Capítulo 10
Voces. Luces. Todo se mezcla en la cabeza de Suni, incapaz de darle un sentido a nada. Hasta que nota que su mundo se estabiliza. Ha caído en algo mullido y estable. No se atreve a abrir los ojos.
«¿Dónde estoy?».
Destellos de Takiro en el baño acuden a su cabeza. Siente la música resonar en sus venas, el cabello azul del cantante junto a sus ojos oscuros perfilados de negro la tranquilizan.
«¿Me desmayé en el concierto? Pero si todavía no había empezado».
Recuerda que iba camino a la mesa donde estaban los chicos. Iba a hablar con Maiq. Entonces...
El corazón de Suni se acelera. Sus recuerdos se descontrolan. Un joven herido, ropa hecha jirones, el pecho empapado en sangre. Suni aprieta con fuerza los párpados como si no quisiera ver, pero las imágenes desfilan por su mente sin orden, sin piedad.
Una mujer destrozada en el suelo, sus brazos en un ángulo imposible, su cara llena de sangre... pero los ojos muy abiertos mirándola a ella, a Suni, con disculpa, con miedo, con amor.
Suni despierta jadeando, temblando, empapada en sudor. Tarda unos segundos en darse cuenta de que está sobre una cama. Hay listones de madera oscura que atraviesan un techo blanco, una ventana pequeña a su derecha que solo muestra la oscuridad de la noche; a su izquierda entra luz por una puerta entreabierta. De ahí también llegan voces.
—Asombroso que estén vivos.
—Yo no lo estoy demasiado.
—Cuando la chica despierte te seguirá atendiendo, mi destrozado amigo.
—¿Qué van a hacer con ella? Pertenece a esa familia de traidores.
El corazón de Suni se desboca hasta sentir náuseas.
—Ahora lo único que me importa es que este saco de heridas llegue vivo a Rajtariv.
—¿A quién llamas tú...? —Una tos fea deja inconclusa la pregunta.
—Salir del mar Iora es extremadamente difícil por las erupciones y flujos de lava de los picos de fuego; después están las corrientes cambiantes. Me será imposible dejaros en menos de tres días en Fukerin.
—Suficiente con estar en Ilgarar, gracias Berkis, no olvidaré esto.
—Para mí es un honor ayudar a unos jóvenes que admiro. ¡Soltad amarras! ¡Larguémonos de aquí!
El grito de la voz desconocida consigue que Suni se incorpore de golpe, y tenga que sujetarse la cabeza al marearse.
«¿Estoy en un barco? ¿Me han secuestrado los delkas? ¿Familia de traidores? ¿A qué viene eso?».
El caos de sus pensamientos solo consigue marearla más. Necesita respuestas. Se pone en pie con dificultad, se agarra al marco de la puerta y asoma la cabeza. Pasillo vacío. Sale apoyando las manos a la pared. Avanza tambaleándose hasta que una sombra alta sale de una habitación. Suni trata de retroceder, pero la sombra captura su cintura.
—Quieta, criatura. Te vas a caer.
Suni reconoce la voz. Es él. El delka que la secuestró. Trata de liberarse, pero él la estrecha contra su costado al punto de que Suni deja de sentir sus pies sobre el suelo. El mundo se balancea ante sus ojos. Lo siguiente que nota es caer sobre algo mullido, un sillón. Ve el rostro del delka duplicarse frente a ella.
—Tienes que seguir sanándolo. —Su voz suena remota, tan lejana como una galaxia—. ¿Comprendes lo que te digo?
Mueve el sillón y Suni queda al lado de una cama donde yace un joven tan pálido como la muerte, con heridas en su rostro ceniciento y en su pecho. Suni nota un picor en sus manos, siente el impulso de sanar junto a un sudor frío. Su respiración se agita, un temblor envuelve sus brazos, pero también una energía que busca fluir en ella, a través de ella. Inspira. Espira. Hasta conseguir una respiración profunda, pausada. Cierra los ojos. Siente su propio flujo de energía, lo entrelaza con el del herido. Poco a poco, el flujo escapa de ella hacia él. Su cabeza da vueltas en espirales peligrosas hasta que se hunde en la oscuridad.
