Capítulo 12.
El alfombrado del corredor silenció los pasos de Caleb a medida que se acercaba a la habitación de Liam. Los latidos de su corazón iban a mil por hora, contrario a su lento y desganado avance, como si su mente y su cuerpo se hubiesen puesto de acuerdo para ralentizar la llegada. Sacó el teléfono del bolsillo y comprobó la información que le envió Alina. Se detuvo frente a la puerta blanca, con detalles dorados, con el número 1052 en la placa dorada. Si se daba la vuelta, Liam no sabrá que estuvo allí: no logró reunir el valor para enviarle un mensaje de texto anunciándole su visita. Pero, si regresaba por donde vino, podrían pasar dos, cinco o veinte años más sumergido en la duda. Tenía que enfrentar la verdad sin importar cual fuera.
Caleb respiró profundo y tocó la puerta cuatro veces. No se había percatado de que al otro lado se escuchaban risas hasta que la habitación se quedó en silencio. El sonido de pasos acercándose aceleró el pulso de Caleb. Inseguro de donde poner las manos, las metió en el bolsillo y jugó con el borde del teléfono con la mano derecha.
La puerta se abrió, y el color abandonó las mejillas de Liam al observar fijamente los ojos de Caleb.
―Hola ―la voz le salió más ronca de lo que esperaba.
Liam no dijo nada; se mantuvo inmóvil y con la mano derecha aferrada a la perilla de la puerta medio abierta.
―Si estás ocupado... ―Caleb retrocedió e hizo amague de marcharse.
Liam se sobresaltó y sacudió la cabeza.
―No, ocupado no. No te... ―Liam tragó saliva con dificultad―. No esperaba que vinieras. ―Se apartó de un salto―. Pasa. Pero no estoy solo ―añadió en voz baja.
Caleb entró a la habitación con un casto asentimiento, y sus ojos no tardaron en entrar en contacto con la acompañante de Liam. Catharina se puso de pie y el vistazo que obtuvo de ella le dieron ganas de llorar. Estaba preciosa con el vestido blanco de flores rojas y el pelo negro amarrado en una intrincada trenza. Caleb apretó los dientes ante la punzada de dolor. Había crecido muchísimo, y Caleb no se había perdido ni un día de su vida hasta hace dos años. Sus familias eran muy unidas, al menos tanto como podían serlo dos monarcas con responsabilidades que no siempre les permitían reunirse como cualquier otra familia. Pero Caleb había sido una de las primeras personas en cargarla cuando era una niña. En todo sentido, Catharina era su hermana menor. Y se sabía perdido los últimos dos años.
―Hola, Ri ―le dijo con timidez.
Catharina endureció la mirada, y sus ojos grises intimidantes lo traspasaron. Su juventud no la exoneraba de conocer lo que era la responsabilidad: era la princesa aparente y la hermana mayor de cuatro hermanos. Desde muy pequeña, aprendió a controlar sus emociones. Madura para su edad», eso decían de ella. Pero detrás de esa fachada se escondía una persona empática que disfrazaba bien sus verdaderos sentimientos a los que nadie tendría acceso a menos que ella lo permitiera.
Por eso, Caleb esperó a que revelara su sentir ante su presencia. Esperó. Y esperó. El sonido de la puerta cerrándose fue lo único que se escuchó durante y largo y tenso momento.
―Al menos sé que tengo el temple para lidiar con políticos. ―Caleb tragó saliva. Incluso su voz había cambiado. Sonaba tan...madura. La realidad le asestó otro puñetazo. Catharina ya no era una niña. En unos meses más, cumpliría dieciocho años―. Dos años esperando a que usaras la cabeza y vinieras a vernos. Nunca pensé que alguien se atrevería a tentar tanto mi paciencia.
―¿Eso significa que estás contenta de verme o que he llegado demasiado tarde?
―Oh, estoy contenta. ―Agarró el cárdigan blanco y se lo puso con movimientos bruscos. Contenta y enfadada―. ¿Complacida? Ni por asomo.
