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Capítulo 21.

―¿Qué más puedo hacer para convencerte?

Caleb enarcó la ceja al reflejo difuso de Alina en la pantalla de su computadora. La parte que se mostraba contenía una única oración: una pregunta que Alina acababa de leer en voz alta.

―No sé qué está pasando en esa escena, pero no aparenta ser una conversación agradable. ―En cuanto Alina le envolvió el cuello con los brazos desde atrás y apoyó la barbilla en su hombro derecho desnudo, Caleb cerró los ojos y disfrutó el suave ritmo de su respiración―. Llevas dos horas frente a la computadora. Deberías tomar un descanso y comer algo.

―En un rato. ―Caleb abrió los ojos y, al toparse con la pantalla negra, presionó la barra de espacio―. Claudia me pidió anoche que le enviara capítulos nuevos en la tarde.

―¿Y qué te falta para terminar?

―Terminar. ―El bufido de Alina le arrancó una ronca carcajada―. He intentado completar la escena por la última hora y no sé por qué no me puedo concentrar.

―¿Dónde solías escribir cuando vivías en el palacio?

―Aquí. ―Caleb echó un vistazo al viejo escritorio de caoba, en donde acomodó sus fichas de personaje y anotaciones importantes. Repasó el contenido de su libreta con un bufido. Si ya había detallado punto a punto lo que quería escribir, ¿por qué las palabras justas no se materializaban en su cabeza?

―La vista es preciosa. ―Para decepción de Caleb, Alina se apartó y caminó, descalza, por el suelo alfombrado. Se detuvo junto a la ventana y se asomó al jardín. La habitación de Caleb quedaba en el ala este, el punto menos concurrido del palacio, del edificio en forma de mariposa, con dos alas y una columnata de entrada curva. El lugar perfecto para escribir por su tranquilidad y silencio.

Pero a Caleb le volvía loco tanto silencio.

Fue justo entonces que se percató de lo que andaba mal.

―No escucho la playa. ―Dejó caer la cabeza hacia atrás y movió la silla giratoria en dirección a la ventana. Alina apartó la mirada del jardín y lo observó con el ceño fruncido―. En Mónaco, antes de sentarme a escribir, abría las puertas corredizas. El chapoteo del agua y la brisa de la bahía me ayudaban a concentrarme. Aquí no se escucha nada.

―¿Y si abres la ventana? ―Alina no esperó por la respuesta. En cuanto abrió la contrapuerta, retrocedió tiritando―. ¿Por qué hace tanto frío?

Caleb se pasó la lengua por los labios para esconder la sonrisa.

―El palacio está rodeado por una arboleda. Esta es la parte más fría del palacio por eso.

―Tal vez deba usar una camisa de mangas largas. Y medias.

Caleb se puso de pie, acompañado por una carcajada, y se acercó a ella con lentitud. La rodeó por la cintura con el brazo izquierdo mientras cerraba la ventana con la mano derecha. La mano derecha quedó peligrosamente cerca del muslo expuesto por la minifalda de tweed rojo.

―Si abrir la ventana implica que debas ponerte otra prenda de ropa, prefiero que se quede cerrada.

Alina se aferró a los antebrazos de Caleb y fingió que intentaba liberarse.

―¿No pensarás que estaré usando tu camiseta toda la vida, ¿o sí?

―¿Por qué no? ―La apretó contra él con suavidad―. Soy un hombre con peticiones simples.

―No puedo quedarme en tu habitación todo el día. ―Deslizó las manos por el largo de sus brazos escondidos por la camiseta de mangas largas y no se detuvo hasta alcanzar sus hombros―. Prefiero no hacerle ese desaire a tu familia.

―A ellos no les molestará.

El trayecto de las manos de Alina por su cuello era más lento y suave. Acarició la textura rasposa de la barba con los pulgares y, sin decir una palabra, clavó la mirada en sus labios, que se curvaron al instante. Decayó, sin embargo, al notar un destello de tristeza en sus ojos chocolate amargo.

―¿Qué pasa? ―preguntó con suavidad.

―Me gusta mucho tu familia. ―Una sonrisa melancólica se asomó en sus labios rosados―. No he querido pensar en la mía, pero de vez en cuando me resulta difícil no compararlas. ―Sacudió la cabeza―. Pero no hablemos de eso. Debemos encontrar una manera de que puedas concentrarte.

―De acuerdo, pero no hemos terminado esta conversación. ―Caleb se inclinó hacia ella y le besó la mejilla―. Vinimos aquí para solucionar el problema con tu padre, no a ignorarlo.

―Ya sé, pero, de vez en cuando, me hace bien no pensar en ello.

