Capítulo 24.
―¿Siempre estás tan agitada?
Alina echó un vistazo por encima del hombro y sonrió quedamente al percatarse de que era William. El personal y la familia acostumbraban a levantarse temprano mientras que ella y Caleb aprovechaban la mañana para reponer las horas de sueño. Codo a codo, ambos habían trabajado los últimos días en sus respectivos proyectos. Alina logró terminar los bocetos y se los envió a Claudia. Caleb, por su parte, ya veía cerca el final de la novela. Una parte de ella sospechaba que la familia de Caleb les había dado el espacio para trabajar sin distracciones.
Pero ahora que no tenía pendientes que completar, el insomnio y la ansiedad se convirtieron en sus acompañantes habituales.
―¿Siempre estás despierto a esta hora? ―contraatacó ella.
William estiró los brazos por encima de la cabeza. Llevaba puesto un conjunto de pantalón y sudadera negro y unas zapatillas deportivas blancas. Metió las manos en los bolsillos y se adentró al salón del té. Quizá era por la calidez o por el dulce olor a galletas de vainilla, pero ese era su lugar favorito del palacio. La vista del inmenso jardín que se observaba a través de la hilera de ventanales la distraían de la turbulencia de sus pensamientos. No podía, sin embargo, aplacar el desagradable sabor de la melancolía. Echaba de menos la playa. A donde quiera que mirara, siempre se topaba con el difuso rose del mar y el cielo. El sol quemándole la piel, el olor del aire salado abriéndose paso por sus pulmones...
―Antes solía ser el último en levantarse. ―William se acercó a la mesa, donde la taza de té de Alina humeaba. Lo observó en silencio mientras servía una para él―. Ahora tengo demasiados pendientes.
Alina bufó, de pronto torturada por la envidia.
―¿Qué hay de ti? ―William observó caer el terrón de azúcar en la taza como si acabara de lanzar una bomba al parlamento―. ¿Demasiado ocupada como para dormir? ¿O todo lo contrario?
―No estoy acostumbrada a no hacer nada. ―Con las piernas cruzadas, se inclinó y agarró la taza de té con las dos manos. El calor traspasó sus dedos y suspiró.
―El que dijo que los nobles la tienen fácil es porque no han vivido el insomnio de la madrugada. ―William le obsequió una sonrisa condescendiente antes de beber de la taza―. La realidad es que, una vez que estableces una rutina, el no hacer nada es una tortura. Ya no me imagino levantándome tarde, salir todo el día y llegar a medianoche.
―¿Noches de fiesta? ―Imaginárselo como un hombre fiestero no le costó esfuerzo alguno. William tenía la pinta de ser el alma de cualquier fiesta. Incluso sus sonrisas condescendientes conservaban la picardía de su carácter.
―Ser un fiestero aburre con el tiempo si se convierte en una rutina. ―Echó la silla hacia atrás y se repantingó en ella―. Pero creo que dejé eso de lado cuando descubrí lo que quería hacer con mi vida. Me alegra poder perseguir un objetivo. ―Bebió de la taza con un asentimiento de aprobación y limpió los residuos del líquido con la lengua―. El incesante movimiento de tu pierna es el de alguien que no sabe qué hacer con su vida. ―Ahí estaba la sonrisa pícara―. Ya la tuve una vez.
Alina echó un vistazo a sus piernas juntas y, en efecto, se movían con insistencia. Apoyó la taza en la rodilla y suspiró.
―Se supone que Caleb y yo vinimos a Londres para desconectarnos unos días de los problemas. ―Sus ojos se concentraron en las ondas del té por las suaves sacudidas de su pierna―. Funcionó.
―Hasta hoy.
Alina se mordió el interior de la mejilla derecha.
―Revisé las noticias. ―Echó un tentativo vistazo al teléfono sobre la mesa: un aparatejo que, de pronto, adquirió la peligrosidad de una granada―. Nunca las reviso. Rainier tuvo razón en algo: no he querido saber lo que dicen de mí porque siempre he pensado que mi participación en los eventos sociales era temporal. Solo soy la hermana menor del príncipe heredero cubriendo su espalda o apoyando a la familia. Cumpliendo un deber, ¿sabes?
William dejó escapar una suave carcajada.
―¿No te gustó lo que encontraste?
