Capítulo 35
Rajtariv gana mucho vista desde el cielo. O quizá es que para Suni todo es mejor cuando vuela. No hay rascacielos, ni napeadores, ni drones. Pero surcar edificios de piedra y madera, con tejados puntiagudos, un cielo rojo y gaviotas a lo lejos, tampoco está mal.
Rajtariv resulta ser una ciudad enorme, Suni no puede abarcarla con la vista. Hay zonas con edificios más coloridos, la mayoría con entramados de madera. Las calles son rectas, unas pocas serpenteantes, muchas empedradas. Descubre fortificaciones gigantes a lo lejos, que despertarían su curiosidad si no tuviera un barco que tomar.
Se enfoca en llegar al mar que ya no parece tan lejano. Echa la vista atrás un segundo... y lo ve. Djeric ha tomado otro napa, pero no llegará a tiempo.
Suni agarra con fuerza el sobre dónde tiene todo lo necesario para volver a casa. Ha perdido la mochila y la chaqueta, pero no importa. En unos días estará en Blazh, toda su ropa la espera allí, su napa, su casa Avi, Maiq, Tula, Mare y... su padre. A este último tiene unas cuantas cosas que decirle.
Ya puede ver con claridad los barcos. Hay unos cuantos. Trata de ganar velocidad, pero el napa no parece responderle. Peor aún, empieza a dar sacudidas, justo cuando está sobrevolando el mar. El corazón de Suni se instala en su garganta. Desde que subió a él notó que no iba fluido, pero ahora empieza a renquear.
«Mierda. Mierda. Mierda».
Suni desciende y vira hacia el puerto, o lo intenta. El napa no la obedece. Debe de tener algo dañado... Quizá por eso tampoco se esmeraron mucho con las cadenas. El napa se detiene. Suni queda suspendida a dos metros del agua...
Y cae. Se hunde en el mar. El frío la atraviesa como agujas de hielo en la piel, en los huesos. El sobre se escurre de su mano, la corriente se lo lleva y Suni trata de nadar hacia él. La angustia aprisiona su pecho tanto como la falta de oxígeno. Las yemas de sus dedos rozan el sobre, casi lo tiene, casi...
Algo la agarra por la cintura y tira de ella hacia arriba.
«¡No!».
Suni forcejea, perdiendo el poco aire que guardaba en los pulmones. Ya no ve el sobre, solo burbujas a su alrededor.
«¿Dónde está? ¿Dónde?».
Rompe la superficie e inhala bocanadas de aire con ansia, a su espalda, alguien más respira con fuerza. Sabe que es Djeric y siente ganas de golpearlo. Trata de liberarse, pero él nada hacia la orilla sin soltarla.
—¡El sobre! ¡Suelta! ¡Se hunde!
Cada brazada del joven la aleja más de su premio, de su libertad.
—¡Para! ¡Te digo que pares!
Golpea con los puños el brazo que la aprisiona, pero parece de hierro en lugar de carne. Se retuerce, enreda sus piernas con las de él hasta reducir la velocidad del muchacho, pero no lo detiene. Suni siente su garganta dolorida de gritar y tragar agua salada.
—¡Te odio! ¡Te odio tanto! ¡Te odio muchísimo!
—Me odiarás más cuando lleguemos a la orilla —asegura Djeric con voz grave sin detener sus brazadas.
—Para de una vez —chilla con voz ronca, dolorida, contorsionándose en sus brazos—, ¡tengo que recuperar ese sobre!
La voz de Suni se apaga cuando Djeric se hunde en el mar. Nada bajo el agua sin soltarla, como si llevara un cinturón de plomo. La chica se retuerce, golpea su espalda, pero solo consigue agotar más rápido su reserva de oxígeno.
Cuando deja de resistirse, Djeric asciende y continúa nadando hacia la orilla, arrastrándola sin que ella pueda resistir su empuje. Tampoco lo intenta. Está demasiado ocupada recuperando el aliento e imaginando múltiples formas de matarlo. Al cabo de pocos minutos, el cuerpo de Djeric se yergue y Suni siente el peso de su propio cuerpo cuando el agua deja de rodearla. El muchacho camina a grandes zancadas por la orilla. Suni nota la ira vibrando en él en cada paso que da, en la forma en la que mantiene sujeta su cintura, en su respiración pesada.
Sin previo aviso, Djeric la suelta y Suni cae de culo en la arena.
—¡Ay! —Se queja y hace el amago de incorporarse, pero él ya está ahí, de rodillas frente a ella agarrando sus hombros.
—¿Por qué clase de imbécil me tomas, Suni? —Sus ojos son del azul más oscuro que jamás ha visto en él, y contienen una furia helada que cala los huesos de la chica—. ¿De verdad crees que te voy a dejar ir sin más? —pregunta con lentitud, cada palabra cargada de fría cólera; ella intenta liberarse y él aprieta con más fuerza, hundiendo los dedos en su carne hasta hacerla gemir—. ¿Crees que tu familia puede traicionarme, intentar robarme, casi matar a mi mejor amigo, y yo voy a permitirlo y a quedarme con las manos vacías? —Comienza a zarandearla—. ¿Esperabas subirte a un barco y que yo me resignara solo porque Hakon acepta ocupar el lugar de tu padre en un desafío?
Eso era exactamente lo que esperaba, y ahora dicho en voz alta, suena demasiado optimista.
—¿De verdad crees que Hakon aceptaría algo así si creyera que yo perdería el tiempo en reclamos? —Una feroz mueca de burla retuerce las facciones del muchacho—. Él me conoce mejor que tú. Sabía que ese desafío jamás se produciría porque la boda tendrá lugar de un modo u otro.
La fuerza de su agarre sumado a sus palabras, consiguen que los ojos de Suni se llenen de lágrimas y le tiemble el labio inferior. Djeric la suelta de un empujón y cierra los puños al costado. Hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de perder el control de sus palabras y acciones como ahora. Un tiempo oscuro que dejó atrás y al que no desea regresar.
Suni se seca las lágrimas de dos manotazos y se muerde el labio inferior con fuerza; su respiración se vuelve irregular. Se siente tan frustrada que agarra un puñado de arena húmeda con la intención de arrojarla a la cara del joven.
—No lo hagas —advierte Djeric en un tono lo bastante peligroso para hacer que Suni se lo piense mejor.
Arroja la arena a otro lado con un gruñido, se da la vuelta y empieza a alejarse de él a gatas. No quiere verlo, no quiere estar cerca de él... Pero Djeric parece que sí, porque la agarra del tobillo y la arrastra hacia él.
El vestido sube por la fricción de su cuerpo contra la arena, hasta dejar las mallas y su ombligo al descubierto. La furia helada en los ojos del joven transmuta en algo más ardiente e igualmente feroz. Suni sacude las piernas para liberarse, y él se tumba sobre ella en un movimiento rápido, atrapando en el proceso sus muñecas, que une con una mano sobre la cabeza de la chica.
Los dos quedan frente a frente, sus rostros muy cerca, ella jadeando y él respirando profundo, con los ojos fijos en esa boca con forma de corazón.
—Te odio más que nunca —suelta Suni entre jadeo y jadeo.
—Como gustes.
Cuando se inclina hacia ella, los labios de la muchacha se suavizan y entreabren. Atónita por su propia reacción, gira la cabeza para esquivar el beso. Eso no lo detiene. Muerde el lóbulo de su oreja extrayendo una débil exclamación de ella. Continúa lamiendo la carne tierna debajo de su oreja, la línea esbelta de su garganta, saboreando la sal en su piel.
Suni queda paralizada, con el corazón bombeando con tanta fuerza que teme que se le escape del pecho. Siente como si su piel estuviera viva y anhelante con el contacto de esos labios, esa lengua y esos dientes. Odia sentirse así. Necesita que su cuerpo colabore con ella para rechazarlo.
Djeric mordisquea su mandíbula en dirección a sus labios; cuando los captura, se abren a la mínima presión. Él se hunde en ellos con un gruñido hambriento que vibra en la lengua de Suni. Y en ese momento comprende que su cuerpo es un miserable traidor, porque pasa de estar tenso como un arco a dócil como la mantequilla al sol.
Djeric presiona sus muñecas contra la arena mientras se recoloca, usando sus rodillas para abrir las piernas de la chica y acomodarse entre ellas. La energía crepita y explota cuando sus cuerpos se rozan; sus ropas mojadas son una barrera muy débil. El fuego lame las entrañas de Suni, encendiendo todo su ser de adentro hacia afuera.
—Djeric —gime, como una súplica, cuando sus labios la abandonan para bajar por su cuello.
Él alza la cabeza clavando sus ojos en ella: hay un brillo de triunfo en sus profundidades.
—Por fin.
Suni lo observa sin comprender.
—Has dicho mi nombre. —Muerde el labio inferior de la chica, después hunde la lengua en su boca hasta hacerla gemir—. Y de qué forma lo has hecho —gruñe de placer—. Mi nombre nunca ha sonado mejor que en tus labios.
Djeric entierra la cabeza en el cuello de la joven e inspira profundamente varias veces, como si intentara relajarse. Ese gesto provoca unas leves cosquillas a la chica, que se retuerce consiguiendo extraer un gemido de él.
Entonces Djeric se gira y acaba boca arriba al lado de ella. Suni siente su ausencia en cada parte de su piel, lo que le provoca unas inexplicables ganas de gritar. En su lugar, traga saliva y hunde sus dedos en la arena, amasándola varias veces en un intento por descargar el exceso de energía que la recorre entera.
Pasan un largo rato en silencio observando como el cielo se oscurece. Solo se escucha el murmullo del mar y la respiración pesada de ambos. Suni siente la brisa tan fría como la escarcha sobre su ropa mojada, pero no le importa, incluso le gusta. Ojalá hubiera podido sentir esa frialdad cuando lo tenía a él encima.
Gira la cabeza en dirección al muchacho que yace a su lado, descubre que tiene los ojos cerrados. Suni nunca lo ha visto tan desaliñado. El pelo húmedo, revuelto y sucio de arena, la ropa empapada pegada a su cuerpo, e incluso así, es tan hermoso como una escultura cincelada con precisión divina.
Djeric abre los ojos y gira la cabeza hacia ella. Intercambian una mirada larga, pausada, con la que se podrían asar castañas.
—Tienes frío —dice él en un tono suave y grave.
Suni no dice nada. Está helada. Y ha fracasado estrepitosamente. No sabe cómo se siente, y no quiere indagar en ello, no vaya a ser que le dé por llorar.
Djeric se incorpora, sacude la arena de su ropa y mira a su alrededor. Señala algo que obliga a Suni a levantarse para verlo. En el camino de acceso a la playa hay varios carruajes, con caballos incluídos.
—Allí nos aguarda nuestro carruaje, señorita.
«Galáctico, ahora vuelve a ser formal». Incluso le tiende la mano, algo que Suni rechaza. Se da cuenta de lo cansada que está cuando empieza a caminar. Es como si sus piernas se hubieran rellenado de plomo. Llegar al carruaje se le hace tan largo como una vida, hasta el punto de aceptar la mano de Djeric para subir los peldaños al interior de la cabina.
Suni suspira de placer ante el calorcito y los asientos acolchados. Djeric cierra la puerta tras hablar con el cochero. De pronto, es como si estuvieran en una burbuja con ruedas que traquetea. El silencio los envuelve como una manta, y ninguno parece dispuesto a romperlo.
Los párpados de Suni se cierran, y acaba durmiendo apoyada en la cortina turquesa que cubre el cristal. Ni siquiera se despierta cuando los caballos toman velocidad. Solo cuando todo queda inmóvil es cuando abre los ojos sobresaltada. Descorre la cortina y descubre una cabaña rodeada de coníferas iluminada por la luna.
—Esta no es tu casa —carraspea para aclarar su maltratada voz.
—En realidad, sí lo es. —Suni lo mira aturdida—. Esta es la cabaña donde resido habitualmente cuando entreno en Gloria en los Islotes, el centro está muy cerca.
—¿Y por qué me traes aquí?
—No vamos a presentarnos ante mi familia con este aspecto.
—Pero... —Suni se fija en que no hay luz en ninguna ventana— ¿Quién hay ahí dentro?
—Nadie —dice Djeric a la ligera; como si no acabara de enviar el corazón de Suni volando a su garganta.
¿Ir con él a una casa vacía, por la noche, mojados, después de casi devorarse en la playa? De ninguna manera.
***
Estamos en la recta final de esta tercera parte, gracias por acompañarme tan lejos 🥰 ¿Qué te ha parecido el capítulo?
Parece que Suni no conseguirá volver a casa, por el momento. ¿Ocurrirá algo en esa cabaña? 🤭
Recuerda votar y comentar para apoyar la historia y vivir esta aventura conmigo, Suni, Djeric, Alon, y todos los demás. ¡Mil besazos! 💋
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