―De acuerdo. ―Con una sonrisa de cazador en asecho, la agarró con fuerza de la cintura y la atrajo otro poco para que pudiera robarle un beso―. Me tomaré un descanso. Quizá de una vuelta por el jardín o algo así, no lo sé. Espero que eso me ayude.

El silencio pensativo de Alina atrajo su atención.

―¿Qué?

Alina sacudió la cabeza mientras sonreía.

―Se me ha ocurrido una buena distracción para ti.

La pelota amarilla rebotó en la malla y rodó hasta los pies de Caleb.

―Sí, veo la decepción en tu mirada. ―Liam sacó otra pelota de entre su ropa y se preparó para el servicio―. Supongo que esta no era la distracción que tenías en mente.

Caleb levantó las cejas y se echó a reír.

―Mi mente se fue a otra parte.

Detalle del que Liam estaba más que dispuesto a sacar provecho porque, sin permitirle prepararse para su ataque, maniobró un servicio demoledor que Caleb no pudo repeler.

―No hay manera de que prefieras entrenar conmigo. ―Caleb agarró la raqueta con fuerza y la hizo girar―. Ni siquiera me acerco a tu nivel.

―Tampoco quiero entrenar todo el tiempo. Me hace falta un descanso. ―Se subió la manga izquierda de la camiseta e hizo el mismo movimiento que Caleb, pero, desde luego, con una destreza excepcional―. Han sido días duros.

―¿Por qué? ―Caminó hacia la malla y la cruzó por debajo, siguió su trayecto hacia la banca de madera a un costado y agarró la botella de plástico verde, de la que bebió un largo trago. Apoyó la raqueta en el costado de la banca.

―Mi entrenador. ―Liam se dejó care en la banca y, con la toalla blanca de su mochila a su derecha, se limpió el sudor. La lanzó al suelo y sobre ella puso la raqueta.―. También es mi representante. No está para nada contento con el fracaso en el partido amistoso en Mónaco. Se suponía que iba a impulsar mi carrera, no a hundirla.

―Oh. ―Se acomodó junto a él de piernas abiertas. Las tibieza del sol de mediodía los arropó mientras la brisa que provenía del bosque batallaba por refrescarlos―. Pensaba que los partidos amistosos no te ayudaban a subir en el ranking.

―No, no lo hacen. ―Rebuscó en la mochila y sacó un paquete de granola en barra. Un mechón de pelo castaño cubrió su perfil izquierdo―. Davis consiguió este juego amistoso con un buen tenista para ayudarme. He entrenado como un demente durante los últimos dos años y he mejorado mi nivel, pero para él no es suficiente. Además, tengo un montón de problemas en casa. El único que apoya la idea de que me dedique al tenis es mi hermano. No quiero unirme al negocio familiar. ―Mordió la barra con evidente inquina. Su mandíbula se movió a un ritmo alarmante.

―De seguro les tomará un tiempo antes de que lo acepten. ―Con la espalda encorvada, apoyó los codos en las rodillas y pasó la botella de una mano a la otra―. Walter y Celine siempre me han parecido bastante comprensivos.

Liam bufó.

―Con Grant ―dijo después de tragar―. Pero es porque él siempre ha demostrado interés por el negocio. Conmigo, como ha sido al revés, han desarrollado una campaña de convencimiento que me está exasperando. El tenis solía ser mi escape, pero Davis... ―Mordió la barra con brusquedad.

―Si Davis no te ayuda como necesitas, deberías considerar cambiarlo.

―Me ha ayudado, pero también me pide cosas que no puedo hacer.

―¿Cosas como qué?

Liam arrancó un buen trozo de granola de un tirón. Caleb sabía que ganaba tiempo para evitar la respuesta.

―¿Cosas como qué? ―insistió, deteniendo el constante pase de la botella de una mano a la otra y dejándola en el suelo cerca de su pie derecho.

―Te comenté que Catharina ha estado viniendo a mis partidos, ¿no? ―Caleb asintió, a pesar de saber que no lo miraba―. Rina y yo hemos intentado que su presencia pase desapercibida para no atraer atención o comentarios innecesarios, pero a veces, dependiendo de la cancha, como la de Mónaco, por ejemplo, es imposible que la gente o la prensa la note. Entonces empiezan a circular rumores que nada que ver...

―Alina comentó algo de eso. ―Asintió Caleb al recordarlo.