Alina frunció los labios. No estaba segura. Los rumores de una crisis en la familia real se esparcieron por Mónaco como pólvora. Rainier no se presentaba a los eventos, su madre declinó un montón de invitaciones, Reynard perdía los estribos cuando la prensa le preguntaba por sus hijos y nadie sabía dónde estaba Alina. «La princesa Alina ha desaparecido», decía uno de los titulares. «Crisis en la Casa Valenti», decía otro. Pero el que le revolvió el estómago y le impidió continuar con la ingesta del té hasta la llegada de William decía: «En peligro el destino de Mónaco: la ausencia de los herederos pone en jaque al gobierno».
―No pensé que la situación fuera a escalar a este punto ―dijo antes de suspirar―. Se suponía que estas cortas vacaciones me ayudarían a hacer las paces con las decisiones que debo tomar, pero las he ido aplazando y Mónaco está sufriendo las consecuencias.
―Sé que los medios han dicho cosas bastante duras. ―William dejó la taza en la mesa y se cruzó de brazos―. Es difícil que lo que digan los demás no se te meta en la cabeza. A mí me pasó y por eso decidí pausar mis estudios. Me tomó casi dos años cambiar de opinión.
―¿Y qué hizo que la cambiaras? ―Apretó la taza con ambas manos.
―Me di cuenta de que no puedo complacer a todos. No importa lo que haga, alguien siempre me juzgará y, en dicho caso, prefiero que hablen de mí por las decisiones que yo tomé y no por apariencias. Nuestra posición nos arrebata la privacidad. No dejaré que también me arrebate mis aspiraciones. Lo que la prensa diga de mí ya no me interesa.
―Palabras profundas de un príncipe fiestero.
―Príncipe mecánico. ―Le guiñó el ojo.
Alina puso los ojos en blanco mientras sonreía.
―¡Ah, justo la persona que quería ver!
La voz femenina captó la atención de William, que giró la cabeza hacia ella.
―¿Tanto me extrañas, Fea?
Olive hizo una mueca de exasperación con la boca y sacudió la mano izquierda en el aire.
―A ti te veo más de lo que me gustaría. ―Una simpática sonrisa apareció al cruzarse con la mirada de Alina―. Un pajarito me dijo que te hacían falta unas medias. ―Le mostró una bolsa negra con el nombre de «Silk&Devotion» impreso en blanco―. Son pantimedias térmicas. Negras, color piel, de cintura alta o cintura baja... Creo que he acertado en tu tono.
―¿Las medias se usan según el tono de piel? ―William frunció el ceño, con la mirada intrigada fija en el paquete.
―Estas sí. Son personalizadas. ―Dejó la bolsa en la mesa y esperó a que Alina echara un vistazo―. Ya puedes usar minifaldas y vestidos sin morir de frío en el proceso.
Alina esbozó una sonrisa que le levantó los pómulos.
―Eres mi salvación. ―Alina abrazó la bolsa―. Extraño mis minifaldas.
―Tengo que llegarte a Silk&Devotion. Es el mejor lugar para comprar lencería.
―Basta, ¿no? ―William se puso de pie con un bufido―. Si sabes para quién estaría comprando esa lencería, ¿cierto?
―No pongas esas ideas en mi cabeza, por favor.
Alina apretó los labios para contener la carcajada.
―Las compraría para mí, por supuesto. ―Alina sacó una de las medias cuidadosamente dobladas y examinó la gruesa tela con roses circulares del pulgar―. Las usaré esta noche.
―¿Seguimos en pie con eso? ―preguntó William.
―Por supuesto. ―Guardó las medias en la bolsa―. Sé que Caleb lo necesitará.
―Solo espero que no se enfade. ―Olive adoptó un gesto compungido que no combinaba en absoluto con el vestido rosa y el pelo amarrado en un elegante moño alto.
―Si lo hace, me encargaré de quitarle el enfado. Tal vez Silk&Devotion pueda ayudarme con eso.
―Es todo. ―William rodeó la mesa y se dirigió hacia la puerta―. No puedo quedarme aquí y escuchar a la novia de mi hermano menor hablar de estas cosas. Es casi tan traumático como escuchar a Olive y a Lyla hablar de condones.
―Pues a Lyla sí le sirvió la conversación hasta hace unas semanas.
William se dio la vuelta para fulminar a su hermana con la mirada antes de marcharse.
―Por cierto ―Olive se sentó en la silla que había estado ocupando su hermano minutos antes―, también traje el vestido.
