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Capítulo 43

Suni se frota los brazos ante la brisa fresca, casi gélida, que cruza el jardín. Descubre que el cielo se está llenando de nubes grises, el ambiente está cargado de una humedad que anuncia lluvia.

«Una boda forzada y lluviosa. ¿Se puede mejorar?», piensa con sombría ironía.

Los altos abetos y pinos forman un muro verde y oscuro, reforzado por los helechos y musgos que cubren el bajo de sus troncos. Suni se fija en los pequeños farolillos que cuelgan de los árboles, para ignorar las miradas furtivas de los invitados. La mayoría detuvieron sus conversaciones al verla pasar.

«Seguro que una novia a medio vestir antes de la boda no es algo usual».

Lo que le inquieta es que alguien avise a los Lexer antes de que Emil aparezca con las personas que, según él, pueden ayudarla. Lleva varios minutos esperando junto a una estatua blanca de una pareja entrelazada. Y está helada.

Por fin, Emil regresa en compañía de tres personas de lo más dispares. Predomina una mujer alta y voluminosa, cuya ropa no disimula su complexión corpulenta sino que la acentúa. Y parece encantada con ese efecto, porque camina como si quisiera adueñarse de todo el espacio. A un lado de la mujer, va un hombre alto y tan delgado que a Suni le sorprende que no caiga derribado por la brisa. Al otro lado, un joven tan bello y delicado que parece un muñeco de porcelana.

—Señorita Firelips, quiero presentarle a una de las Altas Familias de Rajtariv: los Gesemberg.

Todos inclinan sus sombreros hacia Suni. Ella no lleva sombrero, solo una corona de flores, incluso le falta un vestido, detalle que parece hacerle gracia al muñeco de porcelana, que repasa a Suni como si fuera algún tipo de arte abstracto al que intentara dar significado.

—Llámame Astrud, querida, sé que a los iora os abruma la formalidad. —Toma la palabra la señora Gesemberg; su voz es tan imponente como su cuerpo—. Los iora siempre habéis sido de mi agrado. Sois únicos en Andilia.

Suni tiene que reconocer que Astrud no podía haber iniciado mejor la conversación. Sus ojos claros contrastan vivamente con su cabello de ébano. Es la primera delka que Suni ve con ese color de pelo. Sonríe, pero antes de abrir la boca, la mujer continúa:

—Saiwos y delas huyendo de los países donde eran rechazados para encontrar un hogar común: Ioral. Es tan romántico.

Saiwos y delas son formas en desuso de denominar a los poderes extrasensoriales y sensoriales, pero Suni decide guardarse ese dato.

—Un diminuto archipiélago entre los picos de Fuego dónde no se esperaba que proliferase una sociedad, y menos una tan avanzada. Me declaro gran admiradora de vuestro pequeño mundo.

Aunque Suni no tiene oportunidad de hablar, tampoco sabría qué decir, no esperaba encontrar a una delka amante de los iora.

—¿No es irónico que, pese a que Ioral es la cuna de todos los poderes de sangre, los hayáis degradado tanto que sea el país con más singracias de Andilia? —La pregunta pilla por sorpresa a la chica, Astrud la obsequia con una sonrisa lobuna—. Habéis puesto la tecnología por encima de la magia, y con ello, sois más dependientes de vuestras máquinas que de vuestros poderes. Me fascina.

La risa de la mujer reverbera en el pecho de Suni como un tambor.

—Salvo, quizá, el poder de la sanación. —Baja la voz, que con lo fuerte que es de por sí, podría decirse que habla en un tono normal—. Cuentan que en tu país hay grandes sanadores, y que tú eres un ejemplo de ello.

Suni ve su oportunidad, pero Astrud parece amar los monólogos más que las conversaciones, y continúa:

—Me intriga tanto saber por qué una joven, con un poder como el tuyo, se ha subastado por tan poco...

—Yo no, fue mi hermana —dice Suni con rapidez, antes de que la aplastante voz de Astrud espachurre sus palabras.

Milagrosamente, la mujer parece curiosa y la deja explicarse.

—Han habido... cambios y al final soy yo la que está aquí, pero no quería.

