1. 💮PACTO PROHIBIDO💮
❀• ADVERTENCIA 🔞: Historia con lenguaje explícito. Referencias a temas de religión, abuso sexual, violencia y muerte.
Gritos y llantos de dolor inundaban las sucias calles del poblado de Sangju. Las pocas edificaciones que aún quedaban en pie, guardaban los vestigios del incendio que arrasó casi todos las hogares. El último ataque del pueblo de Chungju había sido el más funesto de los últimos meses.
Los hombres de aquella ciudad habían saqueado gran parte de los graneros y la cosecha que el pueblo de agricultores de Sangju guardaba para resistir al crudo invierno.
Sin provisiones y con casi la mitad de su población muerta o herida, sería difícil resistir un nuevo ataque.
Los hombres más jóvenes preparaban sus armas. Algunas mujeres y niños se habían refugiado en la única iglesia que permanecía sin derrumbarse, suplicando por un milagro que pudiese detener las continuas rencillas entre ambos pueblos vecinos.
Chungju era un pequeño poblado de pastores. Se servían de sus animales, cuidándolos con esmero pues eran el pilar de su economía. No solían meterse en problemas con las aldeas cercanas. No obstante, el pueblo de Sangju era un caso aparte. Las pequeñas disputas eran el pan de cada día.
Chungju y Sangju eran enemigos desde hace muchos años atrás, por tontos desacuerdos sobre terrenos de los que cada cual aseguraba ser dueño. Los primeros exigían las tierras para pastar su ganado y los segundos las reclamaban para ararlas como parte de sus cultivos.
Sin embargo, hace un año atrás ocurriría las más cruel de las venganzas, que estallaría la furia del pacífico pueblo de Chungju.
Aquella tarde nefasta, algunos ciudadanos de Sangju habían acabado con la vida de uno de los jóvenes más queridos del pueblo de Chungju, en extrañas circunstancias.
La vida era sagrada y el honor de su pueblo estaba en juego. Aún sin ser diestros en las armas, un poder superior invadió sus pechos. El fuego del odio ardía en sus pupilas. Los tranquilos pastores se levantaron en venganza y formaron una reyerta tras otra, destruyendo casi todo el poblado vecino.
Los habitantes de Sangju sólo podían implorar por un milagro.
Y el milagro ocurrió.
Sus plegarias fueron escuchadas por el más bello ángel que habitaba en el firmamento.
Seokjin, el ángel de la armonía y la paz, había recibido recientemente sus alas del dios de los cielos. Deseoso por usar sus nuevos dones, bajó a la tierra, atraído por las oraciones de la gente.
Ancianos, mujeres y niños. Todos pedían la ansiada paz para su pueblo y el bello ángel sabía que no sería una tarea fácil.
Otros ángeles, compañeros suyos, habían intentado convencer a los hombres del poblado de Chungju, pero todo intento había sido inútil. Estaban cegados por la ira, una extraordinaria fuerza que los llevaba a querer descargar su desmedido odio sobre aquella pobre gente de Sangju.
Pronto descubrirían que esa fuerza superior no era humana. Provenía del mismo infierno, del más imponente ángel del inframundo.
Aquel ángel había llegado hace poco tiempo al reino del abismo, pero aún así, ya era el más temido de todos.
Namjoon, el ángel de la destrucción.
Los pies descalzos de Seokjin caminaban por el sendero que dirigía hacia el pueblo de Sangju. Aquel camino, que antes lucía rodeado de frondosos árboles y coloridas flores, hoy sólo era la sombra de lo que un día fue.
Al pasar cerca de un árbol de cedro que comenzaba a secarse, un crujido bajo sus pies frenó su andar.
Se agachó y recogió del suelo una brillante cadena de plata con el símbolo de una delicada cruz, finamente labrada y grabada con una inicial detrás.
La letra S.
Sin embargo, lucía desgastada, quizás por el paso del tiempo.
Seokjin se dispuso a guardarla en el bolsillo de su blanca túnica y dio un paso más en dirección al pueblo.