―Te lo agradezco. ―Puso la bolsa en la mesa―. Me he cuidado de no salir del palacio para no atraer la atención de la prensa.
―¿Aún no te aburres de estar encerrada todo el día?
―He aprovechado para adelantar trabajo.
Olive la estudió con una mirada apreciativa como si intentara descifrar qué clase de trabajo podría realizar a la distancia.
―Sabes que la editorial lanzará una edición especial de la novela de Caleb, ¿no? ―Olive asintió con lentitud―. Bueno... Yo soy la artista a cargo de realizar las ilustraciones.
―No... ―Luego de un instante de silenciosa comprensión, Olive se cubrió la boca con ambas manos―. ¿Eso es lo que han estado haciendo en la habitación los últimos días?
―Sí. Un momento. ―Alina se aferró a los reposabrazos con las manos―. ¿Qué piensan que hemos estado haciendo?
Olive levantó las cejas, acentuando su gesto sugerente.
―Oh, Dios. ―Alina se cubrió el rostro con las manos―. No es lo que parece.
―Como diría mi tío Abraham: la única vida sexual que me interesa es la mía.
―¡No era eso lo que hacíamos! ―Dejó escapar una carcajada ahogada al tiempo que se cruzó de brazos sobre la mesa―. Qué vergüenza. ¿También tus padres lo piensan?
―Bueno, en nuestra defensa no sabíamos que trabajaban juntos en un proyecto.
Alina sacudió la cabeza, agarró la taza y bebió para ocultar el intenso rubor de sus mejillas.
―¿Hay algo más con lo que pueda ayudarte?
―No, Anna se ha hecho cargo de lo demás y ya me comuniqué con la sorpresa de Caleb. ―Dibujó comillas en el aire.
―Excelente. Entonces me voy despidiendo. ¡Hasta esta noche! ―Se despidió con un beso en la mejilla.
Alina se hundió en el asiento y, acompañada por el silencio del salón del té, terminó su bebida e imaginó los diferentes escenarios que podrían ocurrir en la noche.
―¿Cuánto más tengo que esperar? ¿De tres a cinco días laborables? ―refunfuñó Caleb.
―¿Tan difícil es ser paciente? ―Alina apretó los labios para no echarse a reír. Caleb estiró las manos, tanteándola en el aire, pero se rindió con un bufido de exasperación. Arrugó la nariz y la corbata que le cubría los ojos se arrugó también―. No estoy tan cerca de ti como crees.
―Ya me di cuenta. ―Apoyó las manos en el colchón y descansó el peso de su cuerpo en los brazos estirados―. No entiendo para qué tanto secretillo. Pensé que solo íbamos a dar un paseo o algo así.
―Mmm. ―Con las manos cogidas tras la espalda, Alina se movió cerca de él, pero siempre midiendo la distancia. Un centímetro más cerca y de seguro la agarraría―. Preparé una sorpresa, así que tienes que confiar en el proceso.
―Me intriga que me hayas cubierto los ojos. En mi propia habitación. No es que me esté quejando, pero pensé que podría tratarse de otra...cosa.
Alina soltó una suave carcajada.
―Es difícil recordar que eres un caballero cuando siempre estás pensando en...eso.
Caleb le obsequió una sonrisa pícara que rayaba en lo diabólica.
―Agradece que no puedes escuchar mis pensamientos. Se me ha ocurrido una idea o dos de qué hacer con la corbata.
Alina ya había leído demasiados libros para no saber lo que eso significaba.
―Y pensar que cuando nos conocimos me pediste permiso para revisarme el tobillo.
―Soy como un vampiro. Una vez que tengo permiso de entrar, me muevo con autonomía.
A Alina no le pasó desapercibido el tinte oscuro en su voz que ocultaba ―o intentaba― la verdadera connotación de sus palabras.
―Hora de irnos. ―Tal como supuso, una vez que estuvo en su periferia, Caleb le envolvió la cintura con los brazos y la atrajo hacia él. Sus manos indiscretas recorrieron el contorno de sus piernas.
―Vestido hasta las rodillas. Suave. ¿Es seda? Se siente como seda. Mmm. ―Su sonrisa pícara volvió a aparecer―. El vestido tiene un corte en la pierna. Me gusta. ¿Ya me dejas ver el color? ¿Es verde?
―No, y no. ―Rasgó sus mejillas con el filo de las uñas―. Suéltame y ponte de pie.
