Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 23.

La alfombra de Axminster silenció el incesante caminar de Alina, que atravesó la habitación en línea recta sin dejar de mirar el montón de papeles que agarraba con fuerza.

―Dos días. ―Se mordió el interior de la mejilla derecha sin dejar de caminar―. Firmaste esto hace dos días.

Sentado en la butaca del juego de muebles del salón de visitas, con la pierna derecha descansada sobre la otra, Caleb apoyó el codo en el reposabrazos izquierdo e hizo una mueca que intentaba restarle importancia a sus palabras. Su gesto decayó en cuanto Alina lo atravesó con una mirada exasperada.

―Para un hombre al que no le gusta que le oculten cosas, sabes mentir bastante bien ―le reprochó al tiempo que le daba la espalda y volvía a revisar el contrato por... ya había perdido la cuenta del montón de veces que repasó las letras. Como si, por arte de magia, fueran a cambiar.

―No mentí. Simplemente no quise decírtelo hace dos días. Volviste a casa de buen humor y...

Alina resopló. En los últimos dos días, había conseguido no pensar en los problemas que le esperaban en Mónaco. Cuarenta y ocho horas ajena a los sentimientos conflictivos que le generaba su familia. No solo Caleb había sido el causante. Su familia entera se aseguraba de que se sintiera tan cómoda que pudiera llamar al palacio «casa», a pesar de que no era así. Alina no tenía una casa fija, solo un lugar donde dormir. Jamás volvería a pisar el palacio de su padre, y su taller nunca lo vio como un hogar sino como un escondite.

El Palacio de Caster era el único lugar que conocía al que realmente podría llamar hogar. Podría pasarse horas contemplando la dinámica de la familia. Escuchar las carcajadas en la cena. Que nunca faltaran a la hora del té. Las constantes visitas y llamadas de los hermanos de Caleb y los amigos que se consideraban «hijos honorarios» del rey. Alina no tenía amigos; desde su recuperación, no había tenido tiempo ―ni batería social― para conversar con una persona lo suficiente para entablar una amistad. Caleb logró cambiar el funcionamiento de su cerebro, e incluso así sentía que no lograba encajar en una conversación. La única persona que la entendía era Caleb. Quizá por eso la ponía ansiosa cuando no estaba cerca.

―Si estás enojada, date la vuelta y dímelo.

Por alguna razón, Alina lo miró por encima del hombro y lo empaló con una mirada encolerizada.

―¿Disculpa?

―Solo dilo, joder. ―Apoyó las manos del borde del reposabrazos y se levantó―. ¿Qué es lo que de verdad te molesta?

―Qué es lo que no me molesta debería ser tu pregunta. ―Cansada de revisar su contenido, apretó los papeles con fuerza y los arrojó en el sofá más próximo―. Sabías lo que pasaba y me lo dices dos días después.

―Solo quería que tuvieras un par de días de tranquilidad.

―Eso no es... ―Cerró los ojos y respiró profundo un par de veces―. Sé por qué lo hiciste. Que lo hicieras es lo que me molesta.

―Lo siento. ―Alina notó el decaimiento de sus hombros―. No podía quedarme de brazos cruzados. Esto afectaba a un montón de personas, no solo a nosotros.

―No me refería a eso. ―Alina se peinó el pelo hacia atrás con los dedos―. Me molesta que mi padre te orillara a comprar la editorial y que tenga el poder de echarnos a perder el día con sus acciones nefastas.

―Entonces no dejes que lo arruine.

Alina retomó el frenético andar por la habitación mientras mascullaba improperios al aire. La carcajada de Caleb la obligó a darse la vuelta y encararlo.

―¿De qué te ríes?

―Estás hablando en francés.

Alina frunció el ceño.

―No me di cuenta.

―Yo sí. Ya sabes. ―Levantó las cejas con un gesto sugerente que la hizo bufar―. Las erres de la perdición.

