Normalmente, una pregunta no poseía el poder necesario para sacarlo de sus casillas si no fuera porque lo obligaba a apartar la mirada de la pantalla de su teléfono.
―¿Qué? ―Caleb amortiguó las palabras con los dientes apretados.
―¿A qué se debe ese siseo? ―Catharina, tumbada en la cubierta del yate, bajó las gafas de sol y lo observó con los penetrantes ojos grises a punto de evolucionar a cuchillas―. Solo te pregunté cómo te va con la novela. Ya puedes retraer tus colmillos.
―Lo siento. ―Devolvió su atención a la pantalla del teléfono. Nada, ni siquiera un mensaje corto―. Va bastante bien. Aún tengo que planificar ciertos detalles, pero creo que podré iniciar la redacción la próxima semana.
―Eso es bueno, ¿no? ―Liam, junto a él, se subió al barandal apoyado de las manos y se sentó con las vista en la bahía―. ¿Normalmente cuánto te toma ese proceso?
―Depende de las dificultades de la trama.
―De la que no nos quieres hablar ―lo acusó Catharina con acritud―. Es más fácil conseguir que un caballo de una voltereta a sacarte información.
La carcajada de Liam forzó a Caleb a sonreír.
―La única persona con la que discuto esos pormenores es con mi editora. Claudia es la única que entiende a pesar de que debo sonar como si le hablara en otro idioma.
―Pero sí sabes que puedes hablarnos de tu proceso, ¿no es así? ―Catharina se incorporó de repente, sobresaltando a Caleb y, en el proceso, a Liam, que se dio la vuelta de inmediato, y se quitó las gafas―. Seguía enojada contigo para ese entonces, pero aún así compré el libro. ¿La nueva novela tiene algo que ver con la amiga de Barbara y el hermano de Anthony? Sentí cierta tensión entre ellos y me ponía de muy mal humor no poder preguntarte.
―No, no tiene nada que ver con ellos. ―Golpeó la pantalla del teléfono dos veces. Cero mensajes―. Si hubo tensión ahí, no fue intencional.
Catharina hizo un puchero.
―Sí que sabes cómo romperle el corazón a una chica. ―Se puso las gafas y volvió a tumbarse―. Dime lo que se requiere para que esa novela exista. Estoy dispuesta a pagar lo que sea.
―Cuidado con la reina de la mafia danesa, ¿eh? ―bromeó Liam.
―Mi mamá me enseñó a luchar por lo que quiero, y yo quiero esa novela.
―No puedo hacer promesas. ―Caleb se rindió y guardó el teléfono en el bolsillo del bañador gris―. Ver si hay posibilidades implica leerlo, y no lo he tocado en mucho tiempo. Me trae recuerdos bastante agridulces.
Catharina murmuró algo que Caleb no logró entender.
―En danés no, señorita ―dijo Liam―. Algunos pobres diablos no poseemos un abanico de idiomas a nuestra disposición.
―Luk røven!
Liam se inclinó hacia Caleb.
―¿Qué acaba de decirme?
―Pidió amablemente que dejaras de hablar.
―No lo dije con amabilidad ―repuso Catharina―. Has algo con tu amigo. Su voz es irritante.
―Solo lo dice para mantener las apariencias, pero he conseguido ablandarla en los últimos dos años. Ahora por lo menos me tolera.
Catharina bajó las gafas y miró a Caleb.
―Puedes tenerlo de vuelta, no me molesta. De hecho, he estado esperando este momento con ansias.
Caleb se limitó a sonreír. Demonios... Sí que había echado de menos esto. El constante tira y afloja entre los dos. Los comentarios sarcásticos de Catharina. Las respuestas despreocupadas de Liam.
―Pónganme al día. ―Caleb apoyó el peso de su cuerpo en la baranda metálica y cruzó los brazos―. ¿Qué han hecho en dos años?
Liam le contó que había dejado la universidad para dedicarse al tenis a pesar del descontento de su familia. Grant, su hermano, era el único que lo apoyaba y viajaba a menudo a verlo jugar. Catharina también viajaba constantemente para acompañarlo, según ella movida por la lástima, pero Caleb la conocía lo suficiente para saber que nunca hacía algo que no quisiera hacer en realidad.