Repentinamente se detuvo al ver caer una pequeña pluma marrón ante sus ojos.
Cerró los ojos y suspiró.
-Sé que estás aquí. Muéstrate- ordenó el ángel de blancas alas.
Una risa socarrona, proveniente de la cima del árbol, invadió el silencio del viento que agitaba los negros cabellos del inmaculado ángel.
-Bienvenido a mi mundo, angelito ¿Haz venido a contemplar mi obra maestra?
-Este no es tu mundo- respondió el pelinegro y se giró sobre sus pies descalzos, levantando su rostro hacia la copa del árbol. -Tú sólo haz venido a destruirlo. Abandona tu lucha. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra.
-Veo que tu jefe, el supremo, te ha enseñado bien la lección- respondió Namjoon bufando.
De un solo salto, el ángel de la destrucción hizo agitar las hojas secas que aún reposaban en la tierra y posó sus pies en el suelo, quedando enfrente del hermoso ser de aura fulgurante.
Extendió sus oscuras alas, intentando parecer intimidante, esperando ver en los ojos oscuros como el ébano, un atisbo de miedo o terror, pero solo causó en él una ligera mueca.
¿Había sonreído?
¿Por qué no le temía?
El atardecer bañaba con su luz naranja el campo de plantas secas y árboles quemados por el incendio causado en el último ataque a la ciudad.
Los pequeños destellos del sol recaían sobre el ser de alas oscuras y tez canela, dejando apreciar un color diferente al habitual. Aquel ángel no poseía alas negras. El color de sus alas era especial. Un brillante y atrayente color café se desprendía de cada pluma.
Un color inusual para un ángel del inframundo. Seokjin pensó que tal vez se debía a que era un novato como él y aún no se había hecho merecedor de sus características alas negras del infierno.
Seokjin había oído hablar de Namjoon. En el reino de los cielos, su nombre era el más sonado entre los arcángeles. Todos hablaban de un nuevo ángel del infierno y de sus hazañas.
Sin embargo, jamás pensó que su aspecto sería ése.
Un imponente ser de alas marrones, cual adictivo chocolate que bañaba sus alas y su piel. Su pecho podía contemplarse sin pudor alguno a través de la semitransparente túnica negra que portaba. Las aberturas de los costados dejaban ver los músculos de sus piernas. La ajustada tela se marcaba en los lugares más insanos e incorrectos.
Una tentación andante.
El ángel oscuro se cruzó de brazos y sonrió de medio lado, mirando de pies a cabeza al bello ángel que osaba enfrentarlo. Había algo en él que le llamaba la atención, pero no lograba descifrarlo. Le inquietaba la forma en que sus negros ojos le mantenían la mirada, sin ápice de duda ni temor. Le atraía la forma en la que sus labios rosas se mantenían serenos, sin el ligero temblor que solía causar su presencia.
-Si haz venido a buscar la paz para este desdichado pueblo de Sangju, no pierdas tu tiempo- advirtió el ángel del infierno, mirándolo fijamente con sus ojos color escarlata.
-Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
-¿Puedes dejar de decir tantas estupideces? Otros ángeles de mayor rango que el tuyo lo han intentado, pero no hay nada a cambio que me ofrezcan y logre convencerme.
Seokjin llevó una de sus manos dentro del bolsillo de su túnica y apretó con fuerza el pequeño crucifijo que encontró minutos antes, intentando coger valor para hallar la respuesta y acabar con el sufrimiento de tanta gente inocente.
Aún puede escuchar las plegarias y llantos de las mujeres y niños que han quedado encerrados en la iglesia. Sobre todo, escucha nítidamente los rezos de un niño en especial. Uno de cabellos rubios que pide entre sollozos a su padre y a su hermano que desde el cielo lo protejan.
Seokjin cerró los ojos por unos segundos y volvió a abrirlos, regresando a mantener una mirada decidida sobre los rojos ojos que lo miraban altivos.
-Te ofrezco mi alma a cambio de dejar en paz el pueblo de Sangju. Puedes hacer de mí lo que desees.
