Capítulo 5
Djeric despierta cuando recibe un haz de luz sobre los ojos. La habitación está en penumbra, y una sombra se mueve despacio por la habitación. Parpadea y enfoca sin mover un músculo. La sombra es menuda y tiene una forma curvilínea. Busca algo en los cajones del armario.
Djeric trata de identificarla. Cuando la sombra se da la vuelta, tropieza con el equipaje de mano de Alon. El gemido de la sombra queda amortiguado por un sonoro ronquido proveniente de la litera de arriba. Alon aún no sabe que hay un intruso en la habitación.
La sombra queda iluminada por la débil luz de la ventana y Djeric confirma que se trata de una chica. Una con muy poca ropa. La respiración del joven se detiene a la vez que su sangre circula con más velocidad. La chica lleva unos pantalones muy cortos que muestran un trasero respingón. Su ombligo está al descubierto. Una fina y corta camiseta de tirantes cubre sus pechos, ajustándose a ellos lo suficiente como para marcar su forma y sus pezones.
Esa hermosa visión vuelve a transformarse en sombra al ir hacia la puerta. Un haz de luz golpea los ojos de Djeric; los cierra hasta que desaparece, y la chica también. Aún puede oír sus pasos cerca: debe de estar en la cocina.
«Era Mare —piensa el joven sintiéndose muy despierto—. ¿Qué buscaba? ¿Duerme siempre con tan poca ropa?».
Djeric se levanta de la cama. Sabe que debería quedarse quieto. Es su prometida y debe mantener las distancias hasta el día de la boda. Como solo lleva un fino pantalón de seda azul, se coloca la bata a juego. Se aproxima con sigilo a la cocina, de donde le llega el sonido del frigorífico cerrándose. Bajo los rayos de luna que entran por las cristaleras que dan al jardín, Djeric aprecia con mayor claridad la piel cremosa de la joven. Está bebiendo agua de una botella, sin darse cuenta de que alguien la contempla con fascinada excitación. Con tan poca ropa se ve preciosa, Djeric imagina que sin nada se verá aún mejor.
La chica bebe con tanta ansia que el agua se desborda de su boca, rueda por su barbilla y su cuello hasta empapar el escote de su top. Djeric siente una erección tan fuerte que fantasea con la posibilidad de acercarse, ponerla sobre la encimera y beber cada gota de agua que se ha desparramado por sus pechos.
Su fantasía se ve interrumpida cuando ella devuelve la botella al frigorífico, y su lacia melena queda iluminada. No es rubia. Es castaña. El corazón del joven da un pequeño salto de horror que se intensifica cuando la muchacha se da la vuelta.
No es Mare. Es su hermana.
Suni se aleja sin percatarse de la presencia atónita de Djeric, oculto en las sombras.
***
Unos golpes en la puerta despiertan a Suni. Tantea el colchón en busca de las sábanas. Con un gruñido, se cubre la cabeza con la almohada.
—Despierta ya, necesito hablar contigo. —La voz de Mare irrumpe autoritaria en su habitación.
—Envíame un mensaje al braz, luego lo leo —farfulla Suni bajo la almohada.
—Quiero que me escuches con atención.
Mare arrebata la almohada a su hermana. Suni se incorpora para agarrar las sábanas que yacen a sus pies.
—No seas cría. De verdad, necesito que me escuches.
Suni resopla bajo las sábanas.
—Si es para decirme que no vas a casarte con el delka tienes toda mi atención.
—Es para pedirte que esta noche asistas a la cena.
—Has perdido toda mi atención.
Suni le da la espalda. Mare tira de las sábanas y la obliga a mirarla. Suni se inquieta al descubrir la tensión en las facciones de su hermana.
—Esta noche es la última que voy a pasar aquí. Mañana partimos para Ilgarar, ¿comprendes? Quiero que cenes con nosotros. —Suni aprieta los dientes y asiente—. ¿Has preparado tu maleta?
—No.
—Hazlo.
Mare se incorpora y se aleja sin añadir nada más. Se detiene frente al espejo de cuerpo entero que hay tras la puerta y se retoca el pelo.
—Qué vestidos más largos usas ahora, ¿no? —comenta Suni con retintín—. Y con medias incluidas, guau. Por cierto, el rubio no te sienta bien. —El reflejo de Mare frunce el ceño y pone los brazos en jarras—. Me pregunto si también sirves la comida en las cenas...
—Eres tan insoportable a veces —masculla Mare abriendo la puerta—. Nos vamos ahora a formalizar el compromiso. Djeric realizará el ingreso a papá, con eso vamos a pagar la casa y nos sobra. No más escenas, ¿de acuerdo?
Suni se incorpora en la cama y se cruza de brazos.
—¿Has pensado que quizá no quiera que te vayas?
—Tengo que hacerlo.
—Y una mierda. Podemos mudarnos. A papá le sentará de maravilla comprobar que su vicio tiene consecuencias.
—¿Has pensado que quizás esa no es mi única razón para este matrimonio?
—¿Qué otra hay?
Mare cierra la puerta y baja la voz.
—Mi gracia es insignificante.
Suni pone los ojos en blanco. Otra vez con eso.
—¿Y qué? No tienes porqué ser sanadora. En Ioral puedes ser cualquier cosa, en Ilgarar solo podrás ser una: ama de casa.
—No me desagrada.
—Ya, hasta que descubras que allí la comida no se cocina sola. ¿De verdad no te asusta dedicar toda tu vida a cumplir un único papel?
