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Capítulo 18

Djeric absorbe el cambio de su prometida mientras siente la sangre agitarse dentro de él.

—¿Esa es la ropa de Aine?

Le agrada la falda negra con encaje azul que acaricia sus rodillas, las mallas de cuadros definen muy bien sus gemelos, que se pierden dentro de unos botines con bordados florales. Los ojos de Djeric ascienden hasta la cintura, bien ajustada por la camisa de cuadros azules y negros, y aprecia como la prenda perfila un leve escote picudo.

—Se ve muy distinta en ti.

Es raro verla con ropas ílgaras y que, al mismo tiempo, siga pareciendo iora. Quizá es por sus ojos ahumados, sus labios brillantes, su pelo húmedo con mechas verdes cayendo libre por su rostro. O tal vez sea por las cadenas que rodean su cintura, el braz y las gargantillas oscuras.

Djeric enfunda la daga, la guarda en un bolsillo del pantalón y se aproxima sin que sus ojos dejen de moverse por el cuerpo de Suni. La chica permanece inmóvil.

—Me costó encontrar algo que encajara conmigo —carraspea cuando él está a unos pocos pasos de distancia—. No me van nada los lacitos.

—A mi hermana le encantan. Los lacitos —Acaricia el encaje del alto de su falda; ella contiene la respiración al sentir ese leve contacto.

Retrocede, pero Djeric la sigue. Suni se detiene y ancla los pies al suelo, sin querer ceder más terreno.

—No te acerques a mí.

—Solo quiero apreciar el cambio de cerca —dice en tono arrullador, pero se mantiene un par de pasos de distancia—. Estás encantadora, mishmi.

Suni aprieta los puños, como si tuviera que defenderse de esas palabras.

—Halagarme no va a servirte de nada, delka.

Djeric tuerce el gesto.

—Delka —repite con un deje de fastidio—. Tengo un nombre mejor: Djeric.

—Prefiero delka.

—¿Para mantener la distancia conmigo? No te servirá de mucho: en unos días estaremos casados.

—Deja de repetir eso.

—Deja de olvidarlo —Él atrapa un mechón húmedo entre sus dedos, lo que provoca un incómodo rubor en las mejillas de la chica—. Resulta gratificante ver que te pongo nerviosa —murmura.

«¿Intenta seducirme? —se pregunta Suni, apretando con más fuerza sus puños— ¿Cree que podrá convencerme de aceptar gustosa este matrimonio si me seduce?».

Siente ganas de resoplar. Sabe lo que es el sexo, y no es la gran cosa. Y eso que con Maiq se sentía cómoda en su compañía, con Djeric se siente crispada. Siente ganas de golpearlo continuamente. Lo empujaría ahora mismo si no fuera porque entonces tendría que tocar su torso desnudo, y bastantes esfuerzos está haciendo ya para no mirarlo.

Pero las palabras pueden ser más efectivas que las manos.

—Creí que estarías preocupado por tu hermana, no bailando con una daga o diciendo tonterías.

Djeric se yergue y deja caer el pelo de Suni. Ella contiene una sonrisa.

—Ya sé de tres lugares dónde puede estar.

—Galáctico.

—El problema es que solo cuento hasta el atardecer para encontrarla.

—¿Encontrarla tú? ¿Ese no es el trabajo de los detectives o policía o lo que sea que tengáis aquí?

—En este asunto, no. La discreción es vital. Ellos solo nos proporcionan información, y alguna ayuda en caso de necesitarla.

Los ojos de Suni vuelan hasta el cesto de ropa sucia, todavía está caído y sobresale una camisa manchada de sangre. Traga saliva.

—¿Sabes quién la secuestró y por qué?

Djeric le da la espalda, recoge el cesto y mete la ropa caída en él.

—Un compañero de Gloria en los Islotes que no sabe qué hacer para que me retire de la competición del Laberinto.

El corazón de Suni acelera su marcha antes de decir:

—¿Sifri Hakon?

Djeric se vuelve hacia ella con las cejas alzadas.

—Alon me habló de él —responde Suni a su pregunta muda—. Así que te hace chantaje...

«Los enemigos de mis enemigos podrían ser mis aliados», piensa, mientras una idea disparatada va tomando forma en su cabeza.

—Alon habla demasiado —suspira Djeric—. No debes preocuparte, en un par de horas iré...

—Quiero acompañarte.

Perplejidad y una naciente curiosidad se dan caza en el rostro de Djeric.

—¿Cómo has dicho?

—Solo por si sale algo mal, ya sabes, os vendrá bien tener a alguien capaz de sanaros.

—¿Por qué querrías ayudarme? —Las cejas de Djeric se juntan mientras aguarda una respuesta.

—¿Cuál es mi otra opción? —Suni estira los brazos y da giros de muñeca como cuando está a punto de subir en napa— ¿Quedarme en esta casa y morir del aburrimiento? —Resopla— Tu plan de rescate me parece más interesante.