Namjoon alzó una ceja y formó una ligera curva con sus carnosos labios, en señal de satisfacción.
Por fin un pacto interesante que era incapaz de rechazar.
El ángel de marrones alas chasqueó los dedos y una bruma espesa envolvió ambos seres.
Repentinamente el humo grisáceo se disipó y Seokjin se vio rodeado de plantas y árboles en una zona profunda del bosque que limitaba con los dos pueblos rivales.
Era la primera vez que estaba allí, pero aquel lugar extrañamente le parecía familiar. Aunque fuera imposible que tuviera aquella sensación.
Bien era sabido que al morir, los humanos eran juzgados según sus acciones en la tierra y ellas determinarían su lugar en el reino de los cielos o del infierno. Su memoria era completamente borrada y sólo podían conservar sus nombres, en señal de quienes fueron. No podrían recordar cuál fue su vida pasada, pero deberían pagar por sus actos por toda la eternidad.
Las pupilas del blanco ángel brillaron mientras observaban todo el lugar con curiosidad e intempestivamente una fuerte mano lo aprisionó del cuello y lo empujó contra el tronco de un árbol a sus espaldas.
-No hemos venido de paseo, angelito. Hemos venido para aceptar tu trato. Yo dejo en paz a ése pueblucho y tú harás lo que yo diga.- Namjoon acercó los labios hacia la tersa mejilla y susurró cerca de su oído. -¿O haz cambiado de opinión?
-No me retractaré- afirmó el valiente ángel. -Sin embargo, te perdono por todo lo que puedas llegar a hacerme. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
-Estoy empezando a odiar cada jodida palabra que sale de tu boca.
La húmeda lengua de Namjoon comenzó a deslizarse por el níveo cuello, manteniendo sujeta a su presa. El ángel temblaba bajo su mano.
Los párpados del ser divino se apretaban con insistencia sobre sí. Intentaba verse fuerte y aceptar su castigo, sea el que fuese. Sacrificarse por los demás era lo que se le había enseñado.
¿Pero, qué haría el ángel oscuro con él?
¿Lo torturaría?
Repentinamente el frágil cuerpo fue girado y aprisionado contra el árbol. La mejilla del inmaculado ángel quedó pegada contra la rústica superficie.
Las escurridizas manos morenas subieron por el contorno de la delgada silueta con lascivia. Sin delicadeza rasgó parte de la túnica, dejando ver la blanca piel de su espalda. La tela hecha jirones caía por sus finas piernas, dejando descubierto gran parte de sus muslos y su delicado trasero.
Seokjin se estremeció.
El fresco viento del bosque hizo que se le erizara cada centímetro de piel.
El ángel oscuro planeaba torturarlo.
Sí.
Pero a su manera.
Disfrutaría de su nuevo juguete antes de llevar su alma hacia el infierno. El alma de un ángel era sumamente preciada. Sin duda, seria felicitado por tal pacto.
Los seres del inframundo estaban orgullosos de todos los logros y hazañas del joven ángel de la destrucción. Tentar, flagelar, asesinar y traer almas al infierno, pareciese que era el trabajo ideal para un alma como la suya, sedienta de venganza. Ni si quiera hubo que enseñarle lo que tenía que hacer. Sin embargo hubo una sola norma que le dieron por ley.
Nunca someter a un ángel de los cielos.
Podía observarlos, jugar con ellos como si fueran objetos, torturarlos y hacer pactos beneficiosos para el rey del abismo infinito.
Pero nunca someterlos ni fundirse en ellos.
Sólo tenía permitido desatar sus más bajos instintos con humanos y ángeles del infierno.
La razón nadie la sabía. Pero era una norma general que se había respetado por los siglos de los siglos entre ambos reinos. A los pocos seres que incumplieron la ley, nunca se les volvió a ver en el inframundo.
Abruptamente, una idea cruzó por la mente del ángel de la destrucción, como si hubiera encontrado la respuesta.
¿Y si aquellos que rompieron la norma, alcanzaron tal nivel de éxtasis que se convirtieron en seres superiores? ¿Y si sus facultades llegaron a fusionarse con la de los seres celestiales, llegando a unos niveles de poder inimaginables?