―Creo que le gusto a su padre. ―Liam sonrió con complacencia al gesto escéptico de Catharina―. ¿Creen que de otra manera permitiría que su hija mayor viaje conmigo?
―No viajo contigo ―contraatacó.
―Viajo primero a Dinamarca para recogerte y luego nos vamos al país donde se dará el torneo. Confía tanto en mí que te deja marchar sin la guardia. Sabe que te devolveré en una pieza.
―Tu padre adora a Liam ―comentó Caleb con la ceja arqueada―. No hay otra explicación.
Catharina bufó.
―Necesito amigas mujeres. Los hombres son sofocantes. ―Se sentó y cruzó las piernas―. ¿Dónde está Alina?
Caleb ignoró el escozor de su mano mientras, a su vez, luchaba con el impulso de agarrar el teléfono y revisar si tenía mensajes pendientes.
―En una presentación de premios. ―Caleb se remojó los labios―. Está cubriendo la agenda de su padre mientras se recupera.
―¿Eso no le corresponde a Rainier? ―Liam se encogió de hombros al recibir la mirada de sus dos amigos―. Pensaba que el heredero era el único que podía reemplazar a su padre.
―Cada país lo maneja diferente ―le dijo Catharina―. Lo habitual es crear un comité de cuatro miembros que puedan reemplazar al soberano en caso de que esté enfermo o fuera del país.
―Ya, pero Rainier está en Mónaco. ¿No se supone que sea él quien oficie la ceremonia y no su hermana?
Esta vez fue Caleb el que recibió la mirada de sus dos amigos. Se encogió de hombros y optó por no decir nada. Alina y Caleb apenas se veían desde que su padre fue a parar al hospital. Estaba más ocupada que nunca y su presencia en los eventos importantes del país eran cada vez más constantes. De la noche a la mañana, la princesa cuya existencia el país había olvidado durante años, era el tema favorito de los medios. Si respiraba tres veces seguidas, un periodista lo encontraba lo suficientemente fascinante para redactar un artículo al respecto.
Y, aun así, ni un solo mensaje había llegado de ella desde la noche anterior.
―Rainier no es de mucha ayuda estos días ―fue todo lo que se animó a decir. La necesidad, absurda por demás, de revisar el teléfono lo quemaba.
―No creo que estés viendo las noticias de Mónaco en estos días ―dijo Liam.
―Las necesarias. ―Cada vez que Alina aparecía en una, Caleb se distraía... y era lo último que necesitaba si quería terminar la novela a tiempo.
―¿Sabes que, en tres años, Alina se convirtió en la mujer de la familia real monegasca más activa en las últimas décadas?
―Y Rainier pasó de ser uno de los príncipes favoritos de Europa a uno de los más incompetentes en la misma cantidad de tiempo. ―Catharina se colocó las gafas en la cabeza―. Estoy segura de que algo sabes. Alina y tú son amigos, ¿no?
Liam tosió para esconder una ronca carcajada.
―Lo siento, no puedo revelar información confidencial. Son asuntos de la familia.
―Debí suponer que esa sería tu respuesta. ―Agitó los hombros.
―Esas son muchas personas.
Caleb y Catharina se miraron antes de cuestionar a Liam con la mirada. El chico, sin embargo, se limitó a apuntar con la barbilla hacia el muelle. Cámaras, micrófonos y resplandores blanquecinos se arremolinaron alrededor de una silueta femenina vestida con un pantalón de cintura alta y un blazer azul polvoroso. El top blanco sencillo dejó al descubierto una franja de su estómago bronceado y el diamante de su colgante refulgió por el golpe de luz solar que la rodeó como si fuera una aparición divina. A pesar de encontrarse rodeada por los tiburones de la prensa, Alina nunca paró de sonreír con tranquilidad mientras recorría la acera con elegancia sobre los peligrosos stilettos blancos.
En cuanto Alina se apoyó del barandal y se subió a cubierta, Caleb cruzó la distancia para ayudarla a abordar.
―Gracias ―le dijo con una sonrisa.
Caleb estuvo tentado de pedirle a Catharina que le prestara las gafas. Quizá, de esa manera, su deslumbrante sonrisa no lo hubiese dejado petrificado.
―¿La prensa te ha estado siguiendo? ―Afirmó el apretón de su mano cuando saltó al yate.