―Quiero que la gente hable de mí por mi deporte, no porque me esté viendo con la hija de la reina de Dinamarca que, para empeorar las cosas, ¡es menor de edad! Y cuando digo que nos estamos viendo me refiero a como amigos ―se apresuró a decir ante la amenazante ceja arqueada de Caleb. Cansado de la textura o el sabor de la granola, Liam envolvió el restante y lo guardó en la mochila―. Davis quiere que siga invitando a Catharina a los partidos para atraer la atención de la prensa, y yo estoy en completo desacuerdo. De ninguna manera voy a usarla para atraer atención indebida y, además, avivar rumores que también le hacen daño.

―Tu entrenador podrá haberte ayudado a subir tu nivel de juego, pero te está matando la reputación.

―Ya. ―Cuando Caleb lo miró de reojo, notó la pesadumbre en su sonrisa forzada―. No es que me moleste ser la distracción, pero ¿exactamente de qué debo distraerte?

―Del silencio del palacio. ―Agarró la botella y bebió un largo trago―. No me puedo concentrar en la novela.

―¿Silencio? ¿En el palacio? ―Liam rio por lo bajo y sacudió la cabeza―. Es imposible. He crecido aquí y sé por experiencia que es todo menos silencioso.

―Simon y Olive ya no viven aquí. ―Cerró el tapón de la botella y la pasó de mano en mano con la mirada estacionada en el bosque―. Yo...mmm... En teoría tampoco.

―Se suponía que Mónaco era por tiempo limitado, ¿no?

―Se suponía.

―Mmm.

Caleb enarcó la ceja. ¿Cómo era posible que un simple «mmm» hiciera tanto ruido en su cabeza?

―Es serio, ¿no?

Caleb no necesitó preguntar a qué se refería.

―Ya sabes que me comprometo en serio cuando de verdad quiero algo. ―Le echó una mirada ladeada―. Nunca pensé que consideraría la posibilidad de vivir en otro lugar que no fuera Londres. Es extraño, pero en algún momento debo traer la posibilidad a la mesa.

―Por Alina.

―Sí y porque... ―Se encogió de hombros―. Me acostumbré a Mónaco. Me encanta vivir junto a la bahía. Vivir cerca del bosque es...bonito, pero ¿del mar? Es fantástico. Lo único que no me gusta del país es a su príncipe soberano.

―Tu suegro, además. ―Caleb puso los ojos en blanco. Era eso o asestarle un puñetazo con el que aplacar su sonrisa burlona―. ¿Sabe la familia de Alina que ustedes están en Londres?

―Reynard no, pero dudo que a esta hora no lo haya descubierto. Tampoco es estúpido y se dará cuenta de que sus hijos desaparecieron al mismo tiempo.

―¿Rainier también está en Londres?

Caleb aferró la botella con la mano derecha y negó con la cabeza.

―Está sucediendo algo bastante serio, ¿no es así? ―Caleb levantó quedamente la comisura derecha―. Y tomo como una afrenta personal que no quieras decirme.

―Ni siquiera mi familia lo sabe. Es una decisión de Alina, no mía.

Liam se deslizó hacia adelante en la banca y miró a Caleb con la cabeza inclinada.

―Volvamos al juego. ―Se puso de pie y agarró la raqueta―. Esta vez te dejaré hecho polvo.

Liam, por supuesto, cumplió su promesa. Caleb volvió a su habitación una hora después, arrastrando los pies por el suelo alfombrado mientras estiraba los brazos y se frotaba la tensión en los hombros. ¿Qué tan buena idea había sido jugar con un tenista entrenado cuando debía terminar un capítulo o dos antes de las seis de la tarde? Insensata era la palabra que mejor describía su situación. Pero la realidad era distinta: no habría cambiado la visita de Liam por un simple paseo por el jardín y Alina lo sabía a la perfección.

Se duchó y, mientras se ponía la camisa de manga larga roja, se preguntó en dónde se habrá metido durante la hora y media que duró la visita de Liam. Le había dicho que encontraría un rincón en dónde leer, pero ella no conocía el laberinto del Palacio de Caster. Insistió en que la dejara en el salón de té y que exploraría a partir de ahí.

Pero al llegar al salón, el silencio abrumador le indicó que allí no había nadie. Supuso que debió haber encontrado la biblioteca. No estaba allí. Tampoco en el salón de arte de su padre ni en el comedor. ¿Habrá salido al jardín? Improbable. Alina no soportaría el frío del exterior con su ropa de verano. Si continuaba buscándola a pie y de salón en salón, la encontraría al cumplir los treinta.

Llegando al salón de William, donde solía trabajar en sus proyectos de mecánica, escuchó la puerta abrirse y estudió las serias facciones de su hermano, que sostenía en las manos unos cables de corriente.

―¿No has visto a Alina?

William se detuvo, lo encaró y levantó las cejas.

―¿Se te perdió la potencia extranjera?