―¿No prefieres que me ponga de rodillas? Soy un hombre hambriento. ―Alina se tensó con el ascenso de la mano derecha de Caleb por su vientre, inspeccionando el corte uve del escote con la punta de los dedos―. Déjame comer algo antes de que me muera de hambre.
Alina detuvo la exploración al sostenerlo con fuerza de la muñeca.
―Contigo hay que proceder con precaución.
―No digas eso, soy yo el que vive en constante peligro. Siempre estoy hambriento y sediento.
Sin comprender bien en qué momento pasó, la mano de Caleb la sujetó de la nuca y, de un momento a otro, la lengua de él se abrió paso por su boca. Un gemido escapó de los labios de Alina, y de inmediato se derritió ante la pericia de ese beso. Su cuerpo entero se estremeció. Sus respiraciones trabajosas se fusionaron en un torbellino húmedo y cálido. Alina clavó las uñas en el nacimiento del pelo de Caleb y, bajo la presión de sus cuerpos, lo sintió tensarse y vibrar.
Una insistente alarma resonó en su cabeza. Había algo importante por hacer, pero ¿qué era? No podía pensar en nada más que la dureza de la erección de Caleb o en los rígidos músculos que la envolvían.
Alina presionó las manos en el pecho de Caleb y se apartó con la cabeza dándole vueltas. Pese a que no podía ver la intensidad de su mirada por la corbata, la torcida sonrisa de Caleb dejó evidenciada la turbulencia de sus pensamientos.
―En cada pareja siempre hay uno que es más fuerte que el otro, ¿eh? ―La ronquera en la voz de Caleb la hizo tragar saliva con dificultad.
―Sí, y ese nunca fuiste tú ―se situó junto a él y, inclinándose, le susurró al oído―. ¿Verdad, amigo?
Caleb se abalanzó hacia ella mientras reía, y Alina retrocedió con los dientes apretados para esconder su carcajada.
―Ven conmigo. ―Con tiento, Alina lo rodeó y lo sujetó del brazo. Le dio un tirón y se puso de pie sin chistar―. Tendrás que confiar en mí en todo momento.
―Ya lo hago, princesa.
¿Qué tan seguro era darle un beso en la mejilla? Con la habilidad que desarrolló para agarrarla con rapidez, el peligro era inminente, así que se limitó a abrazarse a su brazo y guiarlo fuera de la habitación.
―No es que me esté quejando...
―Eso ya lo habías dicho.
―Pero ¿por qué vendarme los ojos?
―Porque te preparé una sorpresa.
―Ya, eso me lo dijiste.
―Nos dijimos varias cosas.
―Y casi te convenzo de pasar la tarde en la cama.
Alina puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza y continuó por el laberinto de pasillos.
―Nos tardaremos un siglo caminando así. Será mejor si me quito la corbata y me la vuelves a poner en la entrada.
―No. ―Le dio un firme manotazo en la palma que lo detuvo al instante―. Sigue las instrucciones.
―No me has dado ninguna. Solo que vaya contigo...a donde sea que tengas la intención de disponer de mi autonomía.
―Iremos a un lugar agradable a comer y a bailar. Eso ya lo hablamos. ―Ralentizó el paso mientras pensaba hacia donde doblar esta vez. Las indicaciones de William habían sido claras, pero la insistencia de Caleb de rodearla por la cintura en lugar de permitir que lo guie del brazo nublaba su raciocinio―. La próxima vez te pondré una correa y caminaremos a distancia.
La ronca carcajada de Caleb resonó demasiado cerca de su oído.
―Si me dices en qué parte del palacio estamos, podré darte direcciones. O podría quitarme la corbata y...
Alina bufó y, recordando el camino, avanzó por el corredor. A medida que se acercaba a su destino, el pulso se le aceleró. ¿Esto contaba como hacer algo a sus espaldas? Después de todo, Alina le había reclamado por resolver el asunto de la editorial sin decirle una palabra hasta dos días después. ¿Y si lo que estaba a punto de hacer lo tomaba como que pasó por encima de sus deseos?
―¿Me debo preocupar por tu pulso acelerado? ―la preocupación en su voz era palpable.
Alina se mordió el interior de la mejilla derecha.
―¿Qué pasa? ―la insistencia de Caleb la hizo reducir el paso, pero, en cuanto su objetivo apareció en su campo de visión, decidió continuar.
―¿Hay algo que olvidaras decirme sobre hoy?
