Capítulo 15
Suni salta por encima de raíces retorcidas y esquiva las ramas que cuelgan bajas.
«Hace unas horas parecía que iba a arrojarse del barco, ¿y ahora está tan tranquilo aceptando su nueva situación?», piensa mientras se introduce en un sendero serpenteante. «¿Tan poco le importa con quién casarse?».
Para Suni supone renunciar a todo: el napeo, sus amigos, su país, su futuro, su vida.
«Está loco si cree que voy a conformarme tan fácilmente como él».
Unos pasos a su espalda la sobresaltan.
«Mierda. Si estaba descalzo y a medio vestir».
Suni usa la estrategia de zigzaguear como cuando monta en napa. Cada vez que siente que Djeric está a punto de alcanzarla, ella encuentra un resquicio entre los troncos de los sauces o sus ramas bajas. El sonido de los hombres y el tren le indican el camino.
Suni alcanza el andén con el aliento agitado y el sudor bañando su frente. Los hombres suben en tropel cuando las puertas se abren. La chica se cuela entre ellos hasta que una mano se cierra sobre su brazo como una tenaza de acero, y tira con la suficiente fuerza como para hacerla tropezar.
Suni es arrastrada lejos de la red de hombres que llena el andén, lejos del tren. Djeric no la libera hasta llegar a los pilares de piedra ceniza del andén. Suni lo contempla jadeante: lleva el sombrero y la casaca en la mano, las botas sin abrochar y una expresión oscura en el rostro.
—¿A dónde pretendías ir? —pregunta con una voz suave como la seda guarecida de puntas afiladas.
El motor rugiente del tren y los rieles crujiendo bajo su peso resuenan en el aire como un eco metálico y urgente. Está a punto de irse.
—A la embajada de Ioral para librarme de ti.
Djeric alza las cejas en un gesto que combina sorpresa y burla.
—Ah, en tal caso te complaceré: esa es nuestra siguiente parada —Suni le dirige una mirada de desconfianza—. Tenemos que cambiar el nombre de Mare por el tuyo.
En un arrebato de rabia, Suni le empuja y se pone en guardia: pierna derecha al frente y brazos levantados a la altura de su cara. Lleva un año recibiendo clases de defensa personal junto a Tula, dos veces por semana, es hora de darle alguna utilidad.
—No puedes obligarme a cambiarme por mi hermana.
Djeric la observa pensativo, da golpecitos a su pantalón con su sombrero.
—¿Tan poco te importa tu familia que los condenarías por hacer lo que te plazca a ti?
—Vuestras leyes bárbaras no se aplican en mi país.
—Nuestro contrato de matrimonio sigue unas cláusulas que tu padre y tu hermana aceptaron —El tren pita y se aleja dejando un rastro de pesado silencio tras él—. No me crees a mí. No importa. En la embajada te despejarán todas las dudas.
Djeric atusa sus cabellos y retira restos del café con delicadeza, extrae un fino pañuelo del bolsillo de su casaca y se limpia las manos y el rostro; se coloca el sombrero con un movimiento y lo ajusta con dos. Continúa abrochándose el chaleco, después la casaca, cada prenda puesta con mimo, sin dejar una arruga, ni un botón mal abrochado. Suni lo observa perpleja.
Cuándo acaba, él le dirige una mirada oscura antes de moverse rápido, hasta que las puntas de sus botas tocan las de ella. Djeric atrapa las muñecas de Suni, las une e inclina la cabeza hasta que sus ojos están a la misma altura.
—No voy a pelear contigo —está tan cerca que siente el cálido aliento con olor a café acariciar su mejilla—. ¿No escuchaste cuando te dije que quería que nos lleváramos bien? —su voz es baja, serena— Es por eso que voy a perdonar tu deficiente educación, una vez más.
Djeric suelta sus muñecas, pero aferra su mano izquierda y echa a caminar tirando de ella. Suni se ve obligada a medio correr para ir a su paso; trata de despejar su cabeza y propinarle una patada en la espinilla, pero si es cierto que va a llevarla a la embajada de Ioral puede no ser la mejor idea. Cuando están cerca del coche, aparece Alon con el rostro rojo y sudoroso. Al ver a Suni se relaja, y se abanica con el sombrero.
—Por el Gran Dios, eres problemática, muchacha. ¿Dónde estabas?
—En el andén, mi confiado amigo.
Alon suelta varias palabras en ílgaro que a Suni se le antojan a palabrotas. Djeric suelta la mano de la chica, y ella se la restriega en su pantalón para borrar el inquietante hormigueo. Suben al coche sin decir mucho más.
Horas después...
Suni observa el sur de Rajtariv con la cabeza apoyada en el cristal. El rojo del atardecer baña edificios de colores y calles empedradas repletas de curvas y empinadas. Suni no detecta ningún rascacielo, ni nada metalizado. Ningún edificio alcanza las nubes. Nada sobrevuela la ciudad, salvo alguna gaviota. «El cielo está desnudo», piensa abatida.
Muchos edificios están decorados con travesaños de madera oscura, que a la chica se le antoja a barrotes que mantienen prisioneros a los edificios. «Prisioneros como yo». En la lejanía, puede ver el mar y barcos, pero la esperanza de subirse a uno y volver a casa ha sido pisoteada en la embajada de Ioral.
