hasta que fuera estrictamente necesario. Con el transcurso de los años, y la extensión de su soltería, llegó a pensar que nunca encontraría una pareja. Pero ahora la idea de crear una familia con Caleb la llenaba de una dicha indescriptible.

―A mí también me gusta la idea de tener una niña.

―Está decidido entonces. ―Caleb levantó la copa y Alina lo imitó―. Por nuestro futuro.

Una chispa de felicidad estalló en su pecho. Un futuro, decidido por ella. Un futuro con un hombre que amaba con tal intensidad que, de solo mirarlo a los ojos, que la observaban como si fuera la joya más preciosa sobre la faz de la tierra, su cuerpo entero vibraba.

―Por nuestro futuro.

El choque de copas la hizo temblar, pero no tanto como la intensa y hambrienta mirada de Caleb por encima de la copa mientras bebía el vino como si fuera agua. Alina, por el contrario, le dio tímidos sorbos al líquido frío.

Caleb se puso de pie, agarró la botella y se sirvió poco más de lo usual. El pulso de Alina se disparó. ¿Cómo había hecho para llenar la copa sin derramar una sola gota mientras la miraba fijamente? Un interesante misterio, sin lugar a duda. De pronto sedienta, Alina se bebió el contenido de la copa en dos largos tragos.

―¿Quieres más? ―le ofreció Caleb, lo que le arrancó una carcajada a Alina.

―¿Por qué no? No nos emborracharemos, de todos modos.

Caleb rodeó la mesa, se sentó apoyado del borde y, con lentitud, llenó la copa de Alina. El chapoteo del líquido esparció el olor dulzón y picante del vino. Si no había alcohol en la bebida, entonces ¿por qué sentía su mente tan anubarrada?

―¿Tenemos algo más de lo que hablar? ―Alina ya lo conocía tan bien que descubrió a la primera las intenciones detrás de esa pregunta. El tinte oscuro en su voz lo delató, pero no tanto como la voraz mirada que le sostenía.

―No ―su voz sonó rasposa―. ¿Por qué? ¿Qué tienes en mente?

La diabólica sonrisa de Caleb la hizo estremecer.

―Ponte de pie. ―Puso la copa en la mesa y, sin abandonar el apoyo de su cadera en el borde de la mesa, descansó las manos en el hueco de sus piernas.

Como si Caleb fuera el dueño de su cuerpo, hizo lo que le pidió.

―Date la vuelta.

Quería preguntar por qué. Su cuerpo no. Alina se dio la vuelta, copa en mano, y esperó. Su piel se calentó en cuanto sintió su cercanía.

―Recuerda que tú me diste la idea.

―¿De qué estás...? Oh. ―Alina se tensó en cuanto Caleb pasó la corbata por encima de su cabeza―. Te estimulas con facilidad.

―Soy un hombre creativo que ha encontrado su musa.

Caleb amarró la corbata y le tapó los ojos. La habitación desapareció, pero su cuerpo se mantuvo en alerta. Rastreaba el de Caleb como un radar. Su piel se erizó con tan solo saber que estaba cerca. La respiración de él danzó cerca de su oído derecho. La espalda de Alina chocó con la dureza del pecho de Caleb al retroceder, pero él la sujetó con fuerza de la cintura.

―Quédate quieta. ―Alina tragó saliva con dificultad. Con un sentido menos en funcionamiento, su audición captó una profundidad electrizante en su voz que sacudió cada una de sus terminaciones nerviosas. Agradeció que se deshiciera de los tacones o no habría podido mantenerse de pie.

La copa desapareció de su mano, lo que la sobresaltó.

―No he terminado de beber ―le recriminó con un tono vacilante entre la diversión y la provocación.

―Sabe delicioso, ¿no es verdad? ―Pese a los pasos silenciados por la alfombra, Alina percibió su andar. Estaba segura de que se encontraba delante de ella―. ¿Quieres un poco ahora?

―Sí ―respondió con un jadeo.

―Echa la cabeza hacia atrás.

Alina obedeció, abrumada por el tacto sutil de la mano de Caleb que la sujetaba por la cintura. La expectativa le aceleró las palpitaciones. El vino dulzón cayó dentro de su boca con delicadeza y se deslizó lentamente por su garganta. Alina jadeó en cuanto Caleb cambió la trayectoria de la botella y el vino se escurrió por la garganta y continuó por la división de sus pechos.