Esta vez fue Caleb el que se detuvo. Pese a sus músculos tensos, se quitó la corbata y observó a Alina con el ceño fruncido.
―No estamos saliendo del palacio, ¿no es así? ―Caleb tragó saliva al observar las puertas dobles del salón frente a ellos―. De todos los lugares que hay en el palacio, ¿por qué escogiste este? ―Apuntó hacia la puerta con una brusca sacudida de la mano.
―Sabes por qué lo hice. ―Alina entrelazó los dedos, mordió el interior de su mejilla y se acercó con tiento. Los ojos de Caleb observaron su avance con una mirada que no lograba descifrar―. ¿Por qué no me dijiste que hoy era tu cumpleaños?
Caleb apartó la mirada, se dio la vuelta y, tras envolverla con brusquedad, arrojó la corbata al suelo.
―Es como si quisieras que pasara desapercibido. ―Caleb tensó los hombros, y cada músculo de sus brazos imitaron el mecanismo―. He compartido con tu familia estos días mientras te dábamos espacio para que escribieras sin distracciones. Sé que fue en este salón, y en el día de tu cumpleaños, donde todo comenzó. Tu madre me contó que no celebras tu cumpleaños desde entonces.
―Ya dejé eso atrás, y lo sabes.
―Lo sé. ―Imogen ya no era una sombra de tristeza sobre Caleb. La cicatriz que le había dejado ya sanó. Arregló el malentendido con sus amigos. Las piezas rotas del rompecabezas de su vida ya habían vuelto a su lugar. Pero aún quedaba una atadura a su pasado, y Alina no quería que continuara cargando con ese pesar―. Pero es tu cumpleaños.
―No es tan importante.
―No me mientas. A mí no. ―La tensión en el cuerpo de Caleb desapareció en cuanto Alina apoyó una mano en su hombro izquierdo―. Amas a tu familia. A tus amigos. Pasar tiempo con ellos es como les demuestras que los quieres. Eres el mejor hombre que he conocido y no permitiré que te cohíbas de celebrar tu vida.
―Si crees que no celebro mi cumpleaños por culpa de Imogen, estás equivocada. ―La miró por encima del hombro. La peligros intensidad en sus ojos verdes la hizo tragar saliva. Caleb se dio la vuelta y avanzó hacia ella y no se detuvo hasta que estuvieron pecho a pecho―. Estoy feliz de que me rompiera el corazón. Me convertí en una persona mejor: una persona perfecta para ti. Porque te pertenezco. ―Su voz era suave y rasposa por el peso de sus emociones―. Alma, cuerpo y corazón: todo es tuyo.
Alina se aferró a la dureza de los brazos de Caleb. Su cuerpo no respondía a otro comando que no fuera tocarlo. Solo su desbocado corazón funcionaba de la manera correcta, aunque temía que en cualquier momento fuera a explotar.
―Estaba acostumbrado a olvidarme de mi cumpleaños ―la voz de Caleb era un susurro estrangulado―. Mi familia respetó eso. Tú no. ―Puso los ojos en blanco―. Incluso cuando intenté poner distancia en Mónaco, hiciste pedazos mis planes. Pero la cosa es que te dejaré hacer lo que quieras conmigo, ahora y siempre. ―La mirada de Caleb se suavizó al concentrarse en la de ella―. No quería estar contigo en un lugar que solía traerme tristeza cuando tú me haces tan feliz. ―Sus ojos se desviaron quedamente hacia la puerta del salón.
―Me dijiste que no permitiera que mi padre arruinara mi día, ¿no es cierto? ―Caleb le concedió una mirada cautelosa―. Este no es más que un salón. No hay fantasmas ni maldiciones, solo gente que te quiere y que está muriendo de nervios porque les preocupa hacerte enfadar.
Caleb bufó.
―Esta fue mi idea. ―Alina pinchó la barbilla de Caleb con suavidad y lo obligó a mirarla―. Vas a entrar a ese salón y celebrarás tu cumpleaños.
Alina esperó su respuesta con las cejas levantadas.
―Sí, princesa.
―Ya no más fantasmas en ese salón, ¿te quedó claro?
―Sí, princesa.
―¿Te gusta mi vestido?
Una sonrisa tunante enmarcó los dientes blancos de Caleb. Sus ojos se trasladaron al vestido rojo y se detuvieron en el escote en uve y descendieron hasta el corte en la pierna derecha.
―Sí, princesa ―su voz era ronca y profunda. Alina se estremeció.
