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4.Sombras


En medio de la penumbra de la espesura, dos figuras aparecen sin molestar de forma tan repentina y sigilosa, que ni siguiera la fauna nocturna los detecta. La figura humanoide sostiene de los brazos a la otra, mientras da grandes zancadas hacia su destino.

A las afueras de un bohío, un hombre de apariencia algo entrada en años; más por sus facciones intensamente marcadas que por las estaciones transcurridas, se había dado cuenta de lo que para él, era un "gran barullo". Sus sentidos, más finos que los oídos y la vista de halcón, hacen que no se pierda el más ínfimo detalle de la situación.

Una de las siluetas, que apenas se mantiene en pie, da unos ligeros pasos en su dirección; no pasa mucho tiempo hasta que puede observar su colapso. Su naturaleza compasiva lo hace acudir raudo a la escena para brindar su auxilio.

— No esperaba para nada verte aquí, tan pronto —indica de forma afable, el hombre mientras deposita a una chica inconsciente sobre la "cama" del segundo piso.

—Las cosas han cambiado un poco y tengo que actuar lo más rápido posible

— ¿Y a ella que le ha pasado?

—La he sometido a demasiada presión psicológica, creo —se nota en su tono de voz un deje de culpa.

—M...

—Sí, sé que hay otros métodos, pero ¡No tenemos tiempo!

—Presionar a una persona, no va hacer que haga lo que tú quieres y menos que se quede a tu lado como tú pareja.

—Espera...

— ¿Cómo me he dado cuente? ¡Te conozco desde que eras una criatura! ¡Por amor a Viri! —, tras tomar algo de aire para calmarse prosiguió —Voy a abajo a terminar las labores que tenía antes de que aparecierais, búscame ahí si necesitáis algo.

El cuerpo de Ayla, se niega dejar ver sus iris al mundo, su agotamiento le impide abrir su ojos. La comodidad la induce a volver al ensueño, deslizando su mano en búsqueda de una mejor posición, su tacto revela que no se encuentra en hogar. De forma alterada, mira a su alrededor, las trebinas y los tréboles hacen de colchón.

Su mirada recorre la estancia cuando se detiene en un punto — ¿Cómo no? —murmura de forma imperceptible—,siempre esa persona.

Viéndola atizando la chimenea de forma tranquila, hubiese sido una buena oportunidad para Ayla de escapar; si no fuera, porque aún se encontraba envuelta en lianas.

La llama de la furia de la joven, no hacían más que aumentar despreciaba y odiaba; su manera de ser tan liberal, su actitud confianzuda y sus ojos zafiros que hipnotizaban.

Se sorprendió a si misma pensando esto "Que estás pensando Ayla, por muy hermosa que sea una persona, no vale de nada si es una cretina". Ella se encontraba tan sumida en sus pensamientos, que no se había dado cuenta de la distancia cada vez más corta que los separaba; una figura de forma felina se había instalado a su lado, sin que se diera cuenta.

La fina blusa fue arrancada que portaba, fue arrancada en cuestión de segundos, como si hubiese sido cortada con una hoz. Su cuerpo no la obedecía quería golpear a ese ser con toda su alma, sin embargo, ni un solo dedo parecía estar bajo su control. Al menos, sus cuerdas vocales parecían no haber sido afectadas por esto.

—Espera, ¿Qué vas a hacer?, ¡No!-lágrimas negras brotaron desde la más recóndita parte del corazón Ayla, que temblaba de puro terror.

La maleza enmarañada había provocado grietas en su cara, su ropa convertida ahora en jirones y su fuente de vida se derramaba. No podía parar, un solo momento de descuido supondría renunciar a su única vía de escape.

El híbrido de la espalda de Ayla, sintió las emociones con tal intensidad que no pudo permanecer impávido; tomando control de su propia forma, muto de forma hasta que no quedo rastro de ninguna criatura, que no fuera: el dragón.

Los dientes de la cabeza sobresalieron de su mandíbula, segando todo objeto que contuviera aprisionada a su portadora. La púbera, no sabía cuánto tiempo duraría está situación, ni cuales serían las consecuencias que tendría que soportar de ello; de momento su máxima prioridad era solo una: recuperar un atisbo de su libertad y control de su vida. Alejándose hacia la puerta, mientras miraba a su secuestrador y comprobara que la criatura tampoco apartaba la mirada, retrocedió de espaldas hasta alcanzar su destino.

—Me alegro ver que ya te has despertado...—trato de entablar una conversación su benefactor.

— ¿Dónde está la salida? —trato de preguntar de la forma más pacífica posible, a pesar de su notable ansiedad.

—La encontrarás si sigues todo recto, pero tomate...—su intento fallido de intentar calmar a la muchacha, hizo que se quedará con la palabra en la boca, antes de que esta atravesará la puerta de lianas.

La lluvia se intensificaba a cada paso que daba; el cielo nocturno se convertía en diurno en ocasiones, sin previo aviso, los relámpagos acompañados de truenos partían el cielo en partículas y el granizo comenzada a caer con más avidez.

Sus pasos, sin rumbo, la llevaron hasta un claro inhóspito: los árboles huecos y enfermos abandonados, incluso por los insectos, un lago congelado del cual evaporaba, a ras de su superficie, una extraña neblina cerúlea y tierra estéril en la que ni siquiera la nieve quería reposar; conformaban el desolador paisaje.

La idea de cruzarlo no era menester de su devoción, no obstante, la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta y el caprichoso cronos no iba a esperar por ella.

— ¡Ayla! —el causante de todos sus males, la había seguido más rápido de lo que había imaginado, al menos deseaba haber tenido unos segundos más para al menos intentar ocultarse.

— ¿Por qué? ¿Por qué? Solo dime ¿Por qué eres así? ¿Y por qué me haces esto a mí?

— Ya lo descubrirás.

— Mira, me tienes hasta las pecoletas del coño ya —la moza no era alguien que soliera insultar mucho, por lo que algunos de ellos anticuados, solo utilizados en los vulgarismos de las personas octogenarias. Ella, en ningún momento, había parado de retroceder en dirección a las orillas de la albufera.

— ¡No vayas, por ahí!

La advertencia llego demasiado tarde, una mano negra famélica y escamosa, salió de desde debajo del agua; la viscosidad se impregno en lo más profundo de su ser. No tuvo tiempo de tomar ni una bocanada de aire, antes de ser arrastrada a las profundidades de las antiguas morrenas.   

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