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Capítulo 16.

Alina ignoró el golpe de calor en su espalda del sol de mediodía.

―¿A qué te refieres conque ya lo sabías?

Caleb apoyó la espalda de la puerta de vidrio y suspiró. Giró el teléfono en su mano derecha con una expresión pensativa, lo que impacientó a Alina. La retahíla de posibilidades le apretujaron el pecho. No era posible que Caleb supiera que ella era Tuva y no le hubiese dicho nada. Pero... ¿cómo pudo saberlo? Lo más cerca que ha estado de su apartamento era la piscina y nunca ha visto sus dibujos.

―Cuando terminamos de hablar esta mañana, recibí un mensaje de Claudia. ―Caleb se ajustó el pantalón de algodón gris que iba a juego con su camiseta―. Era una fotografía que Tuva Grönberg le envió como evidencia de su progreso y quería que yo la viera. ―Alina notó que la mirada de Caleb se detuvo en el cuaderno rojo―. No le presté tanta atención al principio, pero hace como una hora tomé una pausa y me senté a leer un rato.

Caleb la miró fijamente.

―Mejor hablemos adentro. Conversar en el umbral da la impresión equivocada.

―¿Estás enojado conmigo? ―la pregunta dejó sus labios con un deje nervioso

―Si estuviera enojado contigo, seguiríamos hablando en el umbral.

Alina disimuló un suspiro de alivio. Abrazando de nuevo el cuaderno y la tableta, se adentró al apartamento de Caleb, que era sorpresivamente similar al de ella. Pero, al mismo tiempo, era lo opuesto al suyo. Olía a Caleb... o tal vez su nariz ya aprendió a detectarlo por encima de la leche hervida o la brisa salada que entraba por las puertas y ventanas abiertas. Por alguna razón, que se encontrara en su espacio privado e íntimo le causó un cosquilleo. Si estuviera enojado con ella, Caleb no le habría permitido entrar a un lugar tan íntimo como su residencia.

Eso era buena señal, ¿o no?

Alina se detuvo a ver el libro en el sofá gris. Si bien el que le había prestado estaba en una mesa junto al mueble ―iba cerca de la mitad― el que leía no era ese. Era su propio libro: el que Alina le entregó con anotaciones. En cuanto Caleb se percató de a dónde había ido a parar su atención, la miró con una media sonrisa.

Eso era buena señal, ¿o no?

―No lo he vuelto a leer desde antes que saliera publicado. ―Caleb se estiró por encima del espaldar y agarró el libro―. Catharina mencionó algo sobre unos personajes y sentí curiosidad. La única copia que tenía es la que me diste.

―Te dije que tuvieras cuidado. Anoté muchas tonterías.

―También dibujaste un montón.

Alina chasqueó la lengua como si, de repente, entendiera cómo funcionaba su cerebro. Había olvidado por completo los dibujos y garabatos que había hecho mientras leía. De todas maneras, no existía riesgo alguno de que reconociera un estilo de dibujo que no había visto antes... excepto en Tuva Grönberg.

―Los trazos me recordaban a la ilustradora que contrató Claudia para la nueva edición de mi novela. Pensé que compartían un estilo similar.

―¿Entonces...?

Caleb sacudió le teléfono, que seguía sosteniendo con la mano derecha, y desbloqueó la pantalla. En cuanto encontró lo que buscaba, le mostró la fotografía que Alina le envió a Claudia. Alina entrecerró los ojos. A simple vista, no había nada delatador en la imagen: se mostraba su cama, un cuaderno y la tableta con un dibujo a medio hacer de una pareja en la esquina de la habitación, casi pecho a pecho, mientras el personaje, Anthony, inspiraba el olor del perfume de Barbara, la protagonista. Alina no había terminado de dibujar los atuendos porque necesitaba referencias visuales del vestido de inicios del siglo XIX, pero quería que Claudia viera su avance.

―No lo entiendo ―admitió por fin.

Caleb amplió la parte del cuaderno rojo y enseguida apuntó al que abrazaba con desesperación.

Los cuadernos eran los mismos: el dibujo de Galavant, Isabella y Sid, sus tres personajes preferidos de Galavant, su serie favorita, que bosquejó a inicios de año.

―Usaste ese cuaderno una vez, ¿lo recuerdas? ―La mirada de Caleb descendió a la prueba de su torpeza―. Probaste tu set de marcadores nuevos.

Alina tragó saliva con dificultad.

―No pensé que prestarías tanta atención.

―Siempre presto atención a lo que me interesa.

