(𝙸𝚖𝚊𝚐𝚒𝚗𝚎𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚊 𝚜𝚊𝚕𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚌𝚘𝚗𝚜𝚎𝚓𝚘 𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚜𝚎 𝚍𝚎𝚜𝚌𝚛𝚒𝚋𝚎, 𝚝𝚎𝚗𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚝𝚘𝚗𝚘𝚜 𝚊𝚣𝚞𝚕𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝚕𝚊𝚍𝚘 𝚢 𝚛𝚘𝚓𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚘𝚝𝚛𝚘)

El sol apenas comenzaba a teñir el cielo con tonos de rojo y dorado cuando los mensajeros llegaron a ambos pueblos. Sus figuras imponentes, envueltas en capas que mezclaban el rojo del fuego y el azul del agua, eran un símbolo de la unión rara y solemne entre las dos naciones. Nadie los vio venir, pero todos sabían lo que significaba su presencia.

𝙴𝚕 𝚛𝚎𝚒𝚗𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚏𝚞𝚎𝚐𝚘

Tanner estaba en la fragua de su padre, como de costumbre. Las primeras horas del día eran las más tranquilas, y él aprovechaba para practicar el manejo del metal caliente con precisión. Aunque su habilidad con el fuego era natural, encontraba cierta paz en el trabajo manual, moldeando espadas y herramientas bajo las altas temperaturas.

El estruendo de las campanas lo sacó de su concentración. Las campanas nunca sonaban sin razón. Cuando Tanner salió a la plaza central, una multitud ya se había reunido. En el centro, uno de los mensajeros de la alianza entre los pueblos sostenía un pergamino sellado con cera.

—Tanner del reino del fuego, hijo de Darian y Kaela, eres convocado por el Consejo de los Reyes —La voz del mensajero resonó por todo el reino.

Un murmullo recorrió a la multitud. Tanner sintió la mirada de todos sobre él, especialmente la de sus padres, quienes se encontraban al borde del grupo.

—¿Yo? —preguntó, dando un paso al frente. No podía ocultar su sorpresa.

El mensajero simplemente extendió el pergamino hacia él. Tanner lo tomó con manos firmes, pero su mente bullía con preguntas. El mensajero no esperó más; dio un paso atrás y con un gesto solemne se despidió.

—Hijo, esto es un gran honor —dijo Darian, su padre, mientras se acercaba con un orgullo apenas disimulado.

—O una carga. No lo sé aún —respondió Tanner, mirando el pergamino sellado en sus manos.

𝙴𝚕 𝚛𝚎𝚒𝚗𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚐𝚞𝚊

Maia despertó temprano, como siempre, para nadar en el lago antes de que la luz del sol lo tocara. Para ella, esas mañanas eran su refugio, el momento en que podía sentir que el agua era una extensión de su cuerpo. Pero esa mañana no fue como las demás.

Cuando regresó a la orilla, todavía secándose con un paño, vio al mensajero de pie cerca de la entrada de su casa. Su postura era recta, y su mirada estaba fija en ella, como si hubiese esperado ese momento durante mucho tiempo.

—Maia del reino del agua, hija de Leira y Halon, eres convocada por el Consejo de los Reyes.

El anuncio sorprendió no solo a Maia, sino a su familia, que salió de casa tras escuchar el mensaje. Su madre, Leira, llevó una mano a su pecho, claramente conmovida.

—¿El Consejo? ¿Por qué me convocarían?

El mensajero no dio más detalles. Extendió un pergamino hacia Maia, quien lo tomó con un ligero temblor en las manos. El anciano Korin, que observaba la escena desde un banco cercano, esbozó una sonrisa sabia.

—Lo sabía, Maia. Esto estaba destinado a suceder —dijo con calma.

Maia giró hacia él, recordando las palabras que le había dicho la noche anterior durante la celebración. Su corazón se aceleró al recordar su tono misterioso y la mención de un extraño del Pueblo del Fuego.

—¿Esto es lo que quisiste decir, Korin?

Él asintió. —El destino no puede ser evitado, y el agua ya lo sabía. Tu camino está entrelazado con el suyo, más de lo que imaginas.

Ambos jóvenes, Tanner y Maia, llegaron al punto de reunión al amanecer siguiente. La Encrucijada, un lugar neutral entre los dos pueblos, era un espacio de quietud y misterio. Allí, el paisaje combinaba la rudeza volcánica del Pueblo del Fuego con las aguas cristalinas del Pueblo del Agua.

Maia fue la primera en llegar, observando el lugar con curiosidad. A pesar de su calma aparente, no podía evitar sentirse nerviosa. Había tantas incógnitas.

Cuando Tanner llegó poco después, lo primero que notó fue la figura de Maia, de pie cerca de un arroyo. Su cabello oscuro brillaba bajo el tenue sol de la mañana, y algo en su postura le llamó la atención.

—¿Tú eres del reino del agua? —preguntó Tanner, rompiendo el silencio.

Maia se giró hacia él, estudiándolo por un momento antes de responder.

—Y tú debes ser del reino del agua.

Ambos se quedaron en silencio, midiéndose con la mirada. Había algo en esa primera conexión, algo que ninguno de los dos podía explicar, pero que los ataba de una manera inexplicable.

El mensajero del Consejo apareció, interrumpiendo el momento.

—Tanner, Maia, su misión comienza ahora. Juntos deben restaurar el equilibrio entre el fuego y el agua. El camino será peligroso, pero confíen en sus habilidades... y en el vínculo que los unirá.

Las palabras quedaron resonando en el aire mientras los jóvenes se preparaban para dar el primer paso de una travesía que cambiaría no solo sus vidas, sino también los destinos de sus pueblos.