❝𝙲𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟸: 𝙻𝚊 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚣𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚐𝚞𝚊❞
Nunca me gustó el agua. Es impredecible, inconstante, demasiado... suave. El fuego es diferente. Es directo, poderoso, y siempre deja claro su propósito. Por eso, cuando me encontré cara a cara con Maia en el puente de la Encrucijada, su presencia me inquietó más de lo que esperaba.
Ella estaba allí, con los pies descalzos sobre la piedra húmeda, observándome con esos ojos llenos de calma. Mientras tanto, yo me mantenía firme, con los brazos cruzados, intentando descifrarla. ¿Cómo podía alguien verse tan tranquila en medio de una situación como esta?
—Así que tú eres el elegido del fuego, ¿eh? —dijo, con una sonrisa apenas visible.
—Y tú del agua —respondí sin muchas ganas de hablar.
Su sonrisa se ensanchó. Claramente, le divertía mi incomodidad.
El mensajero llegó poco después, interrumpiendo nuestro tenso intercambio. Nos explicó la gravedad de la misión con una voz solemne, y mientras hablaba, Maia parecía absorber cada palabra como si el destino estuviera grabado en ella desde siempre.
Yo, en cambio, solo pensaba en lo mucho que quería que esto terminara rápido. No tenía tiempo para juegos de equilibrio entre pueblos ni alianzas forzadas.
Nos entregaron un mapa con los puntos clave de nuestro viaje. Maia lo sostuvo con cuidado, como si fuera algo sagrado. Yo, por otro lado, solo quería avanzar de una vez.
El viaje comenzó en silencio, bordeando el río que dividía nuestras tierras. Maia caminaba delante, con un paso ligero, casi danzante. Yo la seguía, atento a cualquier peligro, aunque una parte de mí sabía que el verdadero reto no sería lo que encontraríamos en el camino, sino la convivencia con ella.
—¿Siempre caminas detrás? —preguntó sin voltear.
—Alguien tiene que vigilar —respondí con seriedad.
—O simplemente no quieres caminar a mi lado —murmuró, y su tono me hizo apretar la mandíbula.
No le respondí. Ella no entendía. El fuego y el agua no se mezclan. No estamos hechos para ser amigos.
Conforme avanzábamos, empecé a notar algo extraño. Maia tenía una conexión especial con su entorno. El agua del río parecía moverse con ella, pequeñas gotas danzaban en el aire cuando ella pasaba. Lo hacía de forma inconsciente, como si el agua fuera una parte de ella.
—¿Siempre haces eso? —pregunté, señalando las gotas flotantes.
—¿Hacer qué? —preguntó sin entender.
—Eso. Que el agua te siga.
Ella se encogió de hombros. —Siempre ha sido así. ¿Y tú? ¿Siempre llevas esa cara de querer golpear a alguien?
Solté una risa seca. —No es mi culpa que el mundo lo haga fácil.
Cuando el sol comenzó a caer, encontramos un claro junto a un lago para acampar. Mientras ella jugaba con el agua en sus manos, yo me dediqué a encender el fuego. La observé de reojo, formando pequeñas figuras con el agua, como si fuera algo natural para ella.
—No es solo un juego para ti, ¿verdad? —pregunté de repente.
Ella sonrió, sin apartar la vista de las formas danzantes. —No. El agua es parte de mí.
No respondí, pero por primera vez, algo en su respuesta me hizo cuestionarme si el fuego podría ser algo más que destrucción para mí.
La noche cayó y, mientras ella dormía, yo me quedé despierto mirando las llamas crepitar. Maia era diferente a lo que esperaba... y eso me preocupaba.
No me gustaba el agua. Pero había algo en ella que me hacía sentir que, quizás, debía aprender a entenderla.
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