Djeric no mintió. Una ruptura del contrato implica pagar el doble de lo acordado o ser desafiado a muerte en los islotes. La única forma de mantenerlo todo como estaba era intercambiarse por Mare. Suni firmó el papel temblorosa. Incrédula. ¿Cómo pudieron Mare y su padre aceptar algo así? ¿O jugársela al delka sabiendo las consecuencias?
El coche se detiene frente a un edificio azul de cuatro plantas con jardines. Es donde se baja Alon. Él se ha pasado todo el trayecto hablando con Djeric en ílgaro, eso ha permitido a Suni estar aislada en su propia burbuja. Ahora que se va, Djeric le pide que se siente a su lado.
—Estoy bien aquí.
—Insisto. Por favor.
Suni se siente demasiado agotada para discutir. Sale del coche como una autómata, se sienta en el lado del copiloto, se cruza de brazos y vuelve apoyar la cabeza en el cristal, dándole la espalda.
—Lamento lo sucedido, Suni.
A la joven le resulta extraño escuchar su nombre con ese acento y ese tono bajo que provoca calidez en su cuerpo. Arruga el ceño sin moverse, sin dejar de darle la espalda, preguntándose si quizá él tenga algún poder de sangre relacionado con la voz.
—No es así como quería que fuese mi compromiso. Debía de ser una sanadora tan deseosa como yo a esta unión. Debía... —le oye suspirar.
Siente como le aparta el pelo de la cara y lo coloca tras su espalda, ese gesto le provoca pequeños escalofríos. Suni se muerde el labio inferior con rabia.
—Podemos hacerlo más fácil si accedes a llevarnos bien.
Cuando nota su aliento en el cuello, Suni se incorpora como un resorte. Lo oye lanzar una exclamación, se gira y lo descubre masajeándose la nariz.
—Eso nunca pasará, ¿entiendes? Lo mejor que puedes hacer es renunciar a este contrato de matrimonio porque yo jamás, jamás, jamás seré la esposa que tú deseas.
Los ojos de Djeric han pasado del azul cristalino a un azul opaco. Sin abrir la boca, pone el coche en marcha y conduce en silencio el resto del trayecto. Suni hace lo mismo con los brazos cruzados y los puños apretados.
«¿Cree que puede joderme la vida y yo voy a llevarme bien con él? Será capullo».
Tras unos minutos de furioso silencio, el coche se detiene frente a una puerta de madera maciza rodeada de enormes abetos. Las bisagras chirrían ligeramente al abrirse, revelando un camino adoquinado que se interna en jardines de rosas, lirios del valle y lavanda, como únicas salpicaduras de color entre el verde de los arbustos y la hierba.
Suni observa cómo se aproximan a una alta mansión de madera envejecida de tonos profundos y vetas marcadas. Dos altas torres circulares de piedra clara flanquean la entrada principal con tejados puntiagudos con tejas luminiscentes. Los últimos rayos de luz del ocaso hacen resplandecer los cristales de unas ventanas altas y arcadas.
Suni siente un nudo en su estómago. Es tal como imaginaba: va a ser prisionera de un mundo soporífero, lleno de normas sociales. ¿Volverá a volar en su napa? ¿Volverá a esquivar drones? ¿Volverá a...? Su pecho se hunde en una tristeza aguda y profunda que amenaza con hacerla llorar.
Djeric aparca en un porche larguísimo, donde hay otros tres vehículos colocados en hilera. Suni baja de la tartana aliviada por el silencio del motor. Ahora puede escuchar el trinar de pájaros, el flujo de agua correr, incluso el romper de las olas. Busca el origen de este último, pero solo ve jardines y la mansión.
Sube junto a Djeric unas escaleras de piedra pulida; se detienen frente a una puerta doble de roble, con dos poderosos grifos tallados a derecha e izquierda. En las bocas de los grifos se encuentran dos grandes aldabas de hierro forjado. Djeric da varios golpes rítmicos, y se vuelve hacia Suni; el sombrero deja en sombras la mitad alta de su rostro.
—Ahora mi familia será la tuya —Suni se tensa—. Recuerdo cómo te comportabas con tu padre y hermana. Aquí deberás actuar distinto.
Suni le dirige una mirada cargada de ponzoña. La puerta se abre y aparece un hombre muy flaco, muy alto y muy tieso, vestido con camisa blanca y un traje largo a rayas negro y gris. Tiene unos claros ojos saltones que parecen asustados. Saluda en ílgaro con una profunda inclinación.
Apenas ponen un pie en el recibidor, y Suni observa cómo Djeric se transforma en una estatua de hielo, ambos hombres parecen muy tensos y preocupados. Cómo ninguno habla en su idioma ni le explican nada, Suni decide imaginar la conversación:
«Ha sucedido algo terrible, señor: la tarta de cereza caramelizada se ha derramado en la alfombra favorita de la señora». A lo que Djeric responde: «Eso es espantoso. ¿Cómo afrontaremos este suceso sin volvernos locos?».
Suni ríe por lo bajo al ver a Djeric quitarse el sombrero y masajearse las sienes. Ambos la observan entre perplejos y severos.
—¿Sí? —pregunta Suni alzando la barbilla— ¿Algún problema, delkas?
Los dedos de Djeric se crispan, cerrándose en un puño antes de responder con frialdad:
—Podría decirse que sí: han secuestrado a mi hermana.
***
Espero que estés disfrutando de la historia ☺️ Agradezco mil tus votos, comentarios y que recomiendes la historia 🩵 Besotes 💋💙
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