―Intentan, por todos los medios posibles, que revele la condición de salud de mi padre. Lo que no saben es que soy una experta en guardar secretos.
Caleb la miró con la ceja arqueada y Alina se echó a reír.
―Sonríe a la cámara. ―Alina se soltó de su apretón―. Van a tomarte fotografías con el torso desnudo y necesito ver los detalles con claridad cuando llegue a casa.
―No morderé si quieres echar un vistazo en persona.
Como si lo hubiese agarrado por los cojones, Alina caminó hacia la cubierta y Caleb la siguió.
―¡Hola! ―el efusivo saludo de Alina dibujó una sonrisa de contentura en los rostros de sus amigos.
―No sabes lo que he esperado por otra mujer en el grupo. ―Catharina se puso de pie y la recibió con un abrazo.
―Ya sé a qué te refieres. ―Se apartó con una falsa mueca de agonía―. La testosterona. Alguien los convenció de que es irresistible y ya no hay quien los detenga.
―¡Hombres! ―dijeron las dos a la vez.
―Basta ya de tanto chiste ―repuso Liam con la espalda apoyada del barandal metálico―. ¿De dónde vienes: de un foro sobre la dominación mundial?
―De una entrega de premios. ―Señaló a Caleb con un movimiento de la cabeza―. Se lo dije a noche.
Un mensaje escueto que decía que no los iba a acompañar en el yate hasta la tarde ―a pesar de que fue ella la que pensó en la salida para despedir a Catharina y Liam antes de que dejaran Mónaco al día siguiente― debido a que iba a presentar un premio en nombre de su padre.
―Me sorprende que tu padre te lo pidiera ―le dijo Caleb.
Alina esbozó una sonrisa maliciosa.
―Se lo ordenó a Rainier.
Caleb se contagió con su sonrisa.
―Así que tú demandaste ir en su lugar.
―Ya no confío en Rainier, y continuaré tomando su lugar hasta que me demuestre que está cualificado para ser el próximo soberano.
―Ojalá te hubiésemos integrado al grupo antes. ―Catharina soltó una suave carcajada―. Necesitábamos a una mujer de poder en nuestras filas.
―Lo dice la futura reina de Dinamarca. ―Liam se cruzó de brazos con las cejas levantadas.
―Sí, pero no soy como mi madre. Con una sola mirada te pulveriza. Es una modelo difícil de replicar.
Liam frunció el ceño. Caleb abrió la boca para responder, pero Alina se le adelantó.
―Entonces no la repliques. Créeme, es aburrido tener el mismo modelo de una reina generación tras generación. El mundo necesita algo nuevo y fresco constantemente. Además, ralentizas el progreso. Una reina siempre querrá lo mejor para su país, y tu país te necesitará a ti en un futuro. Te sugiero que empieces a trabajar en tu propio molde y luego rómpelo para que nadie lo replique.
―Gracias ―la voz de Catharina vibró con emoción―. Supongo que estoy un poco abrumada porque pronto cumpliré dieciocho e incursionaré en el servicio social.
―La clave para soportarlo es encontrar la motivación para hacerlo.
Catharina lo meditó con los ojos entornados.
―¿Cuál es la tuya?
―La gente. ―Se encogió de hombros con una sonrisa tímida. Caleb se remojó los labios sin poder apartar la mirada de la curvatura de sus labios. Dios... ¿era el suave tono rosado de ellos o el levantamiento de las comisuras lo que los volvía tan atractivos? Chasqueó la lengua, desesperado por recobrar su concentración―. Estar rodeada de personas era lo que me hacía odiar el servicio social, pero he empezado a agarrarle el gusto. Me gusta hablar y escuchar, dejarles saber que soy accesible... Es sumamente satisfactorio poder encontrar la solución a un problema, ¿sabes? A veces lo que la gente necesita es sentirse escuchados, que no desaparecen en la multitud.
―Lo tomaré en cuenta. ―La cabeza de Catharina apuntó hacia la cabina del yate―. He traído un traje de baño por si quieres cambiarte.
El cuerpo de Caleb vibró ante la expectativa.
―La verdad no pensaba quedarme mucho tiempo.
―¿Otro compromiso? ―curioseó Caleb.
