Capítulo 48
Suni está mareada. Va de un punto a otro de la sala de baile, conociendo a personas que no podría importarle menos. Muchos se expresan con frases tan adornadas y rebuscadas que a Suni les cuesta entenderlos, aunque hablen en iora. Tampoco es que digan nada interesante.
Además está el vestido. La falda es tan ancha que es difícil no rozar a nadie. Y eso que los delkas suelen dejar un espacio entre ellos, como si estar muy juntos fuera de mala educación.
Para colmo, el vestido destaca como la luna entre las estrellas, con su azul turquesa tan vibrante como un cielo despejado, con cristales que capturan la luz, semejantes a diamantes esparcidos entre las infinitas capas de organza y tul. Y a su espalda, un vaporoso velo blanco que cae de la corona de flores. Es imposible pasar desapercibida entre los tonos pastel del resto de vestidos.
También tiene a las tres hermanas Lexer rondándola casi todo el tiempo, seguramente para evitar que trate de escabullirse. La actitud de cada una de ellas no podría ser más dispar. Aine parece a punto de estallar de alegría dentro de su vestido. Dagny muestra una actitud más cautelosa, incluso temerosa, como si esperase recibir un mordisco de un momento a otro. Y Elsta parece una estatua de hielo, regia y fría, cuyos pálidos ojos inspeccionan a todo el mundo como filos de cristales rotos.
Cuando pasan cerca de la estatua de los tres pegasos sobre un dragón negro dormido, Suni se siente arrastrada a la primera vez que estuvo allí, cuando la sala estaba vacía y Djeric caminó hacia ella, conteniendo su enfado. Sus ojos van directos a la cola del dragón, donde él la subió y besó por primera vez.
Se humedece los labios de forma instintiva. No ha tenido mucha suerte con las primeras veces, y le fastidia reconocer que aquella sí fue buena. Memorable. Busca al susodicho entre la multitud, pero su mirada tropieza con Carin y Oto.
La primera parece dominar todo su entorno, como una reina; el segundo parece encerrado en su traje, incómodo. Se nota mucho que este es el mundo de Carin, pero no el de Oto.
«¿Qué beneficio obtendrían los Ashburg de ese enlace?», se pregunta al recordar las palabras de Astrud.
Encuentra a la señora Gesemberg al otro extremo de la sala, rodeada de personas. Cuando sus miradas se cruzan, Astrud le sonríe como si compartieran un secreto. Si es así, Suni no se enteró de cuál era. Tampoco está segura de que le guste esa mujer, aunque reconoce que es la más interesante de todos los invitados.
Su hijo, el muñeco de porcelana, se encuentra cerca de ella, rodeado de jóvenes y jovencitas que parecen reír todo lo que él dice. El señor Gesemberg no parece tan popular, destaca por su altura como un alfiler en la multitud, sin intervenir en nada.
Suni se fija en que hay un pequeño número de cabezas de melenas blancas y ojos afilados rodeando a los Gesemberg: los Ashburg. Por alguna razón, esa imagen cautiva a Suni; le da la impresión de estar viendo icebergs conteniendo un volcán.
—Pareces una criatura mágica de Druim.
Esa voz apaga todo lo que rodea a Suni al instante, haciéndola solo consciente de la presencia que está a su espalda que, con mano enguantada, acaricia con delicadeza su brazo.
—Siempre me recordaste a un hada, pero ahora pareces su reina —añade en tono bajo y profundo sobre su oreja.
El corazón de Suni está desbocado, no entiende porqué le afectan los cumplidos de Djeric, en su vida ha recibido los suficientes como para estar acostumbrada a ellos. Traga saliva para asegurarse de que su voz sale neutral.
—Todo el mundo aquí parece respetar el espacio personal del resto, ¿por qué tú no?
Djeric se pone enfrente de ella como si quisiera ser el centro de toda su atención; sin sospechar que ya lo está siendo. Suni alza los ojos hacia su rostro, le sorprende descubrir una sonrisa traviesa, creía que él se mostraría distante rodeado de tanta gente. Al menos, así era siempre que lo veía de lejos.
—Porque tu espacio personal es el lugar más tentador —murmura inclinándose un poco hacia ella, como si cada palabra fuera un susurro privado solo para sus oídos.
—Me voy a la terraza —carraspea—, hay demasiada gente aquí. —Se da cuenta de que eso se puede malinterpretar y añade con la intención de sonar borde—: Quiero estar sola.