―¿Sabes cuantas veces te me has perdido tú? Y hemos vivido aquí toda nuestra vida.

―Es divertido hasta que te encuentran. ―Se dio la vuelta y continuó caminando por el corredor―. Por aquí, alteza. La otra alteza lo está esperando.

Caleb frunció el ceño al percatarse hacia dónde se dirigían: a la piscina. Los tragaluces del techo bañaron el amplio salón con una luz blanquecina. Un inusual golpe de calor traspasó las mangas de la camisa de Caleb que contradecía la habitual frialdad que les impedía usar la piscina en esas fechas, a pesar del calentador de agua. Arrugó la nariz al percibir el sutil, pero reconocible, olor a agua marina.

―¿Por qué siento que algo cambió en este lug...? ―Caleb inclinó la cabeza y acentuó el fruncimiento del ceño―. ¿Eso no es mío?

Junto a la piscina, Caleb estudió el escritorio de caoba de su habitación como si se tratara de una aparición divina. Pero no era lo único que había venido con él. Sobre la superficie encontró su computadora, sus notas, su bolígrafo preferido y una bandeja con bocadillos, una copa vacía y una botella de vino metida en una cubeta de hielo.

―No me molestaría una copia del plano. ―Caleb giró hacia la voz femenina que tenía incrustada en cada recoveco de su cabeza, que acababa de entrar al salón junto a su padre. El ruido de las ruedas de la silla de Caleb le hicieron fruncir el ceño―. ¡Eh! ―masculló con el ceño igual de fruncido que el de Caleb―. ¿Cuándo llegaste?

―Justo ahora. ―Señaló a William, pero este ya no estaba donde lo había dejado. Lo encontró al otro lado de la piscina con la mirada enseriada mientras terminaba una complicada conexión de cables―. ¿Qué estás haciendo? ―preguntó entre exasperado y confundido.

―Lo que la dama me pidió. ―Cortó uno de los cables con la pinza que acababa de sacar del bolsillo, lo unió con otro y agarró el intrincado cablerío.

Caleb se dio la vuelta y miró a Alina con la ceja arqueada.

―¿Y qué le pediste? ―Cambió la dirección de su mirada hacia su padre―. ¿Tú que haces con mi silla?

―Iba de salida a una reunión y vi a Alina con ella. Me ofrecí a ayudarla. ―Le obsequió una sonrisa cálida a la aludida―. También noté que estaba perdida.

―Ya va. ―Caleb levantó ambas manos―. Estoy sumamente confundido. ¿Por qué está mi escritorio junto a la piscina?

―Alina me dijo que estabas teniendo problemas para escribir porque echabas de menos el sonido del mar, así que la ayudé a preparar el área de la piscina. ―William se colgó los cables al hombro.

Alina puso los ojos en blanco y, al tiempo que se pinchaba el puente de la nariz con los dedos de la mano izquierda, suspiró con exasperación.

―Nota mental: nunca pedirle ayuda a William. ―Puso las manos en el espaldar de la silla y la arrastró con suavidad hacia el escritorio―. ¿No se suponía que lo ibas a distraer si te lo encontrabas?

―Mire, señorita. ―William puso las manos en la cintura―. Ya he lidiado antes con hombres que, si no encuentran a su novia, se ponen como si se les hubiese perdido una bujía y prefiero saltarme la experiencia.

―Ya. ―Alina apoyó la cadera del escritorio, y a Caleb se le antojó que estuvieran a solas para acomodarla en una posición que le permitiera estar entre sus piernas―. Pero pagué por este favor.

El rostro de William se iluminó.

―Sí, y fue un buen pago, aunque lo hubiese hecho de todos modos.

―¿Qué le ofreciste a cambio? ―preguntó Caleb.

―Anna me contó sobre los planes que William tiene de participar en la Copa EuroMotor ―batió las pestañas con inocencia fingida―, y casualmente conozco detalles importantes de la próxima competencia.

―Como no he conseguido un piloto, es evidente que tampoco pude participar en la de este año, ¡pero...! ―William levantó los puños en señal de victoria―. En la próxima competencia, que será en dos años, permitirán mujeres pilotos.

―¿No lo permitían antes? ―Caleb inclinó la cabeza al tiempo que sopesaba la estupidez.

―No, solo a los hombres. Es una copa nueva que necesita pulirse. Permiten que las mujeres trabajen en los talleres y puestos ejecutivos. Ahora que autorizaron que puedan ser pilotos, mis posibilidades de encontrar un valiente aumentan.

―Y sé de muy buena fuente que añadirán conmemoraciones a la competencia. ―Alina le guiñó un ojo.

―¿Y tú como sabes eso? ―Caleb esbozó una sonrisa comedida―. Creí que no te llamaba la atención.

―No lo hace, pero en una de las múltiples ocasiones que atendí los asuntos de Rainier me enteré de varios detalles. Los organizadores están considerando establecer la copa en Mónaco de manera permanente para aprovechar el furor de la Fórmula 1.

―Lo que conlleva cambios internos en mi equipo. ―Le dio una palmada a los les en su hombro―. Terminaré esto y me retiro. Tengo trabajo urgente que hacer.

―¿Eso para qué es? ―preguntó Caleb.

―Para... ―Se encogió de hombros ante la amenazante mirada de Alina―. No sé, ya se me olvidó. ―Se despidió con una reverencia y desapareció por la puerta del cuarto de controles de la piscina.

―Si mi presencia ya no es necesaria, me retiro.

Alina giró sobre el escritorio y le sonrió al rey.

―Gracias por ayudarme con la silla, y a llegar hasta aquí. ―Se encogió de hombros―. La verdad sí que estaba perdida.

―Les pasa a todos los invitados. Los veo en la noche. ―Ni bien había dado media vuelta, giró sobre sus pies y dijo―: Es posible que Simon y Lyla vengan a cenar y, si todo sale bien, también es probable que Isaac y Olive se nos unan.

―¿Si todo sale bien? ―Caleb apoyó las manos en el escritorio, peligrosamente cerca del violento calor del muslo de Alina, empaquetado en la jodida minifalda que había intentado ignorar todo el día―. ¿A qué te refieres?

―Simon avisará al parlamento del embarazo de Lyla ―Caleb enarcó las cejas ante la pausa dramática― junto a una propuesta de enmienda a la ley de sucesión. Tu hermano quiere que se estipule desde ahora que, si su primer hijo llegase a ser mujer, ningún varón podrá anteponerse a ella.

―Simon siempre ha querido que su primogénito sea niña. Cómo lo tomarán los ministros es el verdadero misterio.

―Quien sabe. Simon es un excelente debatiente. Quizá tenga éxito donde yo fracasé.

―¿Intentaste cambiar la ley de sucesión? ―la pregunta, cargada de sorpresa, abandonó los labios de Alina con suavidad.

―El primer embarazo de Anna era de trillizos No sabíamos quién nacería antes, de modo que intenté enmendar la orden de precedencia. Con el nacimiento de Simon, mi petición quedó olvidada. Ya tenía un heredero varón, y a William también. Luego nació Caleb y Olive pasó al cuarto lugar. ―Sacudió su decepción con un movimiento de la cabeza―. Siempre he resentido ese fracaso.

―¿Y es difícil? ―Alina se mordió el labio superior―. ¿Cambiar una ley tan antigua?

―Lo difícil no es cambiar la ley sino la mente de los hombres, en especial los conservadores. ―Metió las manos en los bolsillos del pantalón entallado gris―. Algunos cambios toman bastante tiempo antes de que sean considerados.

―Y más de una generación, por lo que veo. ―Alina se rascó la rodilla con aire pensativo. Caleb optó por enfocar la mirada en los tragaluces―. ¿Qué opinas de los hijos adoptados? ¿Crees que es una idea obsoleta que ellos no puedan formar parte de la línea de sucesión?

La pregunta desencajó al rey, que adoptó una expresión de curiosidad y desconcierto. Entornó la mirada, pensativo, e hizo una mueca con la boca.

―Nunca lo he pensado, si te soy sincero. No se nos ha presentado una situación así en... ―Sacudió los hombros―. La verdad es que no recuerdo que hayan adoptados en nuestra familia, salvo por Lyla, la esposa de Simon ―le recordó―. Ella y su hermana son adoptadas, pero no son hijas de nobles.

―Mi tío tiene una hija adoptiva, y la ley le impide ser considerada en la línea de sucesión. Por tanto, mi hermano y yo somos los únicos herederos.

El silencio de Alina resaltó la inquietud en sus facciones mientras su cabeza intentaba idear la pregunta apropiada. Charles echó un vistazo a Caleb, quien se encogió de hombros. A pesar de llevar varios días en el palacio, ninguno de los dos había explicado por qué estaban allí y la familia tampoco exigió una respuesta. Caleb prefería que fuera Alina la que contara la precaria situación en la que se encontraban, y, de momento, parecía dispuesta a cualquier otra cosa excepto hablar del tema.

―¿Por qué no me acompañas al parlamento?

Alina se sobresaltó al percibir la mirada del rey en ella.

―¿Es a mí? ―Negó con la cabeza―. No podría. Como heredera de otro país...

―¿Heredera? ―Enarcó la ceja, y Caleb se vio reflejado en él. Se preguntó qué tanto se parecerá a él cuando llegue a su edad.

―Es... complicado. ―Juntó las piernas y encogió los hombros―. Mi hermano nos informó que quiere casarse con nuestra prima política, y mi padre no está de acuerdo.

―Y si el príncipe soberano no está de acuerdo... ―Se rascó la nuca―. Un matrimonio sin autorización no tiene validez alguna.

―Rainier está dispuesto a abdicar si mi padre no aprueba la boda.

El rey amagó una sonrisa desconcertada. No había necesidad de recitarle una ley que se conocía de memoria. Vamos... que su sucesión se regía por ella. Por eso tardó casi cuatro años en contraer nupcias con su madre. El parlamento continuaba negando su petición, argumentando que una exconvicta como reina consorte desacreditaría a la familia real.

―De eso suceder, tú serías la nueva princesa heredera ―las palabras del rey eran suaves y compasivas―. ¿Qué opina tu padre al respecto?

―Si lo conociste alguna vez, supongo que ya imaginas cuál es mi respuesta.

Charles dominó el impulso de poner los ojos en blanco.

―La sesión de esta tarde será agotadora y tensa. A los ministros no les gusta cuando un monarca intenta aportar a un cambio en las leyes porque ya no ostentamos tanto poder como antes. Son especialmente ariscos al tratar asuntos referentes a la sucesión. La petición de Simon agitará las aguas, en especial porque es un ferviente debatiente y tiene una razón de peso para serlo. Será padre por primera vez, y cuando eso sucede, empiezas a ver el mundo tal cuál es y en lo único que piensas es en hacer lo necesario para mejorarlo. ―Le obsequió una sonrisa comedida―. Mi ofrecimiento sigue en pie. Tomando en cuenta tu situación, podrías aprender mucho de nuestra batalla.

Alina se mordió el labio superior y transfirió su mirada lentamente hacia Caleb.

―Deberías aprovechar la oferta. De todos modos, debo ponerme a escribir y estaré ocupado durante un par de horas.

―¿Los ministros me permitirán la entrada?

―Querida, en estos momentos lo menos que me importan son los ministros. Tendrán otras razones para estar enfadados, y te aseguro que te encantará verlos ladrar y no poder morder. ―Le indicó con la cabeza que lo siguiera.

Alina se bajó de la mesa apoyándose del brazo de Caleb.

―Tal vez no debí ponerme minifalda. ―Aunque intentó que le crecieran una o dos pulgadas a la minifalda de tweed rojo con tirones, la prenda no se movió―. Casi todos los conjuntos que me traje llevan una.

Caleb se apartó y estudió el conjunto con una lenta e inquisitiva mirada. Se detuvo brevemente en los stilettos negros que acentuaban sus piernas torneadas y largas, e incluso así no alcanzaba la altura de Caleb. Pero le daban las suficientes pulgadas para que pudiera envolverle la cintura con los brazos, la acercara a su cuerpo y se diera un festín con su boca.

―A mí en lo personal me encantan tus minifaldas. ―Alina se aferró a él riendo, y Caleb aprovechó la oportunidad para levantarla y sentarla en el escritorio―. Esto es rarísimo. ―Observó la piscina por encima del hombro de Alina―. Nunca se me habría ocurrido traer el escritorio a la piscina. Es...

De pronto, Caleb escuchó el inconfundible sonido de las olas chocando y la furia de la brisa, como si estuviera caminando por la orilla de la playa.

―Rarísimo es quedarse corto. ―Caleb arrugó el ceño y peinó el área con la confusión achicando sus ojos cada vez un poco más―. ¿Escuchas eso?

―Ya está, alteza. Sonido instalado y list... ―William se detuvo en seco con una expresión de cómica sorpresa―. ¿No podían esperar a que me fuera?

Caleb no se percató hasta entonces que seguía sosteniendo a Alina por la cintura, con ella sobre el escritorio y él metido entre sus piernas.

―Debiste tocar la puerta antes de entrar ―bromeó al tiempo que se apartaba. Ayudó a Alina a bajarse y observó de refilón como se ajustaba la falda con un tenue rubor en las mejillas.

―¿Qué puerta, Caleb? ―Desde el otro lado de la piscina, señaló el lugar con los brazos extendidos―. Ya que mi trabajo está listo, me retiro.

―¿Qué estabas instalando?

―Altoparlantes y un sofisticado equipo de sonido con piezas que encontré en mi salón de mecánica. ―Levantó las manos e imitó una ovación―. Me he llevado todos los altoparlantes del palacio y la dama me pidió algo a último momento. Tuve que improvisar con lo que tenía.

―¿Y para qué te llevaste los altoparlantes?

William se detuvo junto a la puerta y se apoyó del marco.

―Alquilé un taller en el que trabajar en mi auto de carreras, primor. Nos hacía falta algo de música y no quería usar el presupuesto para adquirir nuevos altoparlantes cuando en el palacio hay un montón que no usamos.

Un largo brazo masculino enroscó el cuello de William.

―Me ofrecí a ayudar y no quiere. ―Charles le sacudió el pelo a William con inquina―. Terco como su madre.

―Dejé muy en claro que no iba a usar la influencia de mi familia. ―Se apartó, adoptó una pose rígida y se acomodó el pelo con la escasa dignidad que le quedaba―. Conseguiré mis metas por mí mismo. Lo siento, majestad. La respuesta sigue siendo no.

―Como quieras. ―Agarrándolo desprevenido, el rey volvió a agitarle el pelo a William y este se limitó a bufar―. Pero no olvides llevar a Anna al taller. Se muere de ganas por verlo.

―Sus deseos son órdenes, majestad. Ahora, si me lo permite... ―Esquivó a tiempo la mano de su padre antes de que desordenara su pelo otra vez―. Tienes otros hijos a los que molestar.

―A ti te tengo más cerca, y a Caleb con alejarlo de Alina ya le hice suficiente daño.

―Vaya comediante. ―Caleb sacudió la cabeza.

―¿Nos vamos ya? ―Charles le indicó a Alina que se acercara con la cabeza.

―Ya voy. ―Alina agarró el brazo de Caleb, lo acercó a ella y le besó la mejilla―. Tienes prohibido hablarme hasta que termines tus pendientes.

―Sí, princesa.

Pese a su lucha por no sonreír, Alina terminó cediendo ante el impulso.

―Si cumples con tu meta, prometo darte un premio.

―¿Y ese cuál sería?

―No lo sé. ¿Puedes pensar en uno?

―Ya te había dicho que no me des tantas libertades.

―No me las des a mí tampoco. ―Le guiñó el ojo.

El tono meloso de su voz lo persiguió hasta que Alina cruzó la puerta y desapareció con su padre. Caleb apoyó las manos en el escritorio y se concentró en el sonido de las olas mientras se preguntaba dónde había instalado William los altoparlantes que no se notaban a simple vista. Si cerraba los ojos, cada sonido y cada olor que captó lo transportaban al apartamento de Mónaco, y sus músculos se destensaron al instante.

Caleb abrió los ojos al escuchar el sonido de pasos acercándose a él.

―Alina me dijo que vivir junto a la bahía ayudaba a que te concentraras, así que me preguntó si existía la posibilidad de recrear la playa. ―William se sentó en el borde del escritorio―. Mamá le dio unas sales de baño, unos empleados trajeron el escritorio y yo m me ofrecí con los efectos de sonido.

―A cambio de información sobre la competencia. ―Caleb levantó ambas cejas con aire jocoso.

―Bueno, sí, pero igual era una propuesta divertida. He puesto a prueba lo que aprendí en el máster.

Una inusual seriedad brilló en los ojos azules de su hermano.

―Me dijiste que te iba a entender cuando la conociera, y tenías razón. ―Elevó quedamente la comisura derecha―. Te ves feliz con ella y eso es más que suficiente. ―Se levantó y suspiró profundo―. Fin de las cursilerías. Te dejo trabajar que yo también tengo pendientes con los que cumplir.

―Y una piloto que encontrar.

―¡Exacto!

William le dio una fuerte palmada en la espalda que obligó a Caleb a toser. En cuanto se quedó a solas, Caleb fue consciente de su entorno. Desde luego, no era lo mismo que la bahía, pero la sensación era parecida: el olor del agua salada, el suave murmullo de las olas, el ronroneo de la brisa y la visión del agua cristalina a solo pasos de él evocaron el ambiente perfecto para que sus adoloridos músculos se relajaran. Se acercó a la bandeja metálica y agarró la botella de vino: una marca que no había visto nunca en su vida, pero en cuya etiqueta especificaba que la bebida no contenía alcohol. Sonrió al darse cuenta de que estaba descorchado, así que cogió la copa y la llenó a la mitad.

Ignorando la irritabilidad en sus hombros tras el partido con Liam, se acomodó en la silla giratoria y, sujetándose del borde del escritorio, la arrastró. Apoyó el largo del brazo izquierdo en la superficie mientras abría la pantalla con la otra mano. «¿Qué más puedo hacer para convencerte?», era lo último que había escrito. Movió la cabeza de lado a lado, se tronó los dedos y, luego de repasar las líneas anteriores, se dispuso a terminar la complicada escena.

Caleb alcanzó a escribir unas pocas palabras cuando su teléfono sonó en el bolsillo derecho del pantalón deportivo gris. Echó la cabeza hacia atrás, soltó una maldición y metió la mano en el bolsillo. El nombre de Claudia apareció en la pantalla.

―Todavía me quedan dos horas ―le dijo al responder. Deslizó el dedo por el cursor y se aseguró de que el WiFi estuviera conectado.

―Tengo malas noticias. ―Después de dos años trabajando juntos, Caleb estaba seguro de que ya sabia reconocer su estado de ánimo por el tono de voz que utilizaba. Nunca la había escuchado tan seria. Desalentada, incluso, y Claudia era de las personas más optimistas que conocía―. Ni siquiera puedo creer que te esté diciendo esto, pero mi jefe acaba de informarme de que venderán la editorial y los proyectos deberán ponerse en pausa.

Caleb miró la pantalla, como si no pudiera creerse las palabras de Claudia. Tal vez ni siquiera era ella sino una persona que sonaba igual a su editora.

―¿Vender? ―Caleb se desplomó contra el espaldar de la silla―. No lo entiendo. ¿Por qué la van a vender? No sabía que estuvieran pasando por problemas económicos.

―No lo estamos, y yo tampoco lo entiendo. El presidente está reunido con un montón de abogados y mi jefe acaba de confirmarme que se está llevando a cabo una oferta de compra. ―A Caleb le pareció escuchar un sollozo, pero no estaba seguro. Tampoco la había escuchado llorar hasta ese día―. Dicen que son todos los proyectos los que fueron detenidos ―Caleb escuchó el movimiento de papeles al ser sacudidos―, pero la nota que me entregaron solo habla del tuyo.

Caleb empuñó la mano izquierda.

―Claudia, ¿en la nota que te entregaron menciona que debes cancelar los servicios de Tuva Grönberg también?

―Sí... ―respondió con un hilo de voz.

―¿No sabes quien es la persona que intenta comprar la editorial?

―No lo sé. Mi jefe apenas pudo entender parte de la conversación. Dijo que los abogados hablaban con un acento extranjero. Como...

―Francés, ¿no es cierto? ―Caleb golpeó el reposabrazos izquierdo con el puño.

―Sí, exacto. ¿Eso cómo lo sabes?

―Porque creo saber quién es el comprador.

―¿Y quién es?

―El padre de Alina. ―A pesar de la situación, Caleb sonrió ante el silencio incriminatorio de su editora―. Ya sé que Tuva y Alina son la misma persona.

Un largo suspiro de alivio atravesó el teléfono.

―¡Qué alivio! Era tan complicado hacer este trabajo y cuidar que no se me escapara su nombre. Creo que llegué a los cincuenta con el montón de estrés que esto me generó.

―Claudia ―su voz era firme―. Escúchame bien. No dejes, bajo ningún contexto, que esa firma se formalice. ―Caleb se levantó con la mano apoyada en el borde del escritorio―. No importa lo que tengas que hacer.

―Sabes que podría perder mi trabajo si hago lo que me pides, ¿no es así?

―Lo sé. ―Caleb se frotó la frente―. ¿Estás dispuesta a hacerlo de todos modos?

―¿Al menos sabes lo que haces?

―Sí ―su voz era firme.

―Está bien. ―Escuchó el arrastre de la silla al otro lado de la línea―. He editado a personajes de todo tipo. Sé como convertirme en una chiflada, aunque si pierdo mi trabajo no me costará nada.

En cuanto la llamada finalizó, Caleb se metió el teléfono al bolsillo, abrió la primera gaveta del escritorio y agarró su cartera. La editorial le quedaba a treinta o cuarenta minutos. Claudia se encargaría de conseguirle más tiempo antes de pisar la zona de guerra, lo que estaba bien para él.

Reynard lanzó la primera bomba después de varios días en silencio, y Caleb estaba más que listo para la detonación.

¡HOLAAAAAAAAAAAA! Ya regresamos con la programación regular. Los he extrañado un montón. Muchas gracias por permitirme este espacio con mi familia. Parta quienes no lo saben, tomé una pausa de Wattpad mientras mi familia y yo pasábamos por el proceso de la enfermedad de mi tío que, lamentablemente, falleció en diciembre. Necsitaba este tiempo, pero bueno. La verdad es que no me puedo alejar mucho de la escritura, así que acá andamos de nuevo 🫶🏼

Los quiero mil mundos, mis divinos seres 🩷

PD: HE VUELTO PERO EL FINAL SIGUE A LA VUELTA DE LA ESQUINAAAAA ✨️

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