Quizás por ese motivo, aquellos que desobedecieron nunca volvieron al abismo.
Los rojos ojos brillaron cual vivas flamas y volvieron a posarse en la figura apetecible del frágil ángel.
Namjoon se relamió los labios al mirar la pronunciada curva del final de la blanca espalda.
Sí.
Si realmente existía un nivel superior de poder, él también quería poseerlo.
Un respingo dio el delgado cuerpo cuando sintió ser nuevamente aprisionado con fuerza contra el árbol.
Poca tela cubría su cuerpo y un gran trozo de carne se frotaba insistentemente entre sus nalgas, intentado tantear el terreno de su piel.
-¡Espera! Ése... ése no era el trato...
-Dijiste que podía hacer de ti lo que deseara.
-¡No puedes!... Es la ley divina... ¡No podemos!
Seokjin lo sabía. Era la ley más sagrada de todas. Un tácito acuerdo entre los seres de arriba y de abajo. Ninguno podía relacionarse de aquella forma. Estuvo casi un año aprendiendo sobre las normas, las sagradas escrituras y las leyes celestiales. Aprendió cada palabra al pie de la letra para poder ganarse sus blancas alas. Nadie sabía a ciencia cierta qué sucedería si dos seres opuestos tenían aquella conexión, pero él estaba seguro que perdería sus preciadas alas. Le costó tanto obtenerlas... ¿Valía la pena entregar sus alas por los seres humanos indefensos del pueblo de Sangju?
-A mí nadie me dice lo que puedo o no hacer, angelito- interrumpió sus pensamientos el más alto, aprisionado las blancas alas entre sus manos para evitar que se moviera.
-Yo... Yo...
-¿No vas a cumplir tu palabra? ¿No decías querer la justa paz para aquellos humanos que tanto insistes en salvar?
Seokjin giró su rostro, encarando al oscuro ángel, mordiendo sus rojos labios. Sus ojos aguados retenían las lágrimas que amenazaban con caer por sus mejillas.
Sus alas, sus preciadas alas...
-Yo... cumpliré mi palabra. Bienaventurados los perseguidos por causas de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Namjoon atrapó con su ágil mano los mullidos belfos del ángel y giró toscamente su rostro hacia él.
-Después de hoy, olvidarás todas esas inútiles palabrerías y sólo recordarás mi nombre ¿Lo entiendes, angelito? Llámame Namjoon.
Acercó su boca a la suya, plantando un ansioso y lujurioso beso en los suaves labios, succionado sus belfos, mordiéndolo sin miramientos, hasta dejar caer gotas de sangre por las comisuras de su boca, cayendo desordenadas por el blanco cuello.
La sangre selló un pacto que no debió haber ocurrido jamás.
El ángel de la armonía y la paz había caído en las garras de la perdición.
Los jadeos ahogados del inmaculado ángel no se hicieron esperar, en medio del bosque y entre el rumor de las aves que regresaban a sus nidos al caer el ocaso.
Seguía aprisionado contra el árbol, apoyando su pecho y una de sus manos contra la superficie, mordiendo su brazo para intentar acallar su voz. Una firme mano se había colado por su bajo vientre, masturbándolo a su antojo. Subiendo y bajando tortuosamente por su falo enrojecido por el descarado contacto.
La morena mano se deslizaba obscenamente, apretando y masajeando al rodear el glande que vibraba bajo el roce de sus dedos.
Maldición.
Esto no debería sentirse tan bien.
Los dientes de Namjoon a sus espaldas dejaban marcas violáceas sobre sus hombros y cuello.
Seokjin, sin poderse contener más, volvió a morder su propio brazo al sentir su esencia esparcirse por la mano ajena.
Namjoon sonrío satisfecho detrás de él.
A sus ojos, esta era otra clase de tortura también. Una tortura más lenta y exquisita. Una que estaba disfrutando en demasía.
Llevó su mano manchada a su propios labios y degustó parte de aquellos flujos, mientras el débil ángel lo miraba de reojo, agitado, enfurecido, frunciendo las cejas e intentando recuperar el aliento.
-¿El angelito está enfadado?- preguntó el de oscuras alas con ironía. -No deberías odiarme, pequeño- afirmó, mientras la misma mano bañada en semen se escurría esta vez por las suaves nalgas, colándose entre ellas y deslizándose repetidas veces en su estrecho orificio, humedeciéndolo, sin dejar de hablar. -No puede haber resentimiento en un ser tan puro como tú. Sin embargo, toda esa virtud se irá al infierno dentro poco. Es probable que después de hoy, ya no quede nada puro en tí, porque pienso tomarlo todo.
-Puedes obtener todo de mi cuerpo, pero nunca tendrás la pureza de mi corazón. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
-¡MALDITA SEA! ¡CÁLLATE DE UNA VEZ! - Rugió intimidante el ángel del inframundo, a la vez que giró el frágil cuerpo y volvió a estamparlo contra la rugosa superficie del árbol.
Seokjin gritó en sorpresa al impactar el duro pecho contra el suyo.
Sin permiso, Namjoon volvió a atrapar su boca en un brusco y húmedo beso. Oyó al pequeño ángel quejarse por la herida en su labio partido, pero al ángel de la destrucción pareció no importarle.
Desesperado por querer disfrutar de aquel poder superior que esperaba obtener, arrancó parte de su propio atuendo con rapidez, quedando semidesnudo. Sostuvo a Seokjin de los muslos, alzó toscamente sus piernas y sin previo aviso se introdujo en él de una sola estocada.
En vano las débiles manos intentaron separarse del cuerpo contrario. El posesivo ángel se apegaba aún más a su delgado ser, mucho más, introduciéndose en él cada vez más profundo, penetrándolo más fuerte en rudos y frenéticos movimientos.
Los rojos labios querían rendirse pero la boca ajena no lo dejaba. Seokjin jadeaba por falta de oxígeno pero su verdugo continuaba succionando y apoderándose de cada centímetro de su boca.
La saliva caía por la comisura de sus labios. El aire comenzaba a escasear.
El tembloroso cuerpo se agitaba con cada embiste del miembro ajeno, abriendo aún más sus entrañas, llegando a lo más recóndito de su ser.
Las caderas del más alto se apretaban contra él con vehemencia. Las grandes manos apretaban su piel, arañando la jugosa carne, volviendo rojizo el blanco mármol de su cuerpo.
Su interior se sentía estallar en oleadas de electricidad con cada fricción de su morena piel. Esa misma piel que intentaba fundirse con la suya, que quemaba bajo las yemas de sus dedos. Una lujuria salvaje desbordada en cada poro de su torneada y dorada figura.
El pequeño ángel no había dejado de intentar liberarse. Ambos estaban violando una ley sagrada. Pero, si aquello no era correcto, ¿Por qué estaba intentando frenar a sus instintos? ¿Por qué su cuerpo parecía querer ceder ante aquel imponente ángel? ¿Era acaso un poder especial de los seres del inframundo para dejarse llevar por los placeres de la carne?
Miles de pensamientos invadían al ángel de albina piel. Una singular batalla en su conciencia, entre lo que estaba bien y mal.
De súbito, Seokjin dejó de intentar separar su cuerpo del ajeno y se quedó paralizado, a la misma par que el rudo ángel lograba venirse en su interior, esparciendo un caliente líquido que caía lentamente entre sus blancas piernas.
Sintió a Namjoon jadear agotado, apoyando su frente en el propio árbol, a un lado de su rostro.
El fuerte ángel dejó caer las blancas piernas, manteniendo aún encerrado el débil cuerpo contra su pecho.
Seokjin apretó los ojos.
Dejó de intentar liberarse, pero no por las extrañas sensaciones dentro de su ser por el acto impuro que acababan de cometer. Él había dejado de moverse por las fuertes punzadas en su sien y los destellos de imágenes que estaban apoderándose de su mente...
