2. 💮DULCE CONDENA💮
❀• ADVERTENCIA 🔞: Historia con lenguaje explícito. Referencias a temas de religión, abuso sexual, violencia y muerte.
En la cima de aquel viejo cedro, Namjoon se encontraba recostado sobre una de sus ramas. El mismo árbol donde volvió a ver Seokjin hace casi un año atrás.
Ahora sus ropajes eran de un blanco inmaculado. Las alas resplandecientes encerraban su cuerpo, cobijándolo del frío invierno. Una sola pluma marrón se aferraba a la punta de una de sus alas.
Todo el odio y el rencor que pudo haber sentido, se disolvió poco a poco con el recuerdo de aquel hermoso rostro que una vez lo hechizó.
Namjoon se odiaba. Odiaba lo que hizo. Odiaba quien fue y odiaba quien era ahora. No se creía merecedor de las fulgurantes alas blancas que adornaban su espalda. Una de sus manos estrechaba el pequeño crucifijo que colgaba en su cuello y apretaba los labios para evitar llorar. Se había prometido no hacerlo. No se creía digno de ello.
Todo había sido su culpa y la soledad sería su merecido castigo.
El frío viento soplaba en el desolado bosque y algunos pequeños copos de nieve comenzaban a caer.
Namjoon suspiraba mientras mantenía los ojos cerrados. No dormía. Sólo rememoraba una y otra vez cada momento vivido que jamás podría volver a olvidar.
Recordarlo todo cada día sería su nueva condena.
Namjoon recordó la primera vez que lo vio en aquel bosque, hace casi dos años atrás, a las afueras de Sangju.
Seokjin se encontraba sentado a la sombra del mismo árbol de cedro. Su ropa era sencilla y modesta. Una pulcra camisa cubría su cuerpo y un chaleco tejido de blanca lana lo abrigaba. Su cabello negro, brillante y largo, recogido hacia un lado, caía sobre su hombro. Una manta de flores cubría sus piernas y sobre ella reposaban algunas manzanas que había recogido de las cosechas cercanas. Su delicada mano sostenía un libro de poemas que leía entretenido mientras velaba por sus ovejas mientras pastaban.
Namjoon vigilaba los límites del pueblo, tal como lo había hecho algunos meses atrás. Su padre, uno de los principales líderes del pueblo de Sangju, organizaba los deberes de los habitantes. Unos sembraban, otros labraban la tierra y otros como él, vigilaban los senderos cercanos al pueblo de Chungju, su principal rival y enemigo.
El intrépido joven lo había visto de perfil. El hermoso contorno del rostro de Seokjin y sus largas pestañas que se posaban en el libro y volvían a mirar hacia el cielo, como buscando en las nubes las respuestas. El cabello largo y la manta de flores lo confundió. Pensó que se trataba de alguna doncella del pueblo rival.
Queriendo hacerse notar, Namjoon lanzó una de sus dagas hacia el tronco en advertencia, la cual pasó rauda y veloz cerca de la cabeza del joven, por encima del hombro, quedando la punta hundida en la superficie rugosa y con la mala fortuna de haber cortado a su paso el hermoso cabello negro de Seokjin.
Asustado, el apuesto joven se puso de pie de un salto, dejando caer el libro y rodando las manzanas de su regazo por doquier. Incluso algunas ovejas habían huido despavoridas.
Al ver su cabello en el suelo, el rostro de Seokjin se llenó de desconsuelo .
—¡Éste es territorio de Sangju!— se oyó la voz fuerte de Namjoon, al salir de los matorrales cercanos.
El joven pastor no se inmutó al verlo. Sólo se agachó con tristeza y recogió parte del cabello que quedaba en el suelo, quedándose en cuclillas. Su cabello, la hermosa melena que su madre adoraba peinar y a quien le prometió hace poco más de tres meses que nunca lo cortaría, antes que una cruel enfermedad se la llevara de su lado.
Namjoon se sorprendió al ver que se trataba de un muchacho casi entrado en sus veinte y no de una doncella como al principio pensó. Enfadado consigo mismo, por el hecho de haber pensado por un breve momento que aquel joven era bello ante sus ojos, se acercó a paso decidido hacia él y lo sujeto del brazo, forzando a que se pusiera de pie.