Con una sacudida de la cabeza, Alina se dio la vuelta y se alejó caminando. El remolino de pensamientos levantó una cortina de humo que no le permitía pensar con claridad. La única constante era la repetición del nombre de su padre en un doloroso bucle. ¿Qué demonios debía hacer para quitárselo de encima?

Caleb la sujetó con suavidad de la muñeca y la atrajo hacia él lo suficiente para envolverle la cintura con el brazo.

―Le harás un hueco al piso ―Alina volvió a bufar al notar la tranquilidad en su voz.

―¿No puedes dejar que prepare un asesinato en paz?

―No, porque sabes que te ayudaré y, por desgracia, nos van a enviar a prisiones separadas.

Alina dejó que la arrastrara hasta el sofá mientras sofocaba una carcajada. Caleb se sentó primero y luego la acurrucó en un firme, aunque tierno, abrazo que le permitió apoyar la cabeza en su pecho. Alina cerró los ojos y se concentró en el rítmico palpitar del corazón de Caleb. Los nudos de tensión en su cuerpo se disiparon con el calor de su cercanía, el aroma a almizcle de su perfume y la manera en que Caleb pasaba los dedos por su pelo desordenado. Vamos... Que incluso su atuendo era un desastre. El frío de Londres y su enfermedad eligieron convertirse en sus enemigos, de modo que llevaba dos días en el palacio vistiendo un conjunto de pijama de Caleb. Pese a haberle dicho que necesitaba comprarse ropa más abrigada, Alina siempre encontraba una excusa para no salir... y quedarse con la pijama de Caleb.

―Dime cómo lo solucionaste ―le pidió ella luego de varios minutos de silencio. Si no buscaba una conversación, acabaría por quedarse dormida. Caleb haciéndole mimos a su pelo era una de sus distracciones preferidas.

―El viaje a la editorial era de cuarenta minutos, como mínimo, así que aproveché para llamar a los abogados. Llevé tres.

―¿Tres? ―Se mordió el labio para encapsular la carcajada.

―Por supuesto. ―Caleb besó la cabeza de Alina―. Estaría preparado para lo que fuera. Reynard no tomó precauciones, de todos modos. De verdad pensaba que no me iba a enterar, y probablemente habría sido así de no ser por Claudia. ―Hizo una pausa que puso a Alina en alerta―. Ya le dije que sé sobre Tuva.

Alina se echó a reír.

―Pobre. Las reuniones contigo siempre la estresaban por temor a que se le escapara mi nombre. Siempre le agradeceré que haya protegido a Tuva.

―Es una mujer muy atractiva, ¿no es cierto? ―Alina frunció el ceño y levantó la mirada con lentitud hacia él. Alzó las cejas al toparse con su mirada divertida―. Ahora tengo dos novias, ¿qué tal eso? Nada mal para un monógama.

Alina le soltó un manoplazo en el pecho. Caleb tosió mientras batallaba con la carcajada.

―Si alguna vez te veo hablando con esa mujer, o poniéndole un solo dedo encima, terminamos.

―Una relación poliamorosa entre los tres podría funcionar, ¿no te parece?

Tras un momento de silencio, los dos estallaron en carcajadas. Alina se hundió en el sofá y presionó la mano en la barriga. La risa de Alina fue disminuyendo a medida que las suaves caricias de los dedos de Caleb peinaban su pelo. Volvió a abrazarse a él, pero la calma no.

―Cumpliré veintidós en diciembre.

―Falta menos de dos meses para eso. ―Caleb la sujetó de la cintura y la acercó otro poco―. ¿Te gustaría celebrarlo?

―No celebro mi cumpleaños. ―Alina suspiró al sentirlo tensarse―. No me malinterpretes. Sé la familia que tengo, pero mi madre siempre organizaba una pequeña reunión y encargaba un pastel. Es solo que nunca he tenido ganas de celebrar. Se supone que es la ocasión perfecta para compartir con las personas que amas, ¿no? Mi padre nunca estaba presente y a mis tíos les preocupaba que él se enterara que estaban en el palacio. Llegó a un punto en el que me parecía inútil.