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—Nunca he visto a ningún sanador curar de esta forma, parece una agonía para ella.
—Es extraño, desde luego, pero observe: vuestro amigo tiene todas las heridas cerradas y casi cicatrizadas, ha recuperado color, y solo ha estado un día con él. Es poderosa.
—Yo la veo cada vez más débil. —La voz contiene una nota de preocupación—. ¿Por qué no puede estar consciente? Ni siquiera come. Es...
—Como si se estuviera drenando a sí misma.
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—Parece un fantasma, Djer, ¿no lo ves? Incluso cuando me está sanando sus ojos no enfocan, no habla. Da escalofríos. Quizá tenga sangre saiwo, en ese país de locos todos deben de tener algo diabólico.
Djeric observa a la chica que duerme en la cama contigua a la de Alon. Llevan dos días de viaje en el que solo la ha visto dormir, pese a ello, hay profundas ojeras bajo sus ojos. Cuando despierta parece una autómata, apenas come, y a los pocos minutos de ponerse con las heridas de Alon, vuelve a caer dormida.
—Si te encuentras lo bastante fuerte, mi querido Alon, llevaré a la chica a otro camarote para que se recupere.
Alon gruñe un asentimiento. Él también está pálido y con ojeras, pero eso no le impide protestar y maldecir a los iora, a los Firelips y a los saiwo.
—Caer en una pelea contra ioras, ¿cómo voy a levantar la cabeza después de esto? —se lamenta Alon.
—Habían dos saiwos, mi pesimista amigo —responde Djeric con los ojos cerrados, sintiendo el bamboleo del barco mecer el sillón donde está recostado—. Nunca nos habíamos enfrentado a ninguno.
Los saiwos en Ilgarar son historias de miedo, rimas tontas para asustar a los niños malos, algo terrorífico y maligno de lo que había que huir o, si eres un héroe, algo que debías destruir.
—Si me hubiera llevado mis cuchillos... —insiste Alon en su queja.
—Nos han atacado dos saiwos por una daga, ¿a cuántos más habrían enviado para obtener también tus seis magníficos cuchillos?
Djeric se toca el puño de la camisa que Berkis le dejó el día anterior. Le está un poco corta y el tacto de la tela es rugoso.
—Confío en recuperar mi equipaje en perfectas condiciones —murmura Djeric.
—Por el Gran Dios, ¿a quién le importa el equipaje? Nos han traicionado, vendido, ultrajado.
En un arrebato, Alon aparta las sábanas y se pone en pie con dificultad. Su rabia necesita espacio y movimiento, pero solo es capaz de dar tres pasos antes de tropezar. En un par de rápidos movimientos, Djeric lo mete de nuevo en la cama.
—Si vuelves a levantarte te lanzaré al mar, mi estúpido amigo —amenaza con suavidad Djeric mientras cubre a Alon con las sábanas, como una madre renegona.
Alon farfulla mientras sus párpados se cierran contra su voluntad. Djeric se acomoda de nuevo en el sillón; a diferencia de su amigo, su ira es fría y controlada.
Observa a Suni; no se ha movido, su respiración es lenta, profunda. ¿Sabía ella los planes de su padre? Mare desde luego que sí, se fue en cuanto vio en su braz la llegada de los pandilleros. Recuerda cuando Suni se coló en su habitación, la recuerda rebuscando en los cajones. Ahora se pregunta si quizá era su daga lo que quería.
Djeric cierra los ojos y se deja mecer por el mar. Faltan siete días para la boda que restaurará el honor del apellido Lexer. Siete días para denunciar lo sucedido y que le entreguen a otra sanadora. Siete días para que todo por lo que lleva años luchando no se vaya al infierno.
***
Gracias por estar aquí otra semana más ^^ ¿Qué te va pareciendo la historia?
Te agradezco mil tus votos, comentarios y que recomiendes el libro a quien le pueda gustar. Besazos infinitos.
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