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Capítulo 14

Suni camina al lado de Alon con los brazos cruzados.

—Esta no es la zona más elegante de Rajtariv —explica Alon—, casi todos están aquí por el polideportivo y las apuestas. Pero seguro que habrá alguna tienda de ropa femenina...

—Estoy bien con mi ropa.

Alon la mira de reojo.

—No es buena para nuestro clima, muchacha, ni tampoco es que encaje con la moda de las mujeres ílgaras.

—Claro que no encaja, ni encajará. Soy una iora y no quiero ser otra cosa. Díselo a tu amigo cuando vuelva. ¿A dónde ha ido, por cierto?

—Necesitaba despejarse un poco. No te preocupes, en una hora estará junto al coche.

—No me preocupa que se vaya, me preocupa que vuelva —Suni resopla; Alon la ignora.

La chica busca cada resquicio de sol que se cuela entre las nubes. Las calles son de piedra negra, los edificios de madera oscura, el único color proviene de los campos de lupin púrpura que rodean el polideportivo. Suni camina en su dirección, es el edificio más grande, con forma de barco invertido; sus paredes exteriores están adornadas con dragones que se entrelazan en patrones geométricos, junto a guerreros tallados con músculos enormes.

—No vayamos por ahí —dice Alon desviando los pasos de Suni hacia una calle más estrecha llena de abedules, tiendas y bares—. Enfrente del polideportivo está la casa de apuestas —Alon sacude la cabeza con desagrado—, por allí pulula un hijo de mil perras... perdón —inclina su sombrero hacia Suni, la cual casi sonríe ante el gesto—. Digo que es mejor evitar el lugar hoy, ya está siendo un día lo bastante malo como para empeorarlo.

El comentario despierta la curiosidad de la joven, Alon parece más animado al ver interés en ella y comienza a parlotear sobre Sifri Hakon, un compañero de Gloria en los Islotes que, según Alon, es envidioso y ponzoñoso, y jamás pierde oportunidad de fastidiarlos. También es el sobrino del dueño de la casa de apuestas. Suni se queda con el nombre.

«Los enemigos de mis enemigos podrían ayudarme».

En vista de la buena disposición a hablar de Alon, Suni comienza a sacarle todo tipo de información que pueda serle útil para escapar. Sobre las comunidades iora que viven en Rajtariv, dónde está la embajada de Ioral, los medios de transporte, la moneda ílgara... Entretanto, Alon aprovecha para comprarle una chaqueta oscura, fina y ajustada con bordados florales plateados, que le llega a Suni a la altura de las caderas.

—Aquí venden vestidos bonitos, ¿no te parece? —señala Alon un escaparate con vestidos largos y recargados que a Suni le provocan un rechazo instantáneo.

Sin embargo, elige ser astuta.

—Me gusta ése —indica el más caro de todos; Alon sonríe satisfecho y se dispone a entrar en la tienda, Suni lo detiene—. Quiero probármelo, pero sola. En mi país las chicas compramos la ropa con otras chicas, nunca con chicos —miente, Alon parece confuso—. Dame el dinero y espera en ese bar de allí, tardaré un rato, ¿vale?

Alon duda un instante antes de sacar dinero de su bolso de cuero atado al cinturón. Suni lo toma con el corazón palpitante, casi sin creer que sea tan ingenuo. Entra en la tienda y finge estudiar la variedad de vestidos mientras de reojo está atenta a Alon, el cual se encamina hacia el bar tal y como ella sugirió.

Minutos después, Suni sale de la tienda y echa a correr hacia el polideportivo. Alon le dijo que allí paran los trenes, el medio de transporte público más común de Rajtariv. Las vías recorren la ciudad por fuera y por dentro de la tierra, alcanzando las velocidades más altas en Ilgarar, lo que de seguro, piensa Suni, serán velocidades mediocres en Ioral. Alon le ha dicho que la embajada de Ioral está en el centro de la ciudad, y Suni alberga la esperanza de que allí puedan darle alguna solución.

Las vías del tren están bordeadas de abedules. La chica no reduce el paso hasta ver el andén de altos pilares de piedra, vigas de madera rústica y tejas color ceniza. Hay un buen número de hombres aguardando la llegada del tren, y ella prefiere no llamar la atención de ninguno.

Se oculta en un pequeño parque de sauces junto al andén, dispuesta a salir cuando llegue el tren. Casi tropieza con un banco de piedra oculto entre dos sauces. No está vacío. Con un jadeo de asombro, maldice su mala suerte.

Djeric se encuentra recostado con una pierna flexionada y la otra estirada, sus brazos le sirven de almohada. La casaca de brocado descansa en el respaldo de piedra junto a su sombrero. Lleva el chaleco abierto igual que los primeros botones de su camisa. Está descalzo. Sus zapatos y calcetines se encuentran debajo del banco.

Suni está conteniendo la respiración, una sensación cálida y tensa la recorre al verlo así: tan relajado, con su fina melena blanca revuelta y los ojos cerrados. Parece tan joven... ¿qué edad tendrá? Inspira con cautela, temiendo despertarlo.

—Si estás planeando la forma de matarme mientras duermo, te advierto que no estoy dormido —dice Djeric con ese acento y tono profundo que altera los nervios de la chica.

—Vaya, tendré que esperar otra ocasión mejor —trata de que su tono parezca ligero, pero sale tirante.