Se da la vuelta sin darle la oportunidad de replicar. En el fondo espera que la esté siguiendo, pero no va a girar la cabeza para comprobarlo. Sin embargo, cuando llega a la terraza se lleva una gran decepción: está sola.
«Idiota. ¿A dónde se habrá ido?».
Apoya sus manos enguantadas sobre la barandilla de piedra y observa el cielo con expresión enfurruñada, como si las nubes tuvieran la culpa de su malhumor.
El clima de Ilgarar está tan loco como sus habitantes, ahora esas nubes son blancas, e incluso el sol asoma entre los resquicios. Un sol crepuscular. Hay unas vistas perfectas de la cala donde estuvo entrenando con Djeric y Alon para la competición en napa. Cuando todavía tenía esperanzas de escapar de este matrimonio.
«Aún podría venir mi padre».
No tiene expectativas al respecto: él incumplió el trato y, en el muy improbable caso de que apareciera con el doble del dinero acordado, está convencida de que Djeric no lo aceptaría. Necesita esta boda, no el dinero.
Un hipido saca a Suni de sus cavilaciones. No está tan sola como creía. Se da la vuelta y descubre a un hombrecillo apoyado en la pared, con una copa en una mano y una botella en la otra. Su nariz se podría camuflar en un bote de fresones en conserva.
—En su honor, jovencita —alza la copa y da un buen trago.
Su sombrero está torcido, y al inclinarlo hacia Suni, termina aún peor. Los cabellos canosos escapan por todas partes.
—Eres una novia muy guapa para ser iora.
Suni arruga el ceño, confundida por el halago acompañado de insulto.
—Es usted la primera persona que parece afectada por el ataque de los saiwos —replica Suni casi aliviada, tanta indiferencia a un suceso así empezaba a ponerle la cabeza del revés.
—Afectado estoy, —hipa sonoramente—, no voy a negarlo. Pero por unos saiwos no, jamás caería tan bajo.
Suni suspira, resignada a no comprender nunca a esta gente. En la sala de baile, la mayoría de invitados se acomodan en asientos, como si fueran a presenciar algún tipo de función. El hombrecillo, en cambio, parece más interesado en el contenido de su botella.
—¿Todo el mundo aquí tiene poderes? —pregunta Suni con curiosidad.
En Ioral, los poderes de sangre no abundan, y los que hay tampoco se valoran en exceso, salvo excepciones.
El hombre suelta una risa seca, carente de humor.
—Poderes. A cualquier cosa le llama usted poder, señorita. Ya no hay magia en Andilia. Ahora solo hay sentidos más desarrollados.
—Lo sé. Una evolución natural.
El hombre la estudia con seriedad los breves segundos que tarda en volver a hipar.
—Es cierto que eres iora. Quizá vuestra visión sea más alentadora... —Bebe un largo trago de su copa—. Para vosotros, hemos evolucionado; cuando en realidad estamos haciendo lo contrario. El poder que hubo una vez en Andilia... Ah, la Era de los Dragones. Eso sí era magia, eso sí era poder. Esto... —niega con la cabeza y acaba con el contenido de su copa—. Apenas nos diferenciamos de los externos, ¿no lo ve usted, señorita?
—Nuestra tecnología es superior. Al menos, la iora.
El hombre parece cada vez más deprimido.
—Los poderes de sangre, como cualquier otra habilidad, señorita, se atrofian si no se usan. Aquí estamos todos atrofiados. Todos.
Suni empieza a arrepentirse de haber preguntado nada.
—¿Por qué cree que están triunfando tanto los campeones de los islotes? Allí sí se ven auténticos poderes de sangre. —Llena su copa hasta que desborda un poco—. Poderes que son miserables con el poder de la Era de los Dragones, incluso con la Era de los Rastreadores, pero al menos son un recuerdo.
—Eso son leyendas —interviene la chica, incapaz de contenerse.
El hombre hace caso omiso de sus palabras, y continúa:
—En los Islotes brilla el esplendor de los poderes de sangre. A todos ellos, —señala el salón de baile con la botella—, les asustan los campeones.
«Solo los hombres con gracias destacadas deberrían participar en el Laberinto. El resto ser espectadorres de la magnificencia de las gracias», fueron las palabras de Sifri nada más conocerlo.
—Pronto no se diferenciará a un singracia de un agraciado, pronto ya no habrá Gracias.
Suni deja de prestarle atención. Rastrea el salón de baile hasta encontrar a Alon, que también está junto a Gunnar y otros jóvenes, que de seguro son compañeros de ese centro llamado Gloria en los Islotes. No le sorprende verlos un poco apartados del resto de invitados.
—¿Se podría decir que los campeones de los Islotes son un poder emergente? —Se interesa Suni.
El hombrecillo ríe sin humor, para después hipar.
—No me escucha, señorita, en Andilia ya no hay poder.
Suni pone los ojos en blanco, pero no discute, sigue su línea de pensamiento que parece responder a una de sus preguntas. ¿Por qué los Ashburg renunciarían a su apellido por el de alguien de orígenes de pescadores? Por un poder emergente. Un campeón de los Islotes, hijo de otro campeón de los Islotes.
Ese pensamiento provoca una alegría pasajera en la chica, la que produce encontrar una pieza de un puzle que llevas rato buscando. Se apaga en cuanto observa la imagen del puzle.
«Eso significaría que no solo hay una guerra abierta contra los poderes extrasensoriales, sino también una silenciosa entre los distintos poderes sensoriales... Y Djeric parece estar en el centro de ella».
A Suni siempre le ha gustado mirar al futuro, el futuro estaba lleno de ricos planes y aventuras de napeo que conquistar; pero ahora siente que el futuro la está mirando a ella, y no le gusta lo más mínimo su expresión.
—El dilmun será un simple metal. O quizá desaparezca —continúa en su lamento el hombrecillo vaciando su copa—. Andilia será como el resto del planeta: se hará visible, y formaremos parte de un mundo sin magia.
Suni se horroriza al ver que el hombre deja de hipar y comienza a moquear. La necesidad de un pañuelo parece invocar a Djeric, quien aparece con dos copas en la mano. Pese a que el hombrecillo mira con más interés las copas que el pañuelo que el joven le ofrece, lo toma educadamente, se limpia, y se va en busca de otra botella.
—¿Dónde estabas?
Djeric alza una ceja ante su tono.
—Esa pregunta parece un reproche. ¿No dijiste que deseabas estar sola?
—¿Desde cuándo haces lo que te pido?
Djeric sonríe e inclina la cabeza.
—Mis disculpas, procuraré cumplir tus deseos en lugar de tus peticiones. —A Suni se le seca la boca ante el tono que emplea en esa frase, cargándola de un significado más sensual—. De todos modos, tengo una excusa excelente para mi tardanza. —Alza las copas—. He ido a por el mejor hidromiel que probarás jamás.
—Será también el primero —responde ella aceptando la copa de líquido dorado.
Beben al unísono. El líquido, dulce y burbujeante, acaricia su boca mientras sus miradas se entrelazan. Hay una energía opresiva entre ellos, que los envuelve y encierra como si estuvieran en el interior de un capullo. La bebida parece intensificar esa sensación.
—He oído en varias ocasiones la palabra mishmi entre los invitados —comenta Suni—, parece común en tu lengua.
Djeric asiente con suavidad.
—Es un equivalente a «querida», pero reservado solo a tu pareja.
—Así que no es un cumplido, dijiste que significaba «mi bella».
—Significa eso.
Suni da otro trago, y antes de poder contener su lengua, pregunta:
—¿Cuántas mishmis has tenido?
Djeric alza ambas cejas, a Suni le irrita el regocijo que adivina en su expresión.
—Creí que no te interesaba saberlo.
—Y no me interesa para nada.
Suni se encoge de hombros, restando importancia al asunto y vacía su copa. Djeric parece estar a punto de decir algo, hasta que una música suave y alegre inunda la terraza.
—Es el momento —anuncia el joven.
Los nudillos enguantados de su mano libre rozan la sien de la chica. Su caricia es cálida y delicada.
—¿El momento de qué? —murmura, distraída por el contacto del muchacho.
—De casarnos.
Esas dos palabras estallan en los oídos de Suni destruyendo el ambiente íntimo al instante.
***
Gracias por otra semana más de lectura ✨ Por fin parece que va a llegar el momento del enlace 💙 ¿Suni lo soportará o saldrá huyendo? ¿O quizá alguien acudirá a detener la boda?
¿Qué os gustaría que pasara? Me encantaría saberlo ☺️
Gracias por vuestros votos y comentarios, amo sentiros presentes en la historia 💙🩵💙
Por cierto, os dejo aquí un short que hice de la canción de Andilia que creo que le va perfecto a este capítulo 🤭
¡Mil besazos! 💋
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