―No, no. Quería dejarles la tarde para que aprovecharan el tiempo antes de su viaje de mañana.
―No nos molesta que te quedes ―intervino Liam con una sonrisa divertida, aunque sus ojos viajaban constantemente hacia Caleb, como si estuviese esperando alguna reacción―. Siempre hemos sido tres, pero no nos molesta la inclusión de un miembro más.
Caleb lo estudió de reojo. La mirada de Liam seguía fija en él y una nube malévola opacó sus ojos castaños.
―¿Estás seguro? ―Alina se rascó el dorso de la mano izquierda con el pulgar―. No quisiera...
―¿No te dije que hay un traje de baño para ti? ―Catharina la miró de pies a cabeza―. Significa que ya teníamos contemplada tu presencia. ¿Eso responde a tu pregunta?
Una tímida sonrisa le curvó los labios y Caleb observó con atención su descenso por las escaleras de la cabina. Uno de los dos se aclaró la garganta. Catharina se evidenció con la suave carcajada.
―¿Qué? ―le dijo Caleb.
―¿Te quedaste sin batería?
―O tal vez olvidó su código ―propuso Liam con los brazos cruzados y una irritante sonrisa arrogante.
―¿De qué están hablando?
―Nos dimos cuenta de que ya no revisas tu teléfono. ―Catharina se ajustó el tirante de su traje de baño rojo.
―Desde que Alina llegó para ser exactos ―añadió Liam.
―Me pregunto por qué será.
Con la esperanza de que el rubor de sus mejillas pasara desapercibido como una quemadura del sol, Caleb sacudió la cabeza y los señaló a ambos con el dedo índice de su mano derecha.
―Cuidado con esos comentarios. Alina es una amiga.
―Jugando al tonto, ¿eh? ―La sonrisa vacilante de Catharina le aceleró el pulso.
―No vine a Mónaco buscando complicaciones y sus comentarios están haciendo justamente eso: Alina es una buena amiga y ya está.
Sí, la negación ayuda... hasta que escuece. O lo golpea en las entrañas con un puño de acero. O la maldita palabra lo empala con un cuchillo ardiente. ¿Por qué era tan difícil llamarla amiga? Eso es lo que era, ¿no es así? Una amiga.
―Entonces... ―Liam intercambió una rápida mirada con Catharina antes de preguntarle a Caleb―: ¿Cuánto tiempo te quedarás en Mónaco?
―Seis meses, pero ya han pasado casi cuatro meses, así que... ―Se encogió de hombros. ¿En qué momento pasó tanto tiempo? En dos meses más, volvería a Londres. A casa. A su familia. Entonces... ¿por qué ese pensamiento le revolvió el estómago? Regresar significaba dejar a Alina atrás.
―¿Y crees que la terminarás a tiempo?
―Debo buscar la manera de evitar distracciones y sentarme a trabajar en los meses que me quedan.
O, lo que era lo mismo: dejar de revolotear alrededor de la presencia o pensamientos sobre Alina. Hablando de ella...
―Voy a... ―Su cuerpo se puso en movimiento mientras su cabeza ideaba una excusa razonable. Se agarró del pasamanos de metal y rodeó el jacuzzi―. Buscaré una botella de agua. ¿Alguno quiere?
Las sonrisas diabólicas de sus amigos les indicaron que no. Sacudió la cabeza e ingresó al interior de la cabina. La ausencia del sol brindó un alivio instantáneo al intenso calor y al ardor en su espalda pese a llevar bloqueador solar. La brisa de la bahía penetró las ventanas abiertas con la suficiente fuerza para brindar frescura al amplio espacio con asientos dispuestos en un semicírculo y una mesa redonda en el centro, un extenso bar en el costado derecho y la bajada hacia el camarote.
―¿Alina? ―la llamó desde la puerta―. ¿Está todo bien?
Caleb no alcanzó a escuchar nada. Ni un murmullo, una respiración... Nada.
―¿Alina? ―repitió, esta vez con un deje de seriedad y preocupación danzando en la punta de su lengua.
Caleb escuchó un suave quejido. Suspiró, aliviado, al escucharla decir su nombre.
―¿Puedo pedirte un extraño favor?
―Ajá.
―Necesito ayuda con algo. ¿Puedes bajar?