Djeric abre los ojos y los fija en ella. Son tan azules como un cielo despejado.

—Bonita —dice estudiando la chaqueta nueva—. ¿Qué haces aquí sola? ¿Dónde está Alon?

—¿Cómo sabías que era yo? —desvía sus preguntas Suni— Tenías los ojos cerrados.

—Oí tus pasos, me concentré en ti y te reconocí.

Suni se cruza de brazos, como si necesitara un escudo ante la mirada del joven y su voz.

—Hum. ¿Es algún tipo de poder de sangre del tacto?

Djeric asiente y se incorpora hasta quedar sentado en el banco; su cabello cae en capas desordenadas dándole un toque desaliñado. Recoge del suelo un largo vaso casi lleno de una bebida de color marrón.

—Cuando paso tiempo con alguien puedo percibir su presencia si está cerca y si me concentro. ¿Quieres? —ofrece su vaso y señala el hueco vacío en el banco— Es un café al carbón.

—No voy a sentarme a tu lado ni a beber contigo, delka. No somos amigos.

—Eso es cierto: seremos mucho más que eso, criatura —Suni se tensa, él parece relajado, una relajación abatida, la que te da la resignación—. ¿Qué sabes de Ilgarar?

—Que no me gusta.

—Juzgando rápido otra vez.

Djeric se gira hacia su casaca y extrae del bolsillo un fino pañuelo de distintos tonos de azul.

—No necesito más tiempo; esta tierra parece el infierno, literalmente.

—Hablas del valle humeante —Djeric juega con el pañuelo mientras habla—. Es más interesante de lo que parece. ¿Sabes que era uno de los lugares donde aparecía el Palacio Viviente?

—No sé de qué hablas.

La incredulidad se extiende por cada rasgo de Djeric.

—¿Seguro que los iora sois andilianos?

—Lo somos. Pero no creemos en cuentos.

Djeric se pone en pie y avanza hacia ella; Suni contiene sus ganas de retroceder.

—Vivimos en una isla invisible para el resto del planeta —se detiene a un par de pasos de la chica—, para ellos, nosotros somos un cuento.

Antes de que Suni pueda impedirlo, él rodea su cuello con el pañuelo. Lo hace con rapidez, sin perder un ápice de delicadeza por ello. Suni queda inmóvil con la boca entreabierta. Mientras Djeric ajusta el pañuelo, nota el martilleo del corazón en la garganta de ella.

—¿Qué importa si creo o no en las historias de Andilia? —dice Suni tratando de que su voz suene firme, indiferente; no está muy segura de lograrlo.

—Los humanos estamos hechos de historias, criatura, ellas configuran nuestro pensamiento y perspectiva del mundo —ella contiene un estremecimiento al sentir los dedos fríos de él sobre su cuello cuando aparta mechones atrapados en el pañuelo—. Quiero saber de qué historias estás hecha tú.

Suni traga saliva antes de responder.

—De historias reales.

El brillo de interés en las pupilas de Djeric se apaga con un soplido de decepción.

—No entiendes nada.

Suni retrocede, molesta. Se quitaría el pañuelo si no fuera por el agradable calor que le proporciona.

—¿Quién dijo que quisiera entenderte, delka?

—Vamos a tener que entendernos, criatura, vamos a casarnos.

Suni niega con la cabeza.

—Es absurdo. Piénsalo bien, tú y yo no encajamos.

Djeric regresa al banco de piedra y toma el vaso de café al carbón, da un sorbo lento y profundo. Suni cierra los puños hasta sentir las uñas clavarse en su piel.

—Incluso frío está delicioso; deberías probarlo —alza su vaso lamiéndose los labios.

—¿Me estás escuchando? —gruñe ella.

—Lo único absurdo es que nos llevemos mal, criatura. Vamos a formar una familia —Suni retrocede con expresión horrorizada, como si él acabará de sacar un arma y apuntara a su cabeza; Djeric avanza hacia ella, despacio—. Sé que no lo has elegido, pero esta es la situación actual. Cuanto antes lo aceptemos los dos, mejor para todos.

Suni niega con la cabeza, muda de espanto, hasta chocar contra el tronco de un abedul.

—¿Cómo puedes aceptar algo tan terrible con esa tranquilidad? —la voz de Suni sale como un hilo afinado al extremo—. Hablas de tener hijos con una desconocida que ni te agrada como si fuera un sacrificio necesario, algo así como ir al gimnasio. ¿Estás loco?

Djeric se detiene a un paso de ella, la estudia unos segundos antes de hablar.

—Quiero que nos llevemos bien —repite con voz suave—. No hemos tenido oportunidad de conocernos, de hablar con calma —acerca el vaso hacia ella—. Por favor, acepta beber conmigo.

Como en trance, Suni toma el vaso entre sus manos, tiene la boca tan seca que beber se siente como una buena opción. Entonces escucha el sonido de un pitido lejano. El tren.

Antes de que ninguno de los dos pueda anticiparlo, Suni arroja el líquido en la cara de Djeric, tira el vaso al suelo y sale disparada en dirección al tren. Djeric no puede creer lo que acaba de hacer. Pero el líquido tibio con olor a café resbala por su mejilla dando fe de lo sucedido.

***

Gracias por estar aquí otra semana ☺️ Agradezco mil tus votos, comentarios y que compartas esta historia con quién pueda disfrutarla. 🩵
Besazos 💋💙

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