―No sabía que estabas aquí.
―Claro que no. ―Se dejó caer en el sofá con los brazos cruzados―. No has hablado con ninguno de los dos en años.
―¿No dijimos que lo íbamos a tomar con calma? ―Liam pasó junto a Caleb y se sentó a la izquierda de Catharina.
―¿Cuándo dije eso?
―¿Ayer? ―Se encogió de hombros―. ¿Estás segura de que tu padre no te dejó caer del caballo?
Caleb achicó los ojos y observó el intercambio de disparos. Algo entre ellos se sentía similar ―de primera, el constante lanzamiento de palabras para exasperar al otro―, pero, al mismo tiempo, notó una diferencia muy marcada. La cercanía con la que se sentaban. Catharina no se veía a la defensiva, como era usual cuando Liam estaba cerca, y Liam no se destartalaba de la risa contemplando la reacción exasperada de ella. Ambos actuaban como...amigos.
―¿Quieres algo de tomar? ―le ofreció Liam con las manos entrelazados mientas se frotaba los pulgares―. Tal vez yo necesite algo, no lo sé.
―No ―respondió Catharina por él―. Me niego a lidiar con dos niños borrachos.
―Caleb y yo somos mayores que tú.
―¿Es necesario que siempre me lleves la contraria?
―Sí.
―Quiero saber... ―la interrupción de Caleb silenció la disputa―. Me ha costado un montón venir hasta aquí, y lo único que quiero escuchar es la verdad.
―Será mejor que Liam te lo cuente ―Catharina cruzó las piernas y se acomodó en el espaldar del sofá―. Dice que mi forma de hablar a veces es brusca.
La comisura derecha de Liam se levantó quedamente, pero en cuanto sus ojos encontraron los de Caleb, su semblante se endureció.
―Imogen y yo compartíamos uno de los cursos de primer año, pero no habíamos interactuado hasta la fiesta de inicio de semestre. Tú no fuiste.
―Mi hermana tenía un evento esa noche ―recordó Caleb con los brazos cruzados.
―Los dos comenzamos a hablar, bailamos un rato... Me contó sobre su carrera y, mientras estábamos en la pista, nosotros... Fue el primer y único beso, te lo juro. ―Liam zapateó con rapidez, su voz acelerada imitando el ritmo del pie―. Nunca, te lo juro, ¡nunca! tuvimos sexo. Dos días después, la conociste. Los dos hablábamos sobre salir a bailar, pero entonces me di cuenta de como la mirabas. Imogen me preguntó por ti y... No se necesita ser un genio para entender lo que estaba pasando. Yo no buscaba nada serio, así que no me costó retroceder. A partir de entonces, el beso para mí no sucedió.
Caleb apretó la mandíbula. La tensión se disparó por su cuerpo mientras se esforzaba por mantenerse impávido y racional. Si Liam decía la verdad, el beso ocurrió antes de que Imogen y él formalizaran una relación. Entonces, si no fue importante para ninguno de ellos, ¿por qué seguía existiendo encima de sus cabezas?
―A Imogen le preocupara que lo supieras ―continuó Liam mientras jugaba con sus pulgares. No le apartó los ojos de encima―. Me insistía constantemente que lo que tenía contigo era serio y que no quería que nuestra amistad se arruinara. Le dije mil y una vez que lo olvidara, que el beso no tiene por qué causarnos problemas. Pero nunca te he ocultado algo importante y, a pesar de que no sentía nada por ella, pensé que lo mejor era nosotros mismos te lo dijéramos.
―Imogen acosó a Liam durante los dos años que tú y ella estuvieron juntos.
―¡Catharina! ―Liam la empaló con la mirada.
Una opresión en el pecho sacudió a Caleb.
―¿De qué está hablando?
―Liam no sabía que hacer, así que me contó lo que estaba pasando. ―Catharina se rascó la nuca con movimientos distraídos―. Dice mucho de su desesperación si prefirió buscar el consejo de una persona de quince años. ―Liam puso los ojos en blanco―. Le dije que te contara la verdad, pero él no quería porque Imogen no quería. En ese caso, le aconsejé que hablara con ella y le explicara por qué era mejor que supieras la verdad por boca de los dos.
―Fue un error ―Liam suspiró― porque Imogen se enfadó con Catharina y no paraba de insultarla, enviarle mensajes, llamarla a todas horas... la situación se nos estaba yendo de las manos. Era... ¡un estúpido beso que no significó nada! Y cada vez que tú y yo salíamos, Imogen me enviaba mil mensajes pidiéndome que no dijera nada.
Sí... En algún punto, Caleb empezó a notar que, durante sus salidas o los entrenamientos, Liam no se comportaba de la misma manera. Incómodo, frustrado, con sonrisas forzadas... Pero sospechaba que se debía al estrés de la universidad, problemas personales o los nervios por el juego en puerta. Nunca se le pasó por la cabeza que Imogen estaba detrás de su comportamiento. Y luego ella constantemente en contra de que se viera con él. de como le repetía que prefería a sus amigos antes que a ella. Todo porque temía que a alguno de los dos se le escapara ese estúpido beso.
―Decidí que iba a contarte lo que sucedió después de tu cumpleaños. Catharina estaba ahí, así que aproveché para que habláramos en persona. Ni siquiera sé de donde demonios salió, pero Imogen nos escuchó y se puso furiosa.
El silencio se dilató. Los latidos de su corazón acelerado retumbaron en sus oídos con insistencia. Ni Liam ni Catharina dieron indicios de continuar.
―¿Qué no me están queriendo decir? ―masculló con los dientes apretados.
―Imogen estaba... convencida ―Liam se pasó la lengua por el labio inferior― de que la intervención de Catharina se debía a que ella estaba enamorada de ti.
―Lo que no es cierto ―apuntaló la chiquilla.
―Las dos discutieron y, entonces, Imogen... la empujó y le dio una bofetada.
La mirada de Caleb se trasladó a Catharina.
―¿Lo hizo?
―Sí ―respondió en un susurro―. Liam y yo entramos al salón, luego tú avisaste lo de la novela...
―Imogen se paró junto a mí como si nada hubiese pasado. ―Caleb se pinchó el puente de la nariz y expulsó el aire de golpe―. Arruinó el que debería ser el mejor momento de mi vida metiendo voces en mi cabeza.
―Queríamos decirte, te cerraste a la comunicación, así que te dimos tiempo.
―Fueron dos años, imbécil. ―Catharina se cruzó de brazos―. Y la peor parte es que estábamos dispuestos a esperar veinte años si fuera necesario.
―Porque la culpa no solo fue de Imogen. ―Liam se puso de pie, y Caleb no pudo evitar retroceder dos pasos―. Debí contártelo desde el principio y no debí meter a Catharina en una pelea de tres. Ella te perdió por mi culpa. Yo te perdí por mi culpa. Siempre has sido más que un amigo. Eres mi hermano, y los hermanos no se apuñalan por la espalda. ―Caleb apartó la mirada, incapaz de observar el tormento y la capa de agonía en los ojos de Liam―. Eras feliz con ella y no quería arruinarlo.
―¿Feliz? ―Caleb escupió una carcajada sin humor―. Ella me hacía sentir miserable. Jugaba con mi cabeza todo el tiempo y me responsabilizaba de todo lo que no saliera bien entre nosotros, mientras detrás de mi espalda maquinaba con el control sobre mis mejores amigos por un maldito beso. ¡Imogen ni siquiera pudo mirarme a la cara y darme una explicación convincente! Dejó que mi dolor y mi rencor hacia ustedes creciera, y todavía, dos años después, ¡sigue jugando con mi puta cabeza! Ella nunca quiso que yo fuera amiga de ambos para poder tener algún tipo de poder sobre mí, y yo se lo permití. Ella jugó conmigo como si fuera un maldito niño, ¡y yo se lo permití! Vi las señales y no hice nada.
―Porque así era como quería que te sintieras. ―Catharina apoyó las manos en el borde del asiento y se impulsó con un suspiro―. Imogen no era la persona que creías, pero ella no puede determinar quién eres. Los cuatro permitimos que la situación llegara a este punto.
―Debí habértelo dicho antes. ―Liam le apretó el hombro derecho, y Caleb se tensó― y no arrastrar a Catharina a este desastre.
―Imogen tampoco tenía derecho a jugar contigo. ―Catharina acarició con suavidad el largo del brazo izquierdo.
―Te di un golpe en la mandíbula ―trasladó los ojos entornados de Liam a Catharina― y a ti te grité, y todo porque fui lo suficientemente estúpido de enamorarme de quien no debía. ¿Cómo se supone que arregle esto?
―Puedes dejar que te golpee la mandíbula y estamos a mano. ―Liam se encogió de hombros.
―Dios ―Catharina dejó caer la cabeza y suspiró―, ¿son todos los hombres así de estúpidos o me diste los dos peores?
―Lo siento ―las palabras le salieron a Caleb como un susurro―. Lamento que me haya tomado tanto tiempo venir y hablar con los dos, yo...
―Perdóname por no habértelo dicho antes ―Liam aplicó fuerza al apretón―. Siempre has sido un hermano y yo...
Caleb ignoró el temblor de sus manos, acortó la distancia y se fusionó con él en un abrazo. Liam se lo devolvió al instante con una reconfortante palmada en la espalda.
―Te he echado de menos, imbécil de mierda ―musitó Caleb antes de afirmar el apretón.
La suave carcajada de Catharina los distrajo.
―No me tomen en cuenta, solo estoy esperando el momento del beso de reconciliación.
―Eché de menos tu irreverencia. ―Al percatarse de la capa de humedad en los ojos grises de Catharina, Caleb acortó la distancia y se fundieron en un apretado abrazo. Caleb sonrió ante el cálido apretón―. Has crecido un montón en dos años. Te ves preciosa.
―Eso pasa cuando creces, pero gracias. ―Caleb notó un sonrojo encantador en sus mejillas al separarse―. Liam insiste en que pasé de ser un cisne a una cigüeña marabú. ―Empaló al aludido con la mirada.
―¡Ya te dije que estaba bromeando!
―¡Sabes que fue personal!
―Eso fue hace un año, Rina. ¡Supéralo!
Caleb no se percató de que sonreía hasta que le empezaron a doler las mejillas. La felicidad le dio un puñetazo en el pecho y sus pulmones ardieron con aire fresco. Una sensación muy parecida a alivio le traspasó los huesos. Liam no lo apuñaló traicionó, Catharina no le dio la espalda. Acababa de recuperar a sus dos mejores amigos a pesar de que la herida aún quemaba. Imogen fue una mala decisión que tomó pensando solo con los sentimientos y casi le costó todo lo que tenía: la relación con su familia, sus amigos y la escritura.
―Si te hace sentir mejor, puedes devolverme el puñetazo ―mitad broma, mitad verdad. Caleb sonrió al escucharlo reír.
―Te dolerá más a ti de lo que me dolió a mí. El entrenamiento ahora es más riguroso. ―Golpeó con fuerza el bíceps izquierdo―. No quiero matarte el mismo día que arreglamos las diferencias.
―Retiro el ofrecimiento. ―Levantó las manos por encima de la cabeza―. Me gusta estar vivo.
Catharina rompió el repentino silencio al decir:
―¿Ahora es el momento del beso?
―Para ya, cigüeña marabú. ―Liam se encogió ante la penetrante mirada de Catharina y se posicionó junto a Caleb, a una distancia apropiada y relativamente segura.
―Quizá lo que necesitan es privacidad. Ordenaré algo de comer y... ―Tres golpes a la puerta la interrumpieron.
―¿Esperan a alguien? ―preguntó Caleb.
Los dos negaron con la cabeza. Liam acortó la distancia y al abrir la puerta encontraron a un camarero esperando junto a un carro de metal. Caleb enarcó la ceja al notar la bandeja, la botella de vino dentro de la cubeta con hielo y tres copas.
―No hemos ordenado nada ―le dijo Liam, con el brazo bloqueando el acceso a la habitación.
La mirada de Caleb se detuvo en la etiqueta del vino y sonrió al reconocerlo.
―Déjalo pasar ―le dijo a Liam―. Sé quién lo envió.
Liam lo miró con la curiosidad tatuada en los ojos. En cuanto el camarero dejó el pedido, Liam levantó la campana. Caleb observó la variedad de platos: pan tostado con frutas y yogurt encima; huevos, brócoli, tocino, medio aguacate y pudín de chía y un simple plato hondo con yogurt griego, arándanos y almendras.
―¿Quién en su sano juicio acompaña el desayuno con vino? ―preguntó Catharina.
―No tiene alcohol. ―Caleb agarró la botella―. Va bien con lo que sea.
―¿Quién envió esto? ―Liam agarró una almendra del yogurt y se la echó a la boca―. Son tres platos, así que debe saber que no estoy solo en la habitación.
―Entonces, príncipe Caleb, ¿nos dirás de quién se trata o no?
Pero Caleb no respondió la pregunta de Catharina. Agarró el teléfono del bolsillo y levantó la mano para que le dieran un momento mientras realizaba una llamada.
―Primero que nada, ¿quién sobrevivió? ―fue la respuesta que obtuvo desde el otro lado de la línea.
―¿Cómo sabías que iba a venir a esta hora?
―Una dama jamás revela sus secretos.
Caleb sonrió, y de inmediato echó un vistazo a sus amigos. Los dos lo miraban fijamente con el signo de pregunta en sus ojos.
―¿Cómo supiste que fui yo quien envió la comida? ―la voz de Alina llegó a su oído con un acompañante: un suave chapoteo del agua.
―Reconocí el vino.
―Olvidé que eres un buen observador. ―Caleb la imaginó poniendo los ojos en blanco―. Pensé que el vino sin alcohol era el acompañante indicado dada la situación, pero solo si la conversación resultaba conveniente. Así que... ―De nuevo el chapoteo―. ¿Cómo ha ido todo?
―Mejor de lo que esperaba. ―Caleb se rascó la nuca, consciente de la penetrante mirada de Catharina y Liam puesta en él―. Supongo que te satisfacer saber que tenías razón.
―Sí que sabes cómo alimentar el ego de una mujer. ―La carcajada de Alina se convirtió en un eco, y Caleb intuyó que debía encontrarse bajo techo...y dentro del agua.
―¿Dónde estás? No me digas que estás tomando un baño mientras hablas conmigo.
―¿Te pone nervioso que esté desnuda mientras lo hago? ―su voz melosa le erizó la piel. Caleb cerró los ojos con fuerza y se obligó a no crear la imagen en su cabeza―. No estoy desnuda. ―Alina se echó a reír―. Estoy en una piscina.
―¿De qué color es el traje de baño?
―Puedes imaginarme con el que prefieras.
―No me des tantas libertades.
―¡Caleb! ―La carcajada le opacó la voz.
―Se me ha ocurrido una teoría. ―Les dio la espalda a sus amigos y se alejó un par de pasos―. ¿Estás en la piscina del hotel?
El chapoteo del agua era lo único que escuchó desde el otro lado de la línea.
―Basta ya, ¿cómo lo supiste? ¡El agua no tiene un sonido particular!
―O me tienes puesto un rastreador o me viste llegar al hotel. ¿Cuál de las dos opciones es?
―Mmm... ―Alina soltó un suspiro dramático―. El rastreador se quedó sin batería y me vi obligada a vigilarte en persona.
―Suenas tan convincente que me estoy planteando si es verdad o no.
―La gente nunca nota cuando estoy cerca, así que es fácil pasar desapercibida.
Caleb apartó el teléfono y miró la pantalla con los ojos entornados.
―No te das el crédito que mereces, princesa.
―No cambies el tema. ―Una voz masculina habló por lo bajo, y Alina le contestó algo en su impecable francés que Caleb no logró entender―. Lo siento, debo colgar. ¿Hablamos más tarde?
―¿Pasó algo? ―Caleb se rascó la base del cuello con impaciencia mientras batallaba con la verdadera pregunta que moría por hacerle: ¿colgaba para pasar tiempo con su acompañante?
―No, no... Vengo a nadar a esta hora porque la piscina está cerrada, pero la abrirán pronto, así que debo aprovechar el tiempo. Estás hablando con una mujer muy ansiosa que necesita nadar para enfrentarse a las vicisitudes de la vida.
―¿Te molesta si te acompaño? ―la pregunta abandonó su boca antes de que su cerebro pusiera un alto.
―No, para nada.
―Pero ¿si te molestaría si llevo acompañantes?
―No. ―Caleb creyó oír una carcajada, pero los acelerados latidos de su corazón aplacaron el suave sonido de su voz―. Me gusta la gente.
―Tengo tantas preguntas ―fue lo primero que dijo Catharina en cuanto Caleb colgó y se acercó a sus amigos.
―¿A qué te refieres?
―A tu secretillo durante la llamada. ―La mirada irreverente de Catharina le arrancó una sonrisa ladeada a Caleb.
―Solo corroboraba una teoría.
―Vaya manera extraña de corroboración, ¿eh? ―Liam se echó otra almendra a la boca―. ¿Nos dirás quién envió la comida o tendremos que soltar suposiciones al azar?
―¿Tienes suficientes bañadores?
Liam y Catharina intercambiaron una mirada de confusión pura ante la pregunta de Caleb.
―Eso creo. ¿Por qué?
―Necesito que me prestes uno. ¿Les parece bien si vamos a nadar?
―La piscina está cerrada a esta hora. ―Catharina lo estudió con detenimiento mientras intentaba comprobar si Caleb estaba cuerdo o no.
―Estás hablando con un hombre de recursos que conoce a una mujer de recursos. ―Caleb alternó la mirada entre sus dos amigos, quienes seguían mirándolo con la perene confusión en su expresión―. Bueno, querían que les dijera quien envió la comida, ¿no? Ella está en la piscina, así...
―Mmm... Una «ella». Eso explica la pregunta del traje de baño. ―Liam elevó la cejas con un marcado cinismo.
―¿Vendrán o no? ―Caleb enarcó la ceja.
―Por supuesto. ―Catharina guiñó el ojo―. Siempre estoy abierta a conocer mujeres de recursos capaces de manejar a un hombre de recursos con el simple sonido de su voz.
―Eso no es lo que quise decir. ―Catharina le dio la espalda y abandonó la habitación mientras reía―. Ella no me... ¡Malinterpretaste ―el portazo le arrancó un suspiro― todo!
―No lo sé, hermano. ―Liam le dio una palmada en la espalda a Caleb―. Cambiaste tus planes con una sola llamada.
―Es solo una amiga. ―Le lanzó una mirada de advertencia―. Vine a Mónaco a trabajar y no estoy buscando complicaciones de ese tipo. Con Imogen tuve suficiente.
El semblante de Liam se agrisó.
―Francamente, Caleb, espero que sí encuentres esa complicación.
Caleb se tensó. A pesar de los dos años que transcurrieron desde la ruptura con Imogen, no había sopesado la posibilidad de enamorarse de nuevo ni siquiera una vez. Liam no había pasado por esa experiencia y no comprendía lo complicado, doloroso y agotador que era conocer a una persona desde cero y que surgiera esa complicidad tan vital en una pareja cuando ya le habían lacerado su innata capacidad de confiar. Su intuición, sin embargo, captó en su radar el peligro que representaba Alina. En lugar de evitar los riesgos, allí estaba él buscando excusas para verla.
―Necesito pedirte un favor.
Liam asintió una sola vez.
―Por supuesto, dime qué necesitas.
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