Djeric la estudia en silencio. «¿Con qué clase de criatura voy a casarme?».

—Tranquilo, delka, prometo no intervenir en nada; de hecho, si alguien trata de darte una paliza contará con mi apoyo —Sonríe.

Djeric entrecierra los ojos. ¿Realmente lo ayudaría solo por entretenimiento o quizá busque la forma de escabullirse en cualquier descuido? Sería estúpido de su parte, no tiene a dónde ir, pero ya ha demostrado no usar la cabeza en exceso.

Por otro lado, trabajar juntos en un objetivo común puede ser una buena oportunidad para acercarse a ella. Contar con su don es una tranquilidad. Y puede mantenerla al margen de los problemas. ¿Recuperar a Dagny y conquistar a su prometida en un mismo día? Parece demasiado ambicioso incluso para él.

—De acuerdo —acepta Djeric por fin—, pero tendrás que hacer todo lo que yo te diga.

—Claro.

Esa respuesta rápida y despreocupada le hace sospechar con más fuerza que trama algo.

—Recuerda las consecuencias de romper el contrato que nos une.

Suni le dirige una mirada llena de resentimiento.

—No voy a escaparme.

El sonido de unos pasos suaves detiene el duelo de miradas. Carin Lexer entra en la sala de entrenamientos como una reina lo haría en un salón de baile. Erguida, serena, decidida. Su moño es más alto que ayer, adornado con piedras brillantes a juego con las que están bordadas en el escote redondo y el dobladillo de su larga falda color crema. Suni descubre pedrería incluso en sus zapatos.

Carin lleva en sus brazos una delicada bata de seda azul turquesa. Suni no puede dejar de apreciar lo similares que son madre e hijo, como dos versiones en femenino y masculino de un mismo ser.

—¿Qué educación te he dado para estar semidesnudo ante tu prometida, ángel mío? —El tono de Carin es sereno y cálido, sus manos son diestras al colocar la bata sobre su hijo, como si no fuera más alto que ella, como si pudiera cargarlo en brazos—. La desnudez se reserva para la intimidad de una familia —continúa, mientras ajusta la prenda sobre el ancho pecho de su hijo—. Todos estamos deseando que te unas a la nuestra —añade volviéndose hacia Suni con una sonrisa tenue—, pero aún faltan cuatro días para que eso suceda. Sed prudentes hasta entonces.

—Suni apareció por sorpresa, no conoce la casa, tampoco nuestras costumbres —explica Djeric.

—Habrá que solucionar eso —Carin estudia el nuevo atuendo de Suni con expresión hermética—. Ven conmigo, querida, te presentaré tu nuevo hogar.

Suni se resiste a moverse. Y no le hace falta, porque Oto Lexer aparece descalzo, con la bata abierta y el pelo enmarañado.

—Aquí está la joven sanadora.

—Querido, por todas las Gracias, ¿cómo paseas así por casa? Tenemos una invitada.

—Que pronto será de la familia —Hace un gesto de manos que resta importancia al comentario de Carin; Oto se detiene frente a Suni—. Quiero llevarte a la sala de trofeos. Seguramente no sabrás que nuestra familia fue forjada en los islotes —Se le hincha el pecho de orgullo—, mi padre provenía de una familia de pescadores, pero él adquirió fortuna y fama en el Laberinto. Ganó dos veces consecutivas —Carin cierra la bata de su esposo mientras él habla—. Yo seguí sus pasos, por supuesto, y quise superar su récord ganando tres veces consecutivas.

Oto refunfuña cuando su esposa ordena su cabello.

—La apariencia es lo que das de ti a los demás, y siempre hay que dar lo mejor —responde Carin a las protestas de su esposo.

—No gané el Laberinto por tercera vez, pero conseguí convencer a una hermosa aristócrata de que se casara conmigo —continúa Oto con expresión incrédula—. ¿Cómo lo conseguí? Te preguntarás. Yo también lo hago.

Carin sonríe a su esposo. Oto continúa:

—Djeric es el encargado de romper la barrera de la tercera victoria, ¿verdad, hijo?

—Por supuesto.

A Suni le sorprende el tono categórico de Djeric, como si no hubiera posibilidad de lo contrario.

—Bien, llevemos a Suni a la sala de trofeos...

—En otro momento, querido. Ahora quiero llevarla a que Elsta le haga un buen peinado —Oto parece decepcionado con la respuesta de su esposa—. Tendrá tiempo de aprenderse la historia de cada uno de los trofeos Lexer después de la boda.

Carin se gira hacia Suni, toma su brazo y caminan hacia la salida.

—Alístate para el desayuno, ángel mío, hoy tienes que traer de regreso a nuestra Dagny.

«¿Ella conoce la intención de su hijo y lo aprueba? —piensa Suni, perpleja— ¿No va a convencerlo de que lo deje en manos de la policía? Aquí nadie es normal, pero me vendrá bien que estén chalados si logro acercarme a ese tal Sifri».

***

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