Caleb se apoyó de las paredes de la bajada y descendió las escaleras.
―¿Qué necesit...? ―El cerebro de Caleb se apagó en el momento en que detectó el problema―. Oh.
Alina, que ya se había puesto el bikini, estaba de espaldas a él con el top desajustado.
―No logro amarrar el nudo. ―Lo miró por encima del hombro―. ¿Puedes ayudarme? Odio este tipo de traje de baño, pero no quiero desairar a Catharina.
Lástima porque Caleb podría disfrutar de la vista sin cansarse. El pantalón y blazer con el que llegó ocultaban su piel bronceada, un crimen que el diseñador del conjunto debería pagar con cadena perpetua. Mientras sus ojos recorrían la curva de su columna, Caleb batalló con el acelerado pulso y el frenético palpitar de su corazón. La visión de ella era hipnotizante y él no podía dejar de beber de la belleza de esa mujer. O del rosado de sus mejillas. O de su piel bronceada que lo tentaba como si quisiera tocar el sol.
―¿Caleb? ―la insistente voz de Alina lo sacó de sus pensamientos.
―Sí, lo siento. ―Se adentró al camarote, ignorando por completo la existencia de la cama redonda a su derecha, y avanzó hacia ella―. ¿Te gusta fuerte?
Una suave carcajada la sacudió.
―Me refería al nudo. ―Caleb tragó saliva, agarró las tiras y las entrecruzó―. No me ayudas en nada, lo sabes, ¿verdad?
―¡Yo no dije nada!
Caleb apretó las tiras con tanta fuerza que la voz de Alina se cortó.
―¿Te gusta fuerte o no?
―Supongo que sí. ―Lo miró por encima de los hombros―. Hazlo otra vez.
La mirada de Caleb se oscureció. Batallar contra sus propios pensamientos suponía una lucha desgarradora, pero sus manos no entendieron que debían pausar y no replicar las ordenes de Alina. La unión de las tiras se aflojó y Caleb, con diligencia, volvió a apretar con fuerza. Alina arqueó la espalda.
―No pensé que fueras una provocadora. ―Caleb tragó saliva ante el avance automático de su cuerpo hacia el de ella―. ¿Los stilettos te dieron un empujón?
―¿Te gustaron?
―Sí, se ven muy bien en ti. ―Caleb deslizó los nudillos por su columna. Tragó saliva al notar como se le erizaba la piel y la respiración se le aceleraba―. Date la vuelta, quiero ver los resultados.
―¿Los resultados de qué? ―Caleb se pasó la lengua por los labios mientras intentaba que su voz jadeante y ronca no le afectara. Por la manera en que su cuerpo vibró, imaginó que sus esfuerzos eran en vano. Su pecho desnudo estaba demasiado cerca de su espalda. El calor de su cuerpo era sofocante como si estuviera tocando el sol. Y, maldita sea, que bien se sentía quemarse.
―Quiero ver cómo te ha quedado el traje de baño.
―Hazme girar. ―Caleb enarcó la ceja ante su tono meloso y provocador.
―¿Desde cuando eres tan mandona? ―Sin esperar la respuesta, Caleb apoyó la mano derecha en su cintura y la hizo girar. El rose de su piel suave y tersa aceleró el pulso de Caleb, pero no fue capaz de alejarse ni siquiera para disfrutar del espectáculo. Sus cuerpos seguían lo suficientemente cerca para percibir la lucha de calor entre ambos; dos incendios a punto de colisionar.
―¿Qué piensas? ―Alina se mordió el labio inferior, lo que atrapó la mirada de Caleb al instante―. ¿Me queda bien?
Caleb no necesitó mirar. Ya sabía de antemano que, sin importar lo que se pusiera, la iba a encontrar guapa. Deslumbrante, incluso, como el jodido sol. Simplemente no podía evitar compararla. La sola presencia de Alina lo quemaba. Un vistazo a sus ojos lo reducía a cenizas.
―Sí ―Caleb no pudo reconocer su propia voz. Perder el control de sí mismo no se encontraba en sus planes, y la poca, casi inexistente, distancia entre ambos amenazaba la precaria capacidad de contenerse. Pero ¡maldita sea!, su cuerpo se negaba a moverse, abatido ante la posibilidad de no disfrutar ese delicioso y erotizante calor que emanaba de ella. La lengua le cosquilleó ante la intangible posibilidad de saborear la suave textura de su piel bronceada.