La tranquilidad en la voz de Caleb le puso los nervios de punta.

―No entiendo por qué no estás enojado conmigo.

―Porque no lo estoy. ―Sin soltar el teléfono, se acercó a ella y le arrebató el cuaderno. Evidentemente, Alina no se aferraba a él con la desesperación que creía―. Yo solo... ―Amagó una mueca―. No me contenta descubrirlo de otra manera que no fuera por ti. ¿Aquí es donde hiciste los bocetos?

―Solo la lluvia de ideas. Los bocetos están aquí. ―Le ofreció la tableta.

Caleb no la aceptó de inmediato. La estudió de todos los ángulos posibles y con expresiones que variaban entre la curiosidad, el desconcierto y la fascinación.

―¿Cuántos bocetos llevas hasta ahora? Sé que son cinco, pero...

―Caleb. ―Pronunciar su nombre logró que la mirara a los ojos―. Esta actitud tuya me está poniendo los pelos de punta. No estás... Acabas de descubrir que te mentí y estás demasiado permisivo, no sé cómo tomarlo.

Caleb cerró los ojos y suspiró largo y tendido.

―Para ser honestos, me enfadé tanto que no quería verte.

Alina asintió, pese a que no podía verla, y se abrazó de nuevo a la tableta. De momento, era todo lo que podía hacer. Escuchar que consideró no hablarle empaló su corazón, pero ella había insistido en que lo dijera en voz alta.

―¿Sabes cuál es la peor parte? ―Cuando Caleb abrió los ojos y la miró, la mirada de Alina se empañó de lágrimas al encontrar rastros de dolor y decepción―. Esta ni siquiera es el peor secreto que me han escuchado. La última vez que supe algo de la boca equivocada, estuve a punto de perderlo todo. Me perdí a mí mismo. Era una persona mucho más feliz antes de ese maldito cumpleaños.

Alina se mordió el labio y silenció el quejido de dolor. Porque dolía. Para ella, su secreto era inofensivo. Para Caleb, que había vivido en carne propia lo que una mentía dolía, representaba una nueva estocada en su herida cicatrizada.

―Me costó años aprender a confiar en otra persona. ―Caleb sacudió la cabeza y, como si de repente se percatara de que aún sostenía el cuaderno, lo miró―. Este debe ser el secreto más inocente que me han ocultado, pero era una omisión. Ya mi cabeza había decidido no hablar contigo.

―Lo siento ―la voz de Alina era apenas un susurro tembloroso.

La suave carcajada de Caleb la opacó.

―La cosa es que, para bien o para mal, yo ya no soy el mismo Caleb de hace dos años. Ese habría cerrado la puerta del apartamento, corrido las cortinas y bloqueado tu número. Es lo que hice con Liam. ―La mirada de Caleb se suavizó al detenerse en la de ella―. No puedo hacer lo mismo contigo. No quiero. Porque te conozco. ―Avanzó dos pasos hacia ella―. No creo que haya alguien en este mundo que te conozca mejor que yo. Eres un jodido libro abierto y sé que debe haber una razón de peso para que no me hablaras de esto. ―Levantó el cuaderno como si pesara una tonelada―. Y, en lugar de retraerme de nuevo, quiero escuchar. No soportaría pasar dos años sin hablarte porque dejé que mi orgullo me controlara.

―No te dije la verdad porque... ―Al percatarse del temblor en su voz, Alina pausó y respiró profundamente―. No creí que podríamos llegar a este punto.

―Yo tampoco. ―Apoyó la cadera del espaldar del sofá―. Pero aquí estamos.

Alina encajó las uñas en la tableta. La había usado como un escudo desde que llegó al apartamento y no comprendía bien el motivo. ¿Qué estaba esperando que pasara? ¿De qué buscaba protegerse? ¿De su rechazo?

―Antes de que te conociera, el arte era lo único que tenía. ―Observó el lento acercamiento de Caleb, como si intentara pasar desapercibido, pero el cuerpo de Alina vibró ante la expectativa de tenerlo cada vez más cerca―. Lo mantuve en secreto para que mi padre no lo supiera. Veía el dibujo como una distracción. Siempre hacía lo que él quería, por tanto, no iba a sospechar nada, en especial si usaba un nombre falso y usaba un lugar privado para dibujar.

―El apartamento de al lado. ―Caleb asintió.

―Claudia ya me había dado el trabajo antes de que nos conociéramos en la gala.

Caleb, que no había dejado de asentir mientras procesaba sus palabras, entornó los ojos.