―Si no quieres celebrarlo, lo respetaré.

―¿Y si quisiera probar algo diferente este año? ―Se remojó los labios e ignoró el acelerón de su pulso―. Siento que me he perdido de muchas experiencias que la gente de mi edad ya ha tenido. ¿Sabes que nunca he ido de fiesta? ¿O tenido una pijamada con amigas? ¡El algodón de azúcar! ¿Puedes creer que nunca lo he comido?

―Puedes hacer todo eso. ―Tras una significante pausa, Caleb inclinó la cabeza y buscó la evasiva mirada de Alina―. Ya dime lo que piensas, mujer, o te juro que me explotará la cabeza.

―Quiero pedirte un regalo adelantado.

―Te daré lo que quieras.

―¿Lo que yo quiera?

Como si hubiese adquirido la habilidad de escuchar sus pensamientos, Caleb gimió y dejó caer la cabeza en el espaldar del sofá.

―¿Me dejas leer lo que llevas escrito? ―le dijo ella.

―Jesús, ¿no puedes pedir otra cosa?

―No. ―Hizo un puchero―. ¿Por qué no quieres que lo lea?

―¿Por qué no puedes esperar como los demás a que esté publicado?

Alina apretó los labios. Sabía que convencerlo no iba a ser sencillo. Él mismo le había confesado que no solía mostrar lo que escribía a nadie salvo a Claudia, y esa gran innombrable del pasado de Caleb nunca mostró el suficiente interés para que se animara a entregar voluntariamente su borrador.

―¿No hay nada que pueda hacer para que cambies de opinión?

Como si su presencia de pronto representara un riesgo para su autonomía, Caleb la miró de refilón con los labios separados. Sus facciones en hipervigilia le arrancaron una sonrisa.

―Ya dime lo que piensas, hombre, o te juro que me explotará la cabeza ―imitó su tono de voz.

Su desastroso intento le arrancó una carcajada a Caleb, encogiéndose en el sofá y frotándose el pecho. Aunque no era el resultado que esperaba, se tumbó de lado y observó sus pómulos levantados y los dientes blancos expuestos. Alguien debía decirle a ese hombre lo guapo que era al reír. Si lo comparaba con el Caleb de hace meses, este se veía mucho más relajado y contento, como si no tuviera a un príncipe soberano respirándole en la nuca.

Como si nada en el mundo lo perturbara.

Caleb solo se mostraba de esa manera con ella.

―Sé que debo respetar tus límites, pero si te pido que me dejes leer lo que escribes es porque de verdad me interesa.

Un suspiro de alivio involuntario abandonó su boca al percatarse de que la sonrisa de Caleb no decayó.

―Lo sé. ―Caleb apartó la espalda del respaldo, apoyó la mano en la rodilla derecha de Alina y se remojó los labios―. Es que es un borrador. Las ideas no están bien conectadas todavía.

―Yo te puedo ayudar. Incluso podemos pedirle a Tuva que dibuje para ti. Si se va a meter entre nosotros, por lo menos que sirva de algo.

Caleb se echó a reír con el dedo índice y el pulgar presionando el puente de su nariz.

―¿Sabes lo mal que sonaría eso para una persona que entre ahora mismo sin saber el contexto de la conversación?

―¿Sabes que ya aprendí a darme cuenta de cuando intentas cambiar de tema?

Caleb le lanzó una mirada de refilón con las comisuras levemente levantadas.

―Eres demasiado persistente, ¿lo sabías?

―Sí. ―Lo sujetó con suavidad del brazo izquierdo y tiró de él―. Por cada petición que aceptes, me quitaré una prenda de ropa.

Caleb enarcó la ceja derecha.

―¿Aquí? ¿Ahora?

―O cuando traiga puesto algo más sexy.