Caleb cerró los ojos, y el hechizo, para bien o para mal, se rompió.
―Liam y Catharina nos están esperando. ―Como si temiera encontrarse un panorama desalentador, Caleb tardó en abrir los ojos. Cuando lo hizo, se topó con la sonrisa desganada de Alina, y un puñetazo en el estómago le causó náuseas.
―Tienes razón. ―Alina pinchó un mechón rubio detrás de la oreja derecha―. Deberíamos subir.
―Sobre... ―Se rascó la nuca―. Ya sabes, lo que pasó ahora. Lamento si excedí un límite.
―Oh. ―Caleb captó el timbre de decepción en su voz pese a que intentó disimularlo con su sonrisa ensayada que la revolvía el estómago. Sin esperar una respuesta de su parte, Alina agachó la mirada y pasó junto a él―. No pasa nada. Solo somos amigos, ¿no?
Caleb le bloqueó el paso al presionar la mano en la pared e impedir el acceso a la subida con el largo del brazo.
―Odio esa maldita palabra ―su voz se agrietó y un tinte oscuro, casi amenazante, vaciló en sus ojos entornados―. Si te oigo llamarme amigo una vez más, voy a perder la cabeza. ―Cuando sus miradas se encontraron, la de Caleb descendió hasta toparse con sus labios entreabiertos―. No quiero ser tu amigo, no cuando estoy fantaseando cómo sabrá tu piel. ―La espalda de Alina golpeó la pared, y el cuerpo de Caleb se tensó la escucharla jadear―. Me muero por saber cómo se sentirán mis labios contra los tuyos. ―Caleb acortó la distancia hasta que volvieron a estar piel contra piel―. ¿No te has dado cuenta de lo mal que me estoy quemando cada vez que estoy cerca de ti? Tú eres lo único que puedo respirar. ―Caleb jadeó. La repentina falta de aire arañó sus pulmones―. ¿Eso es lo que hacen los amigos? Pensar en besarte, saborearte, tocarte...
―No ―respondió ella con un hilo de voz.
La tensión vibrante del cuerpo de Caleb lo estremeció.
―Sobrepasé una línea, ¿no es así?
―Sí. ―Dios, sus respuestas jadeantes iban a ser su causa de muerte, y aún más cuando Alina presionó las manos en su torso desnudo―. Pero quiero que lo hagas.
El autocontrol de Caleb rompió el último eslabón y, sujetándola de la nuca, la atrajo hacia su boca como si fuese la única fuente de oxígeno que conocía. No había nada de tibio en el sabor de sus labios. Ni dulce. Era veneno y gasolina, y Caleb se abrió paso buscando más. Y más, hasta que sus pulmones rugieron una súplica. Pero ¿de qué valía separarse ahora y respirar? Si lo único que lo mantenía con vida era la suavidad de esa tentación que tenía por boca que se abrió para permitirle beber de ella. La respuesta de Alina no era torpe y encendió una chispa dormida en el interior de Caleb.
Caleb se apartó quedamente para recuperar el aliento.
―No ―jadeó Alina. Lo sujetó con ambas manos por la nuca e intensificó el beso.
Caleb la sujetó de la cintura. Ambos cuerpos colisionaron en la pared y Caleb inhaló su dulce aroma en el remolino de respiraciones agitadas. Su cuerpo vibró al deslizar las manos por la suave piel de sus costados. Un gruñido le quemó la garganta en cuanto Alina le mordió el labio. No fue dulce ni suave. Era demandante. Posesivo. La última gota de veneno que necesitaba para caer de rodillas. Con solo un jodido beso, Alina rompió su autocontrol. Y maldita sea... que bien se sentía.
―Necesitaba esto. ―Caleb apoyó las manos en la espalda baja de Alina mientras su boca descendía hacia la curvatura de su mentón―. Necesitaba respirarte. Saborearte. Ni siquiera sabía que tanto hasta ahora, y ya no seré capaz de ignorar cuanto quiero besarte hasta que me revienten los pulmones.
Alina rozó los labios contra los de él con suavidad.
―Bésame otra vez.