La lengua de Caleb recorrió el trayecto y bebió el vino de su piel con suaves succiones que se convirtieron en mordidas a medida que descendía al escote. Alina lo buscó con las manos. Encontró su pecho y percibió la vibración de su respiración agitada a través de las palmas.

―He querido hacer esto desde hace mucho tiempo. ―El inesperado mordisco en su barbilla la sobresaltó―. Esta es mi nueva adicción. ―Los labios de Caleb regresaron al territorio de su cuello, perdida cualquier sutilidad y ternura. la mano con la que la sujetaba de la cintura la acercó a él de golpe y Alina se estremeció ante la violenta fricción de sus ropas.

―Quítame el vestido ―le ordenó.

Alina escuchó con atención. Un golpe sordo ―el de la botella chocando con la masa superficie de la mesa―, pasos ahogados por la alfombra y la respiración descontrolada de Caleb. En un parpadeo, sus brazos la envolvieron por la cintura, le dieron la vuelta y la depositaron sobre la mesa. Caleb le separó las piernas con la rodilla.

―El vestido ―demandó ella. Estiró las manos e intentó tocarlo, pero Caleb las sujetó de la muñeca con firmeza, pero sin ejercer la brusquedad.

―Estás en mi país, princesa. Aquí las órdenes las doy yo. ―Oh... Ese tono autoritario le encantaba tanto―. Quédate quieta o tendré que amarrarte las manos.

Alina le rodeó la cintura con las piernas y lo instó a acercarse. Caleb dejó escapar una ronca carcajada.

―Lo había olvidado. ―Las manos de Caleb iniciaron la invasión debajo del vestido―. A esta princesa ya no le gusta que le digan qué hacer.

―Esta princesa quiere que te pongas de rodillas.

―¿De verdad? ―La diversión danzó en su voz.

―Ambos sabemos que, sin importar el país en el que estemos, las órdenes siempre las doy yo.

La ronca carcajada de Caleb lo confirmó. De un momento a otro, sus rápidas manos le quitaron las medias. Sus pulgares trazaron círculos en el interior de sus muslos, y Alina arqueó la espalda, una clara invitación que Caleb no desaprovechó. Deslizó las manos por los costados, llevándose consigo el borde del vestido. Alina levantó las manos y le facilitó el trabajo. La expectativa le secó la garganta. Lo sentía cerca. Escuchaba su respiración. Entonces... ¿por qué no hacía nada? La única prenda de ropa que llevaba eran las bragas. ¿A qué demonios esperaba ese hombre?

El líquido frío se escurrió por la división de sus pechos. La nariz de Alina captó el olor dulzón del vino al tiempo que la lengua de Caleb recorría el camino húmedo y pegajoso. Alin echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un gemido tembloroso. Su mente se entumeció, concentrada solamente en el placentero recorrido de su lengua, las suaves succiones que se convertían en mordidas y la pesada respiración de Caleb.

―Una simple copa ya no será suficiente para probar un vino. ―Una de sus manos se detuvo en el vientre de Alina y, con un suave empujón, le indicó que apoyara la espalda en la mesa. Alina obedeció sin chistar―. Sabe tan bien en ti. Soy un jodido adicto.

Caleb le levantó las piernas, las apoyó sobre sus hombros y, con un voraz lametazo en su húmeda carne, Alina olvidó lo que era pensar. Con la espalda arqueada, la oscuridad perpetuada por la corbata enrollada alrededor de sus ojos acrecentó sus sentidos. La habitación olía diferente. Calientes oleadas de placer los rodeaban con un intenso matiz de sudor y lujuria. Su cuerpo temblaba. Quizá fuera el largo día de anticipación lo que la había convertido en un manojo de nervios frágiles. O quizá que estuviera desprovista de la vista. O la manera en que Caleb pasó los brazos por debajo de sus piernas y la atrajo hacia él mientras la consumía. O quizá era una recopilación de cada detalle. Sin importar lo que fuera, Alina no paraba de retorcerse y luchar con su respiración acelerada, el errático pulso amenazando con hacer estallar a su corazón...

El orgasmo rompió su cerebro en mil pedazos. Apretó la cabeza de Caleb con los muslos, pero no se detuvo. Se retorció de placer y, desprovista de autocontrol, separó los labios y gimió su nombre con un tembloroso hilo de voz. Percibió su carcajada a través de su piel húmeda.

Cuando se separó de ella, Alina se desplomó en la mesa con la cabeza dándole vueltas.

―Definitivamente lo haré de nuevo. ―Alina jadeó, sus pensamientos embriagados con la densa excitación en la voz de Caleb―. Tu orgasmo sabe tan bien con vino.

Alina gimió.

―Pero no ahora. ―El tintinar metálico le indicó a Alina que se desabrochaba los pantalones.

Alina se pasó la lengua por los labios.

―Tienes una mente más sucia de lo que pensaba.

―Nunca dije que no tuviera una. ―Captó el sonido del plástico rasgado―. No puedo evitarlo cuando estoy contigo.

Caleb se situó entre sus piernas, y con el rose del interior de sus muslos, Alina se percató de que estaba desnudo. Caleb la sujetó de la cintura. El cuerpo de Alina palpitó ante la tirante expectativa, arqueó la espalda y, como incentivo, enrolló las piernas alrededor de la cadera de él. Un árido gemido escapó de ambos cuando sus cuerpos se fusionaron.

Caleb se movió lentamente, dándole tiempo para adaptarse. Alina apoyó las manos en la mesa y se acomodó. Tanteó el espacio entre ellos y clavó las uñas en los brazos de Caleb, extendidos y apoyados en el borde de la mesa. Con las piernas todavía envolviendo a Caleb por la cintura, lo atrajo más hacia ella hasta que, de alguna manera, estaban tan cerca que sus endurecidos pezones se frotaron contra el pecho de Caleb. De algún modo, en la oscuridad, encontró su boca y probó el sabor de su sexo en sus labios.

De un brusco tiró, Alina puso fin a la oscuridad y se deshizo de la corbata. Achicó los ojos mientras se adaptaba a la tenuidad de las luces de la habitación. Lo que ella quería era beber el fuego de sus ojos. La famélica intensidad, la sombra de placer en su iris, la separación de sus labios, el torbellino de su respiración fusionándose con la de ella.

Una necesidad desesperada recorrió sus cuerpos. Caleb ya no era un amante gentil. Era un hombre desesperado. La punzante tensión en su vientre y en sus piernas le arrancó un gemido. Clavó las uñas en la nuca de Caleb, lo atrajo hacia ella y poseyó su boca. Su cuerpo se tensó. Caleb se movió más rápido. Ambos cuerpos sincronizados vibraron con la misma intensidad. El orgasmo la golpeó como un relámpago en mitad de la noche. Caleb la sujetó de la cintura con ambas manos y, con una última embestida, silenció el eco de su propia liberación con un demandante beso.

Caleb apoyó los brazos en el borde de la mesa y la frente en el hombro derecho de Alina, la piel de ambos aún fusionada y cubierta por la humedad del sudor y el vino.

―Necesito ducharme ―dijo ella con la voz reseca.

―Mmm. ―Caleb dejó un tierno beso en su hombro y levantó la cabeza para mirarla. Una sombra de complacencia, pero también de cansancio, se situó en sus iris verdes―. Suena bien.

Caleb fue el último en salir de la ducha con solo el pantalón largo blanco del conjunto de pijama blanca se secaba el pelo con la toalla verde. Satisfecha con la rápida limpieza que le dio a la mesa, y sorprendida por el desorden que habían causado, se sentó en el borde de la cama y se trenzó el pelo. Caleb colgó la toalla en el espaldar de una de las sillas, destapó la bandeja de las frutas y agarró un par de uvas verdes.

―Si tienes hambre, puedes acabarte lo demás. ―Siguió su trayectoria hacia la cama con la mirada. Caleb se desplomó en su lado, apoyó la cabeza en el espaldar y cruzó las piernas―. Pedí varias cosas, no solo frutas.

―Estoy más cansado que hambriento. ―Golpeó el lado vacío dos veces con la mano―. Ven.

Incapaz de disimular la felicidad que su oferta le causaba, se arrastró en el colchón y descansó la cabeza en el húmero. El brazo izquierdo de Caleb la rodeó de inmediato y, antes de echarse otra uva a la boca, le depositó un beso en la coronilla.

―Caleb...

Su escueto «mm» vibró en su oído.

―He tomado una decisión. ―Levantó la mirada quedamente, pero al percibir que él también la miraba, suspiró buscó sus ojos―. ¿Estás preparado para luchar en esta batalla?

―Ya tenía lista mi armadura, princesa. Estaba esperando que tomaras la decisión.

El próximo capítulo es el final, gente 🥺. No puedo creer que esto ya se termine 😭

¡Nos vemos la próxima semana! 🩷

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro