Capítulo 9
A Suni no le gusta arreglarse en el baño privado del local «Ritmo Sai», las luces azules no le permiten ajustar bien su maquillaje. Pero este es el único lugar donde puede ver a Takiro a solas antes del concierto. Y llega tarde. No le sorprende, solo le fastidia, porque estando a solas no puede evitar pensar en el delka.
Resultó estimulante ver cómo trataba de mantener la compostura mientras en sus ojos se apreciaba la impaciencia, salpicada con estallidos de enfado. Romper esa fachada tan correcta y educada ha sido más divertido de lo que estaría dispuesta a reconocer.
Unos golpes sordos en la puerta atraviesan el sonido de la música de fondo. Suni abre impaciente, y sonríe al chico que se cuela como un ladrón en el baño.
—Estoy empezando a amar este baño con iluminación de mierda, espejo roto, y suelo sucio —dice Takiro con una sonrisa que se acentúa al rodear la cintura de Suni.
—¿Quién no lo amaría con esa descripción?
A Suni le encanta su pelo azul eléctrico, sus ojos rasgados y perfilados de negro. Los anillos pequeños que lleva en las orejas. Pero es su música lo que la hace sentir que conectan.
Cuando él se inclina para besarla, Suni se estira para encontrarse a mitad de camino. Esto es justo lo que necesitaba. Los labios de Takiro. Besarse con él es mucho más interesante de lo que era besarse con Maiq. Estos besos estimulan su sangre y calientan sus huesos. Las manos de Takiro son largas y finas y suben por su cintura acrecentando las sensaciones.
—Nena, me pones tanto —murmura él entre beso y beso.
Suni sonríe, le encanta saber que la desea, le encanta escucharlo, y aún más sentirlo. Por eso se aprieta contra él. Oírlo gruñir la complace. Se pregunta cómo será el sexo con él y, al mismo tiempo, no tiene prisa por averiguarlo. Le gusta la relación que tienen ahora: música, besos, más música y más besos. Subir de nivel le da vértigo, un vértigo muy distinto a cuando monta en napa, un vértigo desagradable. Quizá porque sus experiencias con Maiq fueron decepcionantes.
—Maiq está aquí.
Nota como él se pone rígido antes de decir:
—Ah. Bien, supongo.
—Quiero que os conozcáis.
Takiro se aparta de ella.
—¿Tan pronto? Pero, nena, acabamos de empezar. Conocer a tu ex no estaba en mi lista de las primeras cosas que hacer contigo.
—No es un ex, bueno, no es solo un ex. —Suni comienza a mover sus muñecas en círculos, como cuando calienta antes de napear—. Maiq es mi mejor amigo y mi compañero de napeo. Han pasado solo cinco meses desde que decidimos seguir como siempre, como amigos...
—¿Hace tanto que rompisteis?
—No es mucho. Sobre todo porque él no se ha fijado en nadie, que yo sepa, y seguro que lo sabría. —Suni inspira con fuerza en un intento por relajarse—. Es la persona con la que paso más tiempo y no puedo... ocultarle esto, ¿lo entiendes?
Takiro suspira con expresión resignada.
—Después del concierto. —Suni asiente, él sonríe—. Lo cautivaré un poco con mis canciones antes de que hablemos, ¿te parece buen plan?
Suni se muerde el labio al recordar la opinión de Maiq sobre la forma de cantar de Takiro.
—Hum. A Maiq le va más otro rollo de música, no te ofendas si comenta algo.
Takiro asiente con una mueca de decepción, que se borra cuando ella le da un beso rápido en los labios.
Suni es la primera en salir del aseo. Se adentra en un mar de luces de colores, jóvenes bailando, bebiendo en mesas, bebiendo en la barra, gritando para hacerse oír entre el barullo. Agarra con fuerza las asas de su diminuta mochila negra. Es el momento de hablar con su mejor amigo. Decírselo todo antes de presentarlos.
Los nervios de Suni aumentan al ver la mesa donde Maiq ríe con Tula y los chicos. ¿Deberían salir fuera? ¿O ir a algún rincón más silencioso? ¿Decirlo de sopetón o dar rodeos?
«Son en momentos así cuando las catástrofes resultan agradables», piensa mientras imagina el techo del local derrumbándose sobre ella.
De pronto, choca contra algo duro. Un brazo. Alguien se ha puesto en mitad de su camino. Cuando alza la cabeza, se encuentra con unos ojos que evocan las profundidades del océano. Son los ojos que no ha podido sacarse de la cabeza en todo el día, pero ahora parecen distintos. Hay furia en ellos y una urgencia que la pone alerta.
—¿Qué...?
—Ven conmigo.
Incluso su voz ha cambiado. Su timbre es más grave y el tono indica que cualquier negativa podría acabar en algún tipo de violencia. Tampoco le da tiempo a replicar, él atrapa su brazo como una tenaza de acero. Suni se deja arrastrar entre la multitud, confusa por su actitud.
Hasta que ve la puerta de salida.
—Espera. ¿A dónde crees que me llevas? —ancla los pies al suelo.
Solo sirve para que los dedos de Djeric se claven más fuerte en su carne. Él avanza hacia la salida con paso firme, rápido y sin mirar a nadie, como si no estuviera secuestrando a una muchacha delante de un puñado de gente. Suni chilla que la suelte, pero la música y los gritos del entorno amortiguan su voz.
Cuando salen del local, Djeric acelera el paso.
—Cabrón, perturbado, suéltame ya —exige entre jadeos mientras se retuerce.
No la suelta hasta entrar en el callejón. La chica trastabilla al verse liberada de golpe.
—Cúralo —ordena Djeric con una voz tan cruda que Suni pestañea aturdida.
Baja la cabeza hacia el suelo, hacia un cuerpo inerte con las ropas rasgadas y manchadas de sangre. Ahora sí desearía estar frente a frente con Maiq, contándolo todo, con detalles incluidos.
—¿Qué...? —la voz de Suni sale como un silbido agudo.
—Tienes la gracia de la sanación como tu hermana, ¿cierto?
Suni asiente, después niega; su rostro ha perdido todo el color. No puede estar frente a su peor pesadilla. Otra vez no.
Djeric la toma de un brazo y la obliga a agacharse junto al cuerpo de Alon. Él se pone en cuclillas a su lado.
—Se muere, ¿comprendes? Debes sanarlo.
Suni comienza a hiperventilar. Coloca la mochila a su espalda para dejar las manos libres. Cuando las pone cerca de la herida del moribundo, tiemblan. Caen gotas de sudor de sus sienes.
Djeric no comprende qué le sucede, él ya ha visto a sanadores trabajando antes, y todos le parecieron un remanso de serenidad. Con mayor o menor habilidad, ninguno parecía a punto de sufrir un ataque de histeria o un desmayo.
«¿Carece de la gracia?», piensa con un nudo de terror. Pronto se relaja al observar cómo la herida de su amigo cambia de un rojo vivo a uno más oscuro, hasta dejar de sangrar.
Suni tiene los ojos cerrados, las manos más firmes, pero continúa sudando, incluso sus hombros tiemblan, como si estuviera soportando una carga muy pesada.
—Alon —exclama Djeric cuando este abre los ojos con pesadez—. Compañero, ¿cómo estás?
—Vivo.
—Tenemos que irnos de aquí para que eso no cambie. Necesito que te levantes.
—No —jadea Suni como si estuviera corriendo más allá de sus fuerzas—. Necesita atención médica. Yo solo he cerrado su peor herida... y, y no del todo.
—¿Qué hace ella aquí?
—Curarte —contesta Djeric mientras toma su brazo y lo alza con cuidado—. Y va a seguir haciéndolo, no quiero que te mueras por el camino —agrega agarrando también el brazo de la chica—. ¿Puedes andar, mi inválido amigo?
—Me sorprende poder respirar.
—Mueve los pies mientras respiras. Tenemos que largarnos de aquí.
Suni cae al suelo cuando Djeric la obliga a andar, o lo habría hecho si él no la hubiera sujetado. Djeric maldice en ílgaro al comprender que se ha desmayado.
Carga con ambos hasta un taxi autónomo, ahora se alegra de que no haya conductores. Saca de su bolsillo la tarjeta de Berkis, el capitán de barco que conoció de camino a Blazh, y mete su dirección en la pantalla del taxi. También selecciona la opción de hacer una llamada. Djeric agradece en silencio que la tecnología iora sea tan intuitiva.
—Hola, Berkis, soy Djeric Lexer. ¿Recuerda que me dijo que le llamara si necesitaba algo? Bien. Necesito un barco que me saque de esta maldita ciudad ahora mismo.
***
Gracias por estar aquí otra semanita más ^^
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