―A mí también.
―Pero me gustará más cuando logre quitártelo.
―Llévame a bailar primero.
―Sí, princesa.
Alina enroscó el brazo en torno al de él y, con un firme empujón, Caleb abrió una de las puertas.
―¡Sorpresa! ―fue la escandalosa sorpresa.
Rostros conocidos, y otros por conocer, se enfrascaron en vítores y gritos de felicitaciones. Alina le echó una mirada de refilón a Caleb, pero su semblante no mostraba enfado o preocupación, sino felicidad genuina. Fue entonces que se permitió suspirar, aliviada. Sí que había sobrepasado un límite, pero la satisfacción de haber sido lo correcto aplacó su pulso ansioso.
―No puede ser. ―Caleb se petrificó en medio del salón y, con una sonrisa que le levantó los pómulos, se soltó del brazo de Alina y echó a correr hacia Catharina―. ¿Qué haces aquí?
―Celebrando tu cumpleaños, tonto. ¿Qué más? ―Le dio una palmada en la espalda para que la soltara―. No te traje un regalo. Conmigo ya tienes suficiente.
Caleb se echó a reír, pero enseguida se dio la vuelta y observó a Alina con los ojos entrecerrados, quien le lanzó un guiño.
―Te dije que te tenía preparada una sorpresa, ¿no?
Sin dejar de sonreír, Caleb sacudió la cabeza, acortó la distancia y la atrajo hacia él para envolverla con los brazos.
―¿Qué hice para merecerte? ―la suavidad y ternura de su voz hizo temblar sus piernas.
―Hacerme correr y casi romperme el tobillo.
―Qué romántico ―se burló una voz masculina.
Liam se acercó a la pareja, saludó a Alina con un beso en la mejilla y a Caleb con un abrazo prolongado.
―Es extraño volver a esta parte del palacio después de tantos años. ―Sacudió el líquido marrón de su vaso cuadrado y le dio un trago.
―Pensé que no tomabas whiskey ―puntualizó Caleb mientras lo veía dar otro trago.
―Ah. ―Apretó el vaso con fuerza―. Necesitaba algo fuerte.
―Si es por lo que pasó hace dos años...
―No, no. ―Achicó los ojos. Aunque no lo conocía tan bien como Caleb, Alina notó el desánimo en su mirada―. Ha sido un día pesado, pero no quiero hablar de eso. Lo último que me gustaría es arruinarte otro cumpleaños.
Caleb, que no quería dejar las cosas así, insistió:
―¿Entrenamiento difícil?
Liam hizo una mueca con la boca.
―Sí, eso. Justo eso.
―Iré por algo de tomar ―anunció Catharina―. Algo acorde a mi edad, por supuesto. ―Le lanzó una mirada de soslayo a Liam tan efímera que Alina se preguntó si realmente había sucedido.
―Usen blanco en mi funeral, por favor ―aunque intentó adoptar un tono burlón, el gesto de preocupación lo delató―. Le... le pedí a Rina que no me acompañara al siguiente torneo. Ya sabes... ―Miró a Caleb y este asintió―. Mi entrenador quiere que usemos la presencia de Catharina para atraer miradas hacia mí ―le explicó a Alina―. Así que le pedí a Rina que no fuera, me preguntó por qué y, en lugar de decirle la verdad, le dije que era porque era menor de edad y me manejo en un mundo más adulto.
―Sutil ―Alina se arrepintió de haber dicho eso al notar la expresión compungida de Liam―. Lo siento.
―No, tienes razón. Pude haberlo manejado de otra forma. Pero no se preocupen, hablaré con ella y le explicaré mejor lo que sucede.
―Sí, tal vez deberías empezar por deshacerte de esto. ―Alina le quitó el vaso de whiskey.
―Ya. ―Asintió con expresión ausente―. Pero que no se les olvide que soy mejor bebedor que los dos juntos.
―Ya, pero al menos los dos podemos pensar con claridad a diferencia de ti ―contraatacó Caleb.
―Gracias, hermano.
―Un placer, hermano.
La familia de Caleb se conglomeró alrededor de él como las abejas en un panal, lo que la ayudó a entender por qué a la familia materna le decían el «enjambre Mawson». Se separó del centro de reunión y se acercó a la mesa de bebidas. Con una copa de vino sin alcohol servida, se dio la vuelta y se dispuso a regresar.