Sin reparar en un punto específico, Caleb la examinó con una cínica mirada. Alina se remojó los labios con el suave desplazamiento de la lengua. Consciente de su exploración, el pulso de Alina se aceleró y una alarmante ola de calor la sacudió.

―No sé de qué hablas. Te vez sexy con mi pijama puesta.

Alina puso los ojos en blanco con dramatismo.

―Pensé que me preferías en minifalda.

Caleb le dio un apretón en la rodilla.

―Si quieres que sea específico, te prefiero desnuda.

Se sostuvieron la mirada. Alina apoyó la mano en la de Caleb y la trasladó a su cintura, justo en el borde del pantalón del pijama.

―Una petición por cada prenda ―le recordó con voz melosa.

Caleb separó los labios, con la mirada fija en los de ellos, y Alina observó el lento curvar de ellos hasta que sus dientes quedaron expuestos.

―¿Qué me quieres pedir primero?

―Quiero que me lleves a probar el mejor algodón de azúcar que existe.

―¿Eso es todo? ―Enarcó una ceja―. Qué fácil. Trato hecho.

―¿Qué prenda quieres que me quite primero?

―La camisa. ―La sonrisa lasciva se acentuó.

―¿Eso es todo? ―Alina se pasó la lengua por los labios, y podría jurar que la mirada de Caleb se oscureció―. Qué fácil. Trato hecho.

―¿Ahora vas a usar mis palabras en mi contra?

―¿Por qué no? Es divertido.

Alina se deshizo de la camisa de mangas largas y la arrojó al suelo. La camiseta blanca acentuó los pezones erizados, que atraparon la atención de Caleb. No fue hasta que ella se movió para acomodar las piernas que dirigió su intensa mirada a la de ella.

―Quiero que me lleves a tus librerías favoritas y me compres todos los libros que quiera.

―Lo que tu digas, princesa. ―Esta vez no le indicó que prenda quitarse. Sus dedos anillados jugaron con el cordón del pantalón y deshicieron el nudo. Alina elevó la cadera para facilitar el trabajo. Se estremeció a medida que la gruesa prenda se deslizaba por su piernas―. Es mío de todas maneras, ¿no?

―Quiero que toda tu ropa sea mía de ahora en adelante. ―Sonrió al tiempo que se mordía el labio inferior.

―De todas las cosas que puedes pedir, ¿es eso lo que elijes?

―Me encanta usar tu ropa. ¿Qué prenda quieres de vuelta?

Solo quedaban tres opciones: la camisa blanca, las bragas negras o las medias.

―Escoge la mejor parte. ―Alina intentó enarcar una sola ceja al igual que él, pero al final, pese a los múltiples intentos, se decantó por las dos.

―¿Qué hago si me gusta todo?

―¿Elijo por ti?

―No. ―Los dedos anillados de Caleb transitaron por la vía libre de sus piernas desnudas. Alina apretó los muslos. Debió haberse percatado porque una sonrisa de complacencia le curvó los labios―. La camisa será.

―Aún me duele la muñeca. ¿Por qué no me ayudas?

La expresión de Caleb cambió como si le hubiese dicho que le obsequiaba una librería. El cuerpo de Alina se tensó con el suave ascenso de la mano de Caleb, que recorrió la piel expuesta con el filo de las uñas. No se detuvo al llegar al dobladillo, sino que se escabulló debajo de la camisa. La espalda de Alina se arqueó, pero no apartó la mirada de él, a pesar de que moría por cerrar los ojos y disfrutar lo bien que se sentía su toque. Su cuerpo entero se estremeció y el corazón le palpitó en la garganta.

Alina ahogó un grito cuando Caleb la sujetó de la cintura y, sin saber bien cómo, la atrajo a su regazo. Apoyó una pierna a cada lado de su cintura y las manos en la dureza de los hombros de Caleb.

―Deberías pensar en pedirme algo mejor. ―Caleb mordió la camisa, y Alina se tensó al sentir la rasposidad de su barba por encima de la tela―. Ya sabes, para aprovechar esta posición.