—Qué interesante lo que dices. Desde luego, has sido afortunada, el contrato matrimonial no lo ha ganado cualquier campeón de los Islotes, lo ha conseguido un Ashburg.

—Querrá decir un Lexer.

Otra sonrisa lobuna cruza media cara de la mujer.

—¿Acaso no conoces uno de los grandes dichos de los Ashburg?

—No conozco casi nada de ellos.

La sonrisa de Astrud se acentúa.

—Habrá que solucionar eso. Empecemos por lo básico: un Ashburg siempre es un Ashburg sin importar su apellido. Tu prometido es un joven muy inteligente, y por más que su apellido sea Lexer, te aseguro que es un auténtico Ashburg.

Suni recuerda los cuadros de los Ashburg. Ha habido momentos en los que Djeric podría haber sido retratado y colgado en esa sala; ese día en el invernadero pasó de cálido a hielo en unas pocas frases, y se mantuvo el día entero tan distante e indiferente como un glacial. Sin embargo, los sucesos del día anterior aún están muy vivos en la mente de Suni.

—Los Ashburg están por toda Ilgarar y se les reconoce por sus cabellos blancos y su poder de sangre. La mayoría tienen ambas características, ¿no es curioso? —De nuevo, Suni no tiene oportunidad de hablar ni para afirmar—. En la mayoría de sus enlaces, el cónyuge acepta el apellido Ashburg, salvo que dicho cónyuge tenga mayor poder o haya otros beneficios para aceptar otro apellido que no sea el Ashburg.

Por primera vez, Astrud guarda silencio, como si esperase algo de Suni o le estuviera dando tiempo para asimilar sus palabras.

—¿Los Lexer tienen mayor poder que los Ashburg?

—Desde luego que no —responde Astrud visiblemente complacida con la pregunta de la chica.

—Entonces ¿qué beneficio obtienen los Ashburg del apellido Lexer?

Otra sonrisa de loba, a Suni le da la impresión de que, en cualquier momento, va a ser engullida por esa mujer.

—Me gustan las personas inteligentes, las que se hacen preguntas e indagan en lo que la mayoría no.

Suni se remueve incómoda, ella no ha indagado en nada hasta que no le ha quedado más remedio, pero tampoco es algo que vaya a confesarle a esta mujer.

—Los Ashburg son maestros en el arte de ocultar sus intenciones —continúa Astrud—. Nunca llegarás a conocer a tu esposo, Suni Firelips, porque otro de los dichos más sabidos sobre ellos, es que «nadie alcanza el corazón de los Ashburg».

Suni traga saliva. En ningún momento se ha planteado conquistar el corazón de Djeric, y aunque él sí ha dado pasos para entenderse, ha sido solo por su inminente boda. En este enlace no se ha mencionado el amor para nada. No es algo que los delkas parezcan valorar, ni es algo en lo que Suni quiera pensar.

—Yo no elegí este enlace, y tampoco creo que encaje con los requisitos. Mi poder no es fuerte en absoluto, de hecho, está roto.

Suni saca el cuchillo de Alon, agarra el mango, lo palpa entero para que Astrud vea la verdad de sus palabras. Pero vuelve a sentirse decepcionada por la falta de reacción.

—¿No ve que el dilmun no reacciona a mí? —Suni se dirige a los tres hombres que rodean a Astrud, es la primera vez que repara en ellos desde que la mujer habló, como si ella eclipsara todo a su alrededor—. No soy la persona que necesitan para este matrimonio.

Astrud vuelve a sonreír.

—Mi querida jovencita, una persona podría tener un arma de dilmun sin activarla, solo se precisa de un gran dominio de su poder.

Suni está a punto de protestar, pero Astrud se adelanta.

—Es cierto que no parece ser tu caso. Entonces podría ser que te sucediera lo contrario.

Suni la contempla aturdida, casi molesta por no aceptar que carece de poder.

—He escuchado la historia del joven al que salvaste de la muerte, toda una hazaña, mis felicitaciones. Si el dilmun no reacciona a ti, pese al poder que posees, quizá se deba a que lo mantienes oculto. ¿Por qué harías tal cosa?

—Yo no oculto nada —masculla Suni, rígida.

Los ojos de Astrud parecen más grandes, más intensos y absorbentes. La chica no puede escapar de ellos.

—Ah, pero sí lo haces, incluso a ti misma. Qué jovencita tan interesante pareces ser. ¿Conoces el Udodeli?

Suni aprieta los labios. Empieza a odiar el símbolo de los delkas. Solo espera que no le mencione las malditas raíces...

—Las raíces son la clave de todo, pero son tan pocos los que están dispuestos a ir tan profundo... ¡Qué ironía! Dado que solo los que conocen sus raíces se hacen dueños de todo su poder.

Suni empieza a sentirse muy incómoda, no ha sido buena idea hablar con esta mujer, necesita alejarse de ella, retrocede un par de pasos mientras piensa en alguna excusa.

—Puedo ayudarte. —Esas palabras detienen su retroceso—. Deseas volver a tu casa, puedo ayudarte.

Suni permanece inmóvil. Su deseo de regresar a Blazh es fuerte, pero esa mujer la asusta de un modo que no termina de comprender.

De pronto, Astrud Gesemberg desvía su dominante mirada hacia un punto detrás de Suni. La chica siente tanto alivio que se da cuenta de lo fuerte que estaba apretando el mango del cuchillo. Vuelve a guardarlo en su bolsillo y, antes de darse la vuelta para saber qué ha llamado la atención de Astrud, una mano grande y fría envuelve la suya en un fuerte apretón.

Djeric se coloca a su lado, sus ojos trabados con los de Astrud, su postura tan firme y distante como una estatua de hielo. Un perfecto retrato de los Ashburg.

—Djeric Lexer, el joven que ha pasado de las sombras a la luz, eres todo un ejemplo —dice Astrud inclinando su sombrero, seguida por sus acompañantes.

Djeric les devuelve el gesto, y otro puñado de palabras formales. Su tono es frío y educado, lo que transporta a Suni al día que lo conoció. Estirado, formal, aburrido. Aunque hay algo distinto, una indiferencia que lo hace mucho más lejano. Inalcanzable.

Ahora que Suni está libre de la atención de Astrud, puede observar con más detenimiento al resto de personas. El señor Gesemberg trae a la mente de Suni la imagen de un lagarto, de esos que se mueven una vez al día y parpadean una vez al mes. Es lo más cercano a un fósil que ha visto jamás.

El hijo de los Gesemberg es mucho más interesante, no solo por su evidente belleza, sino porque en cuanto ha aparecido Djeric, ha mostrado una particular fascinación por todo lo que le rodea a excepción del propio Djeric. Suni se pregunta por qué parece no querer mirarlo...

A diferencia de Emil, que está muy atento al intercambio de palabras entre Djeric y Astrud, pese a que no están diciendo nada relevante, solo felicitaciones sobre la boda, la ropa, la decoración y la novia.

Una gota cae en el brazo de Suni. Levanta la cabeza y ve que las nubes grises han dominado todo el cielo. Escucha el crujido de algo y siente un escalofrío. La mano de Djeric se cierra con más fuerza sobre la suya. No la mira, y tampoco habla con Astrud, parece otear su entorno como un perro de caza marcando la presa.

Antes de que Suni sea capaz de articular una pregunta, los brazos de Djeric la rodean y la levantan del suelo. La joven se siente demasiado sorprendida para protestar. En especial cuando la estatua de la pareja entrelazada se desploma y se convierte en un montón de fragmentos irregulares, justo dónde Suni había estado un instante atrás.

Un murmullo de inquietud se extiende entre los invitados, como el rumor de las hojas azotadas por el viento.

—Saiwos —suelta Djeric como una piedra que hace ondular el murmullo hasta convertirlo en voces agitadas.

Cuando las sillas deciden echarse a volar y atacar a los invitados... el caos se desata.

—¿Qué, qué, qué...? —farfulla Suni.

***

Espero que hayáis disfrutado del capítulo ✨ He tenido muy poco tiempo para dedicar a la escritura éstas últimas semanas, vuestro interés en la historia es un gran aliciente para mantener una constancia en la subida de capis 💙🩵💙

¡Mil besazos! 💋

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