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Capítulo 17

La habitación de Aine Lexer parece sacada de un catálogo de muñecas. El rosa y las flores se disputan la supremacía de la estancia y los peluches son los terceros en su lucha por el dominio. A Suni le cuesta creer que tengan casi la misma edad.

Aine abre las puertas talladas con adornos florales de su vestidor y comienza a sacar camisones. Suni arruga la nariz. Son larguísimos. Y tienen lacitos. Cuando Aine le muestra unos pantaloncitos cortos de tela rosa muy suave con terminaciones de encaje negro y un mini top a juego, Suni suspira aliviada.

—Me gusta este pijama.

—¿Pijama? —la chica ríe como si le gastara una broma— Esta es mi ropa interior.

Suni guarda silencio, el recuerdo de cómo la miró Djeric en el barco cuando se quitó el camisón la sacude como una ola de calor.

Aine extiende los brazos y la invita a elegir lo que desee. En su armario predomina el rosa y los lacitos. Suni no tiene nada en contra del rosa, siempre que esté acompañado del negro. Aine se sienta en el borde de su cama.

—¿Por qué tu pelo tiene mechas verdes?

—Solo es tinte.

—Ah.

Suni va colocando al lado de Aine toda prenda interesante.

—¿Por qué llevas pantalones?

—Son cómodos.

Tras varias preguntas sobre el maquillaje que usa, Suni decide cambiar el tema.

—¿Sabes quién ha podido secuestrar a tu hermana?

La energía de Aine se desploma antes de negar con la cabeza.

—¿Alguien ha pedido un rescate o algo?

Aine toquetea su falda con nerviosismo antes de encogerse de hombros.

—¿Ocurre mucho esto? Secuestros y ese tipo de cosas.

Aine aprieta sus labios, aún concentrada en su falda. Niega con la cabeza.

—Tiene que ser horrible vivir aquí —murmura Suni para sí misma— con el miedo de que secuestren y maten a alguien...

—¿Matarla? No van a hacer eso. Es su honor lo que está en peligro, y con ella, el de toda la familia.

Suni la contempla perpleja.

—¿Qué quieres decir con eso?

Aine baja el tono hasta convertirlo en un susurro.

—He oído que amenazan con casarla con un cualquiera. Sería horrible para nuestro apellido después de lo que Kalev hizo —sacude la cabeza y su flequillo baila entre sus cejas.

—¿Quién es Kalev?

—Era el primogénito.

—¿Era? ¿Murió?

—Algo así —contesta en un tono que indica que más preguntas en esa dirección no serán bien recibidas—. Desde entonces, Djeric lleva compitiendo en los islotes para borrar los daños del pasado. Tú eres de lo mejor que ha conseguido —agrega con ojos brillantes—: una sanadora. Es un poder de sangre muy valioso. Toda la familia está aguardando con emoción la boda. Toda la familia —repite acentuando el «toda»—. Desde lo de Kalev muchos dejaron de hablarnos, yo ni me acuerdo de algunos. Djeric ha logrado lo que parecía imposible —suspira con el rostro bañado en admiración; a los pocos segundos, se ensombrece y agarra con fuerza los collares que lleva al cuello—. Pero si Dagny acaba casada con ¡a saber qué desastre! Eso podría arruinarlo todo otra vez...

Suni pestañea, incrédula.

—¿Me dices que tu hermano es capaz de casarse con una desconocida con la que tiene cero compatibilidad solo por agradar a unos cuantos de su familia?

Aine la contempla confusa, como si no comprendiera el significado de ese puñado de palabras en iora.

—Ridículo. Ridículo —farfulla Suni sintiendo un fuego arder desde la boca de su estómago—. ¿Va a joderme la vida por unos cretinos que no le hablan?

Suni comienza a sentir ganas de sacar toda la ropa y pisotearla. Aine parece darse cuenta porque se levanta y comienza a buscar medias y mallas a juego con la ropa seleccionada por Suni.

—No me hace falta nada de eso.

—P-pero tienes que cubrirte las piernas.

—¿Por qué?

—No es correcto enseñarlas.

—¿Por qué?

—Nadie lo hace.

Suni cierra los ojos y los puños. Aine abre el zapatero y selecciona unos botines y unas bailarinas con bordado floral.

—Con esto estarás preciosa —asegura en tono ligero, con una sonrisa nerviosa; no parece comprender qué sucede, pero sí que ha metido la pata—. Pronto tendrás tu propio vestuario, yo me ofrezco a acompañarte, te llevaré a mis tiendas favoritas...

Aine parlotea sin parar sobre tiendas, ropa y estilos mientras se dirigen, con el vestuario provisional, a la habitación de Suni. Atraviesan un pasillo de paredes revestidas de madera blanca, suelo de piedra pulida, muebles de madera oscura y alfombras con figuras geométricas. La habitación de Suni está al lado de una ventana alta, estrecha y semicircular. Al entrar, encuentran al mayordomo ahuecando los cojines de la cama.

—No sé por qué te casas con Djeric en lugar de tu hermana —dice Aine colocando con cuidado las prendas sobre la colcha blanca, cerca de la manta canela a los pies de la cama—. Pero eres afortunada: mi hermano es muy buen hombre. ¿A qué sí, Ansar?

El mayordomo asiente profundamente y Aine sonríe triunfante, como si eso pudiera cambiar por completo el humor negro de Suni.

—No me importa.

—¿Cómo no va a importarte?

—Casarme no entraba en mis planes. Además, ya tengo novio.

Aine coloca las manos sobre su boca.

—¿Estabas comprometida?

—No. Era mi novio, ¿por cuánto tiempo? No sé. Quizás un mes, tal vez un año, o toda la vida. ¿Quién sabe esas cosas?

Aine la contempla como si acabara de salirle otra cabeza. Suni la ignora y repasa la habitación que le ha tocado en suerte. Le gusta la alfombra de pelo blanco que rodea la cama, a diferencia de las cortinas blancas con bordados dorados, son demasiado opacas. No sabe qué pensar del armario pequeño de madera clara tallada con adornos florales, si tuviera un enorme espejo en alguna de sus puertas ganaría puntos.

—¿Cómo se llama vuestra casa? —Ante la perplejidad de sus oyentes, Suni reformula más despacio—: ¿Qué nombre le habéis puesto a vuestra casa?

Aine contempla al mayordomo con una expresión que va del desconcierto a «¿está mal de la cabeza?». Incluso Ansar parece extrañado bajo su máscara de impasibilidad.

—No le hemos puesto ninguno —se aventura a responder Aine.

—¿Y cómo os comunicáis con ella?

La expresión «¿está mal de la cabeza?» toma fuerza.

—No hablamos con las casas.

—¿Cómo habéis encendido las luces entonces? —resopla Suni, exasperada.

Aine camina despacio hasta el interruptor y... aprieta, la luz se va; aprieta otra vez, la luz vuelve. Suni no da crédito.

—¿Me estáis diciendo que si me levanto de madrugada voy a tener que buscar un interruptor para tener luz? —exhala su frustración— Al menos tendréis luces de movimiento.

Los dos niegan con la cabeza al unísono.

—Pu-puedo dejarte una piedra luna si no te gusta dormir a oscuras...

—¿Una qué?

Ansar saca del bolsillo de su chaqueta una piedra azulada del tamaño de un huevo. Aine apaga la luz. La piedra emite un suave resplandor azul.

—Son gemas que absorben la luz del día y brillan en la noche —explica Aine—. ¿La quieres?

Suni se encoge de hombros. Tiene ganas de estar sola, pero la expresión de Aine indica que ella no.

—Solo me preguntaba —se retuerce las manos— ¿de qué soléis hablar con las casas en tu país?

—Tengo sueño —bosteza Suni para enfatizar sus palabras.

—Sí, por supuesto —sonríe nerviosa—. Te dejo la piedra luna en la mesita. Que descanses, cuñada.

Es la peor despedida que podría haber elegido. En cuanto cierra la puerta, Suni se deja caer al suelo, abraza la ropa que lleva en las manos y se queda con la mirada perdida en la pared. La luz de la piedra provoca sombras en el techo que a Suni le parecen alas.

—El viento me impulsa o me fortalece —murmura una frase muy repetida en napeo.

