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Capítulo 50

Suni se mantiene concentrada en el revoltijo que agita su estómago.

—Es una lástima que te encuentres indispuesta —dice Carin en tono resignado, mientras suben por una de las torres de la mansión—. Ahora empieza un espectáculo de degustación, con música y bailes de los asereths. 

—No eres la primera novia que sufre malestar tras la ceremonia —agrega Elsta—, a veces los nervios son devastadores.  

Suni mantiene la vista clavada en el suelo de piedra pulida, tratando de no preguntarse por qué ahora Elsta se muestra amable con ella. La gente, la música y las luces son un eco distante. Solo escucha los pasos de las dos sirvientas a su espalda, y el frufrú de las telas de Carin y Elsta al frente. 

Suni no levanta la vista hasta entrar en una habitación muy cálida. Las llamas de la chimenea proyectan sombras vacilantes sobre las paredes revestidas de madera blanca. Suni, sin embargo, solo se fija en la cama que domina la estancia, con su estructura de madera oscura tallada con intrincados motivos de hojas. Sus altos postes sostienen un dosel de terciopelo, con cortinas etéreas que caen a los lados, listas para cerrarse y envolverla en privacidad. 

Suni se deja caer en la cama sin ninguna elegancia. El resultado es similar a desplomarse sobre una nube. Intenta no acariciar la colcha de satén marfil, ni abrazar las almohadas. En su lugar, coloca un brazo en su barriga, otro en su frente, y añade una expresión de malestar que espera que sea muy convincente.

—Confío que te sientas cómoda en tu nueva habitación, querida —dice Carin, con una amabilidad que a Suni se le antoja forzosa—. Apenas hay adornos para que la personalices a tu gusto. 

La chica asiente con la cabeza. Una de las sirvientas coloca una taza humeante en la mesita al lado de la cama. El aroma dulce y especiado se mezcla con el olor a leña quemada. De pronto, Suni repara en las palabras de Carin.

—¿La habitación es… solo mía? 

El asentimiento de Carin es tenso, como si considerara la pregunta estúpida. Suni necesita cerciorarse.

—¿No voy a compartir habitación con él?

—Compartís todas las estancias de esta torre.

La respuesta deja pensativa a Suni, el breve instante que tarda en recordar en centrarse en su malestar.

—Talia y Orla, —señala Carin a las dos sirvientas—, se quedarán fuera para atenderte en lo que necesites. Si te sientes mejor y deseas bajar…

Suni niega rotundamente con la cabeza.

—Comprendo. En tal caso, descansa. Djeric no podrá venir hasta finalizar la celebración. 

Cuando todas las mujeres salen de la habitación y escucha sus pasos alejarse, Suni se incorpora de prisa. Es una suerte que realmente tenga el estómago revuelto. No sabe cómo funciona el poder de los Ashburg, pero está segura de que no es coincidencia que justo ésas dos la hayan acompañado a su habitación. Por si acaso, se ha enfocado tanto en su malestar que ha conseguido aumentarlo, y confía en que sea suficiente para que no sospechen sus verdaderas intenciones.

Suni salió del baño del salón de baile con una idea en mente, y para llevarla a cabo necesita tiempo. Tiene que encontrar la daga y será imposible hacerlo si tiene a Djeric pegado a sus talones, o al resto de su cuerpo. 

Su plan es simple: buscar la daga, esconderla, y meterse en la cama para hacerse la dormida cuando él llegue. Pasar la noche supuestamente enferma, salir antes del alba cuando todos duerman, y regresar a casa. Es consciente de que regresará estando casada, pero ese es un problema que ya solucionará allí, de algún modo.

Suni ojea la habitación con un vago interés. Le resulta curioso que tenga forma de porción de queso. Se acerca a las ventanas altas, anchas, cubiertas por cortinas opacas a los lados y vaporosas en su centro, desde donde solo ve un cielo plagado de estrellas. Lo que más le gusta es la chimenea y la alfombra de pelo blanco cerca de ella; también hay dos sillones, pero con aspecto rígido. El escritorio está vacío, salvo por una piedra luna. 

Con suerte, solo estará aquí esta noche. Lo más resaltable de la habitación es que tiene dos puertas: una por la que ha entrado y otra… ¿la habitación de él? Conforme avanza hacia ella, comprende que tiene un gran obstáculo para registrarlo todo sin que se note que lo ha hecho: su vestido. Es demasiado incómodo para su misión. Lo peor es que no sabe cómo quitárselo, y no hay un ropero a la vista.

Suni sale en busca de las sirvientas y las encuentra cuchicheando al otro lado de la puerta, en un salón vestidor que explica la ausencia de un ropero en su habitación. Las mujeres sonríen al verla, aunque su entusiasmo desaparece en cuanto Suni les hace gestos para que la ayuden a quitarse el vestido. Solo Ansar, el mayordomo, habla iora; con el resto, se tiene que expresar con mímica. 

Una vez libre del vestido, Suni intenta buscar algo ligero, pero las muchachas se lo impiden. Con gestos amplios y palabras incomprensibles, le señalan una ropa específica que insisten en ponerle ellas mismas. Suni cede; discutir solo le hará perder tiempo, y eso es lo que menos tiene.

No espera que la tumben en el sofá para untarla con una crema de aroma frutal, cuyo masaje apenas logra calmar su tensión. Después, le colocan un fino corsé blanco de encaje, con mangas vaporosas que dejan al descubierto sus hombros, y falda muy corta traslúcida con unas braguitas de seda a juego. Braguitas de verdad, no esos mini pantalones tan comunes en Ilgarar. Lo peor es que el corpiño de encaje lleva cordeles cruzados en su espalda: imposibles de quitárselos ella misma.  

El corazón de Suni se acelera al imaginar a Djeric detrás de ella, sus dedos desatando los cordeles del corsé. Su aliento cálido rozándole la nuca, mientras la tela cede y cae lentamente al suelo. ¿Qué haría él después? Tocarla. Suni se muerde los labios al imaginar esas manos grandes sobre su cuerpo, sobre sus pechos… 

«¡Para! ¡Para! ¡Para!», ordena a sus alocadas hormonas.

Las sirvientas toman su cabello y lo atan en una cola alta con un lazo. Suni trata de decirles que dejen el pelo como está, pero ellas, o no entienden, o no la quieren entender, y Suni vuelve a renunciar a perder el tiempo. Cuando la colocan frente a uno de los espejos de cuerpo entero, comprende que tenía que haberse largado a su habitación y encerrado con llave. 

Está… está… Está que siente ganas de acariciarse a sí misma por todas partes. Cierra los ojos con fuerza. No tiene ningún anticonceptivo. Mañana regresa a casa. No puede arriesgarse a volver embarazada. Bastante malo es volver casada. 

Por fin, las dos sirvientas la dejan meterse en su habitación. Suni se fija en que permanecen en el vestidor, probablemente no se irán hasta que llegue Djeric. 

«Galáctico, con lo que me gusta a mí estar vigilada», piensa rezumbando sarcasmo mientras se acerca a la puerta contigua a la suya para iniciar la búsqueda de la daga. Pero se lleva una gran decepción: es un baño. 

Una mampara con celosía metálica separa el lavamanos y el inodoro de una bañera con forma de poza, tan amplia que podría albergar a dos personas. De nuevo, su mente se llena de imágenes de lo más inoportunas. Bañarse en pareja es algo que le ha interesado probar, aunque nunca veía clara a la pareja. Quizá Takiro. 

¡Takiro! El nombre de su novio parece resbaladizo, como si fuera el de alguien lejano. ¿Cuándo fue la última vez que lo vio en el local? ¿Hará ocho, diez días? No tiene ni idea. Como tampoco sabe qué va a decirle cuando lo vea. 

«Hola, ¿cómo te ha ido? A mí no muy bien, resulta que me he casado. No te importa, ¿verdad?».

Su cara tiene que ser graciosa de ver, para cualquiera que no sea ella.

«Y yo creyendo que lo peor era tener que hablarle a Maiq de mi relación con Takiro… Habría sido un camino de nubes en comparación con hablarle de Djeric».

Suni se muerde el labio para contener una risa irónica, al imaginar la cara de Maiq cuando le diga que sale con Takiro y se ha casado con Djeric. 

«¿Y tú de relaciones amorosas cómo vas?», preguntaría ella al final.

Es como imaginar morir por resbalar con una cáscara de plátano: igual de ridículo y fatídico. Sacude la cabeza para ahuyentar todos esos pensamientos absurdos, y se fija en otra puerta al fondo, junto a otra mampara opaca con celosía metálica donde hay otro lavabo e inodoro. Con sigilo, abre la puerta. 

Los destellos naranjas y rojos de la chimenea, danzan sobre las paredes revestidas de madera. Asoma la cabeza y, solo cuando se asegura de que no hay nadie, entra. La habitación tiene la misma forma de porción de queso que la suya, y una alfombra de pelo oscuro junto a la chimenea, igual a la que ambos estuvieron sentados horas atrás.

«Me trajo a su habitación».

Lo último que necesita es recordar lo sucedido allí, o imaginar lo que pudo haber sucedido, o lo cerca que estuvo de permitir que sucediera. Aparta la vista, y sus traidores ojos vuelan hasta la enorme cama que domina la estancia. 

La estructura de hierro oscuro combina con las cortinas translúcidas recogidas en el dosel. Un edredón azul marino, tan suave que parece líquido, cubre el colchón con pliegues elegantes. Suni siente un calor repentino en las mejillas al imaginar a Djeric sumergido en ese océano oscuro, completamente relajado. Lucha contra el impulso de sentarse, tocar la cama, tumbarse y perderse en fantasías absurdas.

La chica se frota la cara. Se le está escapando el tiempo en tonterías y aún no tiene la daga. Resopla y se enfoca en el escritorio del muchacho: una pieza de madera oscura con grabados de hojas entrelazadas en las esquinas, y patas robustas. La superficie, pulida y brillante, no está tan ordenada como Suni habría esperado. Hay papeles revueltos, un mapa doblado, un par de libros apilados, y un pequeño reloj de arena enmarcado en plata. También hay una muñeca hada, la misma que le enseñó en el invernadero; la que le recuerda a ella.

El corazón retumba en sus oídos sin saber por qué. Toma la muñeca para estudiarla. Es bonita y sonríe traviesa. ¿Así la ve él? 

Molesta consigo misma, Suni empieza a abrir cajones, dónde no encuentra nada remotamente parecido a una daga. Hasta que mira a la pared: justo enfrente del escritorio hay un juego de armas colgadas. 

«¿Desde cuándo estoy tan ciega? —segundos después se responde en tono de reproche—. Desde que mis hormonas dirigen mis ojos».

Pero la alegría inicial se esfuma al comprobar que ninguna de esas armas es la daga que busca. Regresa hacia la chimenea para inspeccionar la repisa…

—Veo que mi habitación te resulta más interesante que la tuya.

Esa voz la deja petrificada. No puede ser que él esté aquí tan pronto. No tiene la daga. Y ya no puede fingir estar dormida. Mierda. ¿Cómo se las va a arreglar ahora para pasar la noche con Djeric sin que la toque y robándole su daga?

***

¡Llegamos al capítulo 50! 🥹💙 ¿Os lo podéis creer? A mí me hace mucha ilusión 🩵✨ Estoy deseando escribir las últimas palabras de este libro, y también saber qué os ha parecido. ¡Ya queda menos! 

Por el momento, ¿cómo lo veis? ¿Suni conseguirá la daga y fugarse? ¿O quizá Djeric la haga cambiar de opinión? ¿Cuál de los dos ganará? ¿O perderán ambos? ¡Ayyyyy!

Aprovecho para desearos una preciosa Navidad en la mejor compañía 🎄✨ Mil gracias por leer, votar y comentar. ¡Os quiero! 💋

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