De repente, el cuerpo tibio aprisionando el suyo ya no se sentía ajeno. Incluso el olor le era familiar. Los cabellos húmedos del sudoroso ángel oscuro, se apegaban a un lado de su tersa mejilla.
Seokjin dejó caer sus pestañas y dibujó una suave sonrisa.
Era él.
Siempre fue él.
Ahora sabía por qué estaban prohibidas las uniones entre seres del cielo y el infierno.
Porque sólo ese íntimo contacto podía devolver los recuerdos de la vida pasada. Pese a que fue breve, las imágenes de su vida sólo estaban llenos de amor. De los dulces recuerdos de su madre y de una sola persona que su corazón ansiaba volver a ver.
Namjoon.
Pero sabía que lo que acababan de hacer estaba prohibido, que iba en contra de las leyes divinas y que pronto su actos tendrían consecuencias.
-Namjoonnie- lo llamó dulcemente.
El ángel de aura fulgurante giró su rostro y le susurró con suavidad, cerca del oído. -Mírame, Nammie. Por favor.
El ángel de alas marrones se había quedado muy quieto y con los párpados cerrados, respirando la fragancia a jazmines que empezaba a reconocer, intentado sobrellevar los recuerdos que cruzaban en ese instante por su memoria.
Cada error que cometió. Cada acción que hizo que su camino al más allá lo condujera al infierno. Vislumbró sus manos ensangrentadas y una daga entre sus dedos. Vio como le quitaba la vida a su propio padre. Incluso contempló en sus recuerdos como él mismo acabó con su vida, suicidándose.
Las lágrimas comenzaron a caer una a una por las morenas mejillas.
Seokjin subió lentamente su manos por el torso del ángel de oscuras alas y colocó sus brazos alrededor del ajeno cuello. Lo estrechó hacia su cuerpo en un cálido abrazo, besando sus lágrimas.
El fuerte cuerpo cayó de rodillas, junto al delgado ángel, abrazado de quién en vida había sido su más grande amor.
-Lo siento, Jinnie- pronunció con voz rota. Lo miró fijamente con aquellos ojos llorosos, que ya no eran rojizos como vivas brasas, sino que habían retomado un suave color almendrado. -Me volví loco al perderte. Quise destruirlo todo. Hacer pagar al pueblo que tanto daño te hizo, sin importar que fuera mi propio hogar. Y ahora soy yo quien vuelve a hacerte daño. Lo siento tanto...
-Shhh... Todo estará bien, amor. Todo estará bien- susurró el pequeño ángel, dejando un corto beso sobre sus labios y arrullando al otro entre sus brazos. -Yo te amo... y te perdono.
Una bruma blanquecina envolvió a ambos seres y al disiparse, el ángel del inframundo se encontraba solo. Ya no sólo sus pupilas habían cambiado, sino también sus ropajes oscuros habían sido reemplazados por una túnica clara e impoluta.
Namjoon al verse sin Seokjin, se abrazó a sí mismo, en un vano intento de conservar el calor del otro y su suave aroma de jazmines, sintiendo que le habían arrancado de nuevo la mitad de su ser.
Ni si quiera pudo despedirse.
Secó sus lágrimas con el dorso de sus manos y al abrir sus húmedos ojos, observó una brillante cadena sobre el césped, a los pies del árbol. La recogió y al ver la letra S grabada en ella, la apretó fuertemente contra su pecho. Era el colgante que Seokjin le había regalado el día de su cumpleaños. La misma que le arrebató su propio padre cuando los descubrió juntos aquel funesto día.
Al colocarse la cadena sobre el cuello, unas partículas brillantes envolvieron sus alas, transformándolas en unas hermosas alas blancas. Sólo quedaban en ellas algunas esparcidas plumas marrones.
Seokjin había entregado su alma por la vida de todos los habitantes de aquel pueblo.
Sangju, el pueblo de Namjoon.
Finalmente, el sacrificio de Seokjin también lo había salvado a él.
➡️ Continuación en PARTE 2
(Aviso patrocinado por MarshallLeeYoru )
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro