Capítulo 19
A Suni le cuesta despegar sus ojos de Djeric. Como él conduce, confía en que no se esté dando cuenta. Después del desayuno, que acabó siendo un monólogo de Oto Lexer sobre las competiciones del Laberinto, Djeric apareció en el recibidor con una ropa distinta a todo lo que ha visto en él: chaqueta con capucha, pantalones cómodos, zapatos anchos con cordones: todo de negro. Ni sombrero, ni chaleco, ni bordados. Tan sencillo que casi le cuesta reconocerlo.
—Me estás desgastando de tanto mirarme, mishmi. ¿Hay algo que quieras decirme?
—Pareces... distinto.
«Más enigmático, peligroso, guapo». Suni aprieta los puños dentro de los bolsillos de la gabardina blanca que Elsta le prestó. Odia pensar algo positivo de él.
—¿Distinto a qué?
—A ti —Djeric ríe con suavidad—. ¿Qué es tan gracioso?
—Tú. Desde el principio crees que me conoces, pero sabes muy poco de mí.
Suni observa cómo maneja con destreza el volante de madera tallada, sus manos están cubiertas por guantes de cuero negro.
—Así que esas ropas pomposas y esos modales estirados ¿eran un disfraz?
—En absoluto.
Suni pone los ojos en blanco y baja la ventanilla con una manivela, los asientos de cuero aún exudan un leve aroma a curtido y la marean un poco. También le sirve para dejar de mirar a Djeric y poder ignorarlo el resto del trayecto.
—Decídete Suni —continúa Djeric—, ¿somos unos primitivos recién salidos de cuevas o unos señoritos pomposos? Comprenderás que ambos conceptos son muy diferentes.
—Yo creo que esa mezcla os define bien a los ílgaros —responde Suni observando los edificios con travesaños de madera, en busca de alguno lo bastante alto como para perderse entre las nubes—, diría que a todos los delkas.
Djeric sacude la cabeza de un lado a otro, es absurdo hablar con alguien que ya ha decidido cómo son las cosas. Djeric no quiere continuar por un camino que los va a enfrentar, su objetivo es encontrar uno que los una. Piensa en ello, mientras el sonido de las ruedas crujiendo sobre los adoquines se une al tintineo de las cadenas que Suni lleva en la cintura.
Al cabo de unos minutos, Suni se pone unas gafas de sol, pese a los nubarrones que llenan el cielo. La chica toquetea las gafas por todas partes, como si buscara algo. Djeric cede a su curiosidad y le pregunta qué hace.
—Intento ver algo. ¿Acaso estas gafas no tienen ninguna función? ¿Para qué sirven?
—Quizá te sorprenda la respuesta: para protegerte del sol.
—¿Ya está?
—¿Qué intentas ver?
—La ropa que está en descuento hoy. Los lugares turísticos imprescindibles. El mapa de la ciudad. Donde estoy y a dónde me dirijo. Ese tipo de cosas.
—¿Veis todo eso en unas gafas? —A Djeric le da vueltas la cabeza al imaginarlo.
—Galáctico, ¿verdad? Ioral es lo más —suspira Suni con frustración quitándose las gafas.
—Cuanto antes dejes de lamentarte por lo perdido antes disfrutarás de lo ganado.
Suni vuelve su cara hacia él con expresión de perplejidad. En ese momento, Djeric aparca en una calle bulliciosa repleta de gente, vehículos, bares y tiendas.
—¿Qué se supone que he ganado, delka? Porque si te refieres a ti es que tienes un ego más grande que tu estupidez.
Los dos se quedan mirándose mientras el aire parece detenido entre sus cuerpos. Djeric vuelve a experimentar unas irresistibles ganas de estrangularla. ¿Cómo va a conquistarla si la mitad del tiempo que pasa con ella desea matarla?
—Me refiero a una vida donde estarás segura y cómoda, y tu familia también —responde con frialdad—. Sal del coche —añade brusco.
Sabe que debería salir él primero y abrir su puerta, pero esa chica anula su parte más galante y saca de él algo más visceral.
Suni camina a buen paso siguiendo a Djeric por una calle ancha adoquinada. «¿Seguridad? ¿Comodidad? Esos son los deseos de Mare, ni de cerca los míos —piensa enfurruñada—. Yo quiero el vértigo, el riesgo, volar rascacielos hasta fundirme con el cielo». Sus ojos se elevan y vuelve a sentir una opresión en el pecho al no hallar ningún napa, incluso le alegraría ver un dron.
Suni se estrella contra una pared de carne: Djeric. Se masajea la nariz mientras retrocede unos pasos con ojos llorosos. Se da cuenta de que él lleva la capucha de su chaqueta puesta, ocultando sus cabellos y parte de su rostro.
—Sería conveniente que mirases al frente en lugar de a las nubes, criatura.
El ruido de un tren impide que responda. El lugar está lleno de vida: viajeros apurados, vendedores ambulantes y un tren deteniéndose cerca de ellos. Suni se da cuenta de que la mayoría de la gente usa pañuelos o capuchas como Djeric, salvo unos pocos que llevan sombreros. Suni quiere preguntar, pero el alboroto de alrededor y que Djeric apure el paso para subir al tren, no dan lugar a hablar.
Una vez dentro, Suni se sorprende de la calidez del vagón. Casi parece como si hubiera entrado en una cabaña. El vagón es largo, con una moqueta desgastada con nudos rúnicos. Los asientos son mullidos, y están colocados bajo unas ventanas anchas con marcos de madera. El techo del tren son listones de madera clara, igual que los reposabrazos.
Suni sigue a Djeric hasta los asientos del fondo y, en pocos segundos, están rodeados por un grupo de jóvenes que ocupan los asientos de enfrente. Son chicas. Ninguna habla, pero observan a Suni con confusión, como si no supieran qué opinar de ella. Suni no comprende la razón si ahora viste como ellas, incluso le han quitado sus mechas verdes con tinte castaño. Elsta también trató de cambiarle el maquillaje y hacerle peinados raros, pero Suni se negó.
El tren se pone en marcha con una sacudida que empuja a Suni al asiento de Djeric. Él la agarra por los hombros y la hace retroceder con suavidad, pero con firmeza. A continuación, saca del bolsillo interior de su chaqueta un pañuelo de distintos tonos de azul. Antes de que Suni pueda protestar, lo coloca sobre su cabeza.
—¿Q-qué haces? —balbuce, inmóvil mientras las manos de Djeric anudan el pañuelo bajo su nuca.
—No es conveniente que llames la atención.
Suni siente un escalofrío recorrer su columna ante la suavidad de los dedos que acarician su cabello, ordenándolo. El pañuelo cubre toda su frente y, cuando esos dedos recolocan los mechones que caen por su rostro, sus mejillas se encienden y traga saliva. Ya no lleva guantes, ¿cuándo se los quitó? El aliento del muchacho es cálido y huele a café; sus ojos la absorben como si ella fuera un libro que tratara de descifrar.
—¿Por qué me miras fijamente?
—Porque eres hermosa.
Suni siente calor ante ese tono profundo, ese acento que marca la erre de «hermosa».
Djeric continúa tocando su pelo, ahora por el placer de notar la textura suave y lisa. Sabe que debería apartarse de ella, pero sus ojos son como dos lunas brillantes que lo atraen. Ve el deseo en ellos, el mismo que lo atraviesa a él. Djeric baja la mirada hacia sus labios, y las ganas de inclinarse y devorarlos casi le hacen gruñir.
—Apártate —jadea Suni, y su voz se pierde entre el traqueteo del tren.
Suficiente para que Djeric recuerde que están en público. Con esfuerzo, se acomoda en su asiento e ignora las miradas furtivas y los cuchicheos de las muchachas que comparten vagón con ellos.
Mira a Suni de reojo. Acaba de cruzarse de brazos y vuelto la cara hacia la otra punta del vagón, pero Djeric ha podido comprobar que sus mejillas siguen rojas y sus ojos brillantes. Sonríe. «No eres tan indiferente como te gustaría», piensa con el dulce sabor de una victoria inesperada. Deseo. Comparten un deseo mutuo. Su sonrisa se amplía.
Cuando bajan del tren, el silencio entre ellos tiene textura y sabor pesado. Djeric no se molesta en romperlo; se detiene en una callejuela, enfrente de una modesta tienda de artículos antiguos, con travesaños de madera desgastada y una puerta con abolladuras.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta Suni mirando a su alrededor en busca de algo interesante, sin hallarlo.
—Este es el lugar —responde Djeric abriendo la chirriante puerta abollada.
Los recibe un olor a polvo y madera húmeda que hace arrugar la nariz de Suni. La luz es tenue, y proviene en su mayoría de las vidrieras con dibujos de montañas con picos de hielo y picos de lava.
Suni busca algo de vida en este museo de polvo y abandono, y encuentra a un viejo tras un mostrador de madera gastada. El hombre ni siquiera levanta la mirada, enfrascado en algo con un destornillador en la mano. Djeric tampoco le dice nada ni se acerca a él, va derecho a la zona que parece acumular la mayor cantidad de polvo de la tienda: las estanterías de libros.
—¿Somos los primeros en venir aquí en el último siglo? —murmura Suni cada vez más incómoda.
Tras pasar tres estanterías, Djeric se detiene frente a una pesada cortina sucia. La aparta con una mano y con la otra toca la pared hasta que esta se abre.
—Te puedo garantizar que no —responde Djeric con una nota de triunfo en la voz.
Con el corazón rebosante de interés, Suni se asoma para descubrir unas escaleras que descienden hasta... ¿dónde?
—Galáctico —murmura excitada.
Suni comienza a bajar varios peldaños hasta que todo se sumerge en sombras. Djeric ha cerrado la puerta falsa. La oscuridad y el silencio aceleran los latidos de la chica. Baja otro peldaño, ahora con más cuidado. No sabe que hay al final de la escalera, ni siente interés en preguntarlo, la incógnita le resulta más estimulante. Entonces, Djeric atrapa su mano.
—¿Tienes complejo de madre? —dice entre dientes Suni, mientras trata de soltarse, pero él aprieta con fuerza.
—¿Recuerdas nuestro trato? Me harás caso en todo, criatura irritante.
Suni gruñe, frustrada. Deja de forcejear y descienden juntos peldaño a peldaño.
***
Amo vuestros comentarios y votos, me animan a seguir escribiendo. Mil gracias por estar aquí cada semana viviendo esta aventura con Djeric, Suni y conmigo.
¿Creéis que Suni logrará ponerse en contacto con Sifri Hakon? ¿Qué puede salir de esa interacción? 🤔
¿Djeric conseguirá conquistar a Suni o acabará matándola? 😂
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