—¿No me oíste? ¡Éste es territorio de… ¡— y al ver los profundos ojos negros de Seokjin no pudo seguir hablando. Sus orbes acuosos le miraban fijamente mientras dejaban caer lágrimas de infinita tristeza.
Namjoon tendría que haberlo soltado, tendría que haberle gritado que se fuera, tendría que haber dejado claro su posición y advertirle que nunca más volviera a pisar aquellos lares.
Pero no pudo.
Algo en él se lo impedía. Nunca había visto a un hombre llorar, mucho menos uno como él, tan hermoso que le era difícil no caer rendido ante sus preciosos ojos.
—No llores… Por favor. Yo… Yo… Yo lo siento— terminó por decirle, al mismo tiempo que sujetaba al muchacho por ambos brazos y lo ayudaba a volver a sentarse apoyado en el árbol.
Namjoon recogió el libro y lavó las manzanas con agua que traía en una alforja. Sacudió la manta de flores y dejó todo cuidadosamente al lado del muchacho.
Aquel joven seguía cabizbajo, sentado bajo el árbol, abrazando sus piernas recogidas y limpiando sus lágrimas con las mangas de su camisa. Su mano seguía sosteniendo fuertemente un puñado de cabello cortado en una de sus manos.
Namjoon se sentó cerca de él, escuchando sus bajos sollozos.
No sabía que más hacer para disculparse.
Repentinamente recordó algo que llevaba en su alforja. Un pequeño chocolate en forma de conejito que su hermano menor le había regalado. Lo había hecho su madre de forma casera. Ella siempre hacía deliciosos postres para sus hijos, pero él era poco de dulces. Sin embargo, el pequeño Jimin se lo había regalado y fue incapaz de decirle que no a su pequeño hermano, cuando llegó corriendo hacía él con sus rubios rizos desordenados y lo miró con sus tiernos ojitos de tan solo cinco años.
Para un joven como Namjoon, de casi diecinueve años, era quizás infantil querer aliviar las penas con dulces, pero era lo único que se le ocurría en aquel momento.
—Ten— le dijo el moreno, recogiendo la mano de aquel chico y dejando en ella el pequeño chocolate. —Ya no llores… Por favor.
Seokjin dejó de apoyar la frente en sus propias rodillas y abrió los ojos para posar su vista en el dulce que se encontraba esta vez en su mano. Recordó los exquisitos bombones que preparaba su madre siempre para él. El chocolate siempre fue su preferido. Él había aprendido a prepararlo junto con ella, en sus interminables tardes en la cocina mientras reían y charlaban. Cuando todo era felicidad antes de que la enfermedad comenzara a hacer estragos en su cuerpo.
Por breves minutos recordó cada momento que pasó a su lado, sus cálidos abrazos y sus constantes cuidados. Ella estaba allí, en su memoria. No en su larga cabellera. Su recuerdo lo acompañaría siempre y ese chocolate era la prueba de que en las cosas más simples, ella siempre estaría presente.
—Gracias— respondió tímidamente Seokjin, girando su rostro hacia el moreno joven, —es… mi dulce favorito— añadió, mostrándole una pequeña sonrisa, mientras terminaba de limpiar las últimas lágrimas que habían caído por sus mejillas.
Namjoon se quedó embobado.
Aquel chico le había sonreído y su mundo repentinamente se paralizó, mientras su corazón comenzaba a latir de forma irregular.
Su padre siempre le decía que tarde o temprano, llegaría una bella damisela a su vida que hiciera vibrar su corazón. Ella sería quien acompañase su vida y le diera a él los nietos que en futuro seguirían protegiendo el pueblo. Pero jamás le dijo que un hombre también podría agitar su corazón de igual forma.
Namjoon quería conservar esa bella sonrisa en su rostro. Él haría lo que fuera por que jamás se apagase la pequeña chispa de felicidad que asomó en sus mejillas.
—Yo… Yo… ¡Te traeré más chocolates! ¡Te los traeré todos los días!
Seokjin volvió a sonreírle, esta vez una sonrisa más amplia y genuina que la anterior.
Su cabello negro entrecortado brillaba bajo el sol. Su tez enrojecida por las lágrimas antes derramadas, eran como pequeños brotes de amapolas que adornaban aún más su fina piel clara, tan radiante como el alba.
Namjoon ya no pudo despegar sus ojos de aquel hermoso rostro nunca más.
Se había enamorado a primera vista.
Los días pasaron y se encontraban siempre a la misma hora, a la vera de aquel árbol.
Al principio, ambos jóvenes se sonrojaban sólo con verse. Algunos días no pronunciaban palabra alguna, sólo disfrutaban de la compañía del otro, recostados en aquel árbol, viendo el horizonte hasta que el sol se ocultaba.
Poco a poco la confianza creció entre los dos con el correr de los meses. Mantenían charlas interminables hablando sobre su vida y sus sueños. Se adentraban en el bosque y jugaban como niños, se escondían entre los árboles y al encontrarse reían sin parar, cómplices de sus propias locuras.
Algunas mañanas soleadas, realizaban largas caminatas entre la arboleda. Llegaban a los pequeños riachuelos y se bañaban en ellos, mojando sus cuerpos mientras salpicaban el agua. Las carcajadas inundaban el lugar. Se extendían sobre la hierba de la orilla, mirando las esponjosas nubes, señalándolas, encontrando curiosas formas en ellas.
Namjoon disfrutaba su compañía. Contemplaba su hermoso perfil y sus brillantes ojos. Se empapaba de su melodiosa risa. Se atrevía a tomar su mano en aquellos interminables paseos y descubría poco a poco la magia de haberse enamorado por primera vez.
En las tardes más frescas, ambos se recostaban en el áspero tronco y cubrían sus regazos con la usual manta de flores. Namjoon solía leer en voz alta los poemas del libro favorito de Seokjin, mientras éste degustaba un nuevo chocolate, cada día uno de forma diferente.
Rosas, margaritas, elefantes, incluso caracoles. Algunos llevaban pasas y crujientes nueces. Otros iban rellenos de suave mousse de frutas y otros de deliciosa mermelada.
Namjoon aprendió a prepararlos en diversas formas sólo para Seokjin. Aunque tuviese que esconderse de su padre al entrar a la cocina, pues éste tenía la absurda creencia que aquel era sólo un lugar destinado para la servidumbre y las mujeres.
Pero a Namjoon no le importaba. Disfrutaba entregarle a Seokjin un nuevo dulce cada día y vislumbrar su radiante sonrisa. Anhelaba poder probar algún día aquellos hermosos labios que degustaban tan apetitosos bombones, relamiéndose de gozo.
Aquel día que volvieron a verse era el cumpleaños de Namjoon. Feliz, fue a su encuentro, como cada tarde. Cuando llegó hacia la sombra de aquel árbol, su gran sonrisa le esperaba. Al mencionar la fecha tan especial, Seokjin entristeció su mirada, pues desconocía tan señalada fecha. No obstante, desajustó una delicada cadena que solía llevar siempre y la abrochó al cuello del mayor. Apenado, mencionó no tener nada de valor que pudiera servirle de presente, pero esperaba que esa pequeña cruz de plata lo protegiera y al verla siempre pudiese acordarse de él.
El rostro de Namjoon se iluminó al verla sobre su pecho y divisar la inicial grabada en ella. Una delicada letra S. Algo suyo era mil veces mejor que cualquier regalo que pudieran darle. Sea lo que fuese, él lo atesoraría para siempre.
Esa misma tarde, mientras ambos descansaban apoyados en el tronco del cálido cedro, Namjoon leía un nuevo libro de poemas a Seokjin. Agotado por haberse levantado tan temprano para cuidar de las ovejas de su pequeño establo, Seokjin había cerrado sus pestañas un breve momento y sin pensarlo se quedó dormido, dejando caer su cabeza sobre el hombro del más alto.
Namjoon se ruborizó. Cerró el libro y con timidez acercó su rostro hacia el cabello del joven, para dejar su nariz regocijarse en tan placentero aroma. Seokjin olía a jazmines, las mismas que siempre le contaba que regaba y cuidaba en su jardín, tal como lo hacía su madre antes de morir.
Los ojos del mayor se cerraron para disfrutar de tan exquisito aroma… Sin percatarse de que Seokjin había despertado y al incorporar su rostro, sintió la faz ajena tan cerca de la suya, que no pudo resistir la tentación de acercar también sus labios.
El corazón de Namjoon se saltó un par de latidos al percibir los suaves labios posarse sobre los suyos. Se sintió en el cielo. No quiso abrir los ojos pues temía que se tratase de un sueño. Un dulce sueño con sabor al más dulce cacao que jamás hubiese probado. Un dulce sabor que hubiese querido retener en su boca para siempre.
Los dos jóvenes parecían carecer de experiencia. Era la primera vez que ambos besaban a otro hombre, pero aquello no les impidió saborearse el uno al otro en pequeños y torpes movimientos de sus bocas unidas.
Todo se sentía correcto.
Todo se sentía perfecto.
Al separarse, ambos se sonreían.
La mano de Namjoon acariciaba lentamente la mejilla ajena, pidiéndole permiso con la mirada para volver a probar sus dulces labios una vez más.
Seokjin asintió con una sonrisa y a escasos centímetros de unir nuevamente sus bocas, la tragedia ocurrió.
Un fuerte grito los sobresaltó e hizo que ambos jóvenes se pusieran de pie en el acto.
El padre de Namjoon, que hacía guardia junto a otros hombres cerca de los límites del pueblo, los había sorprendido.
Hecho una furia, el corpulento hombre los separó a los dos. Alzó del cuello a su propio hijo, arrancando el crucifijo en el camino y estampó su mano contra la mejilla de Namjoon, quien cayó asustado al suelo y fue apresado rápidamente por otros dos hombres.
Su padre lo miró con repulsión.
El odio invadió cada parte de su ser. Dos hombres juntos era una atrocidad ante sus ojos, mucho más imperdonable aún al tratarse de un ciudadano del pueblo de Chungju, a quien reconoció rápidamente por su ropajes de pastor.
Lanzó con furia el joven y frágil muchacho hacia sus hombres, quienes amarraron a Seokjin al árbol y acometieron contra él sin piedad.
El mismo árbol que tantas tardes los acogió bajo su sombra.
El mismo árbol que fue partícipe de sus conversaciones y de sus risas.
El mismo árbol que fue testigo de su primer beso.
Ése mismo árbol terminó siendo espectador de la más cruel separación.
En vano fueron los ruegos de Namjoon hacia su padre quien rompió sus cuerdas vocales gritando perdón, suplicando que parase, rogando cambiar su lugar por el muchacho que estaba expiando por sus pecados sin ser culpable de nada.
El bello rostro de Seokjin fue desdibujado a golpes, llenando su piel de moratones y marcas que jamás podrían volver a sanar. Su cuerpo se contraía con cada puntapié que recibía. Sus costillas crujían. Un hilo de sangre caía por sus labios. Su cuerpo se agitaba en constantes espasmos hasta que no pudo más.
Rendido de dolor, dejó caer su cabeza hacia un lado. Cerrando los ojos para siempre.
Seokjin había dejado de respirar.
La luz de su mirada se apagó.
Seokjin había muerto.
Un grito desolador se oyó retumbar en el frondoso bosque.
Namjoon se soltó de sus captores y con una fuerza sobrehumana se abalanzó hacia su padre.
No pensaba lo que hacía.
La ira lo había cegado.
En un segundo sacó una de las dagas que guardaba en su alforja y la clavó en el cuello de su progenitor.
Los ojos de su padre se inyectaron de sangre. Sus ropas se tiñeron de un rojo intenso. El fuerte hombre cayó sobre la tierra, agonizando, hasta que un último hilo de aire rozo sus labios jadeantes y resecos.
Namjoon había asesinado a su propio padre en un arrebato de enojo y frustración.
Los hombres a su alrededor se abalanzaron sobre él. Namjoon apuñaló a unos cuantos e intentó defenderse, pero eran más de diez y pronto las fuerzas le abandonaron. Antes de que otros le quitaran la vida, decidió él mismo acabar con la suya, clavando la daga sobre su propio pecho.
Sin Seokjin, ya nada tenía sentido.
Al caer sobre el terreno salpicado con la misma sangre de su padre, un cuchillo de sus atacantes terminaría por clavarse en su espalda, llevándose así su último suspiro.
Todo había sido su culpa.
Si no hubiese fijado sus ojos en Seokjin, si no lo hubiera besado aquel día, nada de eso hubiera sucedido.
Pero fue inevitable no caer rendido ante él. Ante el más dulce y tierno joven que hubiese conocido jamás. Ante sus brillantes ojos, negros como el azabache, que lo transportaban a otro mundo, que lo hacían soñar.
Y ahora Namjoon se veía a sí mismo, solo, sentado en la cima del mismo cedro que fue el centro de sus alegrías y sus desgracias.
El mismo árbol al que volvía cada tarde sin saber qué extraña fuerza le atraía siempre a ese lugar, incluso en su forma de ángel del inframundo.
Cada recuerdo que antes permanecía dormido, ahora se mostraba nítido en su memoria y retumbaba cada segundo en su mente.
Pero no se permitía llorar. Jamás derramaría una sola lágrima. Se había prometido sufrir en silencio. Aquella sería para siempre su propia auto condena por sus graves errores.
Namjoon utilizó sus nuevos poderes de ángel celestial para ayudar a la gente de Sangju a reconstruir el pueblo. Su angustiada alma encontró un poco de consuelo al saber que su madre y su pequeño hermano habían sobrevivido a los crueles enfrentamientos.
Los ciudadanos de Chungju, sin ser dominados por aquella extraña fuerza que los llevaba a enfrentarse los unos contra los otros, volvieron a retomar sus labores de pastoreo. Al haberse perdido también la vida de uno de los principales líderes de Sangju en aquel altercado, dieron la situación por saldada y no volvieron a causar estragos al pueblo vecino.
Namjoon volvía siempre cada tarde al mismo árbol. Sus grandes alas blancas se posaban en sus ramas y las hojas lo cobijaban del radiante sol en el verano y del gélido frío en el invierno.
Con el pasar de los meses, una a una las desperdigadas plumas marrones fueron cayendo de sus alas. Solo una de ellas se resistía a abandonarle.
Aquella tarde se cumplía un aniversario más de tan fatal desenlace.
Un pequeño niño de cabellos rubios llegaba caminando por el sendero que unía ambos pueblos y se detuvo bajo la sombra de aquel cedro.
Namjoon lo observaba desde arriba, pero para el pequeño Jimin pasaba desapercibido ante sus ojos.
De repente, el tierno niño rebuscó entre sus bolsillos y de ellos sacó dos diminutos chocolates en forma de conejitos y los dejó juntos a la vera del árbol.
—Para papá y para Nam— pronunció bajito. Juntó sus manitos y rezó —Por favor, no peleen allá arriba en el cielo. Perdónense. Los extraño mucho.
Jimin regresó por el mismo camino hacia su hogar y el ángel bajó raudo de un solo salto.
“Perdonar” se repitió así mismo el ángel, mientras veía alejarse la figura de su pequeño hermano.
Namjoon había perdonado a su padre desde hace ya mucho tiempo. Lo perdonó porque en su corazón ya no tenía cabida el odio ni el rencor. Cada rincón estaba lleno de Seokjin. De su risa, de sus gestos y de cada momento que pasaron juntos.
Sin embargo, a quien no perdonaba era a sí mismo. Porque incluso después de morir, volvió a hacerle daño al ser más puro que pudo conocer. Aquel que fue capaz de sacrificarse incluso por quienes no conocía, por quienes tanto daño le habían hecho.
Pero sabía que eso no era lo que Seokjin hubiese querido.
“Perdonarme” murmuró bajito el ángel. Recogió uno de los chocolates del suelo entre sus manos y lo juntó hacia su pecho.
“Intentaré perdonarme, Jinnie. Lo haré por ti”
Una lágrima cayó de sus tristes ojos. Una silenciosa lágrima que llevaba retenida en sus profundas pupilas.
Se había prometido no llorar, pero fue inevitable.
La solitaria pluma marrón que aún llevaba en una de sus alas, cayó suavemente sobre la húmeda y fría tierra.
Los diminutos copos de nieve habían dejado de caer. Un pequeño remolino de hojas se hizo presente y la sensación de calidez llenó el lugar, pese a la fría estación invernal.