Fue entonces que se percató de la silueta encorvada de Catharina, sentada en una de las sillas de las mesas vacías.
―¿Estás bien? ―le preguntó al detenerse junto a ella.
La chica se pinchó el pelo negro detrás de las orejas y se cruzó de brazos sin enderezar la postura.
―Estoy bien. ―Pero el suspiro cargado de pesadez le dijo lo contrario―. Solo necesitaba un momento a solas.
―¿Pasa algo? ―la insistencia de Alina le arrancó otro suspiro a Catharina.
―No entiendo a los hombres. ¿Será porque todavía soy demasiado joven?
Alina inclinó la cabeza y sonrió.
―A veces ni ellos mismos se entienden. ¿Qué podemos esperar nosotras?
―Mi vida ya es lo suficientemente complicada para que, además, tenga que aprender a tratar con esos idiotas.
Por instinto, Alina echó una mirada por encima de su hombro y observó la conversación entre Liam, Caleb y Julian, el «hijo honorario» de Charles. Liam bebió de la botella de agua, enroscó la tapa y la dejó sobre la mesa más próxima. Podría jurar que echó un vistazo hacia Catharina, pero no estaba del todo segura.
―¿Tu mal humor tiene algo que ver con Liam?
Catharina elevó la cabeza y la miró como si acabara de mandar al demonio a su madre.
―¿Qué Liam? Yo ya no conozco a ninguno. ―Descruzó los brazos y apoyó los codos en la mesa, una pose poco habitual en una princesa―. Me siento tan fuera de lugar aquí. ―Dejó caer el brazo izquierdo sobre la mesa y apoyó la barbilla en la palma de la mano derecha―. En casa, soy la mayor, y aquí la menor. Liam siempre me ha molestado por eso. Sé que hay temas que Caleb puede hablar con él y no conmigo por la diferencia de edad, pero pensé que después de estos dos años habíamos arreglado nuestras diferencias. ―Sacudió la cabeza con lentitud―. Pero ahora ha vuelto a lo de antes. Ya casi no hablamos. Y lo que es peor: ya no quiere que lo acompañe en sus torneos. Por supuesto, debe ser humillante que una menor de edad esté con él. ―Bufó―. Siempre supe que, si arreglábamos nuestras diferencias con Caleb, Liam volvería a ignorarme y a molestarme por ser más chica que ellos.
―No creo que sea por eso. ―Alina se mordió el interior de la mejilla. No, no podía decirle lo que Liam le contó. Él había dicho que hablaría con Catharina. Le correspondía a él arreglar ese malentendido.
―No lo sé. ―Volvió a cruzarse de brazos―. Ya no importa. ―Apoyó las manos en la mesa y se puso de pie―. En algo tiene razón: no quiero que mi malhumor le arruine otro cumpleaños a Caleb.
Para el momento en que llegaron al grupo, la sonrisa de Catharina ocultó por completo su desánimo. Liam, por otro lado, se aferraba a su lucidez con constantes tragos a su botella de agua. Cada palabra que le decía a Catharina, ella la ignoraba. Liam tensó la mandíbula y apretó la botella vacía.
Caleb pasó el largo del brazo por la cintura de Alina.
―Tú vienes conmigo ―le susurró en el oído.
―No podemos irnos así porque sí ―le respondió en el mismo tono.
Las diabólicas cejas de Caleb se arquearon.
―Quiero que bailemos. ―Soltó una ronca carcajada―. ¿No se supone que yo soy el que siempre piensa en ―le echó una mirada de cabeza a los pies― eso?
Las mejillas de Alina se incendiaron.
―Un caballero nunca pone a una dama en una posición como esta. ¡No lo malpienses! ―lo regañó al observar el abismal arqueado de la ceja derecha.
―Hazme olvidar y baila conmigo, princesa.
Caleb una vez le confesó que no era de salir de fiestas, así que, erróneamente, pensó que no debía ser un buen bailarín, un defecto que le revoque el encanto. Pero no, desde luego que estaba equivocada. Caleb la llevó por la pista con gracia y agilidad. Alina no sabía qué posición la mareaba más. Si se ponía detrás de ella, las manos de Caleb encontraban refugio en su vientre y la mantenía pegada a él. Si bailaban frente a frente, la intensa y abrasadora mirada de Caleb ponía a sus piernas a temblar.
Dios... Iba a ser una noche muy larga.
Prepárense desde ahora que el siguiente será puro fuego 🔥
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