―Pero fuiste tú el que me puso aquí. ―Rasgó suavemente la barbilla de Caleb con las uñas―. Creo que es otro el que intenta aprovecharse.

―¿Yo? ―Intentó acentuar su inocencia con la ceja arqueada que terminó por concederle el efecto contrario―. Sabes que soy un caballero y nosotros nunca tomamos ventaja de una posición comprometedora.

Alina echó un vistazo a la posición de las manos de Caleb, que se habían vuelto a colar por debajo de la camisa.

―No son mis manos las que están tocando mis pechos.

―Dije que el caballero era yo, no mis manos.

Su razonamiento sin sentido le arrancó una carcajada. Alina recorrió la forma de los labios de Caleb con la punta de los dedos. La mirada de él se enfocó en el inocente rose mientras sus pulgares, que tenían vida propia, al parecer, trazaron la curva de sus pechos.

―Me gusta tocarte ―aunque hablaba, sus ojos estudiaron los labios de Alina como si fuera la obra literaria más interesante en el mundo―. Siento paz estando contigo. A veces pienso que nunca he sido realmente feliz, pero contigo es diferente. Es como si en estos años hubiera batallado para respirar y desde el momento en que te conocí te convirtieras en aire fresco.

Alina tragó saliva. ¿De qué se creía ese hombre que estaba hecha: de piedra? Un momento se comportaba de manera juguetona y pícara y al siguiente la destruía con esas palabras.

―Te quiero tanto que haría lo que sea por ti. ―Caleb deslizó las manos por sus costados y las situó en su cintura―. Incluso enfrentarme a tu padre las veces que sean necesarias. Y sé perfectamente que puedes luchar tus batallas sola, pero no tienes que hacerlo.

―Lo sé ―musitó sin aliento―. Te quiero tanto que la sola idea de que mi padre te esté molestando para darme donde más me duele me saca de mis casillas. ―Acarició sus mejillas con los pulgares. La textura rasposa la hizo estremecerse―. Da miedo, ¿no crees? Como de un momento a otro se puede querer tanto a una persona.

―Sí. ―Caleb la besó en la barbilla―. Pero eres un riesgo que merece la pena correr.

―El mejor riesgo que se pueda correr.

―Dilo otra vez. ―Deslizó las manos y se detuvo en la curvatura de sus rodillas―. Me vuelven loco las erres.

Un estruendo desde el corredor la hizo saltar en el regazo de Caleb.

―¡Joder! ―gritó ella con el corazón atorado en la garganta―. ¿Qué demonios fue eso?

Con un suspiro de exasperación, Caleb dejó caer la cabeza en el respaldo del sofá.

―Ese debe ser William.

Las mejillas de Alina se tiñeron de un intenso tono rosado.

―No entrará aquí, ¿o sí? Estoy semidesnuda ―añadió con un susurro.

―No lo creo. ―Hizo un mohín mientras la observaba ponerse de pie y vestirse―. Mi familia no suele usar el salón a esta hora.

Otro fuerte estruendo la sobresaltó.

―¿Qué está haciendo: destruyendo el palacio?

Caleb se echó a reír. Se puso de pie, agarró la camisa de mangas largas y se la devolvió.

―De seguro trabaja en el taller. Hace muchos años, mi padre le construyó a mamá un autódromo. Fue corredora de autos antes de conocerlo. Pero cuando el otoño se acerca, William trabaja adentro. ―Metió las manos en los bolsillos del pantalón, pero a Alina no le pasó desapercibida la intensidad de su mirada mientras levantaba los brazos y se ponía la camisa―. Te ves tan sexy al vestirte como al desnudarte.

Alina echó la cabeza hacia atrás y escupió una estrepitosa carcajada.

―De verdad alteré la química de tu cerebro, ¿eh? ―Levantó las cejas con aire juguetón.

―Sí. ―Esbozó una tímida sonrisa que le iluminó los ojos. Alina lo imitó. Con las manos cogidas detrás de la espalda, Caleb se acercó a ella―. ¿Digital o impreso?

Alina frunció el ceño.

―El borrador. ―Caleb enarcó la ceja derecha―. ¿Lo quieres digital o impreso?

Alina intentó disimular la sonrisa al morderse el labio inferior.

―Impreso. ―Ocultó las manos tras la espalda al igual que él. Por desgracia, no pudo imitar su altura. Sin los tacones, Caleb le pasaba por media cabeza―. Ni siquiera tuve que quitarme las bragas.

―De eso me encargo yo más tarde.

A qué se refería con «más tarde» no lo sabía. Ya había caído la noche y ambos seguían en la cama: Alina con el borrador leído por completo y Caleb tecleando sin parar. Con las piernas cruzadas y suaves trazos para no avivar la molestia de la muñeca, Alina trabajó en el boceto de su escena favorita.

―Debería elegir el verde para su traje de baño, ¿no crees?

Caleb apartó la mirada y detalló el boceto que le enseñaba. Era un dibujo fácil ―una mujer paseando por el borde de la piscina―, pero la sonrisa comprimida le dejó saber que le gustaba.

―¿Lo describí verde? ―Caleb echó un vistazo al borrador impreso y a las notas que Alina escribió con un bolígrafo de tinta verde. Propiedad de Caleb, por supuesto. Si cayó en su poder fue enteramente culpa suya por haberlo dejado sobre la cama junto a sus notas.

―No, pero la escena en la piscina me recuerda a un lugar que conozco cerca de la bahía. ―Las mejillas de Caleb se tiñeron de un intenso tono rosado―. Y tu protagonista, Liana ―apoyó la tableta de dibujo en la cama y agarró el borrador―, se parece mucho a alguien. Piel bronceada, pelo rubio. Mmm, y no bebe vino con alcohol. ―Levantó las cejas en dirección a Caleb, quien sacudió la cabeza y devolvió su atención a la pantalla.

―A mí no se me parece a nadie.

Alina se aclaró la garganta y se dispuso a leer.

―«Su voz melosa me dio vueltas en la cabeza. Apreté el volante con fuerza y cerré los ojos. Aún puedo sentir su pulso errático a través de la fina tela de su vestido».

―No leerás todo eso en voz alta, ¿o sí? ―Pero como ella continuó recitando el texto, Caleb intentó arrebatarle el borrador con una carcajada ahogada―. Basta, me estás torturando.

―¡Sí! Me encanta leer a un hombre torturado. Necesito dibujar esto. ―Se movió al otro lado en un intento por evitar que Caleb le quitara los papeles―. «Sigo deseando que me toque, aunque no pueda cruzar esa maldita línea. Intento repetirme que es solo una amiga, pero la simpleza del pensamiento me oprimía el pecho».

―No dejaré que leas nada nunca más.

―Te recuerdo que me queda una petición. No llegué a quitarme las bragas.

Caleb tamborileó los dedos en el teclado sin llegar a presionar las letras. Movió la cabeza con lentitud sin abandonar la sonrisa.

―A veces echo de menos cuando eras tímida y cohibida.

―Ya pasamos de esa etapa. Te sabes de memoria el color de mis pezones. ―Levantó el borrador como si fuera un trofeo―. Lo tienes escrito aquí. ¿Liana es un anagrama de mi nombre?

―Ya te dije que no se parece a nadie que conozca.

―Ya, ¿y que tenga un marcado acento francés tampoco guarda relación conmigo?

―Es una simple coincidencia.

―Eso pensé.

Alina lo miró fijamente y, aunque intento disimular que la penetrante atención no lo intimidaba, al final Caleb se echó a reír. Dejando el borrador sobre la cama, Alina se acomodó junto a él y retomó el dibujo, echándole una mirada ocasional. Pese a su gesto pensativo y al constante ceño fruncido mientras pensaba, su semblante se mostraba relajado y, para ella, era recompensa suficiente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro