Capítulo 4
La vivienda de los Firelips se encuentra en una calle tranquila de casas adosadas blancas con paneles solares azules, anchos ventanales y puertas oscuras. Djeric es el primero en cruzar el umbral a petición de Jerat. Una vez dentro, siente unas extremidades duras, inhumanas, tratando de despojarlo de su casaca.
Por instinto, extrae la daga del cinturón, que brilla en su mano como si sostuviera un rayo, se gira, y un haz de luz inmoviliza a su atacante, el cual emite un zumbido antes de quedar inerte.
El silencio desciende sobre la casa, interrumpido solo por la respiración agitada de Jerat y una exclamación ahogada de Mare. Confuso, Djeric contempla a su agresor: un largo palo de metal negro con múltiples brazos similares a ramas.
—E-es nuestro perchero inteligente —balbuce Jerat—, es inofensivo. Lo era.
Djeric observa a través de la puerta de vidrio deslizante que separa el recibidor del resto de la casa: no hay nadie.
—Muy buena entrada, Djer —murmura Alon a su espalda, el humor colorea su voz.
Djeric baja el arma y se pone recto.
—Mis disculpas. —Inclina el ala del sombrero hacia Jerat—. En Ilgarar si alguien se te echa encima siempre es humano y sus intenciones dudosas.
—Bienvenidos —una voz etérea, femenina, resuena por el recibidor; Djeric y Alon buscan su origen—, ¿queréis que caliente la cena?
—Hola, Avi —dice Jerat con un carraspeo—, sí, por favor, ya están aquí nuestros invitados. Avi es nuestra casa —responde a las caras confusas de los ílgaros.
«En este país todo objeto parece estar vivo», piensa Djeric aturdido.
Con expresión compungida, Mare recoge el perchero y lo deja en un rincón; con sus luces apagadas, sus sensores inactivos, parece muerto. Jerat cierra la puerta de la casa, sin dejar de mover sus manos con inquietud. Entonces Alon rompe a reír disolviendo la tensión.
—Cuando yo conocí a Djeric en nuestro centro de entrenamiento, Gloria en los Islotes, con esos modales refinados, la ropa de brocado y sedas y su espalda recta como el bastón de mi abuelo, aposté con mis compañeros a que no duraría ni tres días. —Otra risotada hace vibrar su ancho pecho—. Ahí aprendí que las apariencias te pueden hacer perder dinero. —Jerat y Mare se contagian de su buen humor y sonríen—. Puede estar tranquilo, señor Firelips, su hija estará protegida de cualquier amenaza, humana o no.
—Sí, bueno, sé que Ilgarar no es tan civili... quiero decir —carraspea Jerat con las mejillas encendidas—, es-es un país más peligroso que Ioral. Entiendo que todo sea nuevo para vosotros. Bueno, pasad, —la puerta de vidrio se desliza sola cuando Jerat se aproxima—, no vamos a quedarnos toda la noche en el recibidor.
Djeric repara en el suelo brillante de tono plomizo, el contraste del blanco de las paredes, el sofá y los sillones, con el negro de una gigantesca pantalla de televisión, altavoces y mesita baja. A Djeric no le convence que solo haya una mesa de dos metros como única división entre la sala y la cocina; sin tabiques, ni puertas, ¿dónde queda la privacidad de cada estancia?
Cuando Djeric hace el amago de guardar su daga, Jerat lo detiene con gesto y ojos curiosos.
—¿Esa es una daga de dilmun? —El joven asiente—. Jamás he visto una, aquí son una rareza de mucho valor, ¿sabes? Incluso están prohibidas en algunas ciudades.
Djeric alza las cejas hasta hundirlas en su flequillo. El dilmun es el metal más valioso de Andilia, el gran catalizador de la magia de los dragones. Djeric sabe que los iora siempre han carecido de dilmun, en sus tierras de origen volcánico no hay ni una veta desde hace siglos, es otra de las razones por las que han podido permanecer aislados del resto de la isla. La mayoría de guerras en Andilia han sido por dilmun y poderes de sangre.
—¿Qué le hiciste al perchero? —pregunta Mare mientras se acomoda en un sofá lo bastante grande como para que Djeric pueda usarlo de cama—. Salió luz de la daga... fue aterrador.
Djeric retira su sombrero con un gesto grácil y se atusa el cabello con la mano; Mare contempla con admiración los finos y abundantes mechones blancos que caen hasta los hombros de su prometido.
—Lamento mi reacción —Djeric se sienta al lado de la joven dejando una correcta distancia entre ellos—. Las armas de dilmun responden a quienes las empuñan. Desconocía la naturaleza de mi atacante, así que lo paralicé.
—Supongo que debió de sufrir un cortocircuito —concluye Mare.
—Mis disculpas más sinceras, mishmi. Pagaré su reparación.
Jerat hace un gesto de indiferencia, continúa apreciando la daga: su empuñadura trenzada, el ámbar rojo en su base, el filo azul reluciente. Alon pasea por la estancia observando todo con un leve recelo.
—¿Mishmi? —susurra ella.
—Es el modo en que llamamos a las mujeres hermosas —sonríe él—. Significa: mi bella.
Mare baja la mirada con timidez.
—Es bonito el lobo de tu cinturón —señala ella el relieve tallado en la hebilla.
En un tono dulce, Djeric responde:
—No es solo decorativo, es un símbolo. —Se inclina hacia ella—. En mi cultura, el lobo representa el viaje que todo hombre debe transitar: un lobo solitario hasta hacernos fuertes, tener un territorio y bienes con los que formar nuestra manada —su voz se llena de calidez—. La familia es el núcleo de la vida ílgara; de toda Delarak.
Mare traga saliva.
—¿Por qué una sanadora?
Djeric ladea la cabeza, su atención fija en su prometida. Por un instante se plantea decirle la verdad, pero eso arruinaría el ambiente distendido. Opta por una verdad más suave.
—Uno de nuestros lemas es que debemos superar a nuestros antepasados, ser mejores en cada generación. —Los labios de Djeric se curvan con satisfacción—. Contigo será inevitable conseguirlo.
La joven se ruboriza mientras sonríe. A Djeric le gustan esos detalles. No es distinta de una mujer delka, ha recibido una buena educación. El Gran Dios ha sido benevolente con él.
Unas campanas cantarinas resuenan en el salón. Jerat devuelve la daga mientras la pantalla holográfica de su braz se activa; lo que ve en ella le hace palidecer. El braz de Mare también se activa y Djeric descubre la imagen de la chica de mechones verdes junto a un hombre uniformado de púrpura y rojo. Oye a Mare murmurar palabras que una mujer delka de buena familia jamás diría.
—Es mi hermana y un agente urbano —responde a la mirada interrogante de Djeric—. Siempre encuentra la forma de meterse en problemas, pero, ¿justo esta noche? ¿No pudo haber estado en casa como le pedimos? —cierra los puños sobre su falda—, por un día, por una vez.
Djeric coloca la mano en uno de sus puños, el gesto borra las líneas duras del rostro de la chica.
—Te entiendo mejor de lo que me gustaría, mishmi. Yo también tuve un hermano que solo pensaba en sí mismo.
Las voces de Jerat y el agente se perciben bajas y graves. Djeric agudiza el oído.
—¿Un vigía? ¿Has derribado un vigía? No puede ser, agente, debe de haber una confusión...
—Está grabado, señor Firelips, por otros drones vigías. Había un chico con ella, pero no hay imágenes claras, si su hija nos dice el nombre podría reducirse la multa.
—No tengo ni idea de qué chico habla, yo estaba sola.
—Maiq —gruñe Mare, que escucha con la misma atención que Djeric.
Alon tose. Es una tos burlona, la clase de sonido que alguien emite si intenta no reír en voz alta. Djeric clava sus ojos en él, gélidos como los picos de hielo; Alon se encoge de hombros con disculpa, pero con la sonrisita de «sabía que pasaría algo así, mi ingenuo amigo, tendrás a una delincuente en la familia».
La conversación con el agente finaliza en una jugosa multa y un portazo. Mare exhala, Jerat vocifera.
—¿Por qué tuviste que hacer eso? ¿Por qué?
—Iban a pillar a Tula napeando en zonas no habilitadas, ¿vale? —Suni entra resoplando en la sala, deja cuidadosamente una ancha mochila negra con bandas verdes en un sillón, para luego arrojarse ella sobre el sillón contiguo—. Necesito que me sustituya los días que vamos a pasar en las cavernas...
—¡Suni! —el chillido de advertencia de Mare obliga a Suni a fijarse en Djeric.
A Djeric le sorprende la expresión de la chica al observarlo: una combinación de perplejidad y ganas de reír. Él también la estudia en silencio; nunca ha visto a una mujer vestida de forma tan extravagante. Lleva mallas negras y una camiseta ajustada, oscura, en cuyo centro brillan unas alas fluorescentes. Su pelo está sujeto por una gorra verde con bandas negras, el mismo tono musgo de los mechones que caen por su rostro. También lleva un guante de rejilla negro sin dedos, solo uno; un braz, pulseras y collares del mismo tono plata que sus ojos. Y sus pies... están cubiertos por algo parecido a un grueso calcetín de dedos.
Djeric no es capaz de encontrar un calificativo para el estilo de Suni.
—Tú eres el ílgaro.
Djeric se pone rígido como una barra de hierro ante el tono condescendiente de la chica.
—Sé más educada con tu futuro cuñado —reprende Jerat con gravedad, pide disculpas a sus invitados y los presenta formalmente.
Djeric se levanta y realiza una inclinación muy leve hacia ella, a lo que Suni responde alzando una ceja burlona. Alon se ahorra la inclinación. Suni continúa repantingada en el sofá, haciendo gala de una educación que haría rechinar los dientes de la madre de Djeric.
—Perdonad, muchachos, mi hija participa en torneos de napeo, no sé si sabéis lo qué son...
—Lo sabemos —Djeric logra mantener un tono educado—, en Ilgarar también tenemos competiciones con napas.
—¿De veras? —La voz de Suni emite un irritante matiz incrédulo—. Pero ¿vuelan? ¿O es una versión primitiva de los nuestros y van a ruedas?
El azul de los ojos de Djeric se vuelve duro, metálico.
—Djeric, no la tomes en serio —pide Mare—, solo tiene diecisiete años.
—Dieciocho a finales de verano —puntualiza Suni.
—Pues eso: una cría. Ni caso.
—Habla la madura que se casa con un desconocido de un país primitivo.
—¿Primitivo? —repite Djeric con frialdad.
—¡Tengamos una velada en paz! —salta Jerat— La cena está lista, vamos a...
Suni se pone en pie de un salto anunciando que se va a dormir.
—Yo nunca ceno tan tarde, ya lo sabes, y has pedido paz así que... deseo cumplido. —Se coloca la mochila al hombro y sube las escaleras sin mirar atrás.
Nadie trata de detenerla. Jerat y Mare se disculpan mientras van a la cocina a servir la cena.
—Tenías razón, mi agorero amigo, al final sí que me he topado con un diablo —murmura Djeric en ílgaro.
—Dale gracias al Gran Dios de que no es tu prometida.
—Cada día de mi vida.
***
Gracias por adentrarte en Ioral y emprender este viaje que recién empieza. Espero que lo disfrutes tanto como yo.
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