Su significado siempre le ha dado valor antes de surcar rascacielos: todo es favorable. Ahora, en cambio, parecen palabras vacías.

Suni despierta con un sobresalto. Continúa en el suelo, la ropa arrugada en sus brazos. Por la ventana ya no hay oscuridad, sino la tenue luz del alba. Se levanta confusa, sin saber qué hacer. Duda entre si cambiarse o seguir con la ropa de ayer. El olor la hace decidirse por lo primero.

El pasillo parece más largo que unas horas atrás, quizá por el silencio, las luces apagadas. Descubre una puerta entreabierta: un baño. Cierra con pestillo. No hay ducha, solo una bañera circular similar a un pozo. Suni abre un grifo de cobre y espera a que se caliente antes de desnudarse.

«Tiene que haber una forma, cualquier forma, de salir de esto». Se perfuma con bolitas de jabón que se rompen al apretar. Huelen a una mezcla de frutas dulces y cítricas. «¿Cuántos días faltan para la boda? ¿Cinco? ¿Cuatro?». Se hunde bajo el agua.

Es tan agradable que sus pensamientos cambian de dirección. Piensa en Djeric. En su forma de mirarla, en el acento y tono grave de su voz. Recuerda que cuando él tomó su mano la envolvió entera, y que era cálida y áspera. Suni esperaba que esas manos fueran tan suaves como sus ropas, pero sintió pequeñas callosidades en su palma. Se toca así misma imaginando esas manos.

¿Cómo será el sexo con él? Por fuera parece muy educado y correcto, pero ella ha visto un fuego salvaje arder en sus ojos. Suni gime, dejándose llevar por el calor del agua, el perfume del jabón y sus propios masajes guiados por pensamientos que no debería tener, no con ese hombre.

Sale de la bañera jadeante y molesta consigo misma. Se viste y maquilla, pero deja su pelo sin secar, no encuentra nada con qué hacerlo. Se coloca el braz en la muñeca, es demasiado extraño estar sin él. También su cinturón de cadenas con lunas en distintas fases, y sus tres gargantillas de negro y plata.

Antes de salir del baño se asegura de no oír a nadie cerca. Llega hasta la barandilla de unas escaleras dobles que dan al recibidor. Conforme desciende, percibe el repiqueteo de cubiertos y cacerolas. Decide tomar la dirección contraria. Y acaba adentrándose en una amplia sala semicircular cuyas paredes están repletas de armas.

Hachas de batalla de doble filo, espadas de hierro forjado, lanzas afiladas y escudos robustos decorados con símbolos desconocidos; todas las armas parecen bañadas con dilmun. También hay varios espejos de cuerpo entero y ventanas altas y estrechas que iluminan la estancia.

Del techo alto repleto de vigas de madera maciza, cuelgan grandes lámparas de hierro forjado. El suelo está decorado con un diseño en espiral que le recuerda a las míticas marcas del dragón.

En el centro hay una amplia área circular... donde un joven practica movimientos suaves, veloces o bruscos con una daga larga que brilla en su mano.

Suni se queda inmóvil. Djeric no parece percatarse de su presencia, sus ojos están cerrados mientras se mueve con la daga, como si siguiera el ritmo de una música que solo él percibe. Solo se oye el silbar de la daga contra el viento.

El muchacho está descalzo, con el torso desnudo, su única prenda son unos pantalones blancos holgados. Suni quiere desviar su atención de él, irse antes de que la descubra, pero sus ojos y pies parecen anclados. Se odia por fijarse en el cabello revuelto y húmedo que cae como una cascada de espuma por su cabeza. Ese tono blanco lo hace resplandecer como un ángel.

Suni trata de retroceder hacia la puerta, pero a los pocos pasos yendo de espaldas, tropieza con algo y casi cae al suelo. Al girarse, descubre un cesto de ropa. Ropa manchada de rojo oscuro. Con un encogimiento de estómago, Suni detecta el olor metálico de la sangre.

La chica contiene la respiración, se vuelve hacia Djeric y queda atrapada en esa mirada cristalina que la traspasa por entero. 

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Mil besotes 💋🩵

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