―Por eso actuabas de esa manera conmigo, ¿no es así? Porque no querías que supiera que tú eras Tuva y...

―Sí, ¡pero...! ―la efusiva interrupción sobresaltó a Caleb―. No es que quisiera ocultártelo a ti en particular. No quería que nadie salvo las personas necesarias lo supieran. Solo mis tíos, Claudia y su jefe están enterados. Se suponía que, una vez que terminara las ilustraciones, tú y yo ya no mantendríamos ningún tipo de contacto.

―Pero ahora todo es diferente. ―Con los brazos cruzados, Caleb se acercó. Alina estudió la evidencia de su enfado en la tensión de su mandíbula―. ¿Cuánto tiempo pensabas mantenerlo en secreto?

Alina tragó saliva.

―¿Quieres mi completa honestidad?

―Sí ―la dureza en su voz la estremeció.

―Yo no... no he pensado en eso hasta hoy. No es... No es que no me importe ―se apresuró a decir al notar su expresión desencajada. Dejó la tableta sobre el espaldar y entrelazó los dedos―. La decisión de Rainier de cederme la presidencia de la fundación ha cambiado todo para mí. Ya casi no tengo tiempo libre. Solo he podido cumplir con los plazos de Claudia sacrificando horas de la madrugada. Y yo no... ―Echó la cabeza hacia atrás y expulsó el aire de golpe―. No sé cómo se hacen estas cosas. Esto de las relaciones, ser un libro abierto... Sé como mantener secretos, no como revelarlos. Jamás pensé que nos encontraríamos en este punto. Mis esperanzas estaban puestas en que te irías pronto de Mónaco y Tuva Grönberg volvería a estar segura.

―¿Y aún quieres que me vaya del país? ―La distancia que los separaba ya era de tímidos centímetros. Los brazos de Caleb, descruzados, rozaron con suavidad los de ella.

―No ―admitió sin aliento. El simple pensamiento de que podría marcharse de Mónaco en cualquier instante le quemó la garganta―. No te mentí porque quería. Lo he estado haciendo para proteger... ―Se mordió el labio con fuerza, esperando que, de esa manera, se esfumaran las ganas de llorar―. Tuva Grönberg me ayudaba a protegerme de mi padre. Tuva Grönberg no le teme ni le debe explicaciones ni mucho menos agacha la cabeza ante él. Tuva Grönberg es libre y no ve el arte como una pérdida de tiempo. Tuva Grönberg era la única persona que me entendía ―se encogió de hombros― y ni siquiera existe.

La remanente tensión en el cuerpo de Caleb se extinguió.

―Lo comprendo, lo sabes, ¿verdad? ―la suavidad de su voz le dieron ganas de llorar.

―Lamento habértelo ocultado.

―Lo sé. ―Alina se estremeció con el recorrido de sus dedos por encima de las mangas del blazer―. Está bien.

―¿Estamos bien? ―sopesó la pregunta con nerviosismo.

Caleb esbozó una lenta y tímida sonrisa.

―Sí, estamos bien.

Entontecida por la felicidad, Alina soltó el aire de golpe con una dramática expresión de alivio, le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él. El recibimiento instantáneo, junto con el golpe del olor a almizcle y jabón de Caleb, desanudó la tensión de su pecho. Caleb escondió la nariz en la base de su garganta e inspiró el olor de su piel. Sus largos brazos le envolvieron la cintura y la acercó más a él. Alina podía percibir el alivio emanando de él.

―¿De verdad no te diste cuenta de que tu cuaderno de dibujo aparecía en la foto? ―le preguntó Caleb al separarse.

―No. ―Acentuó la respuesta con un movimiento de la cabeza.

―Pensé que sí y que por eso habías decidido contarme.

Recordar los motivos que la llevaron a venir al apartamento le despertaron las náuseas.

―Algo sucedió, ¿no es así? ―la atenta mirada de Caleb la estudió con detenimiento.

―Necesitamos hablar de algo más.

―Y puedo ver que es algo serio.

Alina agarró la tableta del espaldar del sofá, rodeó la sala y se acomodó en el asiento. Caleb la alcanzó poco después. Quizá por hacer tiempo, o quizá buscando comodidad, se deshizo de los stilettos y los dejó a un lado.

―Mi padre ya lo sabe. ―Juntó las piernas y apoyó en ellas los brazos cruzados.

―¿Sabe qué? ―La mirada de Alina se desvió al cuaderno que Caleb aún tenía en las manos y luego a la tableta―. Estás de broma ―le dijo con un hilo de voz―. Pero ¿cómo demonios...?

―Encontró el cuaderno y la tableta en mi habitación. Supongo que debió haberles pedido a los empleados que la revisaran mientras estaba en la fundación. El punto es que ya lo sabe. ―Jugó con los pulgares―. Hoy firmé un contrato con una organización que realiza investigaciones sobre la salud y autoricé el patrocinio de la fundación. A papá no le gustó la idea. De hecho, me exigió que no firmara y lo hice de todos modos, pero ahora quiere usar lo de Tuva para que retire el patrocinio y le devuelva la presidencia a Rainier.

―Esto debe ser una puta broma. ―Caleb arrojó el cuaderno en el sofá, empuñó las manos y se apoyó del espaldar con un bramido de exasperación.

―También sabe que estoy a cargo de tus ilustraciones. ―Alina se frotó los nudillos―. Si no hago lo que dice, no solo me afectará a ti. Pondrá en riesgo tu contrato. Es capaz de lo que sea con tal de conseguir lo que quiere, y la única manera de evitarlo es devolviéndole la presidencia a mi hermano.

―No lo harás, no después de haber trabajado tanto para sacarla a flote.

―¿Qué otra opción tengo? ―Dibujó círculos en su rodilla derecha―. No hay mucho de dónde escoger. Sin importar la decisión que tome, Reynard se encargará de aplastar las demás. Me hará renunciar a algo.

―Me lo tendrá que decir a la cara. ―Caleb se puso de pie con brusquedad, rodeó el sofá y se encaminó al corredor con paso resuelto.

―¿Qué estás haciendo? ―Alina se puso de pie al verlo salir de la habitación con zapatos puestos―. Por favor, dime que no irás a verlo.

Caleb agarró las llaves del auto del escritorio.

―¡Caleb!

―Me dijiste que no te lo dijera y es lo que hice, porque desde luego que iré a verlo.

―¡No! ―Lo agarró del brazo―. Esto solo lo complicará más.

―Entonces, ¿qué esperas que haga? ―La ira le oscureció los ojos verdes que, de pronto, se parecieron a la Maw sit sit―. ¿Que me quede sentado con los brazos cruzados ante las amenazas de tu padre?

―Lo que no quiero es que luches mis batallas.

―No voy a luchar tus batallas. ―Estaban tan cerca que el pecho de Caleb se movía a la par que el de ella―. Voy a lucharlas contigo, hay una gran diferencia, y eso incluye tocar a su maldita puerta y que se entere de una jodida vez que, si se atreve a meterse en tu cabeza una vez más, haré que se atragante con sus amenazas.

Con la respiración acelerada y el corazón a mil por hora, Alina lo sujetó con fuerza de la nuca y lo besó. Bebió de su ira como si fuera el elixir de la vida, y su cuerpo tembló cuando Caleb la agarró de la cintura, la acercó a él con un movimiento brusco y la presionó contra la pared. El impacto le arrancó un jadeo, pero Alina no se separó. Clavó las uñas en la piel blanda de su cuello y separó los labios para que Caleb tomara lo que quisiera.

La posesividad de su boca no tardó en reclamarla, su lengua abriéndose camino con destreza. La cálida respiración de Caleb la golpeó en las mejillas. La espalda de Alina se arqueó el cuando los dientes de Caleb mordieron sus labios con tan poca delicadeza. Ahogó un gemido dentro de su boca, separó los labios y batalló para seguir la erótica danza de su lengua. El gemido gutural de Caleb ―tan primitivo y masculino― le comprobó que lo había conseguido. No había manera de llamar a eso un beso. Caleb no besaba: devoraba. Y, por primera vez, Alina disfrutó ser la presa.

Caleb se apartó quedamente para mirarla a los ojos. Su pecho agitado iba a la par que la respiración de ella. El corazón de Alina le retumbó en los oídos.

―Si quieres que me detenga ―se pasó la lengua por los labios. Sus ojos oscurecidos no pararon de mirar sus labios―, es un buen momento para que me lo digas.

Alina apoyó la cabeza en la pared. Sin apartar la mirada de la de él, Alina deslizó las manos por el pecho de Caleb. La suavidad de la camiseta gris la estremeció. No era precisamente la textura que se moría por tocar, por lo que continuó el descenso hasta el dobladillo. Bajo la palma de su mano, percibió la acelerada respiración de Caleb. Echó la cabeza hacia atrás y apretó los dientes. Su mandíbula se tensó a medida que Alina exploraba la dureza de su abdomen. El golpe de calor de su piel le aceleró el pulso. Tocarlo no era suficiente.

―¿Te gusta? ―le preguntó con un hilo de voz. Una ronca carcajada sacudió a Caleb―. ¿Quieres tocarme?

Caleb abrió los ojos y la miró. No, eso tampoco era mirar: la contempló. La consumió. Alina nunca se sintió tan... vista.

―¿De verdad quieres saberlo, princesa? ―En un parpadeo, el cuerpo de Caleb volvió a aprisionarla contra la pared. Alina tragó saliva y asintió con lentitud―. He querido tocarte desde que te vi con ese traje de baño verde, pero he intentado ignorar mis deseos. Contenerlos se me ha hecho cada vez más difícil. ―Caleb la agarró del cuello con suavidad con la mano izquierda y deslizó el pulgar por sus labios. Alina jadeó con dificultad―. Me tienes loca y obsesivamente pensando en ti y ni siquiera sé cuándo pasó. ―Los labios de Caleb rozaron los de ella, y Alina se estremeció con los sutiles golpes de calor―. Mi cabeza no funciona si te tengo cerca. En cuanto capto el más mínimo rastro del olor de tu piel, estoy perdido.

―Yo quiero... ―La espalda de Alina se arqueó y un tembloroso jadeo abandonó su boca al sentir el apretón a su garganta. Caleb lo aflojó de inmediato y sus labios iniciaron un lento, suave y cálido recorrido desde su mentón hasta el escondite detrás de su oreja derecha―. Solo para que no te decepciones a último momento, yo... mm... Es difícil para mí...

La intensidad en la mirada de Caleb le hizo tragar en seco.

―Alina, ¿esta es tu primera vez?

Alina soltó una carcajada nerviosa.

―No ―se remojó los labios―, pero mi primera vez no fue placentera. Tampoco las siguientes. En aquel entonces me sentía muy incómoda con mi cuerpo y me costó mucho esfuerzo excitarme. ―Apoyó la cabeza en la pared con desgano―. El problema lo tengo yo, no la persona que esté conmigo.

―¿Cómo te sientes ahora respecto a tu cuerpo?

Las manos de Alina se deslizaron con suavidad por la dura espalda de Caleb mientras sus ojos se perdían en la turbulencia de los de él.

―Estoy cómoda.

―¿Te gusta cuando te ves al espejo?

Alina asintió.

―Bien. ―La mano de Caleb aflojó su cuello y se deslizó lenta y metódicamente por sus hombros. En un parpadeo, el blazer rosa descendió por sus brazos y cayó al suelo―. ¿Te gusta cómo te ves solo con el top blanco?

―Sí ―jadeó.

Las manos firmes y duras de Caleb bajaron con lentitud por el surco de su espalda, y Alina se arqueó ante el electrizante recorrido.

―¿Te gusta cuando te toco así?

Ignorando la resequedad de su garganta, Alina clavó las uñas en la espalda de Caleb y asintió.

Caleb apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de Alina, y ella separó los labios al observar esa sonrisa perversa que podría destruir fácilmente su voluntad. Sin dejar de mirarlo, Alina lo sujetó con fuerza de la cintura y lo atrajo hacia ella. La respiración de ambos se acortó en cuanto Alina reclamó su boca. Sus cuerpos volvieron a chocar; las manos de Caleb recorrieron la curvatura de su costado y se detuvieron en los dobladillos del top que desapareció por encima de su cabeza en un segundo. Sus pechos desnudos rozaron la tela suave de la camisa de Caleb y Alina sintió la dolorosa erección de sus pezones.

Una corriente de placer se abrazó a ella con el lento deslizamiento de la boca de Caleb por la mandíbula, descendiendo con suaves mordiscos por la base de su cuello y la división de sus pechos. Alina se mordió los labios al comprobar lo que, de alguna manera, sabía: la rasposa y filosa sensación de la barba de Caleb sobre su piel sensible iba a ser su perdición. Su cuerpo no pudo evitar arquearse, sacudirse y temblar ante el cosquilleo y los latigazos de placer de la lengua de Caleb sobre sus sensibles pezones.

―Se ven de maravilla en mi boca, ¿no te parece? ―Sus peligrosos ojos verdes la miraron, y una sonrisa lasciva desapareció en cuanto acunó el otro pezón en su boca. La suave, aunque repentina, mordida la sobresaltó―. ¿Te sientes cómoda con mi boca en ti, princesa?

―Sí ―jadeó con la espalda arqueada.

Caleb dejó escapar un gruñido gutural, casi salvaje.

―No he probado nada más delicioso que tú.

La boca de Caleb reinició el descenso con filosos y húmedos trazos de su lengua en una línea invisible desde la división de sus pechos. Caleb mordisqueó la tersa piel de su vientre, pero para Alina aquello era similar a un tiburón con dientes de fuego.

De repente, Caleb se apartó de ella. Con una expresión de descontento y confusión, Alina lo miró a los ojos. No tuvo tiempo de preguntarle por qué se detuvo. Caleb la besó, abandonada la ternura y suavidad, la agarró de la cintura y la levantó del suelo como si ella pesara menos que el aire. Las piernas de Alina se enroscaron alrededor de él por instinto mientras sus manos de divertían con la suavidad del nacimiento de su pelo. Bajo sus dedos, Alina percibió la piel erizada de Caleb. Él la deseaba, y de verdad. La evidencia estaba en la dura y palpitante erección que golpeaba contra ella a medida que Caleb caminaba hacia una de las habitaciones.

La espalda de Alina cayó sobre una cama blanda, pero firme. De pie en el borde de la cama, siguió el recorrido de la mirada de Caleb, que observaba con fascinación su desnudez. Una nueva y extraña sensación envolvió a Alina. La atención de Caleb se detuvo en ella, y solo ella. Esa mirada oscura y lasciva la hizo sentirse sexy.

―Ya echo de menos tu boca ―adoptó un tono de voz meloso y suave que acompañó con una media sonrisa. Alina apoyó el peso de su cuerpo en los antebrazos y, sin dejar de mirarlo, abrió las piernas.

Con un gruñido gutural, Caleb se acomodó entre sus piernas y la besó con una desesperación asfixiante que Alina arqueó la espalda, deseosa de contacto, pero lo único que encontró fue su ropa. Pese a su posición limitante, Alina llegó al dobladillo de la camisa y tiró de ella con determinación. Caleb se apartó quedamente y terminó el trabajo. Esa no era la primera vez que lo veía sin camiseta, pero sí era la primera vez que podía tocarlo sin temor a cruzar esa línea. Así que aprovechó la erradicación de los límites para recorrer su pecho con las palmas, marcando suaves líneas con los dedos y ceder a la necesidad de recorrer la bese de su garganta con la lengua.

Alina se aferró a él por la cintura. La respiración pausada, pero acelerada, de Caleb golpeó sus oídos con un soplo de aire caliente. Erótico. Masculino. Recorrió la dureza de su piel con la lengua y los dientes. El olor de su piel llenó sus fosas nasales; sus músculos se endurecieron bajo el latigazo de su lengua. Caleb gimió, un sonido bestial que le arrancó uno a ella. Nunca en su vida había estado tan excitada con tal solo recorrer su piel. Una probada y ya estaba obsesionada.

Alina apretó los labios para contener las ganas de protestar en cuanto Caleb se apartó, pero el inmediato accionar de su boca, y el peligroso juego de su lengua y dientes envolviendo sus pezones, la devolvieron a la cama. Su espalda se arqueó como si tuviera vida propia. Entonces, volvió a separarse y, sin mirarlo, sintió el deslizamiento de la falda por sus piernas. Caleb se tomó más tiempo antes de desaparecer también la ropa interior. Las filosas uñas de Caleb trazaron círculos en su vientre que se trasladaron poco después al interior de sus muslos. Alina no se atrevió a incorporarse y mirar lo que hacía. Su cabeza revuelta captó las intenciones de Caleb, y no encontró las palabras necesarias para explicarle que el sexo oral siempre la hizo sentirse incómoda. Apenas y se tocaba a sí misma. La idea de que alguien usara la boca en ella.... El pensamiento la estremeció.

Pero, entonces, la boca de Caleb bailó por el interior de sus muslos, y la violenta ola de placer le arqueó la espalda otra vez. Y otra vez. El calentón en sus mejillas se esparció con rapidez por su cuerpo, tiñéndolo de un tono rosado intenso. Caleb pasó los brazos por debajo de sus piernas y tiró de ella con fuerza. El golpe de su cálida respiración le arrancó un gemido, pero su mente se deshizo de la cordura en cuanto sintió el recorrido de su lengua por su piel húmeda.

Alina perdió control de su cuerpo. El tacto ardiente de sus labios lanzó corrientazos de placer a todas partes y no hubo una sola parte de ella que no reaccionara. Masajeó la dureza de sus pezones y, en medio de la neblina de excitación que entumecía sus pensamientos, creyó escuchar un gemido de Caleb.

―¿Te gusta verme mientras me toco? ―Alina eligió usar el juego de preguntas a su favor.

La carcajada de Caleb retumbó contra su piel húmeda.

―Hazlo otra vez ―fue su respuesta.

Alina jadeó en cuanto la lengua de Caleb retomó su tortura. Sus manos volvieron a masajear los duros pezones, pero el doloroso cúmulo en su vientre le arrancó un gemido. Su cuerpo se tensó; la respiración se le disparó y le quemaron los pulmones.

Cuando se incorporó y se apoyó de uno de los antebrazos, Alina enredó los dedos en el pelo de Caleb y tiró de él. La ávida boca de Caleb inició entonces el ascenso por su piel, lamiendo y mordiendo a su paso, y se detuvo en la división de sus pechos. Alina aprovechó la oportunidad para encajar las uñas en su cintura.

―¿Por qué sigues usando un pantalón?

Caleb se pasó la lengua por los labios.

―Estaba ocupado.

―Quítatelo.

Alina resintió la ausencia del calor del cuerpo de Caleb. Se sentó en la cama, ignorando las leves punzadas en la cadera, y observó con atención mientras se deshacía del pantalón gris y la ropa interior. Alina tragó saliva, abrumada por las sensaciones que se acumulaban en su pecho como un torbellino. Ella quería esto, tanto que era abrumador; un sentimiento que estuvo esperando. Un sentimiento que le permitiera saber que estaba lista para intentarlo otra vez.

Así que se movió en la cama de rodillas y, al llegar al borde, le asió el cuello con los brazos y probó su propio sabor de su boca. La garganta de Alina vibró al ritmo de sus silenciados gemidos al sentir la intromisión de los dedos de Caleb en su entrepierna. Sin abandonar el soporte de su brazo derecho, Alina deslizó la mano por su torso hasta encontrar su palpitante miembro. El gruñido de Caleb quedó amortiguado por la boca de Alina mientras ella se dedicó a deslizar la mano por su longitud pulsante. Poder. Eso se sentía como poder. Sobre él. La dueña de su placer. Una sensación deliciosa que solo podía igualarse con el placer que él le daba y que la hizo sonreír.

Alina percibió la curvatura de los labios de Caleb, quien le envolvió la cintura con un brazo y la arrojó sobre la cama. Como movidas por mente propia, Alina desplegó las piernas y Caleb, sin desaprovechar la oportunidad, se acomodó entre ellas. Alina se arqueó ante el rose de sus cuerpos desnudos; la inesperada fricción los hizo jadear a ambos. Remojándose los labios con la lengua, Caleb estiró el brazo hacia el primer cajón y sacó un pequeño paquete plateado.

Alina se echó a reír.

―¿Debería preguntar cuánto tiempo lleva ahí?

―¿Honestamente? ―Alina asintió―. Desde que me besaste. ―Enarcó la ceja con una arrogancia impropia de él―. Para ser aún más honestos, me asusta lo mucho que te deseaba sin darme cuenta. Es como si mi cuerpo estuviera hecho para reaccionar ante el tuyo.

Alina sonrió. La razón escapaba de su entendimiento, solo sabía que le gustaba lo que le había dicho. Sus palabras eran dulce, tiernas incluso, que hicieron que lo deseara más.

Alina le arrebató el paquete plateado y lo abrió con lentitud sin apartar la mirada de la de Caleb y la manera en que sus pupilas se dilataban mientras su mano se deslizaba con calma por su miembro. Caleb separó los labios y su respiración entrecortada le sacudió el delgado mechón de pelo rubio que le caía por la mejilla. Hambrienta de él, Alina se apoyó de los hombros de Caleb y subió sobre él. Caleb la sujetó de la cintura para ayudarla. Bajo las palmas de sus manos, Alina percibió la dura tensión de los músculos de Caleb mientras se frotaba contra él con movimientos circulares. Echó la cabeza hacia atrás y, a pesar de la resequedad de su garganta, dejó escapar un gemido ronco que quedó silenciado ante su invasión.

El cuerpo de Alina dejó de moverse mientras se acostumbraba a esa sensación de plenitud. Las pulsaciones de ambos cuerpos aceleraron sus latidos. Podía sentir el repiqueteo de su corazón en la garganta. Apoyada de los hombros de Caleb, y con el soporte de sus manos en sus caderas, logró moverse con lentitud. Caleb guio sus movimientos sin apurarla. Lo vio apretar los dientes mientras su mirada se enfocaba en la unión de ambos cuerpos. La cabeza de Alina, por su parte, solo se concentraba en el dolor de la cadera. Cerró los ojos para evitar echarse a llorar. No quería que su cuerpo le fallara ahora, pero esa era su pesadilla: la osteoporosis siempre tocaba a su puerta sin importar cuanto se cuidara.

―Lo siento ―masculló con los dientes apretados.

Cuando intentó separarse y tumbarse de costado en la cama, Caleb se acomodó junto a ella.

―Lo siento ―repitió, demasiado avergonzada para darse la vuelta―. Es la osteoporosis. Algunas posiciones me incomodan.

El pecho de Caleb rozó la espalda de ella.

―¿Confías en mí?

Una ronca carcajada escapó de la garganta de Alina.

―Por supuesto.

―Mírame cuando lo dices ―la autoridad en su voz le erizó la piel. Alina obedeció de inmediato y apenas pudo controlar el deseo de llorar al observar la calidez en sus ojos―. No te avergüences de tu enfermedad. Si algo te incomoda, dímelo y buscaremos una solución juntos, ¿de acuerdo?

Alina se remojó los labios y asintió. Caleb apoyó el largo del brazo en su vientre y la atrajo hacia él. Sus labios besaron la curva de los hombros de Alina mientras sus piernas se abrieron paso por entre las de ella. Arqueó la espalda y gimió al sentirlo entrar en ella despacio sin dejar de besarla y sujetarla con cuidado de la cintura. Los movimientos de Caleb eran lentos; su respiración, entrecortada. Alina apoyó la mano en la de él y la agarró con fuerza.

―¿Estás cómoda? ―le preguntó él.

Alina asintió, abrumada por la voz rasposa de Caleb en su oído. Un gruñido aceleró sus movimientos, y Alina se aferró a su brazo mientras disfrutaba de la manera en que su cuerpo se bañó de un placer inigualable. El dolor de la cadera se disipó en la penumbra de su excitación, que incrementaba a medida que los embistes de Caleb también lo hacían.

El nombre de Caleb abandonó su boca con la respiración entrecortada al sentir como su mano cubría su pecho y su boca húmeda recorría con lametazos de su lengua la base de su cuello, la espalda y los hombros de Alina. Su cuerpo tembló ante la anticipación.

―Caleb ―masculló con un hilo de voz.

Caleb la silenció con un beso que le arrancó un gemido que le quemó la garganta. Ella no era la única rozando el umbral de algo intangible. Alina se movió con él y rodeó la cintura de Caleb con la pierna para permitirle tomar más de lo quisiera. Más de ella. Todo de ella.

El orgasmo los golpeó casi al mismo tiempo, y Alina se desplomó de costado con la respiración trabajosa y su cuerpo convulsionando de placer a la par que el de Caleb, cuyo brazo la envolvió por la cintura y la atrajo hacia él como si aún hubiese espacio entre ellos.

―¿Sigues estando cómoda? ―susurró la agitada voz de Caleb en su oído.

―Cómoda y cansada ―añadió con una suave carcajada.

El eco de la de Caleb la estremeció. Con lentos movimientos, se giró en la cama y un extraño desasosiego se apoderó de Alina al sentirlo salir de ella. Caleb la recibió con un abrazo húmedo y pegajoso por la delgada capa de sudor. Restregó los sensibles y duros pezones en su pecho desnudo mientras se acomodaba.

―Debí haberte dicho que tenía ciertos problemas con la intimidad. ―Alina depositó un beso en el pecho de Caleb y él se lo devolvió en la frente―. No sé cómo hablar de estas cosas, y eso que hablo un montón.

Caleb peinó su pelo rubio con cariño.

―Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿no?

―Mmm... ―Alina cerró los ojos y se dejó consentir―. Lo sé, es que... Solía pensar que había algo malo en mí. Nunca conseguí sentirme cómoda.

―Pero sabes que no hay nada malo contigo, ¿verdad? ―Su voz perezosa, por alguna razón, la hizo sonreír.

―Tal vez tenga mucho que ver con el hecho de que me siento cómoda contigo.

―Eso es fantástico, princesa ―movió los ojos con lentitud y una sonrisa pícara se asomó de repente antes de inclinarse hacia ella con la mirada fija en sus labios rosados e hinchados―, porque ya no podrás deshacerte de mí. 

¿Seguimos con vida? 🔥👄🔥

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