Namjoon continuaba con los ojos cerrados y repentinamente su piel se erizó al sentir una presencia tras su espalda y un suave susurro cerca de su oído.
—Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Los ojos del ángel se abrieron de par en par y se giró rápidamente para buscar al dueño de aquella voz que sus oídos anhelaron tanto volver a escuchar.
—Tardaste mucho en perdonarte, amor ¿Me invitarás uno de aquellos dulces?— preguntó Seokjin sonriendo.
Presuroso, Namjoon corrió a abrazar a Seokjin. Lo levantó por los aires y al dejar nuevamente sus pies descalzos sobre la tierra, sostuvo sus blancas mejillas con ambas manos, no creyendo que fuera cierto lo que veía ante sus ojos. Llenó de besos su rostro, adorándolo con devoción.
Seokjin reía feliz con cada beso y caricia recibida.
—¡Te daré todos los chocolates que quieras! Todos serán tuyos, mi ángel.— pronunciaba Namjoon visiblemente emocionado por el regalo del cielo que acababa de recibir, mientras recogía sus manos con ternura, besando cada uno de los finos dedos de su amado.
—Regresé aquí por un delicioso bombón. El más suave, dulce y especial. Mi chocolate favorito siempre fuiste tú, Namjoon.
El mencionado esbozó su más grandiosa y radiante sonrisa. La espera había merecido la pena. Besó sus labios con delicadeza y la punta de su blanca nariz. La rozó un par de veces con la suya, cerrando los ojos, disfrutando su cercanía. Sus grandes alas se extendieron y volvieron a plegarse hacia adelante, rodeando la figura de ambos, cobijando en ellas el delgado cuerpo contra el suyo.
—Podrás probarme todos los días, mi ángel. Seré tu alimento cada vez que lo desees. Sólo quédate a mi lado para siempre.— Namjoon se separó unos centímetros y soltó la cadena que colgaba en su pecho, colocando con suavidad el crucifijo en el albino cuello ajeno, devolviendo la joya a su legítimo dueño. —No me importaría estar en el cielo o en el infierno, siempre que estemos juntos.
Seokjin esbozó una sonrisa y rodeó sus brazos alrededor del moreno cuello. Namjoon deslizó sus manos hacia la fina cintura, prometiéndose a sí mismo que esta vez no lo soltaría jamás.
—Donde estés tú, siempre será mi cielo— afirmó el blanco ángel recién llegado y juntó sus labios con los ajenos, encontrando en ellos la paz que tanto buscó.
La entrega desinteresada de Seokjin había sido recompensada con una eternidad llena de amor y felicidad a plenitud.
Su sacrificio había valido mil veces la pena y gustoso volvería a hacerlo un millón de veces más, si al final del camino era Namjoon su valiosa recompensa.
Los cielos destellaron en júbilo, porque dos de sus amados ángeles habían encontrado por fin su lugar.
Nuevos dones les fueron entregados y esta vez juntos cumplirían cada celestial misión.
Namjoon fue nombrado el ángel de la paciencia y el perdón. Seokjin a su lado, complementaba sus virtudes y desde aquél día fue llamado el ángel de la bondad y el amor.
Porque ambos fueron complementos, incluso antes de morir y ahora serían uno solo por toda la eternidad.
❀ FIN ❀
“El amor verdadero
puede hacer milagros,
porque él mismo es ya
el mayor milagro”
Holissssss de nuevo 💜💜
Han pasado tres meses desde que escribí “Escritor Mío” 🥺.
Pensé en escribir este shot para celebrar cuando llegara a los 20K, pero acabo de darme cuenta que ya superó los 30K 👀 🙈🙈. ¿Pero cómo pasó esoooo? 😱😹. Me emociona saber que les gustó mi historia, que la releen y la siguen recomendando siempre 💜💜.
Mil gracias x los hermosos mensajes y comentarios durante todo este tiempo que estuve inactiva y por no olvidarse de mí 🥺.
GabsJoon_ esta historia es para ti 💜, por animarme con tus lindas palabras y dejarme un poquito de tu love cada mes en mi muro.
Un abrazo de chocolate para tod@s!! 💞
Ayri🌻
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