Un gruñido gutural le rasgó la garganta en cuanto acató la orden. Ahí iba otra vez: a Caleb nunca le habían devuelto el beso con tanta posesividad y desesperación, como si se les estuviera acabando el tiempo. ¿De verdad la necesidad estuvo ahí todos estos mesrd? Esa sensación profana, esa necesidad de respirarla como aire sagrado, era nueva para él. No sólo quería besarla... necesitaba besarla. Una sensación ajena, sin duda alguna. Algo que no le había pasado antes, ni siquiera con Imogen.
―Sabía que ibas a ser mi fin. ―Caleb se echó a reír por lo bajo y, con lentitud, acunó la cabeza de Alina en las manos―. No sé qué anda mal conmigo, pero siento que no te he robado suficientes besos.
Alina esbozó una sonrisa tímida que hizo pedazos a Caleb. Envolvió la cintura de Caleb y, con lentitud, presionó sus labios con los de él. Ese debía ser el beso más lento, suave y dulce que hubiese recibido a la fecha, y ni una pizca más de felicidad cabía en su pecho. Aunque maravillosa, también era una sensación escalofriante. ¿En qué momento cayó rendido a sus pies?
Alina se apartó de él y, con un suspiro, apoyó la cabeza en el pecho justo después de dejarle un beso cerca del corazón. Caleb tragó saliva, pero sus brazos de inmediato la rodearon y se fundieron en un abrazo sin decir una sola palabra. Apoyó la barbilla en su cabeza y cerró los ojos. Los latidos del corazón de Alina retumbaron en su pecho, un sonido que le trajo una paz como nunca había sentido. Con ella, al parecer, las nuevas sensaciones no paraban de llegar.
―Caleb ―la voz de Alina llegó a sus oídos como un eco.
―¿Mmm?
―Yo también odio esa maldita palabra. Si te oigo llamarme amiga una vez más, voy a perder la cabeza.
El cuerpo de Caleb se sacudió por la estruendosa carcajada.
―Por mí está bien.
Alina se apartó con un gruñido de descontento.
―Por mucho que prefiera quedarme aquí contigo, tus amigos están arriba.
―Podríamos lanzarlos por la borda e irnos mar adentro.
―No. ―Se le escapó una suave carcajada que intentó disimular al aclararse la garganta―. ¿Qué aspecto tengo? ―Le echó un vistazo a su traje de baño.
Caleb, sin embargo, echó más que un simple vistazo. La estudió de pies a cabeza con una mirad apreciativa.
―De recién besada. ―Enarcó la ceja con picardía.
―Eso distaba mucho de ser un beso. Ya sé cómo se siente una copa durante la cata de vinos.
Imágenes de lo bien que se vería el vino tinto deslizándose por su piel bronceada entumecieron los pensamientos de Caleb.
―¿Debería preguntar en qué estás pensando? ―Alina se apoyó de la pared con las manos cogidas tras la espalda.
Una lenta y lasciva sonrisa surcó los labios de Caleb.
―Quizá algún día te lo muestre.
Caleb tragó saliva en cuanto la trayectoria de la mirada de Alina se trasladó a sus labios.
―Quizá algún día te lo permita.
La tentativa disparó una corriente de placer a su entrepierna. Un beso en ese momento sería una mala idea. No besarla, sin embargo, era peor. Caleb escogió la ruta segura: se inclinó y besó su frente.
―¿Y la botella de agua? ―preguntó Catharina al verlos regresar a la cubierta. Catharina bajó las gafas de sol y su mirada se trasladó de Caleb a Alina.
Caleb frunció el ceño.
―¿Qué botella?
―¿No se suponía que habías ido por una botella de agua? ―remató Liam con una media sonrisa.
―Oh. ―Echó un vistazo a la manera grácil en que Alina se sentada en la tumbona junto a Catharina―. Bebí adentro.
―¿Y cómo estuvo?
No mirar a Alina y controlar la carcajada conllevaba el mismo gasto de energía, así que se limitó a decir:
―Déjame en paz.
La carcajada de Liam zanjó la conversación, así que Caleb se sentó en la tumbona y disfrutó del momento con sus personas favoritas.
AAAAAAAHHHHHH POR FIN HUBO BESOOOOOOOO
¿Ya somos felices? Ya somos felices 💋
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