—Lo que me asusta es vivir cada día sin saber qué será de mí, de nosotros. —Mare se muerde los labios al darse cuenta de que ha alzado la voz; continúa en un tono más comedido—. Lo que no soporto es esta inestabilidad de poder perderlo todo, ver llegar facturas que no sé cómo vamos a pagar, sentir que en cualquier momento todo lo que tengo ya no será mío.
—Pagas un precio muy alto por un poco de estabilidad —murmura Suni.
—No es un poco. Es de buena familia, compite en los Islotes todos los años, y gana. ¿Sabes cuánto dinero? Mucho más del que yo conseguiría en toda mi vida. Para ti es distinto, Suni, tu don es bueno...
—Sabes que ya no —corta Suni, ignorando el revoltijo de estómago que siente al pensarlo.
—Eres una napeadora muy buena —cambia de tercio—, ganas torneos, pronto podrás vivir de ellos, tienes un futuro prometedor.
—Tú también puedes...
—Nadie me becará. Y papá se ha fundido todos los ahorros.
—Trabajas en la tienda, en un tiempo...
—¡Basta! Es mi decisión, mi vida, no la tuya. Quizá a ti te desagrade, pero a mí no. —Suni baja la mirada, molesta—. Te espero en la cena.
—¿Puedo llevarme a Maiq? —Mare pone cara de exasperación—. Voy a estar diez días sin verle.
—Os vendrá bien despegaros un poco, sobre todo si ahora quieres empezar a salir con otros chicos. ¿Takiro? ¿Qué tal con él?
—Esta noche tiene concierto, lo veré allí... sí, después de la cena, no me despellejes con la mirada.
—¿Qué tal lo lleva Maiq? —Suni se remueve incómoda—. No me digas que no lo sabe... Ja. Eres increíble, Suni: hace solo un minuto me echabas en cara ser poco sincera.
—Se lo diré esta noche, ¿vale?
—Ajá. Está bien, que venga Maiq. —Mare abre la puerta—. Ah, y Suni, no seas borde con tu futuro cuñado.
—Demasiadas peticiones por hoy, hermana: tu cupo está completo.
Mare suspira resignada, pero se va de mejor humor.
Suni se queda con la mirada perdida en las sábanas blancas adornadas con alas azules. Su habitación parece un templo de adoración al napeo. Frente a la cama, hay un vinilo de una pareja de napeadores volando con letras que rezan: «Con mis alas metálicas alcanzaré la Luna». En la pared frente al escritorio, hay una enorme pantalla de imágenes cambiantes de Suni con sus amigos napeando o ganando torneos de napeo.
Suni se frota los ojos y observa la bola de cristal que hay en su mesita de noche. En su interior, una mujer alza la vista al cielo donde hay una cúpula de círculos concéntricos de metal. Es la figura de Labaria, la sanadora legendaria que fue capaz de curar con solo saber el nombre del enfermo.
La tristeza empieza a llenar las tripas y el pecho de Suni, pero antes de que alcance sus ojos la pantalla holográfica del braz se activa.
—Napeadora —saluda Maiq cuando Suni acepta la llamada—. ¿Cómo fue ayer? ¿Mucho drama?
—Menos de lo esperado porque estaban los delkas.
Suni resume lo sucedido y le pide que la acompañe a la cena de esta noche.
—Después de la cena —titubea— iré a un concierto de Takiro.
Maiq tuerce el gesto con desdén.
—No entiendo por qué te gusta, suena como un gato en una lavadora.
—No es cierto, su música es preciosa.
—Hasta que canta.
—Quiero que vengas.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué te he hecho?
Suni lanza un bajo gruñido.
—Quiero presentártelo, ¿vale? No pongas esa cara, no habla igual que canta. Venga, Maiq, hoy es el último día que nos vemos hasta que vuelva de las cavernas.
El holograma de su amigo emite un prolongado suspiro.
—Hecho. Pero antes tenemos que entrenar. ¿Podrás escaparte?
—Mi padre custodiará la puerta principal —resopla Suni—. No se da cuenta de que entonces tendré que irme napeando por el jardín.
—¿Cuándo los padres se dan cuenta de algo? Te espero donde siempre.
Cuando el holograma de Maiq desaparece, Suni hunde la cabeza en la almohada. Por primera vez, su viaje a Ilgarar le proporciona más alivio que malestar. Ojalá ya estuviera a bordo del barco; eso indicaría que este día ya es pasado, que Maiq lo sabe todo y que Suni está poniendo buena distancia hasta que las cosas se calmen.
Salir de la casa resulta más complicado que de costumbre. Suni quiere evitar a los invitados, así que no pasa por la planta baja. Desciende por una enredadera de la ventana del pasillo. Cuando llega al suelo, oye las voces de su padre y el delka llamado Alon. Suni imagina que el otro debe de estar en el salón con ellos. Se oculta entre los arbustos hasta alcanzar la parte del jardín más alejada de las cristaleras de la cocina. Confiada, Suni sale de entre las plantas, se quita la mochila y saca el napa.
—Buenos días, señorita Firelips.
Todo su cuerpo se tensa al oír ese profundo acento que da mayor fuerza a las erres. Al alzar la vista, encuentra al prometido de su hermana apoyado en el tronco de un magnolio con una taza entre sus manos.
***
Espero que estés disfrutando, que olvides todo tu mundo cuando entres a esta historia y pases momentos que saquen de ti mil emociones. Gracias por vivirla conmigo.
Te agradezco mil tus votos y